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08/05/2017

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Folclore significa resistencia

Folclore significa resistencia | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Sinecio Verdecia Díaz es un narrador de historias, y las cuenta como poeta. Es discípulo de Rogelio Martínez Furé, un investigador del folclore y sobre todo poeta, y recopilador de la poesía africana tradicional y contemporánea.

Gerardo Burton

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En La Habana hay muchos: en las calles, en los cafés y también -y sobre todo- en el Malecón. Su origen está en el África Occidental y se los puede ver rodeados por un público casi en trance. El griot es un narrador de historias, y las cuenta como poeta, como el salmista bíblico, como un trovador o como un músico ambulante.

Sinecio Verdecia Díaz es uno de ellos: trae una tradición desde el otro lado del océano, y vuelve del libro a la oralidad necesaria. Cuenta sus historias en funciones performáticas, las cuenta alrededor de una botella de ron, de latas de cerveza o de un plato con bananas fritas. Y siempre es un hallazgo, siempre se aprende.

Guerreros observan mi rostro.

Centrado

                        Nube.

Taza de té.

                        Humo.

Katana sin funda. (Trueno)

Con ese breve poema, Sinecio reaviva el fuego de la memoria en un soporte que le es conocido, que le viene en la sangre, desde lejos. Es un canto a los antepasados que se reconoce también en la poesía japonesa del tanka y el haiku y que parte de la observación: con esa actitud que transforma su poesía y su música. Así, logra sintetizar la belleza y la complejidad del universo en un instante: sus imágenes son testimonios condensados que obstaculizan el andar indiferente y profundizan el sentido de lo cotidiano; porque eso está ahí, la historia es hoy.

Sinecio es discípulo de Rogelio Martínez Furé, un investigador del folclore y sobre todo poeta, y recopilador de la poesía africana tradicional y contemporánea. Martínez Furé habla, y los poetas que lo rodean lo difunden: “América es múltiple, pero una. Desde el 'encontronazo' de 1492, vivimos, y hoy sabemos más que nunca, que no tenemos que dejarnos colonizar ni neocolonizar”. Y agrega que “a cada época le corresponde su poesía, su estética y su identidad. Hay hombres y mujeres sacrificados”.

Aquí puede verse una especie de complementariedad entre la poesía de la negritud de Aimé Césaire -y Léopold Sédar Senghor, agrega alguien-. Césaire habló de la “civilización hipócrita” que estigmatiza las culturas provenientes del África.

La tarde de verano termina en el Hotel de Inglaterra, un edificio neoclásico en blanco y celeste, en cuya galería reina el sonido de los cubiertos y los pocillos que chocan entre sí y fijan una percusión complementaria del mambo, la rumba o el bolero que ejecuta la banda. Ése es el fondo musical. La gente sigue caminando por la rambla del Paseo del Prado, entre vaharadas de nafta quemada, gritos y cantos de los transeúntes, diálogos que pueden escucharse a varios metros de sus protagonistas y mujeres y hombres que cimbrean como juncos multicolores a medida que caminan. Es una danza continua en la que chicos, adolescentes, adultos y ancianos siguen una música que sólo ellos escuchan, quizás desde su sangre cerca del mar, siempre.

La conversación en la mesa vecina continúa en voz baja pero audible. Dicen que cuando algunos afirman que están en un destino determinado, por ejemplo México, si además pertenecen al ejército cubano, es muy probable que estén con una misión en algún lugar menos apacible.

También hablan sobre los problemas de los profesionales con los sueldos; de los maestros, de los médicos. Estos son artesanos magníficos, demandados por turistas generalmente europeos y casi siempre sajones o escandinavos, o por sus respectivas naciones. Perciben un salario de 18 dólares mensuales, que es muy bajo y sobre todo inferior al que perciben los integrantes de las fuerzas armadas y de seguridad, y por eso se las rebuscan como gerenciadores de albergues para turistas, conductores de taxis o de almendrones, fotógrafos o directamente como médicos en el extranjero, en programas oficiales o con contratos de clínicas y empresas de medicina privada en países capitalistas. Los médicos más jóvenes no tienen posibilidades de acceder a una casa antigua para entrar con una cooperativa y dedicarse a manejar un restorán o un café; o tampoco pueden acceder a reformar un piso y habilitar las habitaciones para alojar viajeros.

Todos los ciudadanos cubanos tienen su tarjeta para adquirir alimentos y artículos de almacén desde que nacen; los precios de los productos de la canasta básica son casi inexistentes de bajos, los remedios y la atención sanitaria son absolutamente gratis, como la educación. Eso está garantizado aun en las crisis más profundas.

Las misiones oficiales, continúa la charla, que se denominan “programas”, son también una fuente de recursos para la economía de la isla, argumentan en la charla, ya que “el profesional no recibe el estipendio completo, una parte queda para el Estado”. Parece algo lógico, ya que en Cuba nadie paga por la educación que recibe, ni por los libros ni materiales que necesita ni por los uniformes -en el caso de ser necesarios- que usa durante el cursado. Sin embargo, el virus capitalista acecha.

El sistema de salud cubano -totalmente público- recibe gente de afuera, que se somete a operaciones -por ejemplo, de cirugía plástica- debido a la pericia de los médicos locales y la garantía de que no les robarán órganos (sic). Mientras sigue la charla en la otra mesa, varias chicas y chicos jóvenes y no tanto estudian el panorama. Esperan que alguien les convide una cerveza, un cigarrito, un roncito y una conversación.

