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26/02/2023

David Ricardo y la invención del neoliberalismo

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La industrialización en nuestro país, como objetivo político, se inició en 1946 con fuerte resistencia de la oligarquía; a pesar de ésta y de las fallas y errores que tuvo logró sobrevivir, inclusive a las nefastas políticas neoliberales aplicadas entre 1976 y 2001, así como al gobierno neoliberal del 2015-2019.

Humberto Zambon

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Los cimientos y gran parte de la estructura del edificio teórico del liberalismo económico, hoy más conocido como neoliberalismo, se deben a Adam Smith y su libro “La riqueza de las naciones” publicado en 1776, que fundamenta la no intervención en el mercado de fuerzas externas (estado, sindicatos) ya que aquel es el óptimo asignador de recursos; la construcción la completó, casi medio siglo después, David Ricardo con su libro “Principios de Economía y Tributación” (publicado en 1817) y su teoría de las ventajas relativas, que fundamenta la teoría de la división internacional del trabajo, una de las principales banderas del liberalismo económico.

David Ricardo (1772-1823), perteneciente a la burguesía inglesa (industrial textil), munido de una gran inteligencia y capacidad de análisis, profundizó las teorías del valor-trabajo y de la distribución del ingreso y se convirtió en uno de los principales exponentes de la llamada escuela clásica de economía. Además, intervino activamente en política y participó en las polémicas de su época, defendiendo los intereses de su clase.

En el plano internacional observó que los países tenían distintas ventajas productivas, algunas absolutas, como las provenientes de sus climas y provisión de recursos naturales diferentes, y otras relativas, provenientes de diversos niveles de acumulación de capital y formación de recursos humanos, lo que les permitía producir algunos bienes con costo (medido en horas de trabajo) mucho menor que otros. Si cada país se especializara en producir aquello para los que tiene ventajas absolutas o relativas (Argentina granos, Brasil café y productos tropicales, Chile salitre y cobre, Inglaterra, único país que en la época había iniciado la revolución industrial, en la producción de mercaderías manufacturadas) e intercambiara los excesos producidos por aquellos productos para los que no tiene ventajas, con las mismas horas de trabajo obtendría muchos más bienes que si intentara producirlos todos dentro de sus fronteras. Es decir, con la especialización productiva y el intercambio de bienes todos estarían en mejor situación económica, una especie de pirinola donde siempre sale “todos ganan”. Es el fundamento de la “división internacional del trabajo” y del libre comercio mundial.

El razonamiento de Ricardo es impecable, pero se trata de una fotografía donde no se tiene en cuenta al factor tiempo y a la posible evolución de las ventajas relativas de los distintos países. Si se hubiera aplicado al pie de la letra la división internacional del trabajo en esa época, cuando el suyo era el único país que había comenzado con la revolución industrial, Gran Bretaña se hubiera convertido en el exclusivo exportador de manufacturas para todo el mundo, mientras que el resto se habría limitado a producir alimentos y materias primas y servir de mercado consumidor de la manufactura inglesa.

Es lo que pretendía la burguesía industrial británica en esa época. Como escribió Schumpeter, “los defensores ingleses del librecambio postulaban la universalidad de su argumentación. Era para ellos eterna y absoluta sabiduría, válida en todo tiempo y lugar; el que se negara a aceptar el librecambio había de ser un necio o un truhán. O ambas cosas a la vez”.

Uno de los primeros opositores, y el más conocido de ellos, a esa visión fue el alemán Friedrich List (1789-1846): consideraba que la industrialización era el único camino que tenían los pueblos germanos para salir de la pobreza, por lo que el estado debía intervenir para desarrollarla; la industria incipiente no podía competir con las manufacturas importadas, por lo que se debía establecer un sistema de protección hasta el momento en que, desarrolladas, pudieran exportar en igualdad de condiciones que las extranjeras. El de List uno de los primeros tratados a favor de la protección económica en el comercio exterior posterior a Ricardo.

Las ideas de Ricardo y de List son parte de un largo y viejo debate: librecambio o proteccionismo, donde hay muchos aportes teóricos interesantes, pero más que intercambiar ideas se discute en función de intereses concretos de clases sociales. Curiosamente, todo empezó en Inglaterra con el tratamiento de la llamada “ley de granos”: los terratenientes británicos querían protección para la producción agraria local, que mantuviera intacta sus rentas ante la amenaza de importaciones baratas de alimentos y materias primas desde el exterior; los industriales, por el contrario, encabezados por David Ricardo, reclamaban libertad de comercio para importar insumos baratos y exportar al mejor precio sus productos. Triunfó el libre cambio. A partir de entonces en el resto del mundo hubo un cambio de roles: los terratenientes y productores de materias primas se convirtieron en librecambistas (para colocar sin problemas sus productos en el extranjero e importar bienes industrializados baratos) mientras que los incipientes industriales exigían protección para desarrollar sus industrias.

Por ejemplo, la guerra de Secesión en Estados Unidos fue entre el sur, productor de algodón y tabaco con mano de obra esclava que exportaban a Inglaterra y querían manufacturas baratas (era librecambistas) y el Noreste, que iniciaba el proceso de industrialización, y necesitaba mano de obra libre (convertida en jornaleros) y protección para su desarrollo. Ganó el norte y Estados Unidos se convirtió en potencia industrial.

Alemania, con el gobierno de Bismarck, aplicó un fuerte proteccionismo, lo mismo que Francia, con algunas interrupciones; Japón es un caso especial, donde fue el estado directamente quien desarrolló al capitalismo industrial. Y se pueden dar muchos más ejemplos más de los países que hoy son desarrollados en función a la protección inicial a sus industrias.

En nuestro país tuvieron hegemonía política los terratenientes de la pampa húmeda, por lo que se optó por la inserción en la división internacional del trabajo y, lógicamente, por el librecambio: nos considerábamos orgullosamente “el granero del mundo”, con una economía basada en el “crecimiento hacia afuera”; hasta entrado el siglo XX la única industria que prosperaba era la relacionada con la exportación primaria. La crisis de los años ’30 y la segunda guerra mundial mostraron la precariedad de ese modelo, que ya había encontrado cierto límite en su crecimiento con la puesta en producción de todas las tierras aptas.

La industrialización es más que una determinada producción de bienes; significa la incorporación de técnicas y de conocimientos en permanente cambio: es la modernización de la sociedad y la posibilidad de dar trabajo productivo a la población que por razones tecnológicas libera el agro. Además, sin industria, “sobraríamos” la mitad de los argentinos.

La industrialización en nuestro país, como objetivo político, se inició en 1946 con fuerte resistencia de la oligarquía; a pesar de ésta y de las fallas y errores que tuvo (como la dependencia excesiva del mercado interno) logró sobrevivir, inclusive a las nefastas políticas neoliberales aplicadas entre 1976 y 2001, así como al gobierno neoliberal del 2015-2019. Todavía hoy es la opción para el desarrollo económico y humano argentino, y para avanzar es necesario una política económica adecuada basada en 1) tipo de cambio favorable, para lo que es imprescindible las retenciones a las exportaciones tradicionales; 2) profundización de la integración económica en el Mercosur ampliado y 3) fuerte intervención estatal. La opción es esa o la vuelta atrás, como pretenden los muchos que –en función de sus intereses personales- añoran nuestra inserción en la división internacional del trabajo.

29/07/2016

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