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La Legislatura neuquina ya logró lo que a Alsogaray le parecía difícil. Pasó agosto. Pero lo que podría parecer una virtud tiene grandes riesgos de tornar en demérito.
La reforma del código procesal penal, se sabe, será ley recién en setiembre, si es que en la próxima reunión de la comisión A encuentran una redacción que logre las ocho firmas necesarias para pasar al recinto, algo que parece difícil aunque no imposible, viniendo de quien viene.
Eso quiere decir que, en el mejor de los casos, el proyecto que pretende reformar la forma en que los neuquinos y las neuquinas elegimos a nuestros gobernantes comenzará a discutirse en la segunda quincena de setiembre.
Esta situación prende la primera luz de alarma entre allegados y conspicuos oficialistas. La referida iniciativa –se ha dicho ya en este espacio- necesitará de un amplio y trabajoso consenso que hoy no puede exhibir.
Tanto los aliados del oficialismo como todo el arco opositor que queda afuera tienen sendas y profundas disidencias con el proyecto remitido desde el Poder Ejecutivo, por lo que sus discusiones se anticipan no sólo profundas sino largas. Sobre todo largas.
Y la longitud no es una cuestión menor, ya que en octubre debe tomar estado parlamentario el presupuesto 2017 y su debate se anticipa complejo, no solo por la importancia histórica de esta ley, sino por la coyuntura nacional y provincial que ha modificado las expectativas de comienzos de año.
En medio, pasa la vida y un montón de proyectos que esperan su turno en la estratégica comisión A, que es una especie de rotonda legislativa para cualquier iniciativa que pretenda convertirse en ley.
Así entonces, y sólo para mencionar algunos de los más resonantes que esperan turno en la comisión de Asuntos Constitucionales, los legisladores deberían discutir la cuestión del acceso a la información pública, la creación de la figura del Defensor del Pueblo provincial, la ley de ética pública, las paritarias pedagógicas, la reforma de la ley 611, las modificaciones a la ley de coparticipación, la reforma del reglamento interno para la elección de jueces, entre muchas otras propuestas que seguramente demandarán más de una reunión de acuerdos.
Esta complejidad legislativa tiene un condimento muy importante: la cada vez más evidente ausencia de operadores con peso propio de parte del oficialismo provincial para encarar negociaciones importantes.
Como botón de muestra, es necesario remarcar que el único legislador oficialista que acompañó al vicegobernador y presidente de la Cámara en el reciente viaje a Chile es el ex intendente de El Chañar, Ramón Soto. Más allá de las cordiales explicaciones que se le puedan ofrecer a quien intente conseguir una respuesta al respecto, la evidencia es insoslayable a la luz de la cantidad de colegas de la oposición, que buscaron un lugarcito en el apetecible encuentro internacional.
Figueroa es un vicegobernador atípico. Participa esporádicamente tanto de las sesiones como de las reuniones de bloque de su propio partido. No tiene “tropa propia” y por consiguiente nadie sabe cómo es que hace para enterarse de los sabrosos detalles de los debates legislativos que se consuman en las comisiones.
Sin embargo es una innegable figura con la suficiente proyección propia como para incomodar los sueños de su compañero de fórmula, cuya relación se defiende con tanto énfasis público que no hace sino agrandar las sospechas sobre sus diferencias.
Con todo, las negociaciones de peso se “cierran” casi exclusivamente con el gobernador y en los casos en los que Figueroa concreta encuentros con legisladores de otros bloques, el protagonista acude a la cita en soledad, un dato que a sus eventuales contertulios no les es menor.
La ambigüedad del escenario no les quita peso a ninguno de los dos, ni les resta importancia, ni representa fisura alguna que pueda ser aprovechada por una oposición ávida de triunfos.
Tan solo configura un escenario que hace difícil para el oficialismo consumar la totalidad de los objetivos propuestos para el famoso “segundo semestre”, una especie de nueva quimera que a partir de las agudas promesas nacionales pasará a ser un ineludible lugar común del refranero popular.
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