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Columnistas
26/03/2023

Aguafuertes del Nuevo Mundo

Estrategias fallidas y dilemas a futuro

Estrategias fallidas y dilemas a futuro | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

La impronta personal de los dirigentes suele marcar a las estructuras políticas: como hizo Felipe Sapag en Neuquén, intenta hacerlo Alberto Weretilneck en Río Negro. La intendenta reelecta de Roca, María Emilia Soria, no solo tuvo capacidad para retener adhesiones sino también para acrecentarlas.

Ricardo Haye *

Siempre se arma revuelo en torno a la discusión de ¿quiénes traccionan más: las organizaciones partidarias o las personas?

Hay estructuras políticas en las que la impronta y el ejercicio personal de sus dirigentes marca un sello imposible de eludir.

Lo hizo Felipe Sapag en Neuquén, al frente del Movimiento Popular Neuquino, partido invencible desde hace más de seis décadas. E intenta seguir su huella Alberto Weretilneck, en Río Negro, provincia que controla desde hace una docena de años.

Aunque son vecinas, esta última no se “contagió” antes del énfasis provincialista neuquino a pesar de los ensayos previos que intentaron hacer encarnar ese modelo en el Partido Provincial Rionegrino o el Movimiento Popular Patagónico.

Fue el encumbramiento sorpresivo de Alberto W., tras el homicidio intrafamiliar de Carlos Soria a escasos veinte días de haber asumido la gobernación en 2011, el que abrió la senda por la que Juntos Somos Río Negro pretende situarse como espejo del MPN.

En ambos casos el peronismo tuvo participación involuntaria pero insoslayable en el despegue de las fuerzas regionales. En el neuquino, porque en 1961 la proscripción del partido surgido en 1945 impulsó la creación de la fuerza provincial. Y en el rionegrino por la citada muerte del dirigente que había logrado vencer al radicalismo, después de una hegemonía de más de 20 años.

Lo cierto es que la vigencia del emepenismo trascendió a la de la dinastía de los Sapag (Felipe, Amado, Elías, Jorge) y se proyectó en figuras portadoras de otros apellidos. Del otro lado del río, el descanso obligado que la Constitución impone tras dos ejercicios consecutivos de gobierno concluyó con una rumoreada rebeldía que, si existió, fue ipso facto sofocada por Weretilneck para postergar a la mujer que hace cuatro años eligió como su delfín e imponer su propia candidatura en el actual oficialismo provincial.

Los mentideros políticos vaticinan que Alberto W. es el favorito en los comicios del mes entrante y que, por consiguiente, Juntos Somos Río Negro sumará otro período a su seguidilla de triunfos electorales.

Sería necio ignorar los méritos propios que dan sustento a esa continuidad, pero también resultaría desatinado no considerar los deméritos de otros sectores políticos.

Aquella UCR prevaleciente en los años iniciales de la recuperación democrática no pudo sobreponerse a la derrota de 2011 y no solo colocó su estructura territorial al servicio de una fuerza sin presencia efectiva en la provincia, sino que se expuso al languidecimiento que luce en estos días.

Las recientes elecciones en General Roca, que marcaron el comienzo de la maratón nacional de comicios que tendremos en 2023, es una clara prueba de esa pérdida de tonicidad. La fuerza que hizo llegar al gobierno municipal a Pablo Verani (en 1983 y 1985), Eduardo Saint Martin (1987), Miguel Saiz (1991 y 1995) y Ricardo Sarandría (1999), y que catapultó a Verani y Saiz al gobierno provincial, en ambos casos por dos mandatos, ahora naufraga en la ciudad con un escuálido porcentaje de sufragios propios (apenas por encima del 3 por ciento) y sus antiguos votantes se desgajan en varias opciones. Es una pobre performance para un partido que, de las trece elecciones municipales ocurridas desde 1983, se alzó con la victoria en seis ocasiones, pero mordió el polvo en la última media docena.

