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En un Aguafuerte anterior hicimos alguna mención a la “fatiga democrática”1. Ese es precisamente el título de un libro de Antoni Gutiérrez Rubí, un consultor político y asesor de comunicación catalán, cuya condición de europeo no le ha impedido tener un contacto intenso con la realidad latinoamericana. Gutiérrez Rubí contribuyó al triunfo electoral del colombiano Gustavo Petro, que le permitió a un partido de centro izquierda obtener la presidencia de aquel país tras muchos años de gobiernos con una clara orientación de derecha.
Pero ya antes, en 2019, había colaborado con el Frente de Todos para que Alberto Fernández llegase a la Casa Rosada.
Se comenta que ahora está asesorando a la mexicana Claudia Sheinbaum, actual jefa de gobierno de la capital de México y aspirante a la sucesión presidencial por el partido oficialista MORENA, Movimiento de Regeneración Nacional, del cual es fundadora.
Gutiérrez-Rubí es el autor de alrededor de veinte libros y suele airear sus ideas también en medios periodísticos. Allí precisamente ha puntualizado que tanto los partidos conservadores como los progresistas se deben rearmar con inteligencia para confrontar con opciones que ofrecen esperanzas inmediatas y soluciones fáciles.
Ya no alcanzan los repertorios antiguos y agotados para competir con estos emergentes, muchas veces caracterizados como “antisistemas”. Esa insuficiencia, dice el consultor, forma parte de la incapacidad de la política formal y tradicional.
Semejante falta de solvencia no solo afecta a las opciones de registro progresista, sino también a la derecha tradicional, arrinconada por los enunciados temerarios de los nuevos actores políticos.
Porque esas son las armas que vienen utilizando para captar votantes diversos. Pescan tanto en aguas conservadoras como en mares bravíos de jóvenes que creen ver innovaciones revolucionarias donde quizás solo existan bolsones de pensamiento reaccionario. Se envalentonan ante las flaquezas que hoy exhibe el elenco estable de la política, los gobiernos timoratos, la ausencia de propuestas esperanzadoras, la falta de referencias creíbles de un futuro mejor. Por eso incluso, se incrementa el número de quienes piensan que el mundo era mejor antes. Así lo reveló una encuesta de la Fundación Bertelsmann de 2019, titulada “El poder del pasado”, que atribuye esa creencia a dos tercios de los ciudadanos europeos. La cifra es impactante y más aún cuando nos enteramos que los más nostálgicos son los italianos, los franceses y los españoles, es decir aquellos con quienes compartimos raíces latinas.
También es significativo el perfil que el estudio ofrece del sujeto nostálgico: hombre, adulto —de hecho, aumenta con la edad—, trabajador amenazado o desempleado, residente en zona rural y con bajo nivel de educación. Su nostalgia es un sentimiento que se dispara con el miedo, la ansiedad y el malhumor. El futuro ha dejado de ser un destino prometedor y superador.
Son referencias sumamente perturbadoras que sirven de abono para el desencanto en el que pastorean los enunciadores de ferocidades.
Hay otro dato muy revelador que dio a conocer la Corporación Latinobarómetro, una ONG sin fines de lucro asentada en Santiago de Chile y que publica estudios de opinión pública en países de América latina. Según la organización, el 28% de los latinoamericanos es indiferente al tipo de régimen político en el que viven y, además, cuestionan las herramientas de este sistema o sus propios resultados.
Gutiérrez Rubí dice que esta porción de la ciudadanía utiliza la democracia a su medida. Apropiándose de una frase del presidente norteamericano Joe Biden, el analista afirma: “La democracia no puede sobrevivir cuando un lado cree que solo hay dos resultados en una elección: o ganan o fueron engañados”.
¿Será ese el desenlace del proceso eleccionario que tendremos en los próximos meses? ¿Hay maneras de evitar una resolución cuyo único destino sea la desconfianza, la sospecha de haber sido estafados?
