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Columnistas
26/03/2023

El modelo económico después de 24 de marzo del ‘76

El modelo económico después de 24 de marzo del ‘76 | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Al final, la experiencia neoliberal de la dictadura terminó destruyendo parte de la industria nacional, con inflación, desocupación y con una deuda externa que hipotecó al futuro del país.

Humberto Zambon

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En 1975 se creó la APEGE (Asamblea Permanente de Entidades Gremiales Empresarias) integrada, entre otras, por la Sociedad Rural, la Confederaciones Rurales Argentinas, la Cámara de la Construcción, la Cámara Argentina de Comercio, la Cámara de Sociedades Anónimas y varias federaciones industriales de provincias, “en defensa de la iniciativa privada, la libertad de asociación y la dignidad del ser humano”, según su declaración inicial y que fue el brazo empresario del golpe de 1976. En la asamblea del 18 de enero de 1976 resolvió por unanimidad que “si en el plazo… entre una semana y un mes, el Estado nacional no satisface los reclamos empresariales modificando sustancialmente su política económica, se dispondrá un paro general patronal, la suspensión del pago de impuestos, de la retención de cargas fiscales y de otros gravámenes” (para profundizar este tema se puede consultar a “Historia de la economía argentina del siglo XX”, dirigida por Alfredo Zaiat y Mario Rapoport y publicado por “Página 12”). Se pretendía acelerar así el golpe cívico militar que se sabía inminente y que finalmente se produjo el 24 de marzo. En Neuquén, como en el resto del país, se realizó una muy concurrida asamblea empresaria en el Cine Español que, por abrumadora mayoría –sólo tres votos en contra- resolvió acompañar las decisiones de la APEGE.

El justificativo del “golpe” de 1976 por parte de las fuerzas armadas fue lo que denominaban “lucha contra la subversión”, que hasta ese momento ya venían cumpliendo en algunas “zonas calientes” como Tucumán, por orden del gobierno constitucional que, después de la muerte del presidente Perón en 1974, encabezaba su esposa electa como vicepresidente, pero que ejercía de hecho el ministro de Bienestar Social, José López Rega. Además, el Ministro Ivanissevich y personajes como Ottalagano y Remus Tetu, se encargaron de intervenir y realizar gran cantidad de despidos arbitrarios (sin sumario alguno) de personal la educación, en especial de las universidades, mientras que la banda paraestatal “Las 3 A” secuestraba y mataba opositores e intelectuales, como Silvio Frondizi y tantos otros.

Pero les parecía insuficiente. Además, el gobierno, después de la salida del ministro José Ber Gelbard, no lograba seguir una política económica coherente y el desprestigio y descontento era grande. Por otra parte, habían, posiblemente dos razones más que llevaron al golpe cívico-militar: 1- Un gobierno constitucional tiene que llamar a elecciones y grandes sectores de la sociedad civil y de las fuerzas armadas temían un nuevo triunfo electoral peronista que, a pesar de las proscripciones y persecuciones a partir de 1955, mantenía la adhesión de grandes sectores populares, y 2- El “establishment” económico (del que la APEGE era su expresión) pretendía replicar en el país el modelo neoliberal establecido por Pinochet en Chile, que requería una verdadera dictadura para realizarlo.

El elegido para aplicar el plan económico fue el representante de la Sociedad Rural, José Martínez de Hoz.

Con el golpe se generó un modelo rentístico de acumulación financiera con endeudamiento y apertura al capital y al comercio externo. Hasta esa fecha y desde los años `40 el modelo dominante había sido el de industrialización por sustitución de importaciones, que había logrado un buen desarrollo con buenas tasas de crecimiento del producto bruto e, inclusive, en especial con la política seguida a partir de 1973, se había intensificado el crecimiento industrial y se realizaban importantes exportaciones de manufacturas.

De todas formas y, en general, por razones de amplitud de mercado, a la industria argentina le costaba competir con precios de los bienes importados. Entonces, el argumento esgrimido fue el de la eficiencia: la apertura al comercio mundial y el mercado se encargarían de determinar cuáles eran las actividades eficientes y las que no podían competir tenderían a desaparecer. Se priorizaban las actividades con ventajas comparativas internacionales, que en nuestro país son las del agro pampeano, y las de los sectores financieros y de servicios, con el costo de sacrificar parte de la industria.

Las principales medidas tomadas fueron la unificación del tipo de cambio con una fuerte devaluación del peso, la reducción y posterior eliminación de las retenciones a la exportación de los productos del agro, la eliminación de las limitaciones al comercio externo y la supresión de los subsidios y control de precios. Esto se tradujo en un deterioro de los salarios reales y de las jubilaciones superior al 20%. Cabe señalar que en el Plan Triañal de 1073 se preveía la participación de los trabajadores en el ingreso en un 50% y que este fue en el año 1974 del 48,5%. Luego del golpe y las medidas económicas adoptadas, en 1976 la participación real fue solamente del 30,4%: una brutal traslación de ingresos de los trabajadores a favor de los empresarios y capitalistas en general.

