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Hace varias semanas que “los pibes” de la seis no aparecen.
La seis es la mesa favorita del barcito del barrio. Está junto al ventanal de la vereda, que suele abrirse para que la brisa matinal refresque el ambiente. El airecito trae consigo los efluvios del tilo callejero, que aroman las conversaciones y acompañan los express tempraneros o los vermuths que orillan el mediodía.
Eso de “pibes” es un apelativo impuesto por la acidez típica de Romerito, el patrón del local. Los destinatarios fueron cuatro jubilados que curtían el bar desde la época de Romero padre. “Ese sí que era un gran tipo”, piensa Mario, el mozo, al que los modales agrios del heredero francamente lo incomodan.
Con su mueca burlona característica, el dueño del boliche ahora mismo le pregunta qué es de los jovatos, que ya no aterrizan los domingos, como era costumbre.
Mario le macanea que no tiene idea. Pero, en realidad, sabe que los muchachos cambiaron el hábito dominguero y ahora se juntan en las casas de Giménez o de Perossi, donde comparten rondas interminables de mate mientras desgranan la actualidad y revisan sus alegrías y sus pesares, que parecen haber crecido últimamente.
Perossi o Giménez reciben a Matteoli y a Rivera. Siempre fueron cuatro, por lo menos desde que Albertengo se apagó, muy temprano, antes de alcanzar el jubileo como sus compañeros de mesa.
Mario tiene la esperanza de que en un par de años, él mismo pueda entrar a ese círculo de muchachos bonachones, al que incluso Romero padre solía arrimarse cuando la caja registradora le daba un respiro. Con Romerito eso no ocurrió nunca, aunque la seis jamás se preocupó por eso.
El temor de Mario es que se le atraviese algún inconveniente, aunque está seguro que nunca vendría desde el cuarteto. En cambio, si por alguna razón la jubilación no llegara…
A unos pocos cientos de metros de allí, esta vez el anfitrión es Giménez, que recibe la chicana amable de Rivera: “¿Se acuerdan de aquel cusifai al que todo el barrio llamaba ‘Mate bien cebao’, porque nunca se lavaba? Bueno Angelito, eso no estaría pasando con tus mates. Cambiale la yerba, ¿querés?”.
Angelito se levanta, sonriendo, y le dice: “Es que es tu yerba, Gonzalito. Es lo que pasa cuando te pasás a segundas o terceras marcas…”.
La voz pausada y disfónica de Matteoli se engancha, sin tomar en cuenta la broma. “De eso es lo que hablaban en la tele. La gente se está pasando a segundas marcas, buscando estirar el sueldo. Pero incluso con eso, no alcanza”.
“¿Y cómo quieren que alcance, Tano?”, retruca Rivera, “si la inflación está descontrolada. En cualquier caso, la gente se la rebusca como puede: cambian los hábitos -como nosotros que ya no vamos al bar de Romero- o como algunos de nuestros vecinos que empiezan a comer salteado”.
“O como Rivera, que se pasó a la yerba berreta”, chumba Giménez desde la cocina.
Perossi ha estado en silencio casi todo el tiempo. El dueño de casa, que vuelve con el mate recargado, le pregunta si se siente bien.
“Si, Ángel… Bueno, en realidad, no. Ustedes saben que mi hija Elenita trabaja en el taller de refrigeración que está frente a la plaza. Lleva las cuentas, hace trabajo de oficina, desde hace unos ocho años. Bueno, está preocupada porque escuchó una conversación del dueño en la que el tipo decía que estaba esperando las elecciones para poder echar gente sin pagar indemnizaciones. Y como además de ella, allí también labura su esposo Tommy, están pensando que pueden quedar en la calle. Uno o los dos…”.
Ahora el silencio se hace espeso y nadie se atreve a romperlo. Perossi sigue con su relato. “Ustedes saben que mi esposa es diabética y que yo soy hipertenso, pero que además arrastramos otras ñañas propias de la edad. El PAMI es un verdadero salvavidas porque si no, los gastos de farmacia nos comerían vivos. El tema es que si esa obra social se cae, no tenemos forma de comprar los remedios. Díganme, ¿en qué piensa la gente que dice que el PAMI no es viable?”.
