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17/09/2023

Genealogía de lo inmoral

Genealogía de lo inmoral | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Para votar a Milei, no hace falta pertenecer al círculo rojo. Alcanza con la calidad de puestero en La Salada. Allí recauda preferencias el sello La Libertad Avanza.

Juan Chaneton *

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Se insiste, a estas horas que presagian un futuro casi distópico, en una peroración intensa acerca de aspectos notoriamente secundarios que ofrece a la consideración pública el "fenómeno Milei", como, por ejemplo, las características personales del sujeto o sus insensatas luminiscencias acerca del pueblo, de sus científicos o de sus artistas. Pero el caso es que Milei no ha sido puesto en escena para ocuparse, centralmente, de destruir el Conicet o de ningunear a los intelectuales, ni para que reponga a la "doctrina de la seguridad nacional" en el arsenal ideológico de las derechas con el protervo fin de desatar una nueva persecución contra el "enemigo interno", al modo de aquellas pretéritas expediciones punitivas que supo implementar el terrorismo de Estado. Ya nadie hace eso en el mundo. Y Milei no es sólo un fenómeno local.

Este hombre (que aún no es presidente y tal vez nunca lo sea) vendría a otra cosa, que es la cosa principal tanto para Rand como para Bilderberg, o para cualquier otra benemérita institución de las que monitorean regularmente la marcha de la globalización en el mundo, como si dijéramos también, por caso, la Iglesia Universal del Reino de Soros o la Iglesia de Singer de los Santos de los Últimos Días.

Conocer la Historia torna más eficaces los esfuerzos por desentrañar unos nudos conflictivos de suyo complejos. Revelaciones sorprendentes nos aguardan a poco que nos internemos por los vericuetos más o menos recientes que nos deparó esa madre y maestra laica, que es la disciplina académica recién nombrada. Y así, sabríamos que cada vez que el "sistema mundo" sufrió una impugnación seria y con potencial de desestabilización y riesgo de desmadres complicados, surgieron reacciones (de naturaleza política, a veces, académica otras) contra la planificación y/o la intervención estatal en la economía y... contra el "comunismo".

Sin embargo, más de uno está pisando, a estas horas, el palito de las bengalas multicolores que tira Milei todos los días. Pero son señuelos para distraer a los desprevenidos, no la política pura y dura que constituye el núcleo de las "propuestas" de Milei. Por eso, no cabe que nos pongamos a hablar del "Maligno", ahora. Eso es para los literatos y para los conductores de paneles televisivos. Y para los sacerdotes que, justa y razonablemente, defienden al buen Francisco de los insultos del “candidato”.

La comparación de Milei con Hitler, por no citar sino la vulgaridad más al uso en el hoy político de los argentinos, es el facilismo a tiro de literatura que circula, fecundo, entre los que hacen de la reflexión un cuesta arriba insufrible pero no por eso dejan de permitirse opinar sobre lo que no conocen con la prontitud exigible. Ignoran, estos perezosos, algo esencial: la Historia no es el producto de la voluntad de los líderes; los líderes son el producto de la dinámica histórica. Milei y su contexto se parecen a Hitler y el suyo tanto como Alberto Fernández a Nelson Mandela. Pero no hay tiempo para perder en inanidades conceptuales. De modo que, sigamos adelante...

Lo esencial de MiIlei, a esta altura de la soirée, no es la venta de órganos, ni sus amenazas a los organismos de derechos humanos. El hombre es un recitador serial de lo único que pudo conocer en su módica performance académica: la teoría económica de la "escuela" austríaca, esa que hizo su ingreso a la escena cuando el mundo parecía a punto de ser devorado por el triunfante y prestigiado comunismo soviético de posguerra. Von Mises y Hayek practicaron una suerte de fundamentalismo preventivo, pues se lanzaban a una lucha ideológica percibiendo que, si en la Europa de posguerra fracasaban los modelos sustentados en el matrimonio de conveniencia entre socialdemocracia y mercado, el espectro soviético se cerniría, de nuevo, como amenaza ahora tangible y con serias posibilidades de echar raíces en alguna parte de la Europa burguesa. Por eso gritaban espantados estos académicos austríacos y, aunque nadie les llevara el apunte, sólo se callaron ante el éxito de aquella alianza contra natura que dio lugar a los "treinta gloriosos", esto es, un capitalismo próspero, pujante y distributivo. Suecia, Alemania, Italia , Francia , el Benelux, y hasta la Inglaterra laborista alumbraban experiencias socialdemócratas triunfantes y exitosas. Eso fue la posguerra europea.

