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El club Sixto Laspiur queda en el barrio Noroeste de Bahía Blanca, allí donde las vías están ocultas por los pastos y se confunden los terrenos del ferrocarril con los que la gente ocupa desde hace años, sea porque no hay dónde más, sea porque son de familias ferroviarias que se instalaron allí hace tiempo. El Sixto Laspiur, allá en la calle Charlone, se confunde con las vías del ferrocarril, a pocas cuadras de la ría. También dicen que el club estuvo a punto de ser rematado y que lo levantaron de las cenizas. Que fue un grupo de “cinco locos”.
Un viernes por la tarde, a la hora de la siesta, detrás de las tribunas, viene un olor a churrasco desde la cocina. Dentro del salón está la familia Uranga: Walter, Silvana, la hija de ambos. Por fuera, el salón es como cualquiera de cualquier club: el letrero que indica a quién pertenece, alguna referencia al principal deporte –fútbol, bochas-, la indicación de dónde dirigirse y los colores, sobre todos los colores que identifican la pasión y la pertenencia. La querencia-
Unos pocos pasos dentro del local ya se modifica ese universo imaginado desde fuera. En un costado, una biblioteca con algunos libros de lectura, con mucho de literatura latinoamericana y con bastante, casi demasiada poesía. Es de no entender: esa mesa que parece especial para reuniones, para estudiar, acaso para discutir, enfrenta una biblioteca donde la poesía tiene un alto porcentaje de presencia. Y Uranga mira, sonríe y su cara de chico grande expresa una picardía que va más allá de lo que se ve.
Porque hay más sorpresas: primero habla de la cantidad de chicos que van a la escuelita de fútbol. Son trescientos, a veces más, anuncia. Hay chicas, también, dice como al pasar. Y también teníamos una cancha de bochas, agrega. Y es que este barrio se vino en banda: los chicos no encuentran dónde ir, y hay que darles una contención.
Sigue hablando, contando cómo al club se lo tragó el neoliberalismo en los 90 –y el temor actual a que ocurra nuevamente, con el reciclado de Macri-; cómo los chicos quedaron sin nada, y la comisión directiva de entonces hizo una rifa fraudulenta que casi deja al barrio sin club.
Parecía el argumento de la lacrimógena película de Campanella, pero esto iba en serio: habían quedado a punto de tener el campo de deportes y todas las instalaciones bajo embargo judicial. Encabezados por el padre de Uranga, Victorio –un deportista que le dejó el nombre al centro-, Luis Carapella, Héctor Torres y Héctor Roldán y, por supuesto, Walter, remontaron el proyecto entre los eucaliptos, los rieles y los dos arcos que habían quedado huérfanos en el pastizal.
Walter Uranga es gráfico de oficio. Estudió en el colegio La Piedad de los salesianos en Bahía Blanca, de fama extendida en el sur por la calidad y cantidad de trabajadores que salieron de allí. Él es linotipista y tipógrafo, y estuvo quince años al frente de una imprenta, hasta que dice que hubo un clic en su vida y todo cambió. Pasaba por el club todos los días al ir a trabajar, hasta que un día decidió volver, arrancar de nuevo con el fútbol, la contención y ahora hay 300 chicos, una biblioteca y la gran sorpresa: dos grandes salones ocupados por imprentas de diferente tamaño, más o menos antiguas, unas planas, una máquina offset, los tipos móviles. La veterana es una Minerva a pedal de 1886 fabricada en Leipzig y que funciona a pleno. El proyecto inmediato es instalar una enorme imprenta offset que pesa tres toneladas que piensa comprar cuando sepa cómo transportarla.
Cuenta, como si fuera un secreto, que permutó una offset en desuso que vale unos 20 mil pesos por una Minerva que le servirá para ampliar su producción. Es que en otro de los salones están los anaqueles y los cajones con los tipos móviles con los que arma afiches, tarjetas, carteles, volantes que le encargan comercialmente y que él transforma en verdaderos manifiestos, poemas móviles y lemas y consignas que siempre proponen un mensaje. Lejos de las frases de autoayuda, sus textos son siempre reflexiones, propuestas, intervenciones políticas desde el lugar de la indignación contra la injusticia, contra la exclusión, contra la barbarie de una supuesta civilización, de esa cultura establecida que sólo margina.
Cambiamos información sobre ese universo casi subterráneo, que transcurre –o, mejor dicho, transcurría- en talleres penumbrosos con pocos lugares iluminados: el sitio del tipógrafo; los asientos de los linotipistas, y las solidaridades y rivalidades entre los oficios que convivían bajo ese techo fuera en Barracas o en el barrio Noroeste.
Los chicos están esperando, el sábado por la tarde, la visita de poetas y escritores. Son unos diez, entre 11 y 14 años que aguardan bajo la sombra, mientras tres regadores mantienen la humedad en la cancha.
Uno entre todos los visitantes sobresale: es Osvaldo el día anterior recibió un homenaje en la primera edición de Conexión Sur, un encuentro de poetas organizado por Omar Zarza, Agustín Montenegro con el apoyo de la facultad de Humanidades de la universidad del Sur.
