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A partir del 20 de marzo de 2020, cuando habían pasado apenas 99 días desde el comienzo del gobierno del Frente de Todos, las autoridades encabezadas por el presidente Alberto Fernández dispusieron una medida jamás imaginada por nadie en ningún momento de la historia.
Se trató del Aislamiento Social Preventivo Obligatorio (ASPO), que luego popularmente -y erróneamente- se denominó “cuarentena”, y que quedará marcado en la memoria colectiva como la expresión más masiva y socialmente recordada en relación con la pandemia del Covid-19.
La tragedia universal causada por esa enfermedad, cuyas consecuencias más terribles las sufrieron las personas que murieron y aquellas que sobrevivieron pero a costa de grandes dolores y/o traumas, determinó para siempre la vida de Argentina y de la humanidad toda, y por lo tanto de cualquier gobierno del mundo, incluido el de nuestro país.
En 2021 la vacunación masiva y la persistencia de políticas públicas y hábitos sociales de cuidado respecto del virus, posibilitaron cierta coexistencia de las actividades laborales y económicas con la permanencia del virus. Así, la economía destruida durante el año anterior, logró una fuerte recuperación.
Para ello fue fundamental la gigantesca inversión pública tanto en políticas sanitarias -construcción de hospitales de emergencia o reparación de los existentes, las compras de vacunas, de insumos para la realización de test, de medicamentos que podían atenuar los efectos de la enfermedad, etcétera- como en estímulos para recuperar la economía y sostener el empleo.
El accionar del Estado, que fue posible porque estaba a cargo del gobierno una fuerza política que cree en la inversión pública y que defiende el bien común por encima de los negocios o negociados privados, se concretó a través de planes y programas imprescindibles para la supervivencia humana, social y productiva a pesar del Covid.
Desde el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE); pasando por el programa ATP (Asistencia al Trabajo y la Producción), por el cual el Estado pagaba la mitad del sueldo de las empresas privadas a fin de que no despidieran trabajadores/as); hasta el programa de recuperación del turismo “Pre-Viaje”, que no solo permitió volver a poner en marcha los servicios turísticos que habían estado cerrados o paralizados, sino que le dio la posibilidad a millones de personas de recorrer el país con fines recreativos y de descanso gracias a los subsidios estatales.
Pandemia, guerra, sequía
A comienzos de 2022 el virus del Covid atacó a las personas con la que, hasta el momento, fue la última de las cepas altamente contagiosas: la variante Omicron. Sus efectos resultaron masivos en cuanto a la cantidad de víctimas que contrajeron la enfermedad, pero en cambio fue menor -en términos comparativos con las cepas anteriores- la cantidad de personas que soportaron cuadros graves o que perdieron la vida.
Por lo tanto, luego de dos años de pandemia las perspectivas sanitarias empezaban a mejorar notablemente. No obstante, el 24 de febrero de ese año ‘22 comenzó la guerra entre Rusia por un lado y por el otro el bloque militar Estados Unidos-OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), guerra que tiene como escenario a Ucrania y como víctima y mártir al pueblo de ese país.
La guerra en Ucrania afectó económicamente a todas las naciones, incluida la nuestra, por el encarecimiento a nivel mundial de precios esenciales como los de la energía y los alimentos. La inflación se duplicó o triplicó en países desacostumbrados a ese problema, donde el “piso” inflacionario era bajo o casi nulo.
En cambio Argentina, que al finalizar el gobierno de Mauricio Macri soportaba un aumento anual de precios minoristas de casi el 54 % (fue del 53,8 % en diciembre de 2019), recibió los efectos de la guerra con una inflación muy alta, que no paró de crecer hasta superar en los primeros meses de este año el 100 % anual, lo que significa duplicar la que había cuando se inició la gestión del actual gobierno. (En febrero, la inflación anualizada fue del 102,5 %, y aún falta conocer los datos oficiales de marzo).
Por último, además del daño económico de la pandemia y posteriormente de la guerra en Ucrania, nuestro país vivió durante tres años seguidos una circunstancia climática de falta de lluvias que también produce enormes perjuicios para la producción rural, las posibilidades de exportaciones agrícolas, y los consecuentes ingresos de dinero al Fisco y fortalecimiento de las reservas monetarias.
Fue la sequía más grave en 60 años, atenuada recientemente por algunas precipitaciones de las últimas semanas. Las estimaciones de los daños para la economía nacional varían según distintas fuentes, pero las discrepancias entre unas y otras no son de magnitud.
Al concluir marzo, a través del jefe de asesores del gobierno, Antonio Aracre, se informó que “las pérdidas por la sequía van a estar entre 15.000 y 20.000 millones de dólares”. Equivale aproximadamente al 25 % de las exportaciones que genera el país. (Información del portal Perfil, nota del 30/03/23).
El Frente de Todos (FdT) debió soportar, como oficialismo, tres factores adversos imprevistos. El más grave e inimaginable fue la pandemia del Covid, a la cual se sumaron la guerra en Ucrania y posteriormente una sequía récord.
Al mismo tiempo, la coalición encabezada por el peronismo tuvo que hacerse cargo de algo que ya sabía: las catastróficas consecuencias del gobierno de Mauricio Macri, la peor de las cuales es la deuda externa impagable generada bajo el régimen de derecha y neoliberal que azotó a nuestra Patria en el periodo 2015-2019.