Ganaban, así, los que debían ser derrotados. Tanto la socialdemocracia en Europa como el comunismo en el Este, no podían ser sino el presagio de grandes males totalitarios cuya lúgubre fisonomía se percibía en un horizonte demasiado próximo a menos que se librara, de entrada y sin dar ni pedir cuartel, una lucha encarnizada y violenta contra todo estatismo de cuño keynesiano-marxista. Siguieron gritando los austríacos... con la misma esquiva repercusión; y sólo Hayek fue recompensado un poco -más tarde- con el Nobel que compartió, en 1974, con Gunnar Myrdal.

Aquella "escuela" económica era, en realidad, menos un fruto de la reflexión científica que una espasmódica apelación al instinto de clase para hacer posible la superviviencia de la "libertad", pues si bien el comunismo había sido postergado en sus aspiraciones inmediatas, aquéllo (la sobrevida de la libertad) lo había logrado la socialdemocracia que también portaba el virus del estatismo liberticida. En la visión de Hayek, a la libertad se oponían tanto la planificación (socialdemócrata o comunista), como la "ley" de las democracias liberales, a las que este profesor, había sabido despreciar diciendo "...hemos pasado a considerar como ley cualquier mandato emanado del poder legislativo. Pero... solamente una pequeña parte de lo que llamamos derecho legislado es ley en el sentido tradicional del término" ( ver enlace). La ley proviene siempre de un espacio popular, que es el Parlamento, y nosotros -pensaba Hayek- somos el mercado, no el pueblo.

No podemos aceptar que sea "ley" cualquier cosa emanada de los representantes del pueblo, decía Hayek. Pues la ley debe limitar el poder de los gobiernos, pero no el de los ciudadanos. Eso es la libertad. Y "ciudadanos", aquí, no se refiere al hombre o a la mujer comunes. Ciudadano es, para Hayek, la corporación, así como para cualquiera de sus epígonos de hoy, lo son Burford, Black Rock, HSBC y todas y cada una de las instituciones financiero-empresariales que protagonizan la globalización capitalista. Y agregaba el profesor de las universidades de Viena y Salzburgo:

"...la libertad de elección debe ser más practicada en el mercado que en las urnas, la libre elección puede al menos existir bajo un régimen de dictadura pero no bajo una democracia sin límites". Así, bajo Pinochet, la "escuela austríaca" pudo aplicarse ortodoxamente.

Si uno tiene hoy la suerte (o la desgracia) de contar en sus archivos o biblioteca, con una antigualla como un ejemplar del programa de estudios en Economía de la universisad de Viena, del año 1928-30, podrá asisitir, risiblemente, a la constatación del gran parecido ideológico de aquella "escuela austríaca" con el libelo "periodístico" que, durante la guerra fría, se editaba con el nombre de Selecciones del Reader's Digest, en cuyo índice uno podía toparse con hallazgos tales como "Por qué Nikita Kruschev es muy mala persona". El programa de estudios de la "escuela austríaca", por su parte, tiene un punto llamado "Por qué el socialismo es imposible". ¡De Ripley...!

A puro panfleto, entonces, cuando el riesgo es que se recompongan y ganen los derrotados recientes. (En aquella Europa, los comunistas se habían hecho expertos en perder elecciones frente a los socialistas). En ese contexto surgen los "libertarios" austríacos.

