Columnistas
29/10/2018

El horrible voto por un régimen neofascista en un país suramericano

El horrible voto por un régimen neofascista en un país suramericano | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

El triunfo de Bolsonaro en Brasil despierta miedos, peligros e infinitos interrogantes. Pero es una trampa suponer que fue una elección “democrática”, y no advertir la previa devastación del Estado de Derecho y las libertades. Por ahora solo se puede “mirar en la oscuridad”, como dijo el historiador Eric Hobsbawm.

Miguel Croceri

En estas horas de tremenda angustia política y repulsión moral para los sentimientos y las ideas democráticas y populares, estalla el imprescindible debate público -iniciado en los meses previos por imperio de los datos de la realidad, y en particular tras la primera vuelta de la votación- acerca de lo que significa la elección de Jair Bolsonaro como presidente de Brasil, cómo pudo ganar una elección, qué peligros se avecinan y otros infinitos interrogantes que se abren.

Uno de los infinitos asuntos a discernir es ponerle nombre a lo que sucede: si corresponde o no considerar al político ganador como un “fascista”, y qué significaría eso. Como aproximación conceptual -sin otra pretensión que su validez para esta nota-, puede afirmarse que tanto el candidato triunfante como el proceso político que encarna, representa y encabeza, es una forma de “neofascismo”.

El prefijo “neo” (nuevo) refiere a sus características inéditas en un país de América del Sur por resultar de un procedimiento electoral, aunque este en modo alguno reviste el carácter de “democrático”. Mientras que “fascismo” alude a que posee rasgos claves del sistema implantado en Italia en el período de entreguerras del siglo pasado bajo el liderazgo de Benito Mussolini: la abolición de las libertades democráticas y el uso violento del poder estatal contra el pueblo, a fin de perpetuar un sistema económico y social basado en el poder de las corporaciones (empresariales, militares, policiales, judiciales y de cualquier otro tipo).

De todos modos, precisamente por tratarse de un fenómeno novedoso para este momento histórico y esta parte del mundo, la observación rigurosa del caso Brasil/Bolsonaro, su comprensión analítica y las elaboraciones teórico-conceptuales que de allí puedan derivarse, son tareas de máxima complejidad intelectual que corresponden a quienes tengan la debida pertinencia para realizarlas.

Como antecedente, algunos autores de artículos de actualidad en los años recientes han definido al neofascismo, o al fascismo, como “una fase superior del neoliberalismo”. (Un texto en ese sentido fue escrito por el sociólogo español Javier de Rivera, especializado en redes sociales, quien formuló el concepto al comenzar el año pasado, cuando empezaba el gobierno de Donald Trump en EU. Nota del 22/01/17 publicada en un blog del portal de noticias Público de España - Otro ejemplo, tomado al azar igual que el anterior, se refiere a las masacres perpetradas por la represión de protestas sociales en México para imponer reformas de liberalización de la economía. El autor es Sergio Barbosa y se publicó hace más de dos años en el portal mexicano Regeneración. Nota del 26/06/16).

“Libertad” y “democracia”

En Suramérica, y en toda la llamada América Latina, la democracia ha dejado de existir si se la piensa como se la pensó desde comienzos de los años ‘80, cuando un proceso histórico de alcance continental puso fin, paulatinamente, a las dictaduras basadas en el poderío militar que existían en la mayor parte de las naciones. (Las consideraciones del autor de esta nota al respecto, fueron publicadas por Va Con Firma hace un mes. Nota del 24/09/18).

Un intento por comprender cómo se llegó a este horrible momento político, en el que una mayoría de ciudadanas y ciudadanos de un país suramericano votó por un neofascista, propone evitar la trampa de suponer que las personas somos completamente “libres” y que todo pronunciamiento electoral es por sí mismo “democrático”.

La “libertad” es uno de los grandes valores humanistas generados a lo largo de la historia, pero en cada situación particular tiene condicionamientos. Igual que la “democracia”, que es un sistema político también pensado como un ideal a alcanzar, pero que en cada una de las infinitas realidades concretas toma una forma específica dentro de cierto contexto.

Para explicar lo anterior puede hacerse una comparación con los casos de Europa occidental, cuyas sociedades son exhibidas generalmente como virtuosas por las ideologías dominantes en el mundo. En varios de los países (por ejemplo, España, Holanda, Suecia, Noruega, Dinamarca, Gran Bretaña, etc.) la elección de autoridades por el voto ciudadano convive con monarquías a las que nadie vota. Quiere decir que, en cada situación, las sociedades -en verdad, las relaciones de fuerza y las disputas de poder dentro de las mismas- interpretan el ideal de “democracia” de una determinada manera.

Hasta llegar a la elección de Bolsonaro, previamente se gestaron durante años las condiciones de devastación del Estado de Derecho y las libertades públicas, en un largo y meticuloso proceso perpetrado por los poderes de facto locales, en articulación con los centros de poder extranjeros.

La clave de la etapa histórica está en los planes de Estados Unidos para desgastar y/o derrocar -donde las hubo o los hay todavía-, y luego impedir que puedan volver, las fuerzas políticas y líderes que han confrontado contra sus intereses y los de las clases dominantes de cada país, a quienes denominan “populistas”.

