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05/08/2017

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Hospitales, caídas, natación

Hospitales, caídas, natación | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Su apellido coincidía con el nombre de una concesionaria de autos Ford, muy popular en esa época, pero lo más desconcertante era el título del libro que al final del encuentro obtuve al cambio del mío: “Crawl”, por Héctor Viel Temperley, sin pie editorial, publicado en 1982. El texto de la dedicatoria dice “por su fé (sic)/en el amor/y en la palabra/, su amigo”, luego la firma, una cruz dibujada y el año.

Gerardo Burton

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Uno

Fue en octubre, creo. En 1983 el Centro Cultural Cátulo Castillo funcionaba en un club de barrio cerca del Congreso, en Buenos Aires. Estoy casi seguro de que era octubre, y en la tarde después del trabajo, porque varios pedimos cerveza fría. Y apurábamos cigarrillos, la mayoría fumaba entonces. Ya estaban allí Héctor Ángeli, Miguel Ángel Viola y una chica joven sentada al lado de un tipo alto que parecía tener una estancia, hacer deportes o mucha vida al aire libre cuando llegamos Jorge Smerling y yo. Apenas comenzada la primavera, ese tipo ya estaba con la piel coloreada por el sol. Un deportista que desentonaba con el resto, sólo poetas urbanos que poco sabíamos de vida al aire libre y menos de combatir la palidez.

Ese año ya estaba cerca la victoria de Alfonsín en su carrera presidencial. Quedaban esquirlas de la guerra de Malvinas, y la desconfianza hacia dictadores, patrones de estancia, diarios mentirosos, jueces sobornables y oligarcas seguía en el aire. Quizás hubiéramos hablado de política; lo seguro es que con el poeta-deportista coincidimos: empezamos con el Cantar de los Cantares y terminamos con Juan de la Cruz. En medio, algunos poetas ingleses, pero sobre todo esa profunda unidad que existe entre poesía y mística sin que se sepa cuál es la jerarquía ni si tiene que haberla; y entre la contemplación y el hallazgo inesperado o entre el más acá y el más allá apenas cortados por un delgado hilo. Era muy raro encontrar alguien así: católico explícito -algo que por entonces pocos asumían-, que estaba acompañado por una de sus hijas -Soledad, la única mujer sentada a la mesa- y que hablaba de sus convicciones sin solaparlas. Lo más curioso fue saber que compartíamos la misma necesidad de silencio y apartamiento: él también había pasado largas temporadas entre los benedictinos de Los Toldos, y mientras lo contaba, fumaba cigarrillos negros sin parar, tomaba su whisky y reía a carcajadas.

Dos

Omar Zarza y Cristian Aliaga van delante, casi en los bordes del puerto de Bahía Blanca. Es domingo, el mar está cerca y en la tarde primaveral los viejos boliches del barrio permanecen cerrados: maderas descascaradas, colores estridentes de lo que en una época -y todavía hoy, por las noches- es una barriada de alcohol, prostitución, violencia. Vamos al complejo ferroportuario, donde las instalaciones del ferrocarril se convirtieron en museo. Allí también hay un bar. Aliaga dice algo de la poesía, habla de sus libros y cita “Música desconocida para viajes”. También su doble: “Pasión extranjera”, que está en proceso de edición en Londres y que será la contracara de “Música”: un patagónico que devuelve el viaje a los británicos, que desmenuza los rincones y las costumbres de un mundo que se cae, que la Unión Europea no puede parar y que se niega a recibir inmigrantes de continentes que conquistó, sometió y depredó con tanta saña como raciocinio.

Pero alguien le dice Cristian, no te olvides de “La caída hacia arriba”; ése es un gran libro. Y Aliaga mira, no se sabe si convencido o esperando la cargada, la broma. Es un libro difícil, admite, compuesto en la sala de visitas de un hospital de Madrid donde convaleció un largo tiempo, con un único viaje de veinte metros desde su habitación. Nada de viajes para el viajero patagónico. Y claro, es un libro sobre el dolor y, como nunca, en esta poesía cada palabra vale como cada silencio. Tienen ambos el mismo peso específico porque todo es extremo: la enfermedad, el vacío, la soledad, la sensación de final sin vuelta posible. Esa caída que alude lejanamente a la del Paraíso, cuando la conciencia del cuerpo y de la libertad de espíritu exilió a la primera pareja. El dolor está en el origen, también, como la muerte, como la enfermedad, como el huidizo amor. Se transforma la percepción, los modos de ver la realidad. Caer al infinito, y luego subir/hasta el alto de las murallas:/.../Quiero dejarles mi albedrío perdido gotitas/condensadas de una especie./Soy condenado a sufrir la felicidad que siempre termina//El sol está acabándose: es tarde para empezar a entrar. En Bahía Blanca, ahora, en noviembre de 2016, recién finaliza la primera edición del encuentro de poetas Conexión Sur, que programó lecturas en la universidad, en el Centro Cultural El Pez Dorado, en el Club Sixto Laspiur.

