desviada
desviada
sigo
por el camino correcto (Vasca, Macky Corbalán)
Zapala y Cutral Co son ciudades fuera de lugar, establecidas donde están a contrapelo de cualquier sensatez y, por supuesto, en contra de eso que se coincide en denominar sentido común. La estación Zapala, por ejemplo, fue un capricho interesado de Arturo y Ricardo Trannack, dueños de la estancia homónima en cuyos terrenos luego se constituyó el poblado desde la primera década del siglo pasado. Negocio inmobiliario, tal vez. Cutral Co, institucionalizada en los años treinta, nació a partir de la resistencia de los trabajadores excluidos del Octógono de YPF en Plaza Huincul, que nunca abandonaron esa parte de la estepa sin agua ni árboles ni cobijo salvo el de las cuevas donde dormían. Y no cesa de crecer desde entonces.
Inhóspitas ambas, la terquedad de su gente las sostuvo en el tiempo. Fueron los crianceros y los pequeños mineros en una; en la otra, los petroleros resistentes. Zapala y Cutral Co son también tierras de desolación, ciudades de la marginalidad. En la una hace años fue muerto, luego de un baile cuartelero, el soldado Carrasco, y se terminó el servicio militar en la Argentina. La segunda se incendió varias veces, dos antes del fin de siglo. Allí, una bala policial mató a Teresa Rodríguez pero la intifada criolla no fue vencida. Veamos, entonces. Neuquén se concibió, hace unas décadas, como una isla para la construcción política del estado: lo era cuando jugó el papel de niña mimada hasta que el piquete alzó su puño, y ahí se diluyeron todos los límites, todas las fronteras, todas las diferencias con el país real. Algo parecido ocurrió con la poesía compuesta aquí.
Esa manera terca resultó favorable, se convirtió en un abono para cierta poesía: Macky Corbalán en Cutral Co; Silvia Mellado en Zapala. Dos poetas con obras plantadas a contramano de los oropeles académicos, esos que exigen la escritura como marca de prestigio. Corbalán se despojó del lenguaje, al que consideró un laberinto del poder y por eso cárcel de la poesía: para ella no había inspiración ni escritura, con el lenguaje se quedaba la literatura. Pero no la poesía, que la hablaba a ella, y que hablaba a través de ella. Y en esa misma línea, Mellado cultiva una oralidad que combate y reconfigura el poema envasado en libros, encorsetado en pantallas iluminadas. La oralidad es el refugio de estas mujeres poetas, que critican el poder de los libros y las bibliotecas y, por supuesto, de los cánones siempre interesados. No, la poesía es aire, y la oralidad es su mejor soporte.
En estas dos ciudades, específicamente, la terquedad configura una actitud poética: así, Silvia Mellado se pone a contrapelo de los descontracturados de las redes sociales, se afirma sobre sus pies con un “no pasarán” apenas farfullado ante los vientos de una posmodernidad sin raíz. Ella, que viene de los vientos profundos y fríos que llegan de la cordillera y de esas pampas sepias con cardos rusos en el aire, sabe manejar el revulsivo patagónico: la terquedad es, entonces, un hecho poético, más que una actitud. Una epifanía sin espejos, como el sol de mediodía que atraviesa el cuarzo. Y allí avanza, desde la oralidad desnuda hacia otros soportes. Quizás, como Verónica Padín, hacia los videopoemas.
En los poemas de Silvia Mellado -desde el primer texto que cita a Michaux- el sentido se encabalga casi de manera indefinida, el verso abandona cualquier facilidad -rima, métrica, imágenes- y se desbarranca en una caída hacia las historias y la estirpe, en un movimiento en que ellas, las mujeres, se sienten “como paridas/o despedidas por el pujo natural de las cosas”. Las mujeres y los pájaros son los únicos personajes vivos del drama que plantea Mellado. La escena es terrible, pero está descripta con cierta ternura -los diminutivos, por ejemplo; la mención de un azulejo art nouveau; las intimidades líquidas-. Las mujeres no son víctimas; por el contrario, aun cuando “se redondea la espalda” o “rezan/agachadas”, aunque “están listas/para ser/decapitadas”, un San Sebastián las redime y “vuelven a ser despiadadas” en la certeza de que “todo se les ha perdonado”. Más todavía: son las que matan a las gallinas -una “estirpe”, de nuevo esta palabra, parece que Mellado construye una genealogía de mujeres fuertes, tercas-, y la interrogación está luego en el cuello de los cisnes, no en el de las viejas, porque el suyo es “de cóndor”, y ya no interroga: se atraganta el atardecer y hay “cantos en voz baja”. Las mujeres, las viejas, parecen sujetos pasivos de una acción que inicia alguien innombrado e invisible en el poema.
Cisnes, gallinas, cóndores. Y, en el poema final, una composición fuera de la serie inicial, aparece el albatros, un ave marina carnívora que da el nombre a un depredador humano: el miembro de un cuerpo de élite de la Prefectura argentina. En el poema, que instala la tragedia, el albatros se trueca en perdiguero, ese perro que acompaña a su amo en la caza, muchas veces deportiva, de aves silvestres. Así, con Rafael Nahuel, ese chico con nombre de ángel y apellido de felino asesinado durante la represión a una toma de terrenos en Villa Mascardi, San Carlos de Bariloche, en noviembre pasado.