En el plano financiero, en 1977 se dictó la reforma del régimen de entidades financieras, con la liberación del mercado, de las tasas de interés y de movimiento de capitales con el exterior. Se crearon muchos bancos y se generó una importante especulación financiera. Un indicio de esto último fue la importancia que alcanzaron los expertos financieros en la conducción empresaria, desplazando a los gerentes y especialistas en la producción.

La apertura a los mercados internacionales de capital permitió la entrada de importantes capitales especulativos, cuyos fondos fueron puerilmente utilizado en importaciones prescindibles, en enriquecimiento de minorías especulativas y en una ilusión generalizada de riqueza nacional (fue la época del turismo masivo al exterior, donde al argentino se lo apodaba "el deme dos").

El gobierno, para contener el salto inflacionario, estableció una tabla anunciando las futuras devaluaciones de la moneda, que eran decrecientes, hasta desaparecer. De esa forma se pretendía eliminar la incertidumbre cambiaria y ajustar la inflación interna a la internacional. Fue la famosa tablita de Martínez de Hoz.

Sin embargo, la inflación interna, en parte por simple inercia, fue superior a la devaluación prevista, lo que llevó a un atraso cambiario que, unido a la apertura externa de la economía, incrementó las importaciones y produjo un fuerte déficit de la balanza comercial; para cubrirlo y para asegurar un flujo permanente de capitales, la tasa de interés local fue muy superior a la internacional más las devaluaciones previstas. Durante 1979 y 1980 se podían hacer diferencias entre el 40 y el 50% anual en dólares tomando préstamos en el mercado internacional y depositándolos en el sector financiero interno, que, además, gozaba de la garantía estatal; fue el nacimiento de la “bicicleta financiera”. Según Jorge Schvarzer, “de acuerdo con estadísticas oficiales, el sector privado se endeudó con el exterior en una magnitud superior a los 5.000 millones de dólares en 1979, sólo por esta causa".

A partir de 1980 comenzó a manifestarse desconfianza respecto de la durabilidad del programa y quienes podían dolarizaban sus ahorros, por lo que el Banco Central se endeudaba con el exterior con el único fin de satisfacer la demanda de dólares del público: así, entre enero de 1980 y marzo de 1981 el gobierno se endeudó con los bancos extranjeros en 15.000 millones de dólares que, en parte, volvieron a los mismos bancos como depósitos de los residentes argentinos. La fuga de capitales entre 1978 y 1982 fue estimado en 23.400 millones de dólares (al valor de aquella fecha).

Finalmente, el endeudamiento externo de los particulares fue asumido por toda la sociedad, al "nacionalizarse la deuda"; fue por decisión de Domingo Cavallo, mediante una comunicación del Banco Central, que se estableció un sistema de seguros de cambio por el que el estado se hizo cargo de prácticamente el total de la deuda privada.

Entre 1979 y 1981 la tasa de interés internacional pura pasó del 7 al 17% anual, lo que implicó un elevado aumento del valor actual del endeudamiento externo y, lógicamente, de las obligaciones de pago por intereses. Con este cuadro, a principios de los años '80 era evidente que la posibilidad de endeudamiento, tanto del país como las del resto del tercer mundo, estaba llegando al límite, aunque continuó hasta donde pudo el proceso de endeudamiento externo. La crisis de la deuda se inició con Turquía (1979) y Polonia (1982), que debieron refinanciar sus deudas, hasta que en ese mismo año México interrumpió sus pagos. Lo siguió Argentina que, con motivo de la guerra de las Malvinas, declaró de hecho una moratoria unilateral.

Al final, la experiencia neoliberal de la dictadura terminó destruyendo parte de la industria nacional, con inflación, desocupación y con una deuda externa que hipotecó al futuro del país.

Hubo dos experiencias posteriores con un modelo económico similar: la de Cavallo con Menem y De la Rúa en los años ’90, que terminó con la crisis del 2001, y la de Macri en el 2015-2019, que llevó a un fracaso similar, con el mayor endeudamiento externo de la historia argentina. Es de esperar que, como dice el dicho popular “la tercera sea la vencida” y no haya una cuarta experiencia.

El gran economista alemán Joseph Schumpeter escribió que “nadie puede tener la esperanza de entender los fenómenos económicos de ninguna época –tampoco de la presente- si no domina adecuadamente los hechos históricos o no tiene un sentido histórico suficiente”. Entender esto es importante por la situación económica actual, donde amplios sectores aspiran a una solución similar, que ahora tendría resultados diferentes, lo que es propio de ilusos o de quienes ignoran la historia nacional.

29/07/2016

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