Tres

Su apellido coincidía con el nombre de una concesionaria de autos Ford, muy popular en esa época, pero lo más desconcertante era el título del libro que al final del encuentro obtuve al cambio del mío: “Crawl”, por Héctor Viel Temperley, sin pie editorial, publicado en 1982. El texto de la dedicatoria dice “por su fé (sic)/en el amor/y en la palabra/, su amigo”, luego la firma, una cruz dibujada y el año. Es un libro de poemas que se construye con fragmentos, y que anticipa el siguiente, compuesto por imágenes, visiones, recuerdos en medio de una enfermedad que lo acosaba.

En agosto pasado se cumplieron 30 años de su muerte. Su vida fue vencida por el cáncer, pero su muerte quedó derrotada por la poesía y por esa fe que ilumina las cosas, los seres y así le confiere la posibilidad de cambiar el signo de los acontecimientos. Difícil de lograr, pero posible aun cuando no se sepa el resultado. La voluntad de Viel se expresaba en la natación, que simbolizaba la lucha contra las adversidades y a la vez el abrigo en la fe. La natación era una metáfora de su acercamiento -difícil, esforzado pero seguro de sus propias fuerzas- a dios. “Crawl” es el poemario donde el cuerpo realiza ese viaje, pero es a la vez el vehículo para llegar a destino. Por eso, también su modo de fe estaba teñido de cierta saludable heterodoxia. De ahí a la oración, que ejercitaba a diario, y de ahí a la poesía, un oficio laborioso que hacía en soledad, sin la contaminación socioliteraria que cubre de plumas a los pavos reales de la cultura. Se mantuvo en un riguroso margen por elección personal.

Cuatro

La caminata termina en el café del museo, entre tazas humeantes y tortas caseras. Los tres continuamos la charla sobre el encuentro: poetas, artistas, posibilidades de continuidad. La política, siempre. Y proyectos de ediciones, en busca de afirmar los canales de difusión de la producción poética patagónica. Lejos de los centros, buscamos la periferia. Cada uno tiene la suya: los bahienses porque no encajan en la formalidad académica de la ciudad, enorme, sólida, que parece eterna. Aliaga y el otro, porque cruzaron el Salado al sur, y después el Colorado al sur, y eso es matrerear como Martín Fierro, sin la Vuelta. Y todo es más duro, más difícil. Es como el viento de la Patagonia: presente siempre, feroz, incansable. Compañero.

Aliaga va a decir, en una entrevista, que la clave de estos poemas está en el cuerpo, obturado por la racionalización. “Nuestra mente, dice, sufre más que el cuerpo, podríamos decir; aunque los límites son imprecisos, ambiguos, insondables. El dolor está en el cuerpo, pero fragmenta nuestro cerebro. Uno se vuelve un animal reducido a escarcha frente a la mirada piadosa de los otros”. Pero hoy no quiere hablar de esto, mientras Zarza y el otro amigo piensan en esos versos:

 

Si tienes oscuridad,

en algún lugar debe existir

la luz.

En tu lugar, los perros duermen

como algunas personas,

convencidos de que nada pasa.

Es mejor así:

la muerte llega por acumulación,

no por impacto.

Hay evidencias

de que nada pasará,

de que todo viento será en vano.

La verdadera caída es hacia arriba. (Si tienes oscuridad, de “La caída hacia arriba”)

Cinco

En 1986 publicó “Hospital Británico”, un poemario donde aparecen el infierno y la paz a lo largo de una convalecencia en ese establecimiento, del que salió con la cabeza vendada luego de una cirugía para extirpar el cáncer. Allí fue un recluso con la conciencia de que es posible recostar la cabeza en la luz y recibir un premio: Pabellón Rosetto, larga esquina de verano, armadura de mariposas: Mi madre/vino al cielo a visitarme.

Lecturas de Hospital Británico César Bandin Ron lee:

Mariano Blatt:

Esa visita es significativa: su madre había muerto hacía tiempo pero lo vio durante la operación y en ese momento le dictó el largo poema. Para Enrique Molina, en la lucha que representa este poema agónico hay un “resplandor de la fe” que lo transforma “en una batalla del espíritu, en una desesperada experiencia de la intuición de lo Absoluto, vivida concretamente en ese centro del mundo que es el Hospital, en el que la realidad inmediata, con su intensidad sensual crea, paradójicamente, el sentimiento de una irrealidad total”. Porque, dijo Molina como Rimbaud, “la verdadera vida está en otra parte”

 

Pabellón Rosetto, larga esquina de verano, armadura de mariposas: Mi madre

vino al cielo a visitarme.

 

Tengo la cabeza vendada. Permanezco en el pecho de la Luz horas y horas.

Soy feliz. Me han sacado del mundo.

 

Mi madre es la risa, la libertad, el verano.

A veinte cuadras de aquí yace muriéndose.

 

Aquí besa mi paz, ve a su hijo cambiado, se prepara –en Tu llanto- para

comenzar todo de nuevo.

 

Mes de marzo de 1986

 

(versión con esquirlas y "Christus Pantokrator")

 

Pabellón Rosetto, larga esquina de verano, armadura de mariposas: Mi madre

vino al cielo a visitarme.