No se puede retroceder tanto sin un significativo desdibujamiento identitario. La ausencia de líderes convocantes, sumada a ese desperfilamiento político, seguramente doloroso para la conciencia orgullosa de muchos ‘boinas blancas’ de antaño, no augura buenos resultados en las próximas compulsas.

En las filas del peronismo, entretanto, deberían revisarse las conductas que llevaron a la atomización del voto de sus acólitos. Porque se trata de la misma fragmentación que tanto preocupa a su dirigente de mayor volumen político, según confesó la propia Cristina Fernández durante el acto de entrega del doctorado Honoris Causa por parte de la Universidad Nacional de Río Negro.

La dispersión del voto progresista solo puede resultar funcional a los sectores del poder concentrado y del privilegio y a los grupos partidarios que son sus operadores, es decir los de la derecha del espectro político.

Los resultados obtenidos por la intendenta reelecta de Roca, María Emilia Soria, hablan con elocuencia no solo de su capacidad para retener adhesiones sino también para acrecentarlas: efectivamente el porcentaje superó al de su primera elección en 2019 (hace tres años fue del 56% y ahora llegó al 59.56%, casi cuatro puntos porcentuales más).

Y, por fin, la estrategia de las colectoras parece haber cosechado una contundente derrota. No solo no benefició a Carlos Banacloy, candidato al que postulaban seis listas de concejales distintas, sino que puede haberlo perjudicado. De un lado, por la confusión generada entre los votantes. Y del otro, porque el sector resultó damnificado pues la división del voto en el tramo de concejales solo les permitió contabilizar un edil, ante los tres que el bloque posee actualmente y hasta que se renueve el cuerpo legislativo en diciembre próximo.

Estos resultados no son trasladables en forma mecánica al acto electoral provincial del 16 de abril, pero quizás posibiliten al menos un par de inferencias:

 

  • algunos apellidos de fuerte resonancia, como Soria, en Roca, o Weretilneck, en la provincia, gozan de un hándicap que quizás sea difícil estimar pero que no resulta despreciable; y

 

  • la división no suma.


En este último sentido, la dispersión del voto peronista, desmembrado entre el apoyo kirchnerista a Weretilneck y las candidaturas de Silvia Horne y Gustavo Casas a la gobernación (con un escenario similar si no idéntico en la elección para legisladores), permite avizorar que la preocupación de la vicepresidenta tiene sentido y que afecta a sus propias filas.

Si lo contrario de la identidad es la alienación, el oficialismo nacional debería vivir con desasosiego profundo la difuminación de rasgos que afectan la nitidez de su perfil sectorial.

Más temprano que tarde, esa falta de claridad se verificará cuando se generen debates en torno de las actividades de extractivismo o la política salarial, asuntos de considerable impacto en la sensibilidad de un caudaloso sector de sus votantes. Y dentro de todos ellos, uno en particular: la presencia de Joe Lewis en el territorio rionegrino.

El magnate británico es una de las 500 personas más ricas del mundo, posee 12 mil hectáreas en la Patagonia y su mansión en Lago Escondido, en cercanías de El Bolsón, es escenario de un prolongado conflicto social. Gastón Harispe, diputado del Parlasur por el Frente de Todos, señaló a la agencia Télam que "en la comarca andina y en buena parte de Río Negro los policías son de (Joe) Lewis, las estaciones de servicio son de Lewis, la Justicia y los kioscos son de Lewis, la política y el Gobierno son de Lewis, todo, y el silencio también".

¿Cómo compatibilizará el kirchnerismo su cuestionamiento al latifundista inglés y su sociedad con una gestión provincial que, a lo largo de una docena de años, tejió con él una relación servicial?

¿Cuánto se sostendrá su confluencia con un dirigente y probable futuro gobernador que la más complaciente de las miradas puede definir como un “pragmático” y que para los observadores menos indulgentes opera a través del concepto de “lealtades fluidas”?



(*) Docente e investigador del Instituto Universitario Patagónico de las Artes.
29/07/2016

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