Disputas internas autodestructivas
A todo lo anterior, los/las principales responsables de conducir el frente encabezado por el peronismo agregaron un factor altamente negativo que ha complicado al extremo la acción de gobierno y las perspectivas electorales del propio espacio político: el internismo.
Desde la derrota en las elecciones legislativas de 2021, se hicieron explícitas las discrepancias respecto de la política económica oficial por parte de Cristina Kirchner, es decir la líder que en 2019 tuvo la idea de construir un acuerdo electoral sumamente amplio que llevaría a Alberto Fernández como candidato presidencial y a ella como vice.
Las posiciones contrapuestas se agravaron meses después, cuando en marzo de 2022 el presidente Fernández avaló el pacto con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que había sido negociado por el entonces ministro de Economía, Martín Guzmán. La ruptura se materializó con la renuncia de Máximo Kirchner a la presidencia del bloque de diputados/as nacionales del FdT, y luego con el voto contra el acuerdo con el Fondo por parte del kirchnerismo. (Información del diario Cronista, nota del 11/03/2022).
A partir de allí, el internismo pasó a ser constitutivo del desempeño del Frente en el gobierno, en el Parlamento, en los medios de comunicación, en las redes digitales y en todo el espacio público.
El conjunto del accionar oficial, así como las declaraciones y discursos públicos y además las declaraciones off de record (fuera de grabación, o sea que no son registradas por micrófonos o cámaras), quedaron impregnadas de pujas internas habitualmente mezquinas, sectarias, conceptualmente pobres y muy perjudiciales para encarar la dificilísima tarea de gobernar.
Un ejemplo. “Usá la lapicera, Alberto”, le dijo Cristina en tono imperativo a Alberto durante el acto por los 100 años de YPF en junio del año pasado. (Video publicado en Youtube por el periódico digital La Política Online, posteo del 03/06/2022).
El solo hecho de expresarse ante el presidente de ese modo y en forma pública, fue demostrativo de una pésima manera de gestionar la relación entre quienes tienen las más altas responsabilidades en cuanto a conducir el Estado, el gobierno y la coalición oficialista.
Otro ejemplo. Dirigentes kirchneristas muy destacados, como el propio Máximo y quien fuera hasta hace poco el secretario general de la organización La Cámpora, Andrés “Cuervo” Larroque, se ocupan habitualmente de disparar críticas desgastantes contra el gobierno nacional. Pero también contra referentes de su propio sector.
El colmo de la mezquindad tuvo lugar cuando el hijo de la vicepresidenta “retó” al gobernador bonaerense, Axel Kicillof, al reprocharle un concepto que este último había dicho minutos antes, nada menos que en el acto realizado el 11 de marzo en Avellaneda contra la prohibición que la mafia judicial impuso Cristina para que no pueda ocupar cargos públicos nunca más en su vida.
Mientras Kicillof, en su discurso, le pidió a la militancia “bajar al territorio” para promover la participación popular en la lucha destinada a romper la proscripción de la líder del kirchnerismo, al hablar posteriormente Máximo le reclamó que “no hay que bajar al territorio, compañero gobernador, (sino que) hay que subir a la militancia a los lugares de decisión de una buena vez por todas”. (Crónica de Data Clave, nota del 11/03/23).
Último ejemplo (tomado arbitrariamente, igual que los anteriores, dentro de una lista potencial de casos que sería muy extensa). El ministro de Seguridad de la Nación, Aníbal Fernández, se ha convertido en uno de los principales impulsores de la candidatura de Alberto Fernández para su reelección.
Como parte de ese rol, en las últimas semanas utilizó la hiper-locuacidad que lo caracteriza para disparar manifestaciones asombrosamente miserables y tremendamente dañinas para el Frente de Todos. En una ocasión, en febrero, llegó a decir que “Cristina no está proscripta” y que quienes “dicen eso quieren proscribir al presidente”. (Entrevista en el portal Infobae, nota del 19/02/23).
A mediados de marzo, a través de una entrevista radial, Aníbal lanzó una expresión moralmente repugnante en la que comparó a “la pandemia, la guerra y La Cámpora” como tres componentes de la “catástrofe” que enfrentó el FdT desde que asumió el gobierno. Agregó que la organización fundada en su momento por Máximo es “una calamidad”. (Crónica de Perfil, nota del 16/03/23).
Estas pocas citas reflejan el nivel de destrucción interna que vienen practicando figuras importantes del frente encabezado por el peronismo. Además, como dato saliente que habla por sí solo y exime de cualquier comentario, el presidente y la vicepresidenta no tienen ningún tipo de diálogo, al menos hasta donde se sabe públicamente.
Así, la audaz experiencia político-electoral que Cristina Kirchner le propuso a la sociedad en 2019, al postular a Alberto Fernández para el máximo cargo institucional del país, transita el último año de gestión con apremios de todo tipo -los más graves son la inflación y las presiones del FMI- y con un deterioro alarmante de la propia fortaleza del espacio.
Aparte de la catastrófica herencia macrista, el Frente de Todos tuvo que gobernar durante la trágica pandemia del Covid que azotó a la humanidad, y además sufrir las consecuencias económicas de una guerra en Europa y de una sequía histórica en el país.
A todo ello sus principales dirigentes le sumaron un internismo mezquino y completamente autodestructivo. Con todos esos factores en contra se aproxima un proceso electoral determinante para el futuro de la Nación argentina, en el cual se definirá cómo va a ser la vida de las personas comunes del pueblo por muchos años, quizás durante un tiempo histórico muy largo.
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