En la Argentina de hoy, los derrotados recientes son aquellos que, hace medio siglo, avanzaron bastante pero no lo suficiente por el camino de salirse con la suya en materia de sistemas políticos y económicos. El kirchnerismo no se propuso explícitamente, su recomposición, pero ésta era un efecto probableen la visión de las derechas, que en ese momento histórico estaban atomizadas pero no tanto como para no sentir un poco de temor y cierta aprensión ante el futuro. Al fin y al cabo, aquellos setentistas (los 30 mil desaparecidos por el terrorismo de Estado, son parte, in totum, de esa estadística) querían implantar la planificación centralizada o descentralizada en la gestión de la economía del país. Sus vencedores tuvieron también casi medio siglo para consolidar su alternativa a ese “desatino”, superadora, por lo demás, esa alternativa, de aquellos programas socialistas setentistas. Pero han fracasado, y el ominoso espectro de un redivivo "enemigo" regresando disfrazado de variante pero, en todo caso, reconfigurado como opción popular ante el potencial colapso del sistema político, dispara reacciones que estaban (como el virus del HIV) latentes en unos reservorios culturales, innecesarios en épocas de salud democrática, pero trémulos y despiertos en otras de síndrome iatrogénico, es decir, en épocas en que la crisis económica se parece mucho a una enfermedad social con pronóstico reservado. Las charlatanerías de Milei hacen clica la perfección con las disertaciones de Hayek y Mises y todas ellas encarnan un común espíritu de época en clave de odio-temor: que la planificación de la economía sea, alguna vez, conciencia de programa legitimado por unas masas que, de un modo u otro, siempre están al borde del salto al vacío: comprobar que tanto la socialdemocracia, como el liberalismo clásico, como los inclusivismos, de cualquier signo ideológico que sean, constituyen la manifestación fenoménica de un modo de organización de la sociedad que se llama capitalismo y que ya no resulta funcional a la vida y ni siquiera a la libertad de la especie. A evitar esa conciencia viene Milei y se autopercibe como llamado a triunfar donde Juntos por el Cambio fracasó.

Y eso se llama -creemos- fundamentalismo preventivo.

Es un fundamentalismo que parece económico; pero lo económico no es sino su envoltura. Parece, incluso, político; pero eso es, también, una apariencia. Es, como todo lo que hacen estos libertarios "klukluxklánicos" (con el perdón de la fealdad) un fundamentalismo ideológico, porque consiste en una cosmovisióny en una toma de posición pura y dura acerca de cómo debe la especie humana organizar su sociedad. La "libertad de mercado" es -así lo dicen- un derecho humano en línea con los derechos civiles y los demás derechos fundamentales de la persona. Eso no es economía, es ideología.

En su genealogía menos remota y más inmediata, este "libertarismo" proviene de la guerra de Reagan contra el "imperio del mal", que no fue en realidad una guerra contra la URSS sino contra el Estado de bienestar, que ya había entrado en colapso, y a favor de su desmantelamiento definitivo. Los socialdemócratas comenzaron a perder elecciones a manos de la derecha. El bienestarismo fue socavado mediáticamente como un "camino de servidumbre" (Hayek) que conduciría, en su manifestación más extrema, a la planificación soviética. El enemigo no declarado de Reagan fue Franklin Roosevelt y sus políticas públicas.

Como la URSS se hundió justo al final de la era Reagan, los propagandistas estadounidenses dijeron que ello se había debido a una activa campaña competitiva de Reagan que pudo, así, "extenuar" a la URSS. Pero esto es falso en la medida en que nada indica que el gobierno de los Estados Unidos contemplara el colapso inminente de la URSS. No hay dudas de que Reagan y sus equipos tenían la voluntad de poner en aprietos económicos a la URSS, pero una cosa son los aprietos económicos y otra es proponerse deliberadamente acabar con el sistema comunista, lo cual podrá haber sido un anhelo intenso del liderazgo norteamericano pero nunca fue una formal programática de gobierno en materia de política exterior. Y a tal punto esto es así, que el gobierno de EE.UU había sido informado erróneamente -por sus propios servicios de inteligencia- de que la URSS se encontraba en buena forma y era muy capaz de mantener la carrera armamentista.

