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30/04/2023

El pensamiento utópico hasta el siglo XX

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La fe en la razón, en el progreso y en las utopías duró hasta el siglo XX, en que las guerras, la crisis mundial, la irracionalidad de las dictaduras y el holocausto mataron al optimismo.

Humberto Zambon

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El origen del pensamiento utópico se remonta a 1516, fecha en que Tomás Moro escribió su libro “Utopía”, nombre que asigna a una isla imaginaria en la que ubica a una sociedad ideal, que le sirve de base para una profunda crítica a la sociedad de su época.

En ese momento Europa occidental vivía un verdadero cambio de época:

-Marco Polo, a fines del siglo XIII, volvió de un viaje al lejano oriente y su descripción de las riquezas de China y de las formas de su civilización generaron, por un lado, una amplia demanda de productos exóticos y, por el otro, un deseo generalizado de viajes y aventuras. La consecuencia fue la búsqueda de rutas marítimas como alternativa a los largos y difíciles caminos terrestres.

-A partir del siglo XII se conoció en Europa la brújula, posiblemente traída por los árabes desde China, lo que hizo factible la aventura oceánica.

-A mediados del siglo XV los portugueses colonizaron las islas Azores y la isla Madeira, avanzando hacia el sur del África hasta el Golfo de Guinea; en 1497 Vasco de Gama pasó el Cabo de Buena Esperanza y al año siguiente llegó a la India. Por su parte, España organizó el viaje de Colón, quien llegó a América en 1492.

Los viajeros se encontraron con civilizaciones, en algunos temas superiores a la europea, como fue el caso de la maya. Los conquistadores no hicieron nada para resguardarlas; su interés se reducía a reunir oro y plata (coincidían con Colón que, en 1503, escribió en una carta desde Jamaica: "¡El oro es una cosa maravillosa! Quien lo posee es dueño de todo lo que desea. Con el oro hasta pueden llevarse almas al Paraíso") aunque sí impresionaron a los intelectuales europeos.

La expansión geográfica y sus consecuencias generaron, por un lado, la revolución comercial que produjo cambios totales en las relaciones de producción europeas y, por el otro, cambios radicales en la concepción general del mundo, en la religión y en la ciencia. Fundamentalmente, la seguridad que daba un mundo estático, ordenado por un Dios personal a modo de prueba para una vida posterior, así como la correspondencia de la verdad esencial con el conocimiento ingenuo que dan los sentidos, entraron en crisis; y entró en crisis todo el sistema de valores asentados sobre esta concepción. En su lugar se desarrolla el humanismo, que, en líneas generales, signiica poner en el centro a lo humano y natural en lugar de lo divino.

La formación de la concepción fue un proceso muy largo, con sus raíces en la civilización griega y exponentes en todos los tiempos, como bien puede ser San Francisco de Asís (1182-1226) que exaltaba al hombre y a todos los seres vivientes e, inclusive, a los inanimados ("hermano sol, hermana luna") en una especie de poético panteísmo.

En la época que nos ocupa, el desarrollo del humanismo se inició en las ciudades del norte italiano, principalmente Venecia y Florencia, cosa lógica ya que en ellas comenzó el desarrollo comercial; se dio en el período histórico que se conoce como el Renacimiento (1300-1650) y fue arístico y literario, buscando su inspiración en la civilización romana y, fundamentalmente, en el arte griego. Miguel Ángel Buonarotti y, fundamerialmente, Leonardo Da Vinci, fueron exponentes ca-racterísticos del hombre inclinado al arte y con inquietudes de carácter universal.

Roland Mousnier describe al humanismo renacentista de la siguiente forma: "Como místico de la nobleza humana, el humanista exalta la grandeza del hombre y reclama del mismo un esfuerzo constante para realizar la más alta perfección de las relaciones humanas. Acepta la naturaleza y el mundo como buenos, se encuentra a gusto en ellos, experimenta el placer de vivir y tiene la con-fianza inquebrantable en el progreso indefinido de la obra humana, del pensamiento, del individuo y de la sociedad". La visión optimista del hombre y la fe en su progreso es la característica del humanismo de todos los tiempos.

