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Columnistas
23/08/2021

El voto argentino, en una región tensa y con peligros

El voto argentino, en una región tensa y con peligros | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.
Desfile militar organizado por Bolsonaro el 10 de este mes.

Las elecciones nacionales se harán mientras en Perú el presidente anti-neoliberal sufre una extrema debilidad política, y Chile ha logrado grandes avances populares. Bolsonaro militariza Brasil y amenaza a la democracia, y la ultraderecha violenta de nuestro país puede llegar al Congreso.

Miguel Croceri

Argentina va en camino de realizar el 12 de septiembre venidero las elecciones primarias abiertas simultáneas y obligatorias (PASO) para cargos legislativos nacionales -diputados/as de todas las provincias más senadores/as en ocho de ellas-, y posteriormente, el 14 de noviembre, la elección general que determinará finalmente quiénes ocuparán esos puestos de representación en el Congreso de la Nación.

El proceso electoral tiene como trasfondo la pandemia del Covid, y por lo tanto presenta incógnitas y particularidades que jamás antes habían acontecido. Cuando hayan finalizado ambas instancias de participación cívica, con los sufragios ya contados, algunos interrogantes quedarán resueltos y se abrirán otros nuevos.

Además, los efectos políticos de los comicios argentinos serán materia de interpretación por sus proyecciones internacionales. Nuestro país se convirtió, hace menos de dos años, en el primero de Suramérica y hasta hace poco el único que mediante el voto ciudadano desalojó del control del Poder Ejecutivo a un gobierno pro-estadounidense y neoliberal.

Esa característica de “único” no se mantiene plenamente porque también Perú, muy recientemente, produjo un resultado electoral que en ese aspecto tiene similitud con el nuestro. Y en el caso peruano no se trató de que terminó su periodo un gobierno la derecha alineado con Estados Unidos y garante de la versión más brutal del capitalismo -el neoliberalismo-, sino que el triunfo del actual presidente Pedro Castillo ocurrió después de más de tres décadas de implantación de ese modelo socio-económico, cultural, educativo, comunicacional, etcétera.

Cierto es que Castillo se encuentra en una situación de debilidad política extrema. Ello sucede por varias razones: ganó el balotaje por apenas el 05% de los votos; proviene de un partido nuevo que carece tanto de arraigo histórico como de implantación territorial y experiencia de gobierno -todo lo contrario del peronismo, para tomar una comparación a mano-; el propio mandatario nunca ejerció cargos en la gestión del Estado, ya que su trayectoria pública tuvo lugar en el campo del sindicalismo; y -en esto sí se parece a la situación argentina- tiene a todas las corporaciones en contra.

Una muestra de la estrategia desestabilizadora fueron las presiones militares y de los partidos de derecha y ultraderecha que derivaron en la renuncia del canciller Héctor Béjar, apenas 20 días después de que el gobierno iniciara su mandado. A su vez, la oposición parlamentaria amenaza con negarle el “voto de confianza” que el gabinete debe obtener en el Congreso, según la Constitución. (Tema desarrollado días atrás en Va Con Firma, nota del 18/08/21). 

Realizar comparaciones entre un país y otro siempre ofrecerá similitudes y diferencias. Pero citar el caso peruano es una forma de aludir a las tensiones múltiples que atraviesan a otras naciones del sur continental.

Avances populares en Chile

En ese plano más amplio de consideraciones, son varios los países de la región donde se manifiestan disputas de trascendencia histórica entre bloques de poder que sostienen el modelo del capitalismo salvaje extremo por un lado, y por el otro sectores de la sociedad y de la política que pugnan por construir alternativas favorables a los intereses nacionales y populares.

Quizás el caso más notorio es Chile. Allí las fuerzas que cuestionan el orden vigente irrumpieron con una rebelión generalizada a fines de 2019. El proceso detuvo parcialmente su ímpetu en los primeros meses de la pandemia pero luego recobró fortaleza, y este año obtuvo triunfos resonantes en el nivel institucional: primero en el plebiscito que aprobó realizar una reforma de la Constitución y después en la propia elección de las/los constituyentes.

Esas victorias rotundas de sujetos políticos, sociales y étnicos -por el fortalecimiento de la lucha de pueblos originarios- que empezaron a romper la férrea persistencia del neoliberalismo y el predominio de la derecha partidaria, han llevado la situación chilena a una etapa de disputas que está en pleno desarrollo y que a la vez será muy larga.

El 21 de noviembre habrá elecciones presidenciales y, con alta probabilidad, la contienda se definirá un mes después, el 19 de diciembre, en una segunda vuelta. El resultado indicará si efectivamente se consolida un corrimiento de la escena nacional hacia la izquierda, o si vuelve al gobierno el espacio de centro-centroizquierda antes llamado “Concertación Democrática” (cuyos representantes en la presidencia de la República fueron, en distintos momentos, Ricardo Lagos y Michelle Bachelet) y que ahora, en la convención constitucional, funciona con el nombre de “Unidad Constituyente”.

Además, está previsto que las deliberaciones para redactar una nueva Constitución duren hasta junio del año próximo, y que luego, el texto que de allí surja deberá ser aprobado en un nuevo plebiscito por al menos dos tercios de las/los ciudadanas/os que participen.

