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Permítame iniciar esta nota con una pregunta ¿Usted se atendería de una enfermedad con un médico que declara usar técnicas de 1870 y que está convencido que, a partir de entonces, la ciencia médica no avanzó nada? Aunque eventualmente pertenezca a una de esas sectas religiosas que reniegan del mundo moderno y de su desarrollo técnico, prefiriendo un mundo sin automóviles, aviones e Internet, dudo que la respuesta honesta a mi pregunta sea positiva. Y podemos suponer que, de preguntárselo a todos y cada uno de los millones de adultos que poblamos Argentina, la respuesta casi unánime sería NO.
Eso respecto a ciencias médicas. ¿por qué es distinto en ciencias sociales? El actual Presidente de la Nación, con convicción religiosa y sin justificativo racional, dice estar convencido que la única verdad en teoría económica está dicha por la escuela austríaca de pensamiento, que fuera paradigma científico entre 1870 y los años ‘1930 y que lo demás están equivocados. Y mucha gente lo acepta. Para ellos, todo el conocimiento acumulado en el siglo XX merced el trabajo de Keynes y sus discípulos, o la heterodoxia desarrollada a partir de Kalecki y Sraffa, así como los importantes aportes de la CEPAL y del estructuralismo latinoamericano, no existen o fueron creados por fuerzas malignas exclusivamente para dificultar la comprensión de la verdad.
La escuela austríaca de economía, la que dice seguir Milei, fue fundada por Carl Menger (“Principios de economía política” de 1871) y, conjuntamente con otros teóricos1 , dio lugar a lo que hoy se conoce como “marginalismo”. Otros autores destacados de la escuela y que continuaron la obra de Menger son Bohn-Bawerk, von Mises (de famosa polémica con los socialistas en los años ‘1920 sobre el cálculo económico) y Fredrich von Hayek, posiblemente el más conocido, autor, entre otros libros, de “Caminos de servidumbre”. Esta escuela:
-Pone el acento en las unidades económicas, en lo que hoy llamamos microeconomía;
-Adhiere al individualismo metodológico (“los grupos no piensan”)
-Subjetivismo: analiza los juicios de valor. Utilidad marginal (subjetiva); gustos y preferencias del consumidor; preferencia en el tiempo, que determinaría el consumo y el ahorro; etc.
-Marginalismo: importancia de la última unidad agregada: costo marginal, productividad marginal, utilidad marginal, etc.
Por ejemplo, dicen los marginalistas, si se agregan trabajadores en determinada actividad, la producción total crecerá pero con una tasa de crecimiento cada vez menor; es decir, la productividad marginal es positiva pero decreciente; por otro lado, se puede demostrar (con una serie de supuestos) que la ganancia es máxima cuando el salario iguala a la productividad marginal. De ahí se deduce que la ocupación de los trabajadores depende de la relación salario-productividad marginal: si el primero es mayor que la productividad marginal correspondiente a la ocupación plena, habrá desocupación. (No hace muchos años, en nuestro país, el ministro López Murphy propuso bajar los sueldos para combatir la desocupación).
El marginalismo fue el paradigma dominante de la teoría económica entre 1870 y los años 1930, posteriores a la crisis de 1929. A partir de allí se refugió académicamente en la mayoría de los cursos de microeconomía hasta que, luego de los años ‘1970, sus ideas fueron rescatadas por el llamado “neoliberalismo”.
En octubre de 1929 estalló en Wall Street la peor crisis del capitalismo, que se volvió mundial, y, cuyas consecuencias se extendieron durante los años ’30 (entre 1931 y 1932 en Estados Unidos se produjeron 2.652 quiebras y el número de desocupados llegó a 10.850.000 trabajadores).
Para combatir la desocupación los economistas marginalistas, en función de su teoría, aconsejaron a los gobiernos a bajar los sueldos. Hoy sabemos que la crisis se había producido por insuficiencia de la demanda global, por lo que la propuesta de bajar los salarios, al disminuir el poder de compra de los trabajadores ocupados, habría empeorado la situación.
Por otro lado, diagnosticaron que la situación era producto de la fuerte expansión de la economía en los años ’20, dando como resultado una superproducción de mercaderías, a un exceso de oferta frente a la demanda existente. La solución estaba, entonces, en la destrucción del exceso de oferta, volviendo el equilibrio a los mercados. Así, en Estados Unidos el gobierno llegó a comprar 700.000 cabezas de ganado semanales para ser destruidos, en Argentina se quemó trigo y se tiró a las acequias mendocinas gran cantidad de vino. Toda una irracionalidad en momentos en que muchos ciudadanos pasaban hambre y luchaban por algo de comida en una sociedad sin red de protección social.