Ciertamente, decisiones como la que acaba de tomar la Corte Suprema de Justicia de la Nación al suspender comicios en dos provincias argentinas no contribuyen a reducir las suspicacias y los recelos. La cúpula de un poder judicial desacreditado y con cuotas de credibilidad que están bajo mínimos se entromete en territorios ajenos con una impunidad absoluta, mientras sus propios integrantes desarrollan un conflicto interno escandaloso que, sin embargo, no les baja las ínfulas imperiales ni las ambiciones desmedidas de poder.
Paralelamente, los dos sectores políticos de mayor peso específico debaten sus miserias internas priorizando apetitos individuales antes que necesidades sociales.
En este contexto resulta casi lógica la sensación de “fatiga democrática” que mencionamos al comienzo de esta aguafuerte, citando la consigna de Gutiérrez Rubí.
Conviene aclarar que fatiga no es lo mismo que cansancio. Las personas cansadas todavía conservan alguna dosis de energía; el suyo es un cansancio temporal. En cambio, los sujetos fatigados agotaron todas sus reservas y están imposibilitados de mantener un esfuerzo continuado y ni siquiera se encuentran en condiciones de reaccionar.
A ese trance nos referíamos en alguna columna previa cuando mencionábamos el caso de la resiliencia puesta en acto por la sociedad francesa ante las medidas de reforma previsional del gobierno de Macrón2. Allí manifestábamos las dudas respecto del comportamiento cívico argentino en caso de que una situación similar se produjese entre nosotros.
La preocupación no es descabellada. La propia Organización Mundial de la Salud ha realizado un llamamiento general a los gobiernos con el propósito de que desarrollen una «orientación pragmática y matizada para reducir el riesgo de fatiga de respuesta en el contexto de la presión socioeconómica».
Es cierto que ese pedido de la OMS fue formulado en el escenario de la pandemia provocada por el COVID, pero ¿quién podría desmentir que continúa siendo válido en la actualidad?
¿Se darán cuenta a tiempo los candidatos políticos que un clima de desencanto expandido puede conducir a salidas extravagantes y extremas? ¿Tendrán la capacidad suficiente para comprender aquello que ya en su tiempo avisaba Platón y que hoy parece resonar como un eco desatendido: “el precio de desentenderse de la política es el ser gobernado por las peores personas”?
La fatiga democrática se expresa tanto a través de quienes han gastado muchos almanaques a la espera de una mejora en sus condiciones de vida, como de jóvenes que quizás no posean una experiencia de vida semejante, pero que no toleran que se les clausuren expectativas.
Es en ese magma, similar al río revuelto en que suelen sacar ganancia los pescadores, donde prosperan iniciativas que, como decimos, no solo son estrafalarias sino que entrañan peligros severos para la subsistencia democrática.
A todos nos compete evitar una hecatombe como esa. La responsabilidad conjunta de quienes acceden a los poderes públicos y quienes los hemos llevado a ese lugar es evitar la anomia social, alineando los intereses individuales con los de la comunidad.
Es con honestidad intelectual, convicciones firmes y compromiso social como podremos impedir que la vitalidad colectiva se extinga, dejando los destinos del país en manos de aventureros bestiales. Hay que desenmascarar a los profetas de la barbarie, sujetos mesiánicos que intentan dorarnos la píldora con fórmulas inhumanas que, por supuesto, carecen de todo argumento porque su explicación pondría al descubierto la insensibilidad brutal que las inspira. Para eso necesitamos reconstituir energías y ponerlas al servicio del bien colectivo, la igualdad, la justicia distributiva, el estímulo a la participación, la fraternidad y el respeto de los derechos adquiridos.
El tiempo no sobra. Un horizonte electoral desafiante está a la vuelta de la esquina.
1 En “Fortalecer convicciones para combatir el desencanto” de Va con firma del 23/04/2023
2 Véase “Alegoría de la familia-país” en Va con firma del 09/04/2023
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