Columnistas
12/03/2017

Qué pasa con el dólar

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La política de mantener la divisa “planchada” es posible por la entrada de capital especulativo. Pero la situación se torna peligrosa por la inestabilidad que general. Si se produjera una salida masiva de ese capital, con el desmedido aumento del endeudamiento externo que produjo el gobierno, existe la posibilidad de un nuevo “default”.

Humberto Zambon

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En Argentina la cotización del dólar se mantiene estable (“planchado” según el léxico popular) y la intención del gobierno es mantenerlo así por lo menos hasta octubre, con la finalidad de evitar que, en un año electoral, sus posibles aumentos afecten el nivel de precios y, en consecuencia, la tasa de la inflación. 

Esta política es posible por la entrada de capital especulativo, que percibe tasas elevadas en comparación con los patrones mundiales o que aprovecha la estabilidad cambiaria con tasas de rentabilidad  relativamente alta en pesos, lo que permite hacer una “bicicleta financiera”, convirtiendo dólares en pesos y, a su vencimiento, volcándose nuevamente al dólar. Para facilitar el ingreso de capitales a corto plazo se eliminó el encaje del 30% que se exigía (establecido el gobierno anterior con el fin de evitar la especulación), además, ahora se suprimió el plazo mínimo de permanencia obligatoria de 120 días.
 
La situación se torna peligrosa por la inestabilidad que genera. Piense el lector lo que pasaría si se produjera una salida masiva de ese capital, que por su propia naturaleza goza de gran movilidad; eso además de las consecuencias que tiene el desmedido aumento del endeudamiento externo: incremento de los intereses en moneda extranjera que afecta la Balanza de Pago en el futuro y la posibilidad siempre latente de un nuevo “default”.
 
Según el Observatorio de la Deuda Externa que dirige Arnaldo Bocco, el fisco nacional se ha endeudado en lo que va de su gestión en 34.900 millones de dólares bajo legislación externa y en 9.700 millones de dólares en Letes colocados en el mercado interno, lo que suma 44.600 millones. Lo que es más grave, que da una idea del ritmo de toma de deuda, es que el 40% de la misma (en total 17.886 millones) corresponden a los dos primeros meses del 2017. Usted podrá preguntarse en que se usó ese dinero: aumentaron las reservas en 21 mil millones de dólares y el resto se fue en fuga de capitales al exterior más el ahorro interno en moneda extranjera (14 mil millones) y en turismo (8.500 millones; en enero de este año ese gasto creció el 70% respecto a enero del 2016). Equivale a decir que la mitad de lo producido por la nueva deuda desapareció, pero entre todos tendremos que pagarla.
 
Para tener un panorama completo de la situación de la deuda externa, hay que tener en cuenta que las empresas privadas se endeudaron en este período en 7.700 millones de dólares. 
 
Cabe señalar que en los cálculos anteriores no está la deuda pública en pesos ni la tomado por las provincias (para volverlos homogéneos, en dólares significan, respectivamente, 13.300 millones y 9.000 millones). En resumen, el total de la nueva deuda suma 74.600 millones de dólares, equivalente al 15% del PBI.

¿Hasta cuándo puede durar esta situación?
 
Recordemos que a mediados de los años ’70 en nuestro país se impuso el proyecto neoliberal con Videla y Martínez de Hoz; se planteó la apertura hacia el mundo y al libre mercado, con desregulación, privatizaciones, fomento de la inversión externa y liberación financiera; como se consideró prioritaria la lucha contra la inflación, se estableció una “tablita” de devaluaciones preanunciadas, que generó atraso cambiario, como el actual. Las consecuencias fueron un aumento de la especulación financiera, fuga de capitales y un desmedido endeudamiento externo que terminó con una profunda crisis y con toda una década perdida (los años ’80) para pagar lo sucedido. 
 
En los años ’90 se volvió a lo mismo, esta vez con Menem y Cavallo y la convertibilidad en lugar de la “tablita”, pero con la misma política de
liberación económica: el retiro del Estado y el dólar barato para combatir a la inflación, que produjo una avalancha de importaciones que generó la crisis de la industria y de las economías regionales, con desocupación y marginación social creciente. La experiencia se mantuvo diez años merced a un endeudamiento externo creciente hasta que la deuda explotó en el año 2001 y nos llevó al “default”. Como consecuencia de esa política, en el peor momento (2002), se llegó a una desocupación del 21,5%, la pobreza alcanzó al 57,5% de la población y la indigencia al 27,5%.
 
Posiblemente estemos a tiempo de rectificar el rumbo de la política económica y evitar repetir las dos experiencias anteriores. Pero, si la deuda sigue creciendo al ritmo actual, ese tiempo se acortará muy rápidamente.
29/07/2016

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