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La poesía de Liliana Ancalao se saltea los preceptos de la corrección política y se asoma (se sigue asomando) al riesgo que toda poesía plantea. Esta poeta es mujer, patagónica, mapuche y escribe (y habla) “en lengua”. Por lo tanto parece ser la candidata ideal para ocupar ese lugar que los mandarines culturales y del mercado reservan a quienes llenan los requisitos que ellos mismos imponen.
Sin embargo, ella está más allá, y una demostración es su libro Rokiñ, provisiones para el viaje. Cierto, su poesía no necesita de ese reconocimiento para conmover ni para arrancar dolorosamente los hechos que configuraron la historia de estas regiones, que iluminan la de otras latitudes donde campea la injusticia. Sus poemas no son “un cross a la mandíbula”, pero son escritos en soledad y hacen que “los eunucos bufen”.
En efecto, desde sus primeros libros esta poeta ha dibujado una espiral cada vez más cerca de su centro, cada vez más honda y cada vez más amplia: se expande, desde las primeras incorporaciones de textos en mapuzungun hasta este libro totalmente bilingüe que, además, se mete con la historia presente y pasada del pueblo mapuche. Es esa línea que une las deportaciones de finales del siglo XIX (los campos de concentración en Valcheta y en Martín García) con el homicidio de Rafael Nahuel, por ejemplo.
Dice en el prólogo Elicura Chihuailaf que el colonialismo y la discriminación “son dificultades, sí, pero no vallas insuperables”. Y es cierto, acá hay una operación sobre el lenguaje similar, acaso, a la que llevó a Ernesto Cardenal a su Homenaje a los indios americanos. El nicaragüense, leal discípulo de Pound, introdujo en sus poemas las lenguas aborígenes como su maestro hizo con los ideogramas chinos y con las clásicas (ya no más muertas) latín y griego. Y algo más: Liliana Ancalao escribe “para saber quién soy, porque yo nací sin saber quíén era”.
Esta poesía significa, además, el proceso de apropiación que Ancalao hizo con el castellano primero (porque en ese idioma creció) y con el mapuzungun después. Y ¿cuál es el vínculo entre ambos? La poesía: por ella optó, aunque podría haber elegido cualquier otra disciplina sin traicionar su camino. Desechó la filosofía y la literatura; dejó de lado las ciencias sociales y las religiones; no se decidió por la historia. Las utilizó a todas, pero el camino fue (y es) la poesía. Esas “provisiones para el viaje=Rokiñ” son el equipaje que otorga la poesía: una forma de pensamiento, una manera de preguntar, una fuente de conocimiento; un lugar de permanencia. Y más, no se agota: “quise poner los pies sobre sus pasos/saber si iban a mirar el mar/si habría un cartel otro día que dijera:/a orillas de este arroyo apacentaba sus tropillas/la tribu de Ancalao/.../sí: el olvido está hecho de cemento”.
Estos poemas llevan a una lectura de la sociedad argentina y su historia, desde el punto de vista de los vencidos, desde la recuperación de lengua, historia, filosofía y religión de quienes el ejército masacró para extender el territorio de la nación. En este nudo está el pecado original de la Argentina y varias naciones americanas: la usurpación de la tierra y la expulsión o sometimiento o matanza de sus habitantes primeros. Pero Liliana Ancalao demuestra otra cosa: da vuelta el sentido común. Ante la convicción generalizada de que “la historia la escriben los que ganan”, ella se opone, sospecha (y ejerce esa sospecha) que “la historia la ganan los que escriben”.
Liliana Ancalao Meli:Rokiñ, provisiones para el viaje. Edición bilingüe. Prólogo: Elicura Chihuailaf Nahuelpán, Rada Tilly, Chubut, Espacio Hudson, 110 páginas, 2020.
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