Esta muestra, esta isla o archipíélago que se muestra, dibuja un posible itinerario desde adentro mismo de la poesía de Mellado: desmadeja una escena donde el viento hiere como navaja afilada, donde la luz no abriga sino que ilumina para demostrar la intemperie, donde el aire se llena de cemento y la piel se escama, se paquidermiza al punto que no hay humedad que alcance. En esa estepa del sentido, nace la poesía, de una terquedad (¡otra vez!), de una afirmación, de un deseo que se convierte en el centro de la creación, en el motivo del fuego que no se apaga. Es una sed continua y Mellado lo sabe: nada de libros, nada de escrituras, nada de bibliotecas. La poesía se transmite de boca a oreja, de oreja a boca y así sucesivamente. Cambia en el camino y es siempre la misma, se transmuta en oro pero queda en arena, esa piedra filosofal de la poesía patagónica, el silicio omnipresente, el ónix fabuloso. La rosa de arena.
Este texto fue publicado en “Atlas de la poesía argentina II”, volumen coordinado por Eugenia Straccali y Bruno Crisorio. Editado en La Plata, Editorial de la Universidad de La Plata (EDULP), 2019. Ilustraciones de Federico Ruvituso.
Selección de poemas de Silvia Mellado, publicados en “La ficción de la poesía”, Comodoro Rivadavia, Espacio Hudson, en colaboración con la Legislatura de Neuquén, en 2019
las de su misma clase la culparon
cuando ahogó el niño en la letrina
y es que donde nacimos
nunca hubo un mísero azulejo art nouveau
por eso tampoco tenemos caché para matar recién nacidos
pero fijesé que lo mismo nos ordeñan nos miden los fluidos es por eso del líquido que
nos leen
y siempre hay
un flujo una agüita
una sangre devenida en combustible invisible
para una sociedad ajena
al mundo que habitamos
quien más quien menos
se encorva
barre
despotrica contra el polvo y se redondea la espalda en la interrogación
de una joroba ancestral
se añora un tramo de asfalto con fruición hasta
en los rosarios de los domingos y las novenas de enero
hay que regar la calle para que ese polvo no entre más que en los pulmones
mientras
una bolsa y otra bolsa de cemento
se alejan
por las noches son las luces fugaces del cielo de la ruta
y no podemos pedirles tres deseos
ni subirnos
ni escaparnos
las mujeres
rezan
agachadas
pastizales azotados por el viento
de algunas son látigos de sauces el cabello oscilando al ras del suelo
si a alguien se le ocurriera
están listas
para ser
decapitadas
pero San Sebastián las custodia
aferrado al árbol él
ya ha recibido todas las flechas
todas
ya andarán
cuando levanten la cabeza
repartiendo coscorrones
y mirando enfurecidas
rebaños de niñas
queda en el rezo verso la congoja
después
vuelven a ser despiadadas
y piensan que todo se les ha perdonado
cuando vuelven del patio vienen con las gallinas agarradas de las patas
las cabezas se bambolean los cogotes retorcidos
y cada ojo tiene un velo gris de enfermo terminal
las sumergen en el agua hirviendo
se pierde en el bautismo de la olla
cada pluma
cada pelo de la antigua existencia
andarán huachos por un corto tiempo
los pollos más allá
unos cachorros deambulan alrededor de la perra temen correr la misma suerte
la estirpe de las que matan las gallinas
nació suelta dicen
y se ha ido arrimando han emigrado
se han venido desde la laguna en bandada
o a tranco
solitario
encorvadas
sacando insistentemente hasta el último polvo de las veredas
son bellos en el fondo los cogotes blandos
y maleables
de los cisnes
la interrogación atorada en el pescuezo
de las cisnes
los cuellos de cóndor de las abuelas
el bocio que abre el cogote a la pregunta
atardece en esos cuellos
una puesta del sol atragantada
los cantos en voz baja [1]
rafael nahuel
han soltado los albatros
en el medio del bosque
donde dice tierra ancestral
leen coto de caza los perdigueros que olisquean
gustosos un pedazo de tu muerte
[1] Datos personales:
Silvia Renée Mellado nació en Zapala, Neuquén, Argentina, en 1977. Poeta, docente e investigadora de la Universidad Nacional del Comahue, doctora en Letras por la Universidad Nacional de Córdoba. Publicó los libros de poemas Celuloide(2005); Acetato(2009), moneda nacional (2012); Pantano seco(2014) y La ficción de la poesía(2109). Sus poemas integran varias antologías, nacionales y del extranjero. Ha participado de encuentros de escritores y organizado espectáculos colectivos de poesía. Entre sus publicaciones sobre literatura se encuentra el libro La morada incómoda. Estudios sobre poesía mapuche: Elicura Chihuailaf y Liliana Ancalao (2014).
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