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La enfermedad del Covid afectó a la humanidad completa, y a Argentina dentro de ella, con consecuencias múltiples que comenzaron a ser estudiadas al mismo tiempo que el virus se expandía por el planeta entero, y desde entonces mientras iba siendo controlado paulatinamente y sus daños reducidos a un mínimo, y hasta hoy.
Respecto de la influencia de la pandemia en la política de los distintos países del mundo, son muchos los interrogantes que permanecen y quizás algunos nunca puedan dilucidarse. Conocer profundamente a las sociedades, que son expresiones colectivas de la compleja naturaleza humana, es una tarea imposible de abarcar completamente.
En el proceso electoral de este año en Argentina, las consecuencias a nivel nacional de esa tragedia universal ni siquiera formaron parte de los temas de campaña ni de los discursos públicos en general. Es como si no hubiera existido.
El dolor quedó restringido a las familias de las personas que murieron, y también a quienes padecieron gravemente la enfermedad. Esa parece ser hasta ahora la forma en que la sociedad procesó los traumas del Covid.
A nivel masivo, lo que está más presente en la memoria social son los encierros vividos en los primeros tiempos y el agobio por las infinitas complicaciones que ello trajo aparejadas en la vida individual, familiar, laboral, educativa y económica de las personas. Y posiblemente de todo este universo de problemas, surjan efectos en la política que de todos modos resultan difíciles de determinar.
La elección de hace dos años
Hay algunos datos que permiten aproximarse a ciertas conjeturas. Quizás el más destacado es que, en la segunda mitad de 2021 -en los meses de septiembre y noviembre- se realizaron elecciones legislativas, y allí las listas del gobernante Frente de Todos fueron derrotadas en la mayor parte de las provincias y en el total nacional.
Hasta que ello ocurrió, el oficialismo esperaba que una porción mayoritaria del electorado reconociera, con su voto, el tremendo esfuerzo del gobierno nacional -junto con las gobernaciones y las autoridades de los municipios- para enfrentar a un virus desconocido y a una amenaza a la salud y la vida humana que eran absolutamente ajenos a todo lo que el mundo entero había vivido antes en cualquier etapa de la historia, particularmente debido a la expansión planetaria del virus.
La expectativa oficial confiaba en un reconocimiento al gigantesco despliegue de recursos públicos realizado, no solo de dineros del erario sino también todas las infraestructuras de salud, logística, transporte, educación a distancia -vía tecnologías de la comunicación- y/o con otros métodos alternativos que debieron ponerse en marcha de forma urgente, abastecimiento de alimentos a millones de familias más necesitadas, etc.
Más la creación y pago del IFE (Ingreso Familiar de Emergencia) y también del programa ATP (Asistencia al Trabajo y la Producción, por el cual se pagaban con fondos del Estado la mitad de los sueldos de las empresas para evitar el despido de trabajadoras/es), y asimismo del programa “Repro” (Recuperación Productiva, similar al anterior, para respaldar con dineros públicos constantes y sonantes a las firmas privadas que sufrían problemas económicos debido a la restricción de actividades causadas por la amenaza del virus).
Dada aquella situación, la lectura que hacía la coalición encabezada por el peronismo (lectura ampliamente compartida en los micromundos de la política y el poder en general, entre los/las especialistas en campañas electorales, en el periodismo político, etc.) era que figuras ligadas a la gestión de la política de salud pública debían ser candidatos/as, precisamente a fin de simbolizar lo que el gobierno había realizado para enfrentar la pandemia.
Ejemplo de ello fue que, en el distrito electoral más poblado del país -la provincia de Buenos Aires, donde reside el 38 % del total de votantes-, el segundo candidato a diputado nacional por el Frente de Todos fue Daniel Gollán, quien en ese momento era ministro de Salud del gobernador Axel Kicillof. (También había sido ministro nacional de la misma cartera en los últimos tiempos de la presidencia de Cristina Kirchner).
La estrategia del oficialismo se mostró fallida al respecto, tanto en esa provincia como en la mayor parte del territorio patrio. Esa vez el Frente de Todos obtuvo el 33,5 % del total nacional (en la categoría de diputados nacionales), y Juntos por el Cambio venció ampliamente con el 41,9 %. (Informe del diario La Nación, nota del 15/11/2021).
