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Columnistas
09/04/2023

Aguafuertes del Nuevo Mundo

Alegoría de una familia-país

Alegoría de una familia-país | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Mateo y Aurora andan por encima de los 80 años y cumplen sesenta de casados. Orgullosos de una familia “multipartidaria” con peronistas, yrigoyenistas y otros, “todos del centro hacia la izquierda”. La preocupación cruza sus rostros cuando les preguntan “a quién votarán en las próximas elecciones”.

Ricardo Haye *

La escena ocurre en la casa de Mateo y Aurora, una pareja que cumple sesenta años de casados. Los dos andan por encima de los 80. La vivienda es típicamente de clase media-media. “Pero no vaya a creerse que siempre vivimos así -dice Mateo-. Al comienzo no teníamos dónde caernos muertos”. Aurora lo mira con ternura y añade: “Como todos los del barrio, viejo”.

Por el patiecito del fondo corretea un par de pre-adolescentes inquietos y bulliciosos; son los hijos de Daniel, el “mocoso”, que es el vástago más chico de la pareja que celebra. El “benjamín”, sin embargo, ya casi alcanza el medio siglo y su apelativo de “Mocoso” se lo pegaron hace mucho tiempo sus hermanos mayores, Eduardo y Mónica, en un arranque inocultable de celos que quedaron felizmente caducados.

“¿Sabe lo que nos permitió crecer como familia?”, pregunta Mateo y, casi sin pausa para digerir el interrogante, se responde: “el trabajo”.

“¡Cuidado! Que ahí va a empezar de nuevo con sus batallitas”, dice Mónica, risueña. Y su madre la cruza, firme pero amable: “No son batallitas, nena. Es la realidad. El ferrocarril nos dio de comer, permitió que nos hiciéramos la casa y fue el sustento con el que los criamos a Ustedes”.

Eduardo, el hijo más grande, señala una pared de la cocina donde cuelga un banderín verdolaga de Ferrocarril Oeste y cuenta: “el viejo nunca fue muy futbolero, pero en Ferro encontró una vía para su pasión de ferroviario”. Ni siquiera repara en el juego de palabras en el que apeló a la metáfora de la “vía” para referirse a la simpatía deportiva de su padre. Simplemente fluyó naturalmente, como toda la charla de esa tardecita.

“Y fue por eso que la vieja, que no sabe nada de fútbol, eligió hacerse hincha de Vélez. Nada más que para tener otro motivo de discusión”, interviene Daniel provocando las risas del grupo.

“Déjeme que le explique -pide Mónica, solícita-: mi madre es radical furiosa”, dice, y Aurora apunta en segundo plano: “Y a mucha honra”. “Mientras que mi padre es peronista desde siempre”, completa nuestra informante mientras Mateo sacude desde el fondo: “como debe ser”.

“¿Y eso nunca trajo problemas a la casa”, pregunta uno con cuidado, pero convencido de que puede hacerlo por el clima festivo de la ocasión.

“No, mi amigo -aclara Mateo, acercándose con una copa rebosante de cerveza- esta casa es una multipartidaria”. Después habría de enterarme que los hijos habían seguido sus propias convicciones, sin que nadie se enojara por eso.

“Eso sí, aporta Aurora, aquí todos apoyamos la democracia y creemos que lo mejor que puede pasarnos es que gobierne alguien con sensibilidad popular”.

“Con matices -dice entonces Eduardo-, en esta familia todos estamos alineados del centro hacia la izquierda”.

“Hasta la vieja, que sigue defendiendo al Yrigoyenismo”, dispara Daniel entre carcajadas.

“Aunque eso no le impidió acompañarnos con su voto en los ’70, cuando volvió el General”, reconoce Mateo.

“Ni a vos aceptar que Alfonsín era la mejor opción en el 83”, retruca Aurora.

“Por más que entonces yo les insistía en que había que apoyar a Alende”, replica Eduardo.

“Ya lo ve -me dice Mónica-: aquí estamos convencidos de que todo lo que esté del medio para la derecha es dañino para el pueblo”.

“Y nosotros nos sentimos parte del pueblo, que vivió sus mejores días cuando consiguió que lo dejaran votar en libertad”, comenta Aurora.

“Y cuando le dieron condiciones dignas de trabajo”, agrega Mateo.

“O cuando pudo ver a sus hijos completar los estudios que ellos no pudieron hacer”, añade Eduardo, contador público nacional.

Entonces mete baza Daniel que, a esta altura, ya había demostrado ser el más desfachatado de la familia: “Qué quieren que les diga: para mí la felicidad es poder irme de vacaciones con la familia”.

“¿Y quién te dio eso, eh?”, lo chumba Mateo con picardía.

“¿Y ahora saben a quién van a apoyar en las próximas elecciones?”, vuelve a preguntar uno con la mayor delicadeza posible.

Una sombra de preocupación les cruza el rostro a Mateo y Aurora, que se miran con el mismo cariño de hace 60 años. “Y, está difícil ahora…”, razona el hombre. Su esposa coincide: “Esta vez, ni siquiera tenemos la convicción del otro para apoyarnos. No me atrevo a pedirle que nos vote, cuando ni yo misma voy a hacerlo. Este radicalismo no tiene nada que ver con el que hace un siglo protegía a los chacareros frente a los dueños de la tierra, ni con el que refundó la democracia hace 40 años”.

“Y este peronismo está envuelto en contradicciones que no le dejan ver con claridad el peligro que tenemos enfrente”, asegura Mateo. “El riesgo es que vuelva la derecha, de la que no se puede esperar nada bueno”.

“Ahí tenemos el ejemplo de Francia”, dice Aurora. “Es maravillosa la resistencia en las calles a la política de jubilaciones que quiere imponer el gobierno de Macrón. Me pregunto si acá tendremos la misma energía, en caso de que se les ocurra algo parecido”.

A Mónica la perturba ver a sus padres tan preocupados. “Vamos viejitos. No hay que aflojar. Mamita, tenemos que defender el Fortín de Vélez Sársfield. Papá, tenemos que seguir avanzando como hacían aquellas locomotoras indomables que vos manejabas”.

Por una vez, Daniel, el “mocoso” se pone serio: “¿Ven? Así es nuestra familia. Cuando vengan por nosotros, nos van a encontrar unidos”.

Uno sale a la calle, si no reconfortado, al menos con la esperanza de que, quizás, no todo esté perdido.



(*) Docente e investigador del Instituto Universitario Patagónico de las Artes.
29/07/2016

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