Por lo tanto, las tendencias hacia una transformación profunda del poder y de la sociedad en Chile, para su consolidación requieren todavía superar instancias cruciales. La derecha política y corporativa local, articulada con los factores de poderío internacional, han sufrido duras derrotas, pero la disputa continúa y nada está resuelto de antemano.

La militarización de Brasil

Así como América Latina es una zona del mundo tensa porque sectores subordinados en la estructura social les presentan batalla a los bloques de poder dominantes, también es una región sobre la cual acechan peligros. Las señales más graves en ese sentido provienen de Brasil.

El presidente de extrema derecha Jair Bolsonaro conduce un proceso de militarización del Estado y de la sociedad, y hace públicas sus amenazas de no respetar el resultado de la elección presidencial -para la cual falta más de un año- en caso de resultarle adversa. La excusa es que con el sistema de urnas electrónicas se produciría un “fraude” en su contra, y el motivo real estriba en la vigencia de la popularidad de Lula y la posibilidad de que se postule como presidente y gane, según anticipan muy diversas encuestas.

En cuanto al avance de las corporaciones armadas impulsado por Bolsonaro, la demostración más explícita fue el desfile militar que él ordenó realizar a mediados de este mes frente a la sede del gobierno en la ciudad de Brasilia, capital del país. Fue la primera vez que ocurrió algo así desde la dictadura brasileña 1964-1985 (Información del diario El País, de España. Nota del 10/07/21). 

Al día siguiente de esa exhibición castrense, el Congreso ratificó el mencionado dispositivo de votación, a lo cual el gobernante respondió que entonces “las elecciones no serán confiables”. (Reporte de la agencia Télam, nota del 11/08/21). 

De todos modos, y a diferencia de Argentina donde la corporación judicial le garantiza impunidad a Mauricio Macri y demás integrantes del régimen de derecha que él encabezó durante cuatro años, en Brasil existen profundas rupturas políticas dentro del mismo bloque de poder que encarcelo y proscribió a Lula en 2018, y así generó las condiciones fraudulentas para que ganara el candidato hoy en funciones presidenciales.

Dentro de ese marco, el juez del Supremo Tribunal Federal (STF, equivalente a una Corte Suprema) Alexandre De Moraes, investiga a seguidores de Bolsonaro por propiciar “la práctica de actos violentos y amenazantes contra la Democracia, el Estado de Derecho y sus Instituciones, así como contra miembros de los Poderes” del Estado.

En la causa judicial, donde el propio jefe del Estado es uno de los sospechosos, se trata de averiguar el origen y el financiamiento de una red de “milicias digitales de ultraderecha” que se encargan de propagar contenido falso (“fake news”) y ataques contra la democracia a través de Internet. A su vez, Bolsonaro planifica una demostración de apoyo popular y convocó a movilizarse el 7 de septiembre contra el máximo órgano judicial brasileño. (Más detalles, en artículo de Página 12. Nota del 21/08/21).

Ultraderecha violenta argentina

Con este peligroso contexto en el país vecino que es, a su vez, el más grande, más poblado y económicamente más poderoso de Suramérica, las argentinas y argentinos votarán en la primaria del 12 de septiembre y en la general del 14 de noviembre.

Y una de las novedades riesgosas para la convivencia democrática y la paz social en nuestro país, es la posibilidad cierta de que una ultraderecha aún más agresiva que la de ex Cambiemos consiga ingresar al Congreso Nacional, probablemente a través del precandidato a diputado por la ciudad de Buenos Aires Javier Milei.

Economista mediático y propagandista fanático del ultra-capitalismo extremo, es además un dirigente político desquiciado y enardecido con rasgos psicópatas que ejecuta una retórica violenta y antidemocrática, con consignas tales como “quemar” o “dinamitar” el Banco Central, al que atribuye las culpas de todos los males que sufre el país.

“Lo quiero dinamitar (al Banco), que se rompa todo y queden solo los escombros”, dijo por ejemplo Milei en el programa televisivo de una de sus cómplices y propagandistas ideológicas, la predicadora Viviana Canosa. (Ver artículo publicado en El Destape, nota del 12/07/21). 

Cada país es distinto y, como dice un párrafo anterior de esta columna, cualquier comparación arrojará siempre algunas similitudes y también diferencias. Aquí la ultraderecha violenta está lejos, al menos hasta donde puede observarse, de obtener una mayoría electoral.

Sin embargo, el discurso extremista desplegado durante la pandemia por figuras mediáticas y político-partidarias (del macrismo y sus aliados) que antes no llegaban a tanto, junto al crecimiento de figuras como Milei y José Luis Espert que quizás -hay que esperar los resultados electorales- tengan traducción en un importante número de votos, indicarían que fenómenos como el bolsonarismo pueden fomentar expresiones similares en nuestro país, aunque en cada lugar con sus especificidades y con alcances muy distintos.

Lo cierto es que el voto ciudadano argentino de este año tendrá como trasfondo, además de la pandemia, a una región suramericana donde hay tensiones debido a la lucha y los avances de sectores populares, y también peligros por el auge de grupos de ultraderecha que tienen lugar, asimismo, en los países más poderosos del mundo.

29/07/2016

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