Este contexto así delineado fue la realidad a la que inútilmente aspiraron Von Mises y Hayek, pues ellos no asistieron a ninguna embestida exitosa contra el bienestarismo. Pero se trata de la "pot pourri" en la que crecieron los torvos designios que hoy expresan los "libertarios" en todo el mundo.

Hemos tenido antes ocasión de expresar puntos de vista acerca de las razones de fondo (que son razones de tipo histórico) que determinan la actual configuración del contencioso político, social y cultural que se verifica en nuestro país, y en la región latinoamericana. Aludimos, en principio, a la nota dominante que caracteriza a los referidos conflictos, a saber, la irrupción del soberanismo, nominación bajo la cual podemos clasificar a los aconteceres continentales de Sudamérica que fueron designados mediáticamente como "socialismo del siglo XXI", y cuyo comienzo estuvo en las asonadas populares caraqueñas de 1999 que dieron como fruto regio al "chavismo"; así como a procesos de otro orden pero a los que unía una común oposición a las consecuencias totales de la globalización, procesos que en Europa adquirieron una seña de identidad filofascistoide, como lo acreditan los casos de Hungría, Polonia y Checoslovaquia, y el movimiento "Cinque Stelle" en Italia, el lepenismo en Francia, y, más difusamente, las "diadas" nacionalistas en Catalunya. En particular en América Latina, esos procesos soberanistas no renunciaban a la cuestión social pero enfatizaban no la "lucha de clases" setentista como concepto fuerte de sus programas políticos, sino la autonomía nacional frente a unas corporaciones mundiales que insinuaban contar con más poder que los Estados nacionales, razón por la cual el "soberanismo" emergió como natural reacción a la internacionalización que implicaba la globalización.

Sin embargo, se trataba de un fenómeno que encubría otro, que no era sino el componente político-ideológico fuerte de tales procesos soberanistas. Chávez, Kirchner, Lula, Correa, daban cuenta de que las clases trabajadoras y el pueblo en general abdicaban de metodologías de lucha ya sancionadas por la derrota en el pasado cercano y optaban por una práctica que teminó consistiendo en el sentido común político al que debía adherir quienquiera que tuviera por meta la acumulación de fuerzas para aspirar a objetivos superadores del capitalismo. Se empezaba, así, a echar las bases de lo que, recientemente, ha sido llamado la "defensividad" de la izquierda progresista (Stefanoni). Pero esta defensividad, según lo que venimos diciendo, no es arbitraria ni incausada y tal vez ni siquiera quepa llamarla así. Del texto de Stefanoni parecería surgir que el problema de la izquierda, en el presente, reside en alguna medida, en que "... fue quedando dislocada de la imagen histórica de rebeldía...". (Stefanoni P. , ¿La rebeldía, se volvió de derecha? ; Bs. As., Siglo XXI, 1° ed. 2022, p. 15). Pero el problema de la izquierda, hoy, no es un problema de recuperar imagen, pues las imágenes son del orden del "mundo del espectáculo" (Guy Débord), que es, precisamente, lo que hay que superar. El problema de la izquierda es encontrar los mecanismos que le permitan trascender toda "imagen" para ir al encuentro de la realidad. Pues la amenaza para el capitalismo en formato comunista de los años '60 y '70 ha mutado sus formas (no su contenido) hacia procesos nacional-soberanistas que procuran integrar, incluir y distribuir en sintonía con (y buscando apoyo en) los actores globales que propugnan el rediseño de la geopolítica y la geoestrategia en términos multilaterales y opuestos a un crepsuscular hegemonismo estadounidense. Hay que asumirse como anticapitalistas a como dé lugar y malgrado los riesgos de incorrección política que esa asunción pueda significar, pues de ese modo la izquierda se sacude la tiranía de la imagen y va al encuentro de la verdad, que también coincide con las fuentes en las que abrevó para llamarse izquierda. Y lo único que tiene la izquierda para refutar a las diversas variantes de capitalismo que pululan por el mundo es aquel concepto de plusvalíay el robo que ésta implica. Tal vez la izquierda debería reelaborar una visión de las cosas según la cual toda la riqueza que se transa en el mercado es el producto del trabajo no pagado y, por ende, parece ser mercancía con vida propia pero, en realidad, circula sobre el lomo de bárbaros Atilas y blande los heraldos negros que nos manda la muerte, una muerte que vive entre nosotros disfrazada de libre competencia y de libertad de decisión, de liberalismo o de bienestarismo. El que diga esto algún día, habrá entrado en el reino de la historia que le tocó en vida y se adueñará del futuro, de un futuro que alguna vez será, entonces, para los que, hasta hoy, se han visto discriminados con el hipócrita mote de "los más vulnerables".

