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10/09/2023

Centro y periferia

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La derecha latinoamericana se siente unida, por vínculos reales o imaginarios, a los intereses dominantes en los países industrializados que conforman el “Centro” y, en consecuencia, defiende la actual relación centro-periferia.

Humberto Zambon

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Hoy prácticamente nadie discute la división de los países en dos grupos, centro y periferia. Esta división se inicia con la revolución industrial (fines del siglo XVIII) en Inglaterra y fue justificada y fomentada por la teoría de la división internacional del trabajo, que inicialmente imaginaba a Inglaterra como sede de las industrias y al resto del mundo como proveedor de materias primas y mercado de colocación de sus productos, “para beneficio de todas las partes” decía la teoría económica, teoría que sirvió a Gran Bretaña como instrumento ideológico para su expansión mundial. A pesar del esfuerzo inglés, otros países se sumaron a la expansión capitalista y a la industrialización: Francia, Bélgica y, luego, Alemania, Estados Unidos y, con posterioridad, el resto de Europa occidental, Japón y Canadá.

La acumulación de capital, característico del capitalismo, generó la expansión de las empresas y, por ese crecimiento que lleva a la concentración del capital o por la asociación entre capitales, se dio lugar al surgimiento de oligopolios y monopolios que dominaban al mercado y a la posibilidad de exportar capitales para obtener una mayor ganancia. Es el período que nace alrededor de 1870 y se conoce como etapa “imperialista”. Los monopolios asociados a los estados centrales comenzaron la ocupación mundial del territorio. La nueva colonización se inició con la ocupación por parte del Rey Leopoldo II de Bélgica del Congo en 1876 (como dominio personal, territorio que vendió en 1908 al estado de Bélgica) y, en la década siguiente, Gran Bretaña y Francia se lanzaron a la ocupación territorial de Asia y África; con posterioridad, Alemania, Italia, Japón y Rusia siguieron a las dos primeras. Con la colonización los países imperialistas querían asegurarse la provisión de las materias primas, un mercado exclusivo donde colocar su producción manufacturera y donde invertir el excedente de capital, extrayendo parte del excedente económico generado en la colonia.

En este período tanto Estados Unidos como Rusia continuaron con la expansión geográfica (iniciada con anterioridad) dentro de sus propios territorios: el primero con la ocupación del oeste, que hasta dio lugar a un género literario y fundamentalmente cinematográfico; Rusia hacia el este: en 1582 traspasó los Urales y en un siglo llegó al Pacífico; en 1858 le arrancaron territorio a China y fundaron Vladivostok y llegaron a ocupar Alaska (que luego vendieron a Estados Unidos). También, pero de un período anterior, viene la colonización por parte de Gran Bretaña de la India (1763) y de Hong Kong, arrancada a China (1842), y de Indochina y Argelia por parte de Francia. Posteriormente, China fue dividida entre las potencias en zonas de influencia.

Años después, el enfrentamiento de intereses entre las potencias imperialistas y, en forma inmediata, la lucha por convertir en zonas de influencia los territorios que dejaba la decadencia del imperio otomano (sudeste de Europa y Asia Menor), en especial en los territorios balcánicos, dio lugar a la Primera Guerra Mundial (1914-1918), que se puede calificar como de redistribución imperialista.

Al fenómeno imperialista lo estudiaron, desde distintas ópticas, pero siempre poniendo el acento en las potencias hegemónicas, Hobson, Hilferding, Kautsky, Rosa Luxemburgo, Bujarín ("La Economía Mundial y el Imperialismo") y, en un texto clásico de difusión, Lenín ("El imperialismo, fase superior del capitalismo").

Después de la segunda guerra, en la relación centro-periferia, se puso en evidencia otra forma de extracción del excedente económico generado por la segunda, mediante el comercio internacional y el deterioro de los términos de intercambio: los precios de las exportaciones del centro crecían en valor relativo respecto a los de la periferia (cada vez se necesitaba más productos básicos para pagar las mismas importaciones de manufacturas). Así, durante la década de los '50 el deterioro de los términos de intercambio fue de casi 26% en los diez años, lo que condujo a presionar en las Naciones Unidas en favor de una conferencia mundial de comercio con el fin de solucionar este problema, a pesar de que no se sabía muy bien qué medidas debían adoptarse. Se creó así la CEPAL (Comisión Económica para América Latina) bajo la dirección del economista argentino Raúl Prebisch, que se dedicó a buscar una explicación teórica al fenómeno.

