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08/07/2017

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Don Marcelo

Don Marcelo | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

El poeta está sentado a la mesa. Un pequeño letrero de madera colgado en la pared detrás de él enmarca su cabeza con la frase “En esta casa no se habla de religión ni de política”. Un patriarca satisfecho, eso parece, mientras mira a su alrededor, ceba unos mates y habla de su música, de cómo compone, de los poemas que se le imponen en la madrugada, cada madrugada.

Gerardo Burton

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Por segunda vez en el año, el cronista visita la ciudad de Neuquén. Viene con un pedido de la editora de la revista: entrevistas con Humberto Lombera, fundador y presidente de Artesanías Neuquinas, y con Marcelo Berbel, el poeta y compositor de la Patagonia. Lombera está en Buenos Aires, parece que en una feria nacional.

En 1986 todavía dura el envión optimista tras la dictadura: faltan meses para el alzamiento de Aldo Rico y mucho más para el punto final, la obediencia debida, los indultos. Falta para los brotes inflacionarios y el terrorismo hiperinflacionario. Falta para la pesadilla neoliberal, que se asomará después. En agosto, la ciudad está luminosa y fría.

Por un amigo de un amigo, el cronista se entera que el poeta vive en el barrio La Sirena. Será uno de los primeros vecindarios por donde caminará, sin saber que se quedará a vivir en esa ciudad. Es casi el mediodía de un jueves o un viernes, no recuerda bien ahora, cuando llega a la casa, sencilla con un pequeño jardín en el frente.

El poeta está sentado a la mesa. Un pequeño letrero de madera colgado en la pared detrás de él enmarca su cabeza con la frase “En esta casa no se habla de religión ni de política”. Un patriarca satisfecho, eso parece, mientras mira a su alrededor, ceba unos mates, toca -o acaricia- la yerbera y habla de su música, de cómo compone, de los poemas que se le imponen en la madrugada, cada madrugada. “A las cuatro y media de la mañana, si hay algo que decir es porque vino de algún lado”.

Avanzan en la charla: discuten sobre la composición del Martín Fierro, ese poema fundacional para el poeta y para el cronista. El poeta lo analiza, lo destripa y lo cita de memoria, lo apasiona. Su voz es algo apagada, enronquecida por una operación que le impide cantar. Es un gran conversador. El cronista no sabe todavía que Martín Fierro será, mucho después, una metáfora de su propia escritura, de su misma posición frente al mundo: pensará que su vida representa la ida del gaucho matrero y desertor, esa búsqueda de libertad más allá del Salado que con los años definirá su voz.

El poeta elabora su propia genealogía: la música que compone se llama loncomeo, dice, movimiento de cabeza en el idioma de los ancestrales pobladores de la tierra, a los que reivindica. Lonco, cabeza; meo o mew, movimiento. Extrae estos ritmos del complejo ritual mapuche: el tayill es el canto ceremonial; el choique purrún, el baile; el nguillatún o camaruco, el ritmo. Es una operación totalmente suya: más adelante, los mapuches se reconocerán a regañadientes en esa música. Pero la aceptarán. En 1986 todavía falta mucho para la recuperación de la cosmovisión originaria y su integración a la vida cotidiana en la provincia. Todo permanece clandestino, perseguido, con pequeños afloramientos, con incipientes gestos de resistencia. Sólo algunas comunidades se paran firmes. Ayudan algunos huincas o winkas -el obispo, curas, maestras, enfermeras, quienes defienden los derechos del hombre y de los pueblos-.

Habla de los pueblos aborígenes del norte de la provincia. Dice que vinieron con los incas, que tuvieron que ver con ellos. Menciona el Camino del Inca, esa ruta paralela a las altas cumbres de los Andes que, según él, llegaba más allá del sur de Mendoza. Allí, cuenta, había civilizaciones, culturas precolombinas. Él ya sabe, aunque todavía no están consagradas por la especialización y la academia, que en Colo Michicó hay huellas del paso de comunidades que vinieron del norte del país cuando Argentina todavía no lo era. Y de esos pueblos refiere la creación de la quena: “empezaron a jugar con los huesos de sus enemigos muertos, con el fémur: con unos agujeros lo convirtieron en un instrumento musical que evoca el viento siempre presente en la cordillera y en la meseta”. Leyenda o realidad, invención o relato oral, lo cierto es que así lo cuenta el poeta, y agrega que acá “hace mil años hubo una cultura que hizo cosas perfectas”. En otro momento, dirá que “los patagónicos siempre escribimos verdades. No escribimos con un mapa en la mano, pero nuestros temas, o por lo menos los míos, transcurren en el lugar donde sucedieron las cosas”. Así con La Pasto Verde, que en Buenos Aires escriben con minúsculas porque creen que es una especie vegetal autóctona, hasta que escuchan el poema con atención y se dan cuenta.

 

Una punta de flecha hallé una tarde

semi oculta perdida en la maleza

clavada en una herida que ella abriera

en el pecho desierto de la tierra.