Aún antes de la votación general (que se realizó en noviembre del ‘21), ya en las primarias (septiembre de ese año) los resultados fueron un baldazo de agua fría para el frente gobernante en el país. Tras las PASO, de inmediato estallaron los primeros síntomas visibles de las discrepancias entre Alberto Fernández y Cristina Kirchner, como manifestación de las crisis que generalmente acarrea una derrota y que en el peronismo siempre se expresan con enfática gravedad. (Algunos detalles de lo ocurrido pueden recuperarse en un artículo que publicó en ese momento. Nota del 20/09/2021).
Desde entonces los estudios de opinión pública detectaron que “la gente no quiere que se le hable de la pandemia”, las/los especialistas en comunicación política así se lo aconsejaron al gobierno, a las distintas oposiciones, etc. y prácticamente nunca más se aludió al tema en los discursos públicos, excepto para dar información sanitaria sobre vacunación, medidas preventivas y asuntos similares.
Cabe aclarar que con posterioridad a aquellos comicios de hace dos años, en el verano siguiente, el Covid se expandió con la variante Omicron, que fue la más contagiosa y extendida en la población, si bien con efectos de menor gravedad para la gran mayoría de las/los enfermas/os, justamente gracias a las vacunas aplicadas en los meses previos y a la inmunidad colectiva alcanzada.
Clima de época
Por más que “la política” haya dejado de hablar de la pandemia, y aunque sus consecuencias resulten difíciles de desentrañar o eventualmente sea imposible lograrlo, las disputas de poder para ocupar cargos en la estructura del Estado quedaron marcadas por aquella etapa de la humanidad.
Los análisis y comentarios que se expresan de forma pública aluden casi con exclusividad a los dramas económicos que persisten y en parte se agravan por su propia permanencia, mientras que raramente se hacen reflexiones acerca de asuntos quizás insondables de la subjetividad social.
En una parte muy considerable de la población argentina -considerable por su magnitud e intensidad-, se instaló un clima de exasperación, bronca, hartazgo y frustración.
Como parte de ese proceso, una cantidad indeterminable de personas le echó la culpa al gobierno nacional por el malestar y/o los sufrimientos vividos. Y la inflación agravó y agrava continuamente ese malhumor generalizado.
En la ponderación mayoritaria de la ciudadanía se valoró muy poco el hecho de que con fondos del Estado se compraran vacunas de acceso gratuito para la totalidad de la población, que se mantuvieran altos los niveles de empleo, o que el Estado realizara inversiones continuas y de alcances extraordinarios en obras públicas.
Por el contrario, desde las cadenas mediáticas de la derecha y a través de las redes digitales manipuladas por activistas expertos en su uso, se diseminaron socialmente los discursos y las creencias en contra del Estado, en contra de la pertenencia humana a una comunidad de personas que exceden al individuo, y de forma particular en contra de “los políticos” como causantes de todos los males.
Poco a poco se fue naturalizando la instigación a la violencia política desde el poder comunicacional y a través de dirigentes que se dedican específicamente a esa actividad. (El “feroz salvajismo opositor en plena pandemia” fue descripto en un artículo de hace dos años y medio. Nota del 05/04/2021).
Los “discursos de odio” fueron paralelos a un aparato judicial corrompido que ejecutó su accionar -también odiante- contra el kirchnerismo, y que luego encubrió/encubre el intento de asesinato contra Cristina Kirchner. (El tema se analizó también en este portal de noticias a comienzos de este mes. Nota del 01/10/23).
El clima de época quizás podría resumirse en una canallesca palabra inventada apenas dos meses después del inicio de la pandemia por un grupo de académicos/as, comunicadores/as y artistas antiperonistas y mayormente conservadores/as: fue el neologismo “infectadura”, con el cual dicho grupo atacó en forma ruin y miserable al gobierno de la Nación que trataba de conducir a la sociedad en plena catástrofe sanitaria. (Información del portal Infobae, nota del 29/05/2020).
De aquellos tiempos, que tal vez aparentan ser lejanos pero que son breves en la historia de la sociedad, provienen creencias, estados de ánimo, sentimientos, emociones y discursos violentos, así como grupos extremistas -incluida la banda criminal que quiso asesinar a la vicepresidenta de la Nación- y sectores y dirigentes de ultraderecha que han pasado a ser determinantes en la Argentina de hoy.
La influencia de la pandemia en la política es un asunto difícil o imposible de descifrar y comprender, pero a la vez resulta imprescindible al menos tenerlo en cuenta para observar tanto la elección presidencial como el resto de lo que ocurra en estos días y en las próximas semanas y meses, y en todo el devenir de nuestra Patria cuando están por cumplirse 40 años desde el fin de la dictadura genocida.
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