Los males e injusticias que afectaban a la sociedad ya no eran decisión de Dios siguiendo razones incomprensibles para los humanos, por lo tanto, inmodificables, sino obra terrenal y consecuencia del egoísmo e ignorancia de los hombres. Correspondía a la razón enmendar eso explicando cómo sería la sociedad ideal. Es el nacimiento del pensamiento utópico

Entre estos autores, que siguieron a Tomás Moro están Tomasso Campanella, que en 1623 escribió “La Ciudad del Sol”, ubicada en Tropobana, una isla que algunos mapas medievales ubicaban al oeste de Europa (¿América?); según Norberto Bobbio, esa ciudad mítica “está poblada de filósofos que se decidieron a vivir en común de manera filosófica”. Otra fue la de Bacon, notable científico inglés, que en 1627 publicó su utopía, ubicando a Nueva Atlántida en una isla entre Perú y China. Se debe incluir también a los “Viajes de Gulliver” de Jonathan Swift (1726), sátira de la sociedad de su tiempo, verdadero “bestseller” en esa época y que los ingleses, astutamente, convirtieron en literatura infantil y, por lo tanto, inofensiva.

Con la revolución industrial que comenzó en la segunda mitad del siglo XVIII, se impuso la ideología liberal con su individualismo y la concepción de que el accionar egoísta de cada uno en defensa de sus propios intereses lleva al óptimo social; ella originó un pensamiento crítico a esa concepción, recalcando el carácter social del ser humano y, en general, proponiendo un modelo ideal para la sociedad, basado en la solidaridad y la limitación o desaparición de la propiedad privada. A este grupo se los denominó “socialistas utópicos”, término propuesto por Jerome Blanqui en 1839 en “Historia de la Política Económica” y que fuera rápidamente aceptado. Uno de los precursores fue Babeuf quien, en pleno proceso de la Revolución Francesa, a fines del siglo XVIII, conformó un grupo revolucionario secreto con el fin de profundizar los objetivos de la Revolución, con un programa que explicitó en el llamado “Manifiesto de los Iguales”:aplicar el voto universal y, por esa vía, alcanzar la verdadera libertad, igualdad (no sólo ante la ley sino, fundamentalmente, la auténtica igualdad económica) y fraternidad, con una sociedad sin clases.

Entre los socialistas utópicos sobresale el inglés Robert Owen (1771-1858); para él todos los hombres tienen los mismos derechos y todos son capaces de bondad; si así no lo parece es por los horrores del sistema industrial, que dio origen a los barrios miserables, al hacinamiento y al escape en la ginebra. Proclamó la posibilidad de crear un "verdadero sistema racional de sociedad para la especie humana" y dio gran importancia a la educación como forma de cambiar el carácter de los hombres y de la sociedad. Se lo considera el fundador teórico del cooperativismo moderno (sus discípulos crearon la primera cooperativa en Rochdale y establecieron los principios fundamentales del cooperativismo, que todavía perduran (el movimiento cooperativo internacional tiene hoy 760 millones de socios y mucha importancia económica en algunos países, como Suecia, en el que representa el 99% de la producción lechera, el 75% de los granos comercializados en Canadá o el 60% del vino producido en Italia); pero lo más importante es el efecto demostración, que muestra la posibilidad de una economía no regida por el lucro sino por la solidaridad.

Owen emigró a Estados Unidos en 1824 y fundó en Indiana, una colonia denominada "Nueva Armonía", con cuyo ejemplo pretendía regenerar a la humanidad; era una organización agrícola e industrial colectiva, con una vida en común, que hace recordar a la organización de los kibutz instalados en Israel en el siglo XX. Owen volvió a Inglaterra y dejó la colonia en manos de su hijo (Robert Dale Owen) y de la escritora Francis Wright, que se convirtió en un centro de lucha contra la esclavitud y de difusión de las ideas de Owen padre.

Cabe señalar que entre 1829 y 1875 Nueva Armonía se convirtió en uno de los más importantes centros culturales de los Estados Unidos. Allí funcionó el primer jardín de infantes, la primera escuela técnica, la primera biblioteca y la primera escuela pública de todo Estados Unidos. Allí Josiah Warren inventó la prensa rotativa, que es la base del periodismo moderno, se instaló el primer laboratorio geológico (David Owen es considerado el primer geólogo de Estados Unidos) y se descubrieron gran cantidad de fósiles. Uno de sus fundadores fue Thomas Say, que es considerado también el fundador de la entomología norteamericana, editó en Nueva Armonía sus monumentales obras (en total 10 volúmenes) y falleció en la colonia en 1834. En esos años, científicos de todo el mundo viajaban hasta la colonia para conocer la labor científica y cultural.

Otro socialista utópico es Fourier. Desconfiaba de la técnica y de la industrialización moderna; su enfoque iba hacia lo particular, al hombre como individuo; creía en las bondades de la agricultura y rechazaba los artículos de lujo y de los nuevos productos industriales que generaban necesidades artificiales. Al igual que Owen, creía en la racionalidad del hombre y estaba plenamente seguro que presentado y explicado el proyecto de nueva sociedad, convencería a la gente –inclusive a personas con capital suficiente para financiarlo- a incorporarse y participar de la experiencia. Todos los socialistas utópicos coincidían en la incorporación voluntaria a la nueva sociedad, sin intervención estatal.

