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Deja el mate amargo a un costado, da una nueva pitada al cigarrillo y recién entonces, Irene Gruss empieza a contar el origen de su poema “Mientras tanto”, aparecido en su primer libro y que suena en otro plano, que se dice desde un pliegue de la realidad que esconde y revela al mismo tiempo qué ocurre afuera:
Yo estuve lavando ropa
mientras mucha gente
desapareció
no porque sí
se escondió
sufrió
hubo golpes
y
ahora no están
no porque sí
y mientras pasaban
sirenas y disparos, ruido seco
yo estuve lavando ropa,
acunando,
cantaba,
y la persiana a oscuras (Mientras tanto, en La luz en la ventana)
La charla transcurre en el departamento de la poeta, en un edificio de avenida Rivadavia al 3700, en el barrio de Almagro, Buenos Aires. El poema, dirá su autora esta tarde de 1985, tiene una referencia precisa: habla de Lucina Álvarez, su amiga que desapareció en 1976 junto con Oscar Barros, su compañero. Agregará, detrás del humo casi azul, que su hija se llama Lucina, y entonces el silencio va a ocupar por completo la sala de ese departamento. Veinte años después, Víctor Redondo terminará su labor de recopilación de poemas y textos de desaparecidos, y así el libro editado, Palabra viva, contendrá parte de la producción poética de Lucina Álvarez. Irene Gruss fue parte del taller de Mario Jorge de Lellis, fundador del grupo Pan Duro a mediados de la década de 1950. Allí estuvieron Juana Bignozzi, Juan Gelman, Humberto Costantini, Isidoro Blaisten, Roberto Santoro, tal como relata Omar Álvarez en su Perros en invierno (y primaveras con Lucina):
Además de autor, Mario fue un estudioso de la poesía. Tanto a César Vallejo como a Pablo Neruda, que son como polos complementarios de la poesía latinoamericana, dedicó parte de sus trabajos. Quizás se lo deba ubicar más cerca del poeta peruano. Tal vez por eso, Lucina admiró más a Vallejo y de él se nutrió más su posterior poesía. Mario ejerció, sin duda, una fuerte influencia en la generación de los sesenta, en Juan Gelman, en Humberto Costantini. En los escritores que se agruparon bajo el nombre de El Pan Duro, en reconocimiento a su poema “Canto a los hombres del pan duro”. (N. de la R.: el poema fue cantado, por ejemplo, por Ficus Dúo y por Teresa Parodi. Fue tal que a fines de esa década, uno de los primeros talleres literarios (como experiencia innovadora entonces) de Buenos Aires llevó su nombre y perduró varios años como una nueva forma de hacer literatura. El Taller Literario Mario Jorge de Lellis. Fundado por muchos de quienes querían su poesía, por algunos de quienes habían sido sus amigos... y por Lucina. En su primera época lo integraron además de ella, Irene Gruss, Daniel Freidemberg, Rubén Reches, Jorge Asís, Marcelo Cohen, Jorge Aulicino (Jorge Ricardo se hacía llamar entonces). También Oscar Barros...
… Resulta sugerente que hoy perdure un recuerdo más geográfico que poético. Reconocido como El Poeta de Almagro, hay una placa que da su nombre a la esquina de la Confitería Las Violetas, Medrano y Rivadavia. Y en el mismo barrio, la pequeña (acaso como símbolo del lugar en la memoria académica) plazoleta en forma de triángulo, en la esquina de Pelluffo al 4000, donde se junta con Lezica, también se llama Mario Jorge de Lellis. En el mismo lugar donde alguna vez estuvo la vieja estación Almagro de Ferrocarril Oeste. Hasta el enano monolito levantado allí y semidestruido sugiere una imagen degradada del pretendido homenaje. (páginas 80-81)
En el libro de Omar Álvarez hay una época que funciona como cruce de relatos, de historias. El núcleo desde el cual se abre o hacia el que confluye la narración es la desaparición de la pareja Lucina Álvarez-Oscar Barros y el contexto previo y posterior a ese hecho. Desde ese momento, las palabras van hacia atrás o hacia adelante, como en una espiral que se carga de nuevos sentidos con cada vuelta. La fuente principal del libro es la memoria de su autor: la del chico deslumbrado con la vida de su hermana nueve años mayor, integrante de uno de los principales grupos literarios porteños de entonces -El Pan Duro también tenía relación con El Escarabajo de Oro, la revista dirigida por Abelardo Castillo-; pionera en el impulso a la educación artística en el sistema público; poeta confiada en el periodismo como herramienta de cambio y en la política como instrumento específico de liberación.