De modo que aquellos fantasmas que procuraban exorcizar los "austríacos" del siglo XX apelando a su mercadofilia, cobran vida otra vez y espantan de nuevo a otros negociantes insomnes que también -como aquéllos- creen que la vida no es sueño sino vigilia consagrada al inútil empeño de matar la esperanza de los que nada bueno podrán nunca recibir de ningún "mercado", pues el mercado son las corporaciones que realizan sus beneficios a través de la explotación de mano de obra asalariada y/o mediatizada por el intelecto general del algoritmo devenido sofisticada herramienta de extracción de beneficios, esto es, de trabajo no pagado, pues si todo el trabajo fuera pagado no habría "ganancia" para el dueño del capital, las corporaciones. El capital vive sobre un robo-crimen fundacional: el trabajo no pagado. No se trata ni de precios ni de mercados. Se trata de no delinquir, y todo el capitalismo es sinónimo de delito. Keynes no podía argumentar de este modo frente a Hayek, porque Keynes era tan partidario del capitalismo como Hayek. Lo extraño es que nunca aparezcan izquierdas, en el marco de la globalización, que argumenten de este modo.

Los nuevos espectros que amenazan con su resucitación no son ya ni comunismos ni socialdemcocracias, pero sí lo son unas orgánicas soberanistas que ya se incuban en el mundo global en forma de opciones geopolíticas antihegemónicas.

Una economía planificada es una economía que no tiene ni mercado ni precios. Pero -argumentan los “libermercadistas”- en una tal economía no se sabe qué hay que producir, pues no se conoce qué se necesita ni se sabe si se va a ganar o a perder produciendo tal o cual cosa. Esa es la "crítica" a la planificación socialista que los cerebros libertarios y su claque de aplaudidores recitan sin más apoyatura fuerte que sus igualmente fuertes prejuicios contra todo lo que huela a trabajo físico.

Sin embargo, hay que decir que esa fobia a la planificación no es sólo prejuicio, sino que pretende también contar con su fundamento económico. Como decimos, en la visión de los "austríacos", si no hay precios, no hay cómo saber qué es lo que necesita la sociedad y qué es lo que habría que producir. Y en la planificación no hay precios y todo depende del apriorístico "plan". Por eso, presuntamente, fracasaría el socialismo. Desde fuera del keynesianismo, el economista polaco Oskar Lange teorizó en contra de los gurúes austríacos. Ni las tesis de Hayek-Mises ni las de Oskar Lange fueron nunca llevadas a la práctica, salvo las de los primeros en la dictadura de Pinochet en Chile, o en la de Thatcher en Inglaterra. Pero ya antes de que esto último ocurriera, Lange había diseñado su refutación (a la que llamó "socialismo de mercado") y que decía que la tal "ausencia de precios" no implicaba ningún problema en orden a la producción y a la eficaz dinámica de los agentes económicos, pues en su modelo de economía planificada, una Junta de Planificación Central determina los montos de inversión y los bienes de capital necesarios para la producción, mientras que el factor mano de obra y los bienes de consumo quedan librados a la dinámica de mercado. De este modo, los planificadores simulan la existencia de un mercado para los bienes de capital a través de un método de ensayo y error hasta alcanzar la situación óptima.