El objetivo de Fourier era la búsqueda de la felicidad humana y el cambio social para lograrla, en función de la naturaleza del hombre, y no para crear “un nuevo hombre”, como se plantean casi todas las utopías. Pretendía una sociedad humana donde se pudieran satisfacer las necesidades y goces del hombre, en especial la buena comida, y donde el trabajo fuera libre y satisfactorio, no rutinario, para lo que proponía la rotación en las tareas y el aprendizaje (“aprender haciendo”) de muchos oficios y tareas distintas.

Pretendía sociedades a nivel humano, llamadasfalansterios, de unas 1.600 personas, que cultivasen la tierra y que vivieran en común, pero con libertad y de acuerdo con sus deseos (cada familia vivía en su propio alojamiento, no necesariamente igual al resto) y las comidas y demás actividades podían ser familiares o en común. Se preveía lugares comunes para la crianza, atención y educación de los hijos.

Su proyecto no eliminaba a la propiedad privada, aunque procuraba una cierta igualdad. La distribución del producto proponía hacerlo entre el trabajo común (5/12 del total), 3/12 para el capital y 4 doceavas partes para el retribuir el talento y las habilidades especiales, incluyendo la gerencia y administración. Pero para evitar la acumulación excesiva en función de los dos últimos criterios, proponía que el ingreso personal tuviera pautas que lo hicieran inversamente proporcional a la riqueza acumulada, lo que podría considerarse un antecedente del impuesto progresivo a la renta.

Sarmiento, que estaba convencido que “Las sociedades modernas tienden a la igualdad...” se declaró admirador de Fourier, aunque plantea una interesante objeción al carácter utópico de su pensamiento: “Yo hubiera querido que Fourier hubiese basado su sistema en el progreso natural de la conciencia humana, en los antecedentes históricos y en los hechos cumplidos”

En su vida Fourier tuvo poco éxito; sin embargo, luego de su muerte, sus discípulos lograron crear falansterios en distintos lugares, inclusive alejados entre sí como son el continente americano, Rusia y España. En los Estados Unidos durante la década de los años 1840 se crearon al menos veintinueve falansterios, entre ellos el fundado por John Humphrey Noyes en 1848 en Oneida (estado de Nueva York) que con bastante éxito sobrevivió aproximadamente un siglo; un enorme edificio comunal estaba rodeado de jardines (son los introductores del concepto “ciudad-jardín”) y contaban con una gran biblioteca y coro. La colonia era autosuficiente, explotaba un aserradero y, además, exportaba productos de granja, hierbas medicinales y algunos productos artesanales; los salarios se pagaban en “vales de trabajo” sin diferencia de sexo, aunque se pagaba más a las tareas desagradables y la rotación de tareas era obligatoria.

Por su parte, en la Argentina un inmigrante italiano (Juan José Durandó) creó el falansterio de San José (en la Provincia de Entre Ríos, entre Concepción del Uruguay y Colón) que incorporó a un importante número de inmigrantes suizos y franceses y que, durante su existencia (1880 a 1916), tuvo una considerable influencia en la zona.

Étienne Cabet (1788-1856) en 1840 escribió “Viaje a Icaria”, que es una auténtica utopía al estilo de Tomas Moro. Precisamente la influencia de Moro es visible, lo mismo que la de Robert Owen, a quien conoció personalmente en su viaje a Inglaterra, Cabet quería la socialización completa con todos los bienes en común, lo que los llevo a utilizar el término comunista como denominación de su movimiento. Postulaba la organización democrática como forma de lograr el manejo del mismo como medio para el cambio social.

En 1848 un grupo de discípulos fundó en Texas a Icaria y, al año siguiente, otro grupo, al que se incorporó Cabet, fundó en Illinois otra colonia similar que se llamó Nueva Icaria. En los hechos tuvo que hacer muchas concesiones y en sus experimentos no logró la comunidad total de bienes, sino que debió admitir formas de propiedad privada. Esta segunda colonia sobrevivió hasta 1905.

La fe en la razón, en el progreso y en las utopías duró hasta el siglo XX, (ya que “Una utopía moderna”de H. G. Wells fue publicada en 1905 podría ser considerada la última optimista del siglo XIX)en que las guerras, la crisis mundial, la irracionalidad de las dictaduras y el holocausto mataron al optimismo. En lugar de las utopías aparecieron las visiones pesimistas, llamadas también “distopías”, y que veremos en una próxima nota.

29/07/2016

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