Omar Álvarez, en el café Tortoni de Buenos Aires. |
La reconstrucción emprendida por Álvarez-novelista incluyó numerosas entrevistas, búsquedas en bibliografía muchas veces inexistente -por ejemplo, de Lellis es uno de esos poetas sometidos al ninguneo, esa forma suave de descarte de aquello que la cultura oficial argentina no reconoce como canónico-, referencias a los cambios sociales y culturales registrados en la época, descripciones de la vida de las familias de trabajadores en los barrios suburbanos, el surgimiento de las primeras bandas de rock cantado en castellano. El libro permite, entonces, asomarse a un panorama político y cultural de una sociedad conmovida por transformaciones y reacciones tan profundas y virulentas unas como otras. Por eso no están ausentes las discusiones de entonces, las diferentes posiciones políticas y estéticas, las evaluaciones de hechos que se sucedían con la velocidad impensada de la inminencia. De una cosa se podía estar seguro entonces: todo cambia. De esas transformaciones al alcance de la mano hablan, en cierto modo, los poemas de Lucina, publicados en la antología Los que siguen:
Poetas, cantores
deshollinadores de la vieja memoria
rumiadores celestes de palabras
caballeros andantes de la melancolía
buceadores de la magia
filatelistas de la ceniza
Lamas de los papelitos
amigos míos
no vayamos a olvidarnos de la luz
que no está allá arriba ni tan lejos
sino aquí
por estos lados. (Un favor a la poesía)
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César Vallejo ha muerto.
Y Modigliani ha muerto.
Y Mario y el Che y don Emilio
Lumumba y su risa nueva
Gérard Phillipe y su mirada azul.
Sobre cuatro jazmines de noviembre
Y cuatro paredes tristes como el humo
se me siguen viviendo todavía. (Pieza en Barracas)
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Ocurre que
unos se mueren de risa
otros se mueren de ganas
otros se mueren de frío
otros se mueren de hambre
otros se mueren de un susto
marías se mueren de umbrales
bares se mueren de grilles
tantos se mueren de solos
suicidas se mueren de mundo
otros se mueren de andamio
“un árbol se muere de pie”
un jefe se muere acostado
solteras se mueren de pueblo
Rilke se muere de flor
Emily de muere de triste
trenes se mueren de horario
tranvías se mueren de olvido
un loco se muere de suelto
amores se mueren de dudas
zapatos se mueren de calle
mateos se mueren de asfalto
relojes se mueren de tiempo
muy uno se muere de Che
otros se mueren de estatua
algunos se mueren de lluvia
otros se mueren de noche
otros se mueren de viento
otros se mueren de luna
la luna se muere de Apolos
un camello se muere de sol
un tílburi se muere de nieve
una esquina se muere de tango
un pájaro se muere de jaula
Fierro se muere de ausencias
almidones se mueren de tía
un soldado se muere de bala
USA se muere de Cuba
lagartos se mueren de verde
otros se mueren de azul
Van Gogh de amarillo
Alfonsina de sal
algunos de amor
otros de miedo
otros se mueren. (Morirse, publicados en Los que siguen y en Palabra viva)
Lucina y su pareja desaparecieron en mayo de 1976. Ese hecho permite que Álvarez hable de la dictadura iniciada dos meses antes, pero también describe las anteriores que, desde 1955, fueron intentos fallidos, ensayos más o menos violentos para imponer un sistema excluyente, conservador y represivo. La investigación lleva al autor a los orígenes de su familia en la comarca del Bierzo, en la provincia española de León, donde nació Lucina. En otra vuelta de la espiral, Álvarez refiere las vicisitudes de la emigración en busca de mejores condiciones de vida y de trabajo, se interesa por las luchas durante la segunda república española y la posterior guerra civil y finalmente aborda las consecuencias del exilio español en el país, en especial en lo relativo a su influjo en la literatura, el arte y la industria editorial.
Otro tanto ocurre en torno del hecho crucial de la desaparición de su hermana: la reconstrucción rodea ese acontecimiento, nutre el contexto, hablan los protagonistas -sobrevivientes en carne y hueso o en el papel de las bibliografías- y la búsqueda se torna desesperada. El vacío, la ausencia de una desaparecida, de un desaparecido, nunca se completan, y de eso da cuenta este relato. Todas las palabras, todos los capítulos, todas las páginas no reemplazan una vida, no la recrean, no la sustituyen. Ése es el poder y el no poder de la palabra: un anzuelo que hace creer que se está ante una realidad pero esa realidad es efímera, se escapa entre los dedos. Es, de nuevo, Alejandra Pizarnik: “si digo agua, ¿beberé?
Entonces, este libro es a la vez narración, testimonio e historia política. Tiene la proximidad del protagonista pero también la distancia del testigo y, si no fuera por la devaluación a que está sometido el oficio en estos tiempos, se podría decir que el ojo del periodista mira este fragmento de la historia argentina. Lo cierto es que Álvarez, al reconstruir la historia de su hermana, construye una mirada sobre la historia del país. Y no es poco.
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Omar Álvarez nació en Buenos Aires en 1954. Fue docente, dictó seminarios sobre teoría del aprendizaje. Fue baterista en una banda de rock. Actualmente vive en Centenario desde 1987. Cuenta que el libro le llevó varios años de trabajo en el proceso de recopilación de información. La escritura propiamente dicha comenzó en 2015 y en la primavera de ese año tuvo una primera versión. La definitiva fue un año después, y el libro apareció publicado en 2017. Se presentó en Buenos Aires -en el Centro Cultural de la Cooperación; en escuelas de Moreno y de Ramos Mejía; en la feria del libro de San Justo y en la escuela de Ciudad Evita donde su hermana Lucina había trabajado-; en Centenario -con la participación de Vicente Battista-; en Rosario y en Neuquén en la Universidad Nacional del Comahue, entre otras.
Álvarez, Omar, Perros en invierno (y primaveras con Lucina), Bs. As. Bärenhaus, 2017.
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