Para Prebisch, "la cesión por la periferia al centro de las ventajas del progreso técnico en la producción primaria... es la resultante de dos fuerzas opuestas: la oferta y la demanda de los mismos”. Por el lado de la oferta, la mejora tecnológica que se opera en la producción de materias primas ha liberado mano de obra que no ha sido absorbida totalmente por la industria, por lo que ha presionado sobre los salarios disminuyendo los costos. Por el contrario, en los países industrializados la tendencia es al aumento de los salarios reales, por lo que se incrementa la brecha en los precios relativos. "Una relativa abundancia de potencial humano en las actividades primarias... tiende a presionar continuamente sobre los salarios y los precios de los productos primarios e impide así a la periferia compartir con los centros industriales el fruto del progreso técnico logrado por éstos. Más aún, impide a aquella retener una parte del fruto de su propio progreso técnico".

Desde el punto de vista de la demanda, utiliza el concepto de elasticidad-ingreso según lo explica la ley de Engel: (cuando el ingreso aumenta disminuye la proporción de demanda de productos básicos y aumenta la de productos manufacturados.

Posteriormente E. Emmanuel, en un libro de 1969, "El Intercambio Desigual", sostuvo que la diferencia de precios no existe por la dicotomía productos básicos-manufacturas industriales, sino porque existe a nivel internacional una libre movilidad de capitales (que tiende a igualar la tasa media de ganancia en todos los países) mientras que no existe movilidad alguna en el trabajo, lo que explica las diferencias salariales entre países ricos y pobres (en estos últimos el salario llega a ser 1/30 del pagado en un país desarrollado). Con esos elementos Emmanuel concluye que el aumento de los salarios repercute en una mejoría de las relaciones de intercambio. La periferia estaría pagando los altos salarios del centro.

Lo cierto es qué en el siglo XX, según un informe del BID, el precio de los productos industriales creció a un promedio del 2,5% anual mientras que el de los productos básicos lo hacía al 1,9%, lo que implica un deterioro d los términos de intercambio promedio del 0,6% anual. En los primeros quince años de este siglo hubo un aumento mayor de los precios de productos básicos (alimentos y materias primas), originado en el fuerte crecimiento de China e India, pero pareció ser una excepción.

Es decir, existe un centro mundial que, según el decir de Prebisch, se queda con todos los beneficios que reporta el avance tecnológico generado dentro de sus fronteras y, vía el intercambio, con parte de los beneficios generados en la periferia. Lo que explica la existencia de la dicotomía países ricos-países pobres o centro-periferia, conocido también como países desarrollados-países subdesarrollados o Norte-Sur. Y explica también la razón por la que el centro pone trabas al desarrollo de la periferia (“le patea la escalera del desarrollo”). Por eso se ha propuesto que, en lugar de la dicotomía “países subdesarrollados-países desarrollados” se utilice la de “países subdesarrollados-países subdesarrolladores”.

El centro mantiene esta situación merced a la división de los países de la periferia (“divide y reinarás”), a la presión política y a un arma poderosa: el endeudamiento público. Ya lo decía Alberdi en 1879: “La América del Sud, emancipada de España gira bajo el yugo de la deuda pública. San Martín y Bolívar le dieron su independencia, los imitadores modernos de esos modelos la han puesto bajo el yugo de Londres” y lo ratifica para la actualidad Alejandro Olmos: “La deuda externa se ha convertido en la actualizada forma de esclavitud, que condiciona de manera irreversible las posibilidades de desarrollo de cualquier país soberano”.

Como desarrollo económico es sinónimo de industrialización, los países de la periferia, de industrialización tardía, que por esa razón y por el tamaño de sus mercados internos no pueden competir con la producción del centro, tienen como única posibilidad para romper el círculo vicioso del subdesarrollo, la unidad económica de los países con desarrollo similar que, al unificar sus mercados, potencie el intercambio comercial entre ellos y permita el crecimiento industrial integrado y conjunto, Es lo que hizo la Unión Europea y, de alguna forma, viene realizando el Mercosur ampliado.

En este sentido, los BRICS son un acuerdo de cooperación para el desarrollo que puede potenciar al Mercosur ya que su objetivo, sin inmiscuirse en la política interior de sus miembros, es: 1) dar fluidez al intercambio Sur-Sur, sin necesidad de utilizar el dólar como moneda internacional (la escasez de dólares es un punto crucial de nuestra economía), 2) la cooperación tecnológica para el desarrollo y 3) ofrecer una estructura financiera alternativa a la de los países centrales

La derecha latinoamericana se siente unida, por vínculos reales o imaginarios, a los intereses dominantes en los países industrializados que conforman el “Centro” y, en consecuencia, defienden la actual relación centro-periferia. Ejemplo de ello está en la cerrada y unánime oposición de la dirigencia de La Libertad Avanza y de Juntos por el Cambio a la incorporación de nuestro país a los BRICS, lo que hace recordar el dicho de Simone de Beauvoir “Los opresores no serían tan poderosos si no contaran con determinados cómplices entre los oprimidos”.

29/07/2016

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