Era aguda, era hermosa y cristalina

astilla trabajada de la piedra

tal vez su material  vino a este mundo

en el raudo meteoro de una estrella.

Yo alcé como flor de otros veranos

su forma corazón, blanca y perfecta.

 

El arco que impulsaba su destino

hace mucho la dejó sola e inerte

con el mudo misterio de su hechura

y el antiguo secreto de su suerte

vi en el tiempo la mano creadora

que forjó su ángulo grave y reluciente

y la vi como ayer, surcando el aire

con el silbo de su andar frío y silente.

Y pensé en la trayectoria y la distancia

pequeña mensajera de la muerte.

 

Así se me ocurrió que en algún tiempo

de ese mismo lugar y por la tarde,

otro ser como yo miraba el cielo,

y el sol del horizonte que arde y arde.

sentí como que hablaban los silencios,

y la vaga sensación de estar con alguien,

y no se porque razón deje la flecha

en el mismo lugar que estaba antes.

Más primero la apreté fuerte en  el puño

Y cien siglos se clavaron en mi sangre. (Punta de flecha)

Cuatro años después, el cronista vuelve a la casa de La Sirena. Esta vez, con otro propósito. La presidenta de la fundación del banco de la provincia, Berta Schapiro, le encarga transcribir a máquina los poemas manuscritos del poeta, discutirlos con él, corregirlos y eventualmente ordenarlos para una edición.

Es una tarea interesante, importante. Será la obra casi completa, o completa hasta ahora, del poeta, que todavía no compuso la letra del himno de la provincia; eso ocurrirá dentro de dos años -en 1991- y será sobre un poema de Osvaldo Arabarco, Neuquén Trabún Mapumapu -Neuquén, tierra de encuentro-. Ése será un punto culminante en la trayectoria del poeta: su música y su poesía ya habrán trascendido las escuelas: las peñas, las fiestas provinciales, los actos oficiales, en todos estarán el himno que compuso y las canciones que cantan sus hijos y que se difunden por todo el país, Cosquín incluido. Los principales intérpretes las cantan; atraviesan toda frontera. La Patagonia ya puso su pie en el cancionero nacional y latinoamericano.

Su poesía será, con la de su amigo Milton Aguilar, la que cierre el ciclo regionalista en la provincia. Son los que vivieron la época territoriana, los que vinieron después de los viajeros, de los milicos y de los curas. Los que escribieron después. Están él, Milton, Juan José Brion, que ya encabalga hacia el futuro. Y como un Jano femenino, Irma Cuña mira hacia el pasado y hacia el futuro. Ella está volviendo en esos años, hay una revolución en la poesía de esta parte de la Patagonia. Todos se miran, todo está por continuarse, todo está por expandirse. Veinte, treinta años después, la poesía aquí será otra.

Ya tiene en su haber la zamba sobre la Pasto Verde, dice “fue ella la que me abrió la puerta de Buenos Aires”. La cantan Jorge Cafrune, José Larralde, Los Andariegos, es “un sencillo homenaje a una mujer mendocina que supo desde su ranchito de adobe albergar los sueños de lanza y romance en épocas de fortines”. Carmen Funes se llamaba, había venido como fortinera en el 3 de Fierro, desde Mendoza, y se asentó en Plaza Huincul, justo donde se establecieron a principios del siglo XX los padres del poeta. Cerca de la posta de la Pasto Verde estaba la tapera donde los suegros del poeta pasaron la luna de miel y cerca de donde el padre y la madre del poeta se conocieron. Más genealogías, esta vez próximas.

 

Aguada de los recuerdos lejanos

tapera de un dulce ayer

tiempo de la Pasto Verde

zamba del coraje hecha mujer…

 

Brava gaucha en los fortines sureños

bella flor del jarillal

mil soldados te quisieron

pero la tierra te quiso más.

 

Sobre las rejas, entre las piedras

donde duerme tu voz

mi guitarra lloró.

 

Sólo esta zambita por las noches

quiere darte luz.

porque le duele que digan

que el criollo neuquino te olvidó.

 

Quien te llamó Pasto Verde, fresquita

tal vez tu aroma sintió

poema de los desiertos,

besos de un coplero que pasó…

 

Tal vez hable de tus años de moza,

la aguada, el grillo, el zampal

años de lanza y romance,

sangre que secó el viento al pasar. (La Pasto Verde)

 

El cronista visita la casa de La Sirena todos los jueves durante -¿tres, cuatro?- meses. Cada encuentro es una conversación sobre los papeles que el cronista lleva, donde mecanografió los poemas escritos en cuadernos con renglones u hojas cuadriculadas, a lápiz o bolígrafo, con letra legible o indescifrable. El poeta escribe desde temprano, casi todos los días; a veces, en la cama. O el lápiz no tiene buena punta. O la lapicera anda escasa de tinta. Y raya el papel. O, cuando está de humor, dibuja las palabras. El cronista y el poeta discuten con paciencia: palabras que sobran, versos que no cierran, textos que se descartan. Una vez el poeta se enoja, se ofende: el cronista le ha dicho que sus versos “tienen una cierta resonancia de Pablo Neruda”. Impertinente, piensa acaso el poeta, sin decirlo, mientras acaricia la tapa manoseada de su cuaderno.