Esto significa que no sólo Keynes fue enemigo de los ultraliberales austríacos sino que las impugnaciones provinieron también del campo comunista o socialista, antecedentes que los comunistas de hoy parecen no considerar relevantes. A veces, me pregunto, ¿para qué están los comunistas de hoy, tanto acá, en este país sudamericano, como en, por caso, Europa?

En todo caso, la diferencia entre unos libertarios y otros obstinados en el anticapitalismo, no es ya, sobre todo, de tipo técnico-económico, sino de carácter existencial y humano. Los liberales, en sus diferenes variantes, miran la vida con espíritu "luterano" es, decir, con un signo pesos en cada ojo, y todo lo ven y lo reducen a la lógica del lucro. Sus enemigos, en cambio, creen conocer el secreto de la existencia humana: hay algo más y óptimo que el dinero y toda organización social debe ajustarse a esa máxima.

Cómo imponer, mejor y más rápido y, dentro de lo posible, con mínimo alboroto, la libertad de mercado sin parar mientes en el costo social ni, llegado el caso, en la necesidad de un orden jurídico dictatorial, fue el desvelo de Rothbard, Hayek, Mises, Friedman, Lucas y demás especímenes de los que la humanidad tiene motivos para pensar en ellos con una pizca de vergüenza ajena. El citado Oskar Lange, por su parte y ya en su lecho de muerte, reflexionaba: "Si yo hubiera estado en la Rusia de los años '20, hubiera sido un gradualista bujariniano1. Si hubiese tenido que asesorar la industrialización soviética, habría recomendado unos objetivos más flexibles y limitados, como de hecho hicieron los planificadors más capaces, sin embargo, cuando miro hacia atrás, me pregunto, una y otra vez: ¿existía una alternativa al indiscriminado, brutal y poco planificado empuje del primer plan quinquenal? Ojalá pudiera decir que sí, pero no puedo. No soy capaz de encontrar una respuesta..." (Hobsbawm, Eric, Historia del siglo XX; Paidós-Crítica, Bs. As., 1° ed., 2018, p. 422). Entre Lange y los libertarios, una diferencia de carácter espiritual, ante todo. La diferencia entre la muerte y la vida. Argentina ...no sé cómo hablarte...!

Para votar a Milei, no hace falta pertenecer al círculo rojo. Alcanza con la calidad de puestero en La Salada. Allí recauda preferencias el sello LLA (La Libertad Avanza). ¿Qué habrá sucedido en la realidad, para que los que deberían optar por "la comida en la mesa" lo hagan por "si te va mal, jodete"? ...La patria soy yo, es el sentido común de nuestro tiempo argentino, y para que sea “el otro” hay que saber que la letra con sangre entra, como decía Sarmiento... pero para eso, la democracia liberal es un estorbo ...

Milei mira lejos. Sabe que con el 5 % del presupuesto dedicado a la "Educación" (cifra de la que se ufanaba Filmus), el pueblo seguirá hozando en la mugre de la ignorancia, que es el caldo en el que las derechas cosechan mucho y bien. Pero, además, el desquiciado sabe algo más trascendente, y es que aquí no se juega lo que Página 12 o C5N creen que se está jugando. Milei fue puesto allí para que en la guerra civil que se avecina, las fuerzas armadas de este país, militen a favor de la Argentina "occidental" y no de opciones populares que, por la fuerza de los hechos, tenderían a converger hacia alineamientos geoestratégicos reñidos con la servidumbre a la geopolítica estadounidense. Ese es el rol "estratégico" que está jugando la señora Victoria Villarruel, de la que, como atenuante, puede decirse que, por lo menos, no es la hermana. Ese mensaje justificatorio de los crímenes de lesa humanidad que profiere esta border hija de un negacionista de la Constitución de 1853, es música en los oídos de unas fuerzas armadas a las que ningún gobierno "nacional y popular" de los que henos elegido en los últimos años, tuvo como prioridad política para mirar el futuro con algo parecido a un proyecto de país.