Cuatro poderes colosales

Manejados por los mandos norteamericanos y por las oligarquías brasileñas, al menos cuatro vectores convergieron en la realidad del país hasta degenerar las condiciones mínimas para el libre ejercicio de la democracia:

1) Un Congreso corrompido hasta la médula, que en 2016 derrocó a la presidenta constitucional Dilma Rousseff.

2) Un Poder Judicial sedicioso, cuyo principal ejecutor es el juez Sergio Moro, que inventó una condena para meter preso y proscribir al ex presidente Lula Da Silva, el más grande líder popular del país y probable ganador de la elección.

3) Un aparato mediático gigantesco encabezado por la Red Globo y otras cadenas, todos con discursos ideológicos de derecha -en distintas variantes-, que penetran profundamente en la subjetividad colectiva las 24 horas de todos los días de la vida.

4) Una conducción militar de ultraderecha, la cual exigió que Lula no fuera liberado y advirtió que no permitiría asumir a Fernando Haddad si llegaba a ser elegido.

En cuanto a la influencia destructiva de los medios de comunicación más poderosos, cabe recordar que, a diferencia de Argentina, allá no existe ni remotamente algo parecido al canal de noticias C5N, al diario Página 12 o a la radio 750, por citar medios porteños de alcance nacional que atenúan, aunque sea mínimamente, la desinformación y el “lavado de cerebro” sobre la población que ejecutan minuto a minuto los aparatos comunicacionales dominantes.

La posibilidad, en Brasil, de difundir discursos contra hegemónicos, se reduce casi exclusivamente a unos pocos medios locales de alguna ciudad o región, así como a plataformas y herramientas de la comunicación digital.

Y en este último caso solo de forma muy limitada, debido a que tanto el acceso a datos privados sobre los votantes como los algoritmos que organizan la circulación de mensajes, están dominados por los grandes conglomerados empresarios trasnacionales de las tecnologías de la información y la comunicación.

Con ese poderío colosal, no solo el candidato Fernando Haddad durante las pocas semanas en que debió encabezar la campaña, sino tanto Lula como todo el PT (Partido de los Trabajadores) en su conjunto, durante años y años fueron combatidos mediante las más sofisticadas técnicas de acción psicológica sobre la opinión pública.

En el período pre electoral, el recurso más utilizado en favor de Bolsonaro fueron las mentiras, falsedades y engaños más atroces a través de Whatsapp. Tanto Haddad como su sector han realizado denuncias públicas acerca del tema en los días recientes.

Al mismo tiempo, la propagación de noticias falsas (fake news) en las redes digitales para manipular la voluntad de los electores, es hoy motivo urgente de máxima preocupación entre los académicos que tienen un compromiso democrático y estudian los comportamientos sociales y los sistemas políticos. (Días atrás, el prestigioso sociólogo portugués Boaventura De Sousa Santos hizo su advertencia acerca del tema en un texto publicado por el portal Pressenza. Nota del 21/10/18).

“Una mirada hacia la oscuridad”

El historiador Eric Hobsbawm (quien nació en 1917 y murió en 2012), publicó en 1994 su obra “Historia del siglo XX”, donde desarrolla el concepto que denomina “siglo XX corto”, iniciado con la primera guerra mundial (desde 1914) y concluido con el colapso de la Unión Soviética (en 1991). En el capítulo introductorio, anticipa que el libro “concluye -como corresponde a cualquier libro escrito al comentar la década de 1990- con una mirada hacia la oscuridad”.

Parafraseando al gran historiador, es posible afirmar que escribir sobre lo que puede ocurrir tras la elección de Bolsonaro en Brasil, tanto en ese país como en el nuestro y en el resto del continente y del mundo, implica también “una mirada hacia la oscuridad”.

Pero, además, la metáfora de la “oscuridad” se puede tomar simultáneamente en dos sentidos distintos: por un lado, como aquello que no se puede ver por falta de luz, y al mismo tiempo como algo que atemoriza y angustia, o directamente produce pánico y terror.

En cualquier caso, adivinar lo que ocurrirá más adelante no está dentro de las posibilidades humanas. Lo que sí es posible realizar, es una observación de los hechos del pasado y del presente, y trazar hacia el futuro ciertas perspectivas.

Hobsbawm, al publicar el mencionado libro cuando faltaban seis años para el 2000, escribió lo siguiente: “Ignoramos qué ocurrirá a continuación y cómo será el tercer milenio, pero sabemos con certeza que será el siglo XX el que le habrá dado forma”.

Nuevamente mediante una apropiación (arbitraria, está claro) de su idea, la llegada al gobierno brasileño de un presidente de ultraderecha merece ser considerada -sin saber lo que sucederá de aquí en adelante- como el horrible momento en el cual fue votado un régimen neofascista en un país suramericano.

Y no es un país de poca gravitación sino todo lo contrario: Brasil, en números aproximados y “redondos”, representa la mitad de Suramérica. Tanto por su población, como por su extensión territorial y por el tamaño de su economía. Además, como todas/os sabemos, está al lado de Argentina.

29/07/2016

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