Finalmente, ya avanzada la primavera, el original está listo. Los poemas están ordenados según tema -los temas recurrentes de la poesía-: amor, muerte, dolor, vida. El cronista hace dos copias -no existen las computadoras personales todavía- y las lleva a la oficina de la fundación. Berta recibe las copias, las atesora quizás pensando que el año próximo pueda editar el libro.

El poeta está contento. Piensa, él también, que tendrá un libro más, que se agregará al que publicó Kune Grinberg en Siringa hace casi diez años “La copla nuestra de cada día”, que más tarde se reeditará como “Marcelo Berbel en coplas”. Pero éste que conversa con el cronista compilará los poemas dispersos, e incluirá los que no aparecieron como canciones. Sin embargo, su esperanza se va a frustrar. Habrá recambio de autoridades que definirán otras prioridades y el original mecanografiado se perderá en los archivos de la fundación.

Poco tiempo después, como para compensar la demora, se publicará un volumen titulado “Varios temas y algunas coplas”. Desde entonces, los libros ocupan estanterías en bibliotecas particulares y públicas, pero no en las librerías: están agotados, como suele ocurrir con los autores de la Patagonia cuando no están inéditos.

No logrará ver su obra publicada. Ya entrado el nuevo siglo, y pese a que repite continuamente que “mi política es celeste y blanca y mi patria son los mapuches”, tendrá su momento culminante como convencional para reformar la Carta Orgánica de la capital a mediados de los 90. Años después, León Gieco compondrá la música para su poema El embudo y desde su disco Orozco -1997- lo hará conocer por todo el país. Luego grabarán esa canción -una especie de baguala-rock pesado- Iorio, Divididos, Mercedes Sosa. Un canto que se ensambla con el no al caño que defiende los recursos naturales de la Patagonia. Recuerda haber dicho alguna vez que quizás le toque ser un referente regional, porque “siempre se trató de eclipsar a la Patagonia en casi en todos los aspectos, para sacarnos gas, petróleo, carne, pesca, lana. Y en lo cultural existieron barreras”...

El cronista ya le ha entregado una copia del original de sus poemas, la otra está en la oficina de Berta, en el centro. El poeta se queda mirando la luz del atardecer reflejada en los árboles de la calle. Su ventana mira al este, el ocaso en la ciudad tiñe de naranja y rosado objetos, personas, plantas, animales. Quizás el poeta recuerda cuando estaba en la escuela primaria y asomaba a la música de las palabras, esa que está entre una y otra y que a veces se parece al silencio. La maestra se ha acercado, ha visto qué ha escrito el niño que todavía no es poeta. Ese poema, ese bosquejo de la magia, está hoy tras un vidrio, casi setenta años después. Quizás también piensa en amutuy, vámonos, ese tema por el que se lo reconocerá tantas veces, con el que defenderá la resistencia mapuche, que será mucho tiempo un canto de lucha hasta que más adelante los mapuches dejarán de reconocer como suyo. Los hijos del poeta lo graban en un disco de 1988, Canta el Neuquén.

Marcelo Berbel dice haber nacido en Plaza Huincul en 1925, donde hacía poco se había instalado su familia en coincidencia con el descubrimiento del petróleo. Sus padres fueron Juan Berbel, oriundo de Andalucía, y María Teresa Arriagada, neuquina descendiente de mapuches. Murió el 9 de abril de 2003 en la capital provincial por una afección pulmonar.

Es autor de dos himnos: de la música del provincial de Neuquén sobre el poema Neuquén Trabún Mapu, de Osvaldo Arabarco, y del elegido para la ciudad capital: su vals Regreso al ayer.

Estudió en la escuela primaria de Plaza Huincul, fue músico militar y profesor de guitarra, instrumento que usaba para acompañarse. Al dejar la banda del Ejército comenzó su etapa más prolífica con poemas, canciones y charlas sobre la realidad de la Patagonia, su gente, los pueblos originarios, y así sus principales composiciones rondaron en torno de esos temas.

Sus hijos integraron el dúo Hermanos Berbel, primero con Néstor -Guchi- y Hugo -Chelito- y más tarde con Marité, que actualmente se presenta como solista.

Publicó tres libros: “La copla nuestra de cada día”, que luego fue reeditado como “Marcelo Berbel en coplas"; “Varios temas y algunas coplas”, publicado por la subsecretaría de Cultura de la provincia; y “Adivinitos”, un libro de adivinanzas para que los chicos del campo aprendan cosas de la ciudad y viceversa.

29/07/2016

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