Estos diagnósticos equivocados llevaron al desprestigio y casi desaparición de la de la teoría económica marginalista. Los gobiernos dejaron de lado los consejos de los economistas y, mediante el sistema de prueba y error, encontraron una política adecuada para salir de la crisis: la obra pública. Como informó el gobierno argentino (1933), “los trabajos públicos distribuyen el poder de compra entre gran número de trabajadores, desarrollan la demanda general de bienes y contribuyen así a la reabsorción de los desocupados por la industria privada”. En 1936 apareció “La Teoría General” de Keynes que respaldó teóricamente esa política, justificando que el estado debe intervenir cuando la demanda global es insuficiente, reemplazando a la privada.
Se generó así un nuevo paradigma teórico, el keynesianismo, que reemplazó al liberal. Y que dio lugar a partir de los años ’40 a un período de crecimiento continuo del producto con una mejor distribución del ingreso y la cobertura estatal de necesidades sociales, hasta ese momento impensadas, como la salud (en Gran Bretaña socialización de la medicina) o el acceso a vivienda digna, que duró hasta la década de los años ‘70. En general, en Europa gobernó la socialdemocracia (sola o participando del gobierno) lo que aseguró un aumento permanente del salario real que, volcado a la demanda global, dio lugar también al incremento de las ganancias y otros ingresos, justificando el calificativo de “época de oro” del capitalismo. Fue el período del peronismo y su política de justicia social en nuestro país.
En los años ’70 apareció la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo) que elevó el precio del barril de 4 a 12 dólares (1973) y que llegó a 32 dólares en 1980. Como toda la economía de occidente (y de Japón) era altamente dependientes de su insumo, esto generó un proceso de estancamiento económico con alta inflación (se lo denominó “estanflación”). Y también una transferencia enorme de recursos financieros desde los países desarrollados hacia los exportadores de petróleo, en general del tercer mundo, que, en gran parte, volvieron a los bancos occidentales como depósitos de efectivo con fines especulativos. Comenzó un nuevo período en la evolución capitalista; de una economía industrial y productiva se pasó al predominio del capitalismo financiero.
Las grandes corporaciones siguieron dos estrategias para sostener su rentabilidad a pesar de la crisis. 1) dedicaron grandes sumas de capital a la especulación financiera, y 2) deslocalizaron sus inversiones, buscando los países de menor costo (por salarios, impuestos o reglamentaciones ambientales y sociales), pasando por la frontera con México, Europa oriental y, finalmente, el este asiático, en especial China (donde, por el tipo de cambio, el salario medido en dólares era muy bajo).
Los intereses de las multinacionales eran contradictorios con la presencia activa de los distintos estados, con sus reglamentaciones, controles y fomento de la producción local; necesitaban “libertad” de comercio, con “libre” importación de bienes y “libre” circulación del capital. No costó mucho una campaña publicitaria echando la culpa de la inflación y la recesión a la “intromisión” del estado burocrático en la economía y al exceso del gasto público que requería más y más impuestos que ahogaban a la iniciativa privada. No faltaron economistas ni intelectuales de prestigio en distintos ámbitos que apoyaran la posición, hasta convertirla en una “verdad” de sentido común. Incluso se dio el premio Nobel a von Hayek y a varios economistas de la corriente de pensamiento.
A falta de un fundamento teórico, se desempolvó al viejo liberalismo que desarrolló Adam Smith a fines del siglo XVIII, en esa época como reacción al exceso de regulaciones del período mercantilista, bajo el nombre de “neoliberalismo”. Y con él renació todo el pensamiento neoclásico del que el marginalismo fuera fundamental, sin la mínima preocupación de concordancia de teoría y realidad.
Volviendo a la pregunta del inicio ¿Usted se dejaría operar por un cirujano que usara las técnicas del siglo XIX y creyera que el conocimiento médico acumulado desde entonces no es correcto? Seguro que no. Porque está en juego su vida, que es única y no tiene reemplazo. Pero parte del pueblo argentino está dispuesto a que alguien, que piensa de esa forma en ciencias sociales, juegue con la economía del país que, “solamente”, afecta presente y futuro de sus 46 millones de habitantes.
Por otra parte, las ciencias sociales, ante la imposibilidad de realizar ensayos objetivos (como la química o la física), tiene, como criterio de verdad, la experiencia histórica. Nuestro país tiene como experiencia una de las primeras mundiales, la de Videla-Martínez de Hoz en los años ’70, seguida por la de Menen-Cavallo, continuada por De la Rúa, y la de Macri, ya en el siglo XXI. Las tres experiencias terminaron igual: con la destrucción de la industria local, alta desocupación, elevada inflación y un endeudamiento externo impagable. Y ahora estamos en la cuarta experiencia, demostrando así que eso de que “la tercera es la vencida” no es cierto.
Como dijo Albert Einstein, la locura consiste en hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes.
1 - Jevons en Gran Bretaña y León Walras en Suiza (1870)
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