 

Tengo la cabeza vendada. Permanezco en el pecho de la Luz horas y horas.

Soy feliz. Me han sacado del mundo.

 

Mi madre es la risa, la libertad, el verano.

 

A veinte cuadras de aquí yace muriéndose.

 

Aquí besa mi paz, ve a su hijo cambiado, se prepara –en Tu llanto- para

comenzar todo de nuevo.

HOSPITAL BRITÁNICO

 

Voy hacia lo que menos conocí en mi vida: voy hacia mi cuerpo . (1984)

 

… (de “Hospital Británico”, publicado en Buenos Aires en 1986)

 

ME HAN SACADO DEL MUNDO

 

Me cubre una armadura de mariposas y estoy en la camisa de mariposas

que es el Señor—adentro, en mí.

 

El Reino de los Cielos me rodea. El Reino de los Cielos es el Cuerpo de

Cristo —y cada mediodía toco a Cristo.

 

Cristo es Cristo madre, y en Él viene mi madre a visitarme.

 

ME HAN SACADO DEL MUNDO

 

Necesito oler limón, necesito oler limón. De tanto respirar este aire azul, este

cielo encarnizadamente azul, se pueden reventar los vasos de sangre

más pequeños de mi nariz. (1969)

 

El verano en que resucitemos tendrá un molino cerca con un chorro

blanquísimo sepultado en la vena. (1969)

(Fragmentos de “Hospital Británico”, publicado en Buenos Aires en 1986)

 

Héctor Viel Temperley nació en Buenos Aires en 1933, donde murió en 1987. Publicó nueve libros desde "Poemas con Caballos", "El nadador", "Humanae vitae mía", "Plaza Batallón 40", "Febrero72 - Febrero73", "Carta de marear", "Legión Extranjera", y los más difundidos "Crawl" y "Hospital Británico".

Lector asiduo de los Salmos, oraba a diario, escribía poesía y combinaba la búsqueda mística y el oficio de poeta con actividades aparentemente disímiles -remo, natación, atletismo, práctica de hacha, para tener un buen estado físico.

Seis

Ese último verso de Viel Temperley(El verano en que resucitemos tendrá un molino cerca con un chorro/blanquísimo sepultado en la vena)funciona como epígrafe de una de las secciones de La caída hacia arriba. Aliaga añora que haya contigüidad entre su poemario y el de Viel. Dice que lo admira por “la desarticulación del lenguaje” y desde ese lugar llega a John Donne y Artaud, es decir, procura una combinación de metafísica con desgarro. Y así, el dolor queda “como una segunda memoria que a veces es la única”.

 

Acunado por el Mar de Fuego, la Enfermedad,

me acuesto y me levanto. No busco empalidecer,

sino hallar el ritmo de sus mareas y arribar a esta mañana.

 

Ha venido un pájaro de pecho gris. No gorjea, sólo canta

silencio. No es azul, pero deja una estela azul.

No es el ruiseñor aquel de Keats ni la calandria

que Gelman hizo cantar una vez y otra.

 

He visto antes en el Mar de Fuego

al pájaro que vino en mi cumpleaños.

 

no canta hoy pero no está embalsamado.(Acunado por el Mar de Fuego, de “La caída hacia arriba”)

Un objeto minúsculo, una nada sin forma

se vuelve el centro de mi universo.

La vida de uno pende de ese fragmento invisible.

Es un meteorito que no se puede controlar. Se lanzan

sobre él bombardeos masivos de sustancias. Todo por

aproximación, a partir de cálculos precarios y experiencias anteriores.

A veces cede en su condición atómica,

se disuelve como una ciudad invisible

asediada por vuelos nocturnos y bombas incendiarias.

La ciencia dice saber cómo se hace.

A pesar de ella misma y de sus sacerdotes voluntariosos,

a veces ocurre el milagro a escala decimal,

y una vida anónima, que parece desaparecida en el juicio universal,

continúa. (Un objeto minúsculo, de “La caída hacia arriba”)

 

Cristian Aliaga nació en Tres Cuervos, provincia de Buenos Aires, en 1962) reside en la Patagonia hace más de treinta años. En poesía, publicó Lejía (Último Reino, 1988); No es el aura de Kant (Último Reino, 1992); El pasto azul (Último Reino, 1996);  Estancia La Adivinación (Último Reino, 1998), Música desconocida para viajes (Deldragón, 2002), la antología Estrellas en el vidrio (selección de Jorge Boccanera, Colihue, 2003), La sombra de todo (Bajo la luna, 2007) y La caída hacia arriba (Hilos, 2016). Editó la obra de Juan Carlos Bustriazo Ortiz, Herejía bermeja (En Danza, 2008), Desorbitados. Poetas novísimos del sur de Argentina (Fondo Nacional de Artes, 2009) y Excéntricos. De Bustriazo Ortiz a Zelarayán, entre otros títulos. Es autor de varios libros de ensayos y artículos y realizó antologías de poesía, narrativa y ensayística, sobre todo patagónica.

29/07/2016

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