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Cuando un equipo de fútbol pierde por goleada un partido previsto como fácil, sus integrantes, en forma abierta o en voz baja, buscan sacarse de encima la responsabilidad echando la culpa sobre la actuación de los otros. Es lo que está pasando con el “mejor equipo”, según el decir del jefe de gabinete Marcos Peña. Ante el evidente fracaso de la política económica implementada el 10 de diciembre pasado y el incumplimiento de las metas declaradas al asumir, los principales integrantes de ese “mejor equipo”, según los trascendidos a la prensa, han comenzado a pasarse las facturas entre ellos.
Algo de razón tienen al querer descargarse de toda responsabilidad. Habían prometido rápidamente bajar la inflación del 20% del año anterior y la llevaron por encima del 40%; criticaron un déficit público del 2,3% del PBI y ahora y para este año lo duplicaron, fijando como meta el 4,8%; prometieron una “lluvia de inversiones externas” que traería crecimiento económico y bienestar y resulta que el Producto Bruto en lugar de crecer disminuye un 1,5% según el pronóstico del FMI, y bastante más según consultoras privadas; con una caída del 8,2% en la producción industrial (según FIEL), aumenta la desocupación laboral y el cierre de empresas, en un panorama social muy preocupante. Aumentaron la deuda externa pero sin incrementar las reservas porque crecieron las importaciones de productos superfluos y de consumo, afectando la producción nacional, y se desbocó el ahorro en dólares y la fuga de capitales. Y los ejemplos de incumplimientos sigue, incluyendo la pronta eliminación de gratuidad del fútbol para todos que en la campaña electoral habían garantizado que continuaba.
Según parece Adolfo Prat-Gay dice que la responsabilidad es de Sturzenegger, que no supo bajar la inflación y que elevó la tasa de interés de referencia, haciendo imposible la existencia de inversiones productivas; y también de Aranguren, que con su “tarifazo” disparó la inflación y generó un poderoso malestar social.
Juan José Aranguren dice que la responsabilidad principal es de Prat-Gay porque no supo manejar la relación entre ingresos y gasto público, dejándolo a él como única instancia para contener el déficit fiscal.
Por su parte Federico Sturzenegger dice que la responsabilidad es de los otros, especialmente de Prat-Gay que, repite, no supo bajar el déficit fiscal, y de Miguel Braun que abrió la importación sin control alguno.
En realidad la culpa es de todos ellos, fundamentalmente por aplicar una política neoliberal que ya había demostrado sobradamente su fracaso en el país y en el mundo. Con las medidas tomadas otro resultado hubiera sido imposible.
Esperemos que Prat-Gay haya aprendido que la eliminación de las retenciones al agro afectaron los ingresos fiscales; que querer retomar el equilibrio mediante ajuste de gastos (despido de personal, reducción de partidas de bienestar social o subejecución de las obras públicas presupuestadas) es totalmente erróneo, porque la disminución del gasto público crea recesión y hace disminuir aún más los ingresos del estado; que el resultado de esa política es el aumento del déficit público y la recesión económica.
También podemos esperar que Aranguren se haya enterado que los subsidios a los servicios públicos se aplican en todo el mundo y es una herramienta adecuada de justicia social; su eliminación produce profundas alteraciones en la distribución del ingreso y genera injusticia social.
Por otro lado, si Federico Sturzegger fuera alumno de escuela primaria tendríamos que hacerle escribir en el cuaderno 50 veces, hasta que aprenda, que “la inflación no es un fenómeno monetario”; es decir, que no se cura restringiendo la cantidad de dinero ni subiendo la tasa de interés. Como dijo Keynes hace ya 80 años, “si jugamos con dinero caro sobre la base de que es ‘saludable’ o ‘natural’ entonces, no tengo dudas, la recesión será inevitable. Debemos evitarlo como si fuese fuego del infierno”.
Usted me podrá decir que soy un iluso al esperar que aprendan, ya que no lo hicieron con la reiterada experiencia histórica ni lo van a hacer porque se enfrentarían a sus intereses de clase. Posiblemente ellos, y muchos otros, finalmente pensarán, como el presidente del Banco Nación Carlos Melconián, que el fracaso se debe a que las políticas implementadas no fueron suficientemente profundas.
En realidad no interesa mucho si aprenden o no. Lo que sí importa es que el pueblo aprenda esta lección.
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