Va a leer un poema, y antes se refiere al silencio que existía, tiempo atrás, cada domingo de fútbol en los barrios de la ciudad: y luego, el rumor de los estadios, que se oía lejos, que funcionaba como un paisaje sonoro típico de esa época y de esos sitios. Dice que debajo de las palabras, debajo de la lengua hay otra, y otra más, y otra. Esa multiplicidad quizás no alcance, y ahí está el misterio.
Y los chicos lo miran. Le piden los papeles con sus textos, leen ellos también. El sortilegio de las palabras se completa con la explicación con que Chelo Candia, el poeta e historietista de General Roca, muestra su trabajo. Sus dibujos estimulan a uno de los chicos a presentarle una historieta artesanal de pokemones.
Luego, Costiglia vuelve a la lectura, mira con sus ojos entre inocentes y traviesos, espera que lo escuchen. Quizás lee este poema, quizás otro, pero siempre el misterio envuelve su lectura:
ESTADO DE COSAS
Me refugio en la desnudez
como si fuera el buen salvaje de Rousseau
que no soy,
pero hay que tener en cuenta que la filosofía es ardua
y el sudor precede a su rigor mortis.
Está la ciencia y sus amaneceres que anochecen
por lo general antes de tiempo,
con su vena matemática que sólo aporta indiferencia.
A la literatura la corroe la desdicha
Si pasamos del sillón al patio derruido,
Y la poesía, bueno, la poesía se escribe..... a veces.
Costiglia nació en 1940 y su obra es prácticamente desconocida fuera de un reducido círculo en Bahía Blanca y poco más. Tanto por la profundidad de su poesía como por el desconocimiento de parte del sistema cultural argentino como por la pasión que despierta su obra y, sobre todo, por su manera de pararse en la periferia, puede compararse con Juanele Ortiz, con Bustriazo, con Escudero, quizás con Padeletti, con Aldo Oliva. Con tantos que ignoran –ningunean, hubiera dicho Leopoldo Marechal- la obra que no se encorseta, que no respeta lo establecido, que va siempre por fuera y elude la consagración municipal del puerto.
Costiglia es ingeniero químico, trabajó algún tiempo en un laboratorio, dio clases y se jubiló hace unos años. Su obra es vasta, casi tanto como la que se empeña en traducir de otros poetas –Montale, Magrelli, por ejemplo-. Cuenta que su madre, cuando era pequeño, lo dejaba en la biblioteca Rivadavia, donde comenzó a leer. Desde entonces lo hace, y no hay libro por el que uno le pregunte y Osvaldo no haya leído, dice la poeta Mónica Oliver en el momento de homenajearlo. Recuerda ella también cuando, en plena dictadura, comenzaban a establecerse lazos de solidaridad y Costiglia aparecía en los primeros grupos, en las reuniones iniciales después de haber permanecido en segundo plano, tras haber incendiado media biblioteca, porque eso era lo que pasaba, dice: en la manzana donde está mi casa, una tras otra fueron allanadas todas, todas. Así el fuego pudo esconder las pruebas que buscaban los inquisidores. Y así pasó las primeras desconfianzas y se consolidaron las relaciones
Costiglia no reniega de sus estudios en ingeniería, si bien su pensamiento tomó otros derroteros. Salvo diez años en Madrid, entre 1985 y 1995, nunca dejó su Bahía Blanca natal. Ahora, su inmensa obra prácticamente inédita, está en lista de espera en la editorial Hudson, que dirige el poeta Cristian Aliaga en Comodoro Rivadavia.
LANA SECRETA
Lana secreta
trasquilada salió
cuando fue por ella
humilde oveja
balando en el corral nocturno.
Pero tu voz balaba
un be condigno
con la pudrición del mundo.
Tenías un presagio
de degollaciones;
no debías haber sido oveja.
Yo pretendo otras formas de morir:
en un bosque, a la carrera,
pero pretendo en vano
y la ciudad me permite
el arte del zorro
o el acecho del gavilán
en la hendidura.
Algo así es mejor
que ese maldito corral de balidos
bajo la pezuña acéfala
de los pastores de este mundo.
BAILARIN NOCTURNO
Había algo de cantor de tangos
si veía el clavel en el ojal de tu solapa.
nocturno, girando en el trompo
del deseo que en la pista de baile
imantaba a las parejas.
En tu hombro descansaba
la más tierna cabellera
y para mí que preguntaba
quien fue el raro bicho
que te dijo che cuitado
que memoria heredarás
milongueando de charol esta noche
solo ahora podrías responder
que un dos por cuatro
no es el ocho sino el infinito
efímero de una danza entre caireles
y bombillas apagadas.
Mismamente un ciego que aporrea las paredes
Dando vueltas y vueltas
Sólo, en su danzar con una pareja
ida hace ya demasiado tiempo.
LENGUA EQUIVOCADA
Te han adjudicado una lengua que desconoces.
Hubo allí algún error,
pues te despiertas al final de las estaciones
con saliva ácida en los labios
y ella, como el tallo rengueante
de un mendigo
desaloja los sueños de tu universo.
Habla, suspendida en la noche,
cercenada de otros amores,
cuando se acuesta contigo
en el hueco de la boca.
Sospechas que llegará un día
en que ya no hablará, sorda a los clamores
de las pálidas siluetas del viaje
y terminará murmurando frases incomprensibles
devorada por las sombras de tu garganta.
Lecturas de Osvaldo Costiglia:
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