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21/11/2021

Aguafuertes del Nuevo Mundo

La impostura de la derecha

La impostura de la derecha | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Los conservadores que se visten de rebeldes sobreactúan sus puestas en escena para conectar con cierto hartazgo de grupos sociales diversos. No hay límite para lenguas desatadas como las de José Espert y Javier Milei. Sus palabras violentas contribuyen a que las llamas se propaguen.

Ricardo Haye *

Hay una clara impostura en la derecha. Es lo que hoy se denomina “un acting”, el disfraz que vienen utilizando las fuerzas conservadoras cuando se visten de rebeldes. Pero esa estrategia es puro camelo. No es nada más que una pose inverosímil, difícilmente creíble, dado que a los defensores del orden establecido no les sienta bien ponerse ropajes transgresores.

La psicología señala al acting como un recurso para salir de la angustia. Para Freud la actuación era un acto de repetición inconsciente, una manera de traer algo reprimido al presente a través de una acción y no únicamente como un recuerdo. Pero resulta que el padre del psicoanálisis explicaba que el que practicaba esta conducta, acostumbraba repetirla sin saber que lo hacía. Aquí, en cambio, no hay manifestación del inconsciente. Los actings de los presuntos rebeldes de derecha son estrategias para dorar la píldora a los votantes y ganarse su adhesión. Por eso incluso sobreactúan sus puestas en escena y lo hacen a plena consciencia de que esas actuaciones conectan con cierto hartazgo de grupos sociales diversos, en busca de referencias con las que puedan ensayar alguna identificación.

Un claro ejemplo de acting interesado es el que a lo largo de la campaña electoral reciente protagonizó José Luis Espert. El economista y diputado nacional electo por la provincia de Buenos Aires subió la temperatura con declaraciones flamígeras en las que promovió acciones represivas extremas, pidiendo que la policía meta bala. En su paroxismo declarativo y sin ningún tapujo, reclamó que con los delincuentes se haga un queso gruyere. Ese mensaje tremendo, inhumano, no tardó nada en hacerse efectivo. Y le costó la vida a Lucas González, un pibe de 17 años que era futbolista de un club del ascenso, Barracas Central. Fue un caso típico de gatillo fácil, de esos que alienta Espert. Los responsables son los efectivos de la Policía de la Ciudad de Buenos Aires Gabriel Isassi, José Nievas y Fabián López. Y, aunque no hayan sido los autores materiales, sería bueno considerar también las responsabilidades de los sujetos políticos que fogonean estas prácticas salvajes. Lo hicieron los dirigentes del PRO con el caso Chocobar, el policía que hace cuatro años asesinó por la espalda al asaltante y agresor de un turista. Y lo hace ahora este esperpento que acaba de ser ungido legislador de la Nación.

Espert también pidió bajar la imputabilidad a fin de que alcance a los menores a los 12 años. A su criterio, los niños que cometan delitos deberían ir a las mismas cárceles que los adultos.

Es curioso, porque él mismo reconoce que las prisiones no cumplen el deber de socializar y que, por el contrario, son escuelas de perfeccionamiento del delito. Y allí quiere enviar a los chicos que -justamente- están en la edad del aprendizaje.

No hay límites en esas lenguas desatadas. Todo vale para ganar adhesiones de la gente que fue víctima de la delincuencia. Pero esas palabras vehementes y violentas de quien debería tener la capacidad de calmar los espíritus y razonar con serenidad, solo contribuyen a que las llamas se propaguen.

Durante la movilización que días antes dela elección se llevó a cabo en Ramos Mejía (localidad situada dentro del distrito de La Matanza, al oeste de la ciudad de Buenos Aires), tras el asesinato del kioskero Roberto Sabo, la televisión mostraba insistentemente a un hombre corpulento que vociferaba y amagaba irse encima del cordón policial. Dos o tres vecinos intentaban frenarlo sin ningún éxito. El sujeto estaba fuera de sí y una y otra vez volvía a increpar a una nutrida fila de policías con escudos, aprovisionados de gas pimienta y fuertemente pertrechados. Si la temperatura de la escena hubiese subido un grado más, podría haber ocurrido una masacre. No se trata de cuestionar el legítimo derecho ciudadano al reclamo. Pero es inevitable pensar en la relación de retroalimentación que existe entre el malestar social y el discurso incendiario de dirigentes como Espert.

También el responsable de la seguridad bonaerense Sergio Berni suele despachar litros de nafta sobre el fuego. Y dado que ni el propio sentido común los frena, cabe interrogarse si no hay nadie en las inmediaciones que les diga que ese no es el camino.

La misma ferocidad que estamos intentando retratar se hace carne en la figura de otro legislador electo en la jornada del 14N. Se trata de Javier Milei, quien embadurnó con improperios a Horacio Rodríguez Larreta y hasta amenazó con aplastarlo. Con esas manifestaciones intenta posicionarse como el “macho cabrío”, dispuesto a ganar adhesiones en la misma franja ideológica del alcalde porteño y al mismo tiempo debilitar a un severo contendiente interno de Macri, con quien el economista viene sosteniendo diálogo. Su actuación resulta funcional a todos esos propósitos.

En un registro más amplio, el agresivo emergente dizque libertario cuestionó duramente a la “casta política”, casi postulando que él mismo nació de un repollo o “como si él fuera un artesano hippie”, según alguien registró en un meme. Quienes pasan por alto estas situaciones, eligen ignorar que toda su furia verbal tiene como fin asegurarle un lugar, en esa misma casta que cuestiona, mediante su ingreso al parlamento.

El momento culminante de esta puesta en escena peligrosa se vivió en la misma noche de los comicios, cuando un guardaespaldas del próximo legislador protagonizó una grotesca carrera sobre el escenario del Luna Park amagando con empuñar un arma que llevaba en su cintura. Es natural que el temperamento violento del líder convoque y aglutine a sujetos con tendencias similares y fácil predisposición al arrebato.

Si algún mérito tiene Milei es cierta coherencia que se pone de manifiesto cuando señala que Menem fue el mejor presidente que tuvo el país, que Macri no pertenece a la casta política o que Cavallo tiene dimensión de estadista. Allí están reunidos los nombres que componen un núcleo claramente situado en posiciones de defensa del mercado, desguace del Estado, progresiva y constante disminución de las salvaguardas sociales de los grupos menos favorecidos y defensa furiosa de los intereses de los sectores dominantes. Frente a él, resulta inevitable interrogarse: ¿cómo puede ser un rebelde quien defiende el statu quo con tanto fervor?



(*) Docente e investigador del Instituto Universitario Patagónico de las Artes.
29/07/2016

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