Perossi hace una pausa y respira hondo. Es el más veterano del grupo y todos saben que lleva su nombre como una bandera. Se llama Hipólito y nunca renegó de su condición de radical, aunque hoy el viejo partido histórico lo avergüenza. Dice que todavía respeta a Leopoldo Moreau y que Leandro Santoro le da alguna esperanza. Pero aquí, se lamenta, “no tenemos referentes equivalentes, que protejan nuestros intereses”.
Otra vez Rivera: “Yo les vengo diciendo hace mucho tiempo que es hora de votar a la izquierda pero, claro, nunca me hacen caso. Y así nos va… Ayer, en el mercadito de la esquina, vi a una mujer pagar medio kilo de carne picada con tarjeta de crédito. ¡No lo podía creer! ¿A dónde hemos llegado?”.
Giménez le acerca el mate y apunta: “Nosotros seguimos siendo una multipartidaria porque, más allá de las diferencias que podamos tener, siempre pusimos por delante los intereses de la mayoría. Y nuestros hijos continuaron con la nuestra. A mí siempre me llenó de orgullo esa continuidad. Sin embargo, mi nieto que está a punto de votar por primera vez, me dijo que piensa apoyar a la ultra derecha. Y yo me pregunto: ¿adónde se torció el rumbo?, ¿cuándo fue que nos fuimos al pasto? ¿qué es lo que hicimos o transmitimos mal?”.
El Tano Matteoli arriesga: “Y, a lo mejor, cuando creímos que los militares venían a salvar la Patria. O cuando aquel pelado sinvergüenza estatizó la deuda privada y nos la tiró encima a todos. El mismo pelado que después nos vendió el uno-a-uno; y que todavía iba a volver más adelante, con tus correligionarios, Perossi. Quizás la equivocación más fulera haya sido la de confiar en que Fulanito no nos iba a defraudar porque ‘como era rico, no necesitaba robar’ (¿se acuerdan que decían eso?). Muchachos, no crean que somos inmaculados. Bastantes macanas nos mandamos como para hacernos los sorprendidos ahora”.
“A tu nieto, Angelito, hay que contarle -agrega Matteoli, con el ritmo calmado de siempre-. Hay que decirle que todos nuestros partidos cometieron errores, pero que el mejor radicalismo de Perossi defendió la Universidad pública a la que quiere ir a estudiar. Que tu peronismo, Ángel, nos dio conquistas sociales que ahora están en riesgo. Que la izquierda de Rivera impulsó muchas ideas de cambio social mejorador. Pero que la derecha, en cualquiera de sus formas, nunca benefició al país”.
“Que los chicos sepan que los que nos saquean siempre votaron a la derecha. Que los que aplaudieron los crímenes de las dictaduras o se mantuvieron indiferentes ante las desapariciones de personas fueron cómplices o simpatizaron con la derecha”.
“Que los que hambrearon al pueblo y recortaron los haberes de los viejos como nosotros, vienen por más: que van a eliminar la entrega de medicamentos que recibimos gratuitamente; que quieren arrebatarnos el aguinaldo; que quieren suprimir las vacaciones pagas; que dejarán un tendal de desocupados entre los que puede estar mucha gente conocida, como la hija de Hipólito, Elenita, y su esposo Tommy; que desfinanciarán a la salud y a la educación, que el cambio climático les importa un pito, que entregarán nuestras reservas naturales al que se les ocurra”.
“Y al pibe, Ángel, también habría que hacerle saber que siempre lo van a mirar por encima del hombro; que ese voto suyo no le pagará la entrada a ningún paraíso y que, por el contrario, podría condenar a millones a un infierno en el que -tal vez- ya haya lugares reservados para sus abuelos y sus padres”.
Los otros tres miran al Tano y asienten, con pesadumbre.
En el bar, mientras extraña a los ocupantes de la mesa desierta, Mario todavía confía en que, con suerte, dentro de un par de años tal vez pueda integrarse al grupo de los “pibes”.
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