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Esta semana se llevó a cabo el primer debate televisivo entre los dos candidatos a presidente de los Estados Unidos. La audiencia millonaria que tuvo este debate adentro y afuera de las fronteras de ese país nos releva de hacer cualquier comentario más sobre la importancia y trascendencia que ha tenido. De la misma manera, nos evita describir lo ocurrido en la hora y media que duró y nos permite hacer algunas reflexiones.
Del proceso de selección de candidatos, las famosas primarias que transcurrieron entre febrero y junio de este año, surgieron los dos candidatos para la 58 elección presidencial del martes 8 de noviembre de 2016, la que alumbrará al sucesor de Barack Obama.
En el partido demócrata la ventaja fue más o menos clara desde un principio y ungió a Hillary Clinton, abogada, Secretaria de Estado entre el 2009 y el 2013, senadora y ex primera dama de los Estados Unidos, como la candidata demócrata, permitiendo por primera vez la posibilidad de que una mujer se consagre en el más alto cargo del país. En el partido republicano e incluso para disgusto de buena parte de sus partidarios y sobre todo de sus dirigentes, el vencedor fue el magnate Donald Trump, que dejó en el camino a varios candidatos de honda raigambre republicana e incluso llegó a amenazar con la ruptura de un bando republicano que no pudo frenarlo y que hoy lidia como puede con el excéntrico millonario.
Desde el principio las banderas estuvieron claras en ambos candidatos y mucho de esto se trasladó al debate que presenciamos. Clinton se afirmó en la defensa de los derechos de los ciudadanos corrientes, tanto en el sentido de buscar medidas que mejoren la economía y el bienestar general, como en la defensa de las minorías. Aquí el mundo diverso que integran los grupos de diferentes opciones sexuales y las amplias comunidades de inmigrantes encontró un paraguas en el que protegerse de la lluvia ácida que les deparó toda la campaña el candidato republicano. Si a esto le sumamos la experiencia de gestión y la preparación para conducir el principal país del mundo capitalista occidental, como a ellos les gusta referir, tenemos claro lo que Hillary fue a defender al debate. Por cierto, con un excelente traje rojo, sobre el fondo azul del escenario, con el que mostraba asociación con la bandera pero también vigor.
Nada está librado al azar y responde a los críticas principales que ha sufrido la candidata en este tramo de la campaña. Me refiero a sus problemas de salud, a la supuesta imposibilidad de afrontar un cargo de esta magnitud en relación con su edad y sobre todo a su carácter de mujer. Aunque nadie quiera aceptarlo, esto último es parte de la eterna crítica que sufren las candidatas femeninas en gran parte de los países democráticos, también en los supuestamente más civilizados.
Incluso ahí, frente a millones de personas y aspirando a la Casa Blanca, su crítica central es hacia los políticos, en un mensaje antipolítico que en las democracias agotadas de hoy tiene un éxito muy importante en amplias capas de la población. Este es un elemento del que Trump hace gala y que muchos desprecian en el análisis, siendo que las sociedades mutadas de los países centrales son terreno fértil para estos populistas de derecha. En realidad no solo ahí. De hecho, un triunfo de Trump sería el cierre perfecto del giro a la derecha en el continente que ni los más ferviente devotos del neoliberalismo y el neoconservadurismo habrían soñado.
Las encuestas hablarán de cuanto creció o perdió cada candidato en una secuencia de debates que acaba de comenzar. Pero lo importante es que los norteamericanos empiecen a considerar que el candidato republicano puede ganar y los EEUU tendrían un presidente que daría rienda suelta a las bestias de todo tipo que el país del norte contiene y lo apoyan.
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