Pues la Villarruel no es una "negacionista" ni nosotros somos unos magníficos éticos mejores que ese esperpento. A la Villarruel la mandaron a trabajar políticamente en el seno de las fuerzas armadas, que es el seno en el cual hay que trabajar para que en el futuro alumbre una opción diferente pero también eficaz EN TÉRMINOS DE PODER, diferente a los libertarios argentinos, estadounidenses, europeos, japoneses, y demás, pues el espacio en el que se libra la pelea no es la Argentina sino el mundo. Y esta hija de un negacionista de la Constitución que nos rige, está tratando -con éxito- de construir masa crítica de apoyo a MIlei en el seno de las fuerzas armadas. Para los militares argentinos, las Malvinas importan menos que "la lucha contra la subversión", y esta hija de aquel negacionista lo sabe y se aprovecha bien de ello y está ganando para su causa nada menos que a las fuerzas armadas de la Nación. La izquierda, en tanto, no sabe, no contesta ...¿ Y La Cámpora...? Mejor ni habla...

Después de lustros de sentido común "nacional y popular" resucitan gentes que deberían estar purgando delitos, como Carlos Ruckauf (el amigo de la “soprano” Verónica Loiácono en la “Escuela de Yoga de Buenos Aires”) o Roque Fernández, y eso es la apodíctica pauta de que estamos peor que a la defensiva, pues, casi casi, es la confesión de una derrota.

El capitalismo globalizado asiste a unas convulsiones propias de las cuales tampoco puede dar suficiente razón, y encuentra que la gestión política de sus intereses existenciales debe quedar a cargo del filofascismo actuado en escena por unos pierrots y unas colombinas que serían patéticos si, primero, no fueran repugnantes, y que culebrean, ataviados con jubón y pedrería, según las geografías, los territorios y los códigos culturales de las distintas formaciones sociales, es decir, de los diferentes países en los que aquel filofascismo descubre, cada tanto, su testa deprimente.

En tanto, nosotros, los que nada somos más que barro póstumo de la costilla de Adán, aquí estamos, azorados, contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene el fascismo, tan calland...

La conclusión, aunque la corrección política no lo crea, es una sola, que parece turgida de unas canciones de Maldoror que vomitan fuego sobre las testas estériles de unos panzones que todavía visitan los ámbitos “revolucionarios” en los que se rememoran gestas vitales ocurridas hace un siglo.

Así no, claro... Así, seguirán ganando los que tienen que perder. Y la conclusión es que los que tienen que perder, además de los fascistas del libre mercado, son estos propios que, contra el capital y su sociedad, sólo tienen objeciones de tipo económico, mas no estéticas o culturales. Pues el capitalismo no es, ante todo, una injusticia. Es, ante todo, una transgresión a la estética.

Alcanza y sobra con vivir hoy en la Argentina para comprobarlo.


 

1Alusión a Nikolai Bujarin y la lucha ideológica que tuvo lugar en el seno del partido Bolchevique ruso a comienzos de los años '20 del siglo pasado. Allí, a propósito de la NEP (Nueva Política Económica), iniciativa de Lenín que promovía la adopción de mecanismos de mercado en la economía a fin de dinamizar a producción y distribución de bienes y servicios, se enfrentaron dos posiciones: gradualistas y radicales partidarios de la industrialización acelerada. Trotsky era de estos últimos y eso fue, en definitiva, lo que hizo después Stalin. Bujarin era gradualista, pues tenía en cuenta las dificultades de una economía atrasada donde el componente rural era una fuerza social preponderante. Lenín, por esa época ya muy enfermo, no participaba activamente de estos debates, aunque Hobsbawm, entre otros, dice que era, más bien, partidario del gradualismo. (Hobsbawm, op. cit. P 325-337).



(*) Abogado, periodista, escritor.
29/07/2016

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