Es como en México con los espaldas mojadas, salvo que acá hay otras clasificaciones: pies mojados son los que huyen en balsa hacia Miami, donde hasta el mandato de Obama eran recibidos con la “ley para cubanos” que les permitía rápida residencia, trabajo y vivienda y coberturas sociales subsidiadas. Eso empezó a cambiar con la finalización del bloqueo, aunque nadie sabe qué pasará ahora con Trump.

Los que se quedan en el país son pies secos. Secos tienen también los bolsillos, pero no hay nadie que no tenga algún pariente en el extranjero. Esperan las remesas, y también la posibilidad de juntar algo de dinero y hacer los trámites para darse una vuelta por afuera. Contra todo lo esperado, las remesas están bien vistas pues inyectan divisas en la economía doméstica.

Alguien de los patagónicos ha escrito sobre Sinecio el año anterior, quizás Sergio Sarachu, como evocación de esa mañana en la cantera donde José Martí purgó su condena, apenas pasada la adolescencia aquí en La Habana.

El texto se titula “La cábala de las hormigas”, y alude a la primera presentación performática de Sinecio en el Festival de Poesía de 2015. Sarachu, casi seguramente es él, escribe que “Las hormigas ensayan vuelos suicidas desde la copa del jagüey, en el patio de la Fragua Martiana.

 

Caen en la cabeza, los brazos, los papeles de la poesía.

Algunas rebotan en el piso de piedra.

Doloridas, miran a Anaquiyé -de la mano de Sinecio Díaz-, a Irasema Cruz.

Cuando la poesía parte al Hurón Azul, suben otra vez el árbol y se tiran. Por cábala”.

 

Irasema Cruz es también poeta, y actriz y fotógrafa. Curiosa con sus anteojos de grueso cristal, movediza bajo sus gorras y sombreros, bulliciosa con sus sonrisas y comentarios irónicos entre vasos de ron y latas de cerveza. Acaso algún tabaco, que aquí sigue siendo popular, sin ninguna clase de discriminación, impedimento o prohibición.

Toma fotografías de Anaquiyé -una especie de marioneta que funciona como alter ego del poeta- y Sinecio, y sus imágenes aparecerán poco después en revistas y periódicos literarios. Se reúne con Simón Carlos, el director de teatro que pone en escena un monólogo maravilloso en el palacio de la Uneac, debajo del magüey frondoso.

En su poemario “La disyuntiva”, Sinecio se convierte en el poeta de una tribu que reivindica los pasajes oscuros de la historia nacional. Según los críticos, “interroga a su sangre milenaria, cava en las raíces más profundas del árbol genealógico de todos los descendientes de esclavos africanos forzados a morder el polvo caribeño centurias atrás; y dialoga con la historia cubana sobre esos callejones olvidados, en los cuales se hacinan abakuas heroicos, veteranos frustrados de las guerras independentistas, patriotas asesinados”.

Justamente sobre ellos habla cuando se refiere en “Barriendo la república” a los asesinos de Quintín Bandera. Mambí es un término de origen africano que designa al rebelde que se oculta en los bosques cuya mayor destreza es el manejo del machete. Los  guerrilleros independentistas adoptaron esta denominación y los españoles asociaron el término a forajido, delincuente. Para los cubanos es una reivindicación.

 

Tres salvas por el último mambí.

Siete machetazos y cuatro disparos,

Alejandro Rodríguez, Ignacio Delgado,

Manuel Silveira, Emilio Núñez,

Tomás Estrada Palma,

asesinos del General Quintín.

 

Un monumento

oculta el germen de la traición.

La República que les diera poder

borrada por la historia,

conserva los zapatos presidenciales.

Tres salvas por el último mambí. (Barriendo la República, a Quintín Banderas)

 

Vuelve al folclore Sinecio. La observación es su método: eso que ocurre en la calle, como quería Abel Martín, se introduce en su poesía y la transforma. Y su poesía transforma el acontecimiento cotidiano, lo hace diáfano -es decir: se ve al través- y prescinde casi de las palabras. Anaquiyé, la marioneta, no está este año, pero sí la voz del poeta que describe un entramado de dramas, odiseas, tragedias que no están reñidas con la alegría gracias al canto, apoyado por los instrumentos que lo enriquecen: calimba, berimbao canxixi, armónica, arpa de boca, ocarina, djembe, de origen africano o indígena. “Mi poesía va siempre acompañada de estos instrumentos musicales ancestrales que provienen de la cultura africana y su diáspora.”

El  haiku le permite dar una visión muy personal sobre el ascetismo, el despojamiento, la renuncia a lo superfluo, apoyado en una economía de recursos lingüísticos que acentúan la tensión dramática. Sinecio nació aquí, en La Habana, en 1974.  Poemas suyos aparecen en varias antologías nacionales e internacionales, entre ellas: Otras islas (Editorial Cubeart, Cuba-Italia, 2008) y Distintos modos de evitar a un poeta: Poesía cubana del siglo XXI (El Quirófano Ediciones, Guayaquil, Ecuador, 2012). En 2012 publicó La disyuntiva  con Editora Reina del Mar. Pertenece -y coordina- el grupo poético de oralidad Chekendeke, que desarrolla su obra desde la capoeira.

 

Balancearse

entre calle y contén

desarrolla la malicia.

 

Un círculo

condiciona el camuflaje

 

Para los marginados

folclore significa resistencia (Al margen)

29/07/2016

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