Columnistas
16/11/2016

Trump y la identidad de los norteamericanos

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El voto del martes 8 de noviembre fue un sufragio por la identidad “americana” amenazada o extraviada. Esa que supo ser sólida combinando el anticomunismo y el bienestar keynesiano y que también pudo construir una era dorada del capitalismo individualista entre los ‘50 y los ‘60 del siglo pasado.

Gabriel Rafart *

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El electo presidente de los EEUU, Donald Trump, resulta difícil de encasillar. ¿Reaccionario o conservador? Sin dudas podríamos eludir esas calificaciones y seguir la pista del populista de derecha. Y con ello considerar su verborragia cargada de xenofobia, misoginia, machismo, sexismo, entre tantas formulas desdeñables, para así construir su perfil ideológico. Un perfil que interpelo de manera exitosa a gran parte del pueblo norteamericano. Aún así, nada pareciera alcanzar para hacer un retrato ideológico. Siquiera podemos equipararlo a un “revolucionario conservador” del tipo de Ronald Reagan de los ‘80. Tampoco como el “modernista reaccionario” que supo ver el historiador norteamericano Jeffrey Herf en Adolf Hitler. ¿Y por qué no un “liberal reaccionario”? La historia norteamericana tiene un listado extenso de estos.

Con todo la pregunta de estos días es ¿quién es o si se prefiere qué es Trump? Y las respuestas son y, por un buen tiempo seguirán siendo, aproximaciones e incertezas. Hay que ver al Trump gobernante para saber más de él. A pesar de todo y siendo pocos precisos podemos deducir que por “su parada” en campaña y lo que conocemos de su biografía es tanto cada cosa señalada como la otra o sea todo a la vez.

Regenerar el pasado, reaccionar sobre el presente, modernizar el país, aceptar la libertad  y proteger la fe religiosa del Occidente civilizado, relanzar la “grandeza americana”, es lo evidente de un Trump con muchos mensajes. Acerca del pasado a restaurar es el de la movilidad social ascendente de los años de la segunda posguerra. El presente cuestionado está en la desigualdad creciente y la pérdida de posiciones sociales, especialmente entre los blancos de la América “profunda”. Respecto a eso de América para los americanos no es más que una reacción frente a una identidad en cuestión.

Efectivamente el Trump de la reacción y la conservación y de todo lo otro, le habla a una parte de los EEUU de “identidad” para terminar con “las identidades”.  Tensión que bien identifico el intelectual Samuel Huntington en un libro editado hace diez años. “¿Quiénes somos? Desafíos de la identidad estadounidense” es el título. En esa obra se busca demostrar la relevancia de la identidad nacional de EEUU demostrando cómo ha sufrido variaciones en el tiempo. El autor entiende que la “probabilidad de que los estadounidenses se sientan identificados con su nación aumenta cuando consideran que ésta se encuentra amenazada, pero en el momento en que esta sensación de amenaza o peligro pierde intensidad desaparece entre los ciudadanos la prioridad de la identidad nacional”. Aquí es donde se acercan Trump y Huntington. El voto del martes 8 de noviembre fue un sufragio por la identidad “americana” amenazada o extraviada. Esa que supo ser solida combinando el anticomunismo y el bienestar keynesiano y que también pudo construir una era dorada del capitalismo individualista entre los ‘50 y los ‘60 del siglo pasado. Este fenómeno de perdida-ausencia no sería tan relevante vista la distancia histórica sino se solapa con un presente de “decadencia”. Aquí es donde Huntington nos hablas de una identidad que fue erosionada por diversas políticas impulsadas por Washington y gobiernos de varios Estados de la Unión, especialmente aquellos localizado en las dos costas oceánicas. Entre ellas de educación bilingüe y acción afirmativa hacia latinos y afroamericano, entre otros grupos. Ellas generaron dualidades culturales, idiomáticas, etcétera, que promovieron desigualdades entre los ciudadanos. Supuestamente mientras ascendían latinos y afroamericanos se debilitaba la autentica identidad cultural de Estados Unidos o sea la de los blancos. La olas recientes de migrantes latinos –mayormente mexicanos- habrían potenciado aun más este fenómeno negativo a la vista de los blancos “identitarios”.  Preocupa a Huntington el fin de la movilidad espacial y cultural que viene de la mano de la extensión  de enclaves cada vez más diferenciados en la sociedad estadounidense. Para ello constata que los inmigrantes definen sus estrategias en torno a su grupo étnico, generando auténticos enclaves vecinales, laborales, cultuales e idiomáticos.

Esa cultura de enclave y las definiciones acerca de la identidad del norteamericano parece ser tensión que supo ver e interpelar el ahora presidente Trump. 



(*) Historiador, autor del Libro “El MPN y los otros”
29/07/2016

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