28/09/2018

Dictamen del Consejo Superior

UNIVERSIDAD NACIONAL DEL COMAHUE - CONSEJO SUPERIOR - Dictamen para el otorgamiento del DOCTORADO HONORIS CAUSA al Señor LUIS IGNACIO ‘LULA’ da SILVA

 

Neuquén, 27 de Septiembre del 2018

“Y yo, que durante tantas veces fui acusado de no tener un título universitario, consigo mi primer título, el título de presidente de la República de mí país”. Con estas palabras Luis Ignacio da Silva asumía la presidencia de la República Federativa de Brasil el 1 de enero del año 2003.

Quien conozca algo de la historia de nuestro continente no podrá evitar encontrar en esas sencillas palabras el significado manifiesto con el que se abrían las puertas del siglo XXI para el país más extenso y más poblado de América Latina.

Ese Brasil que había entrado al siglo XX bajo la bandera monocroma del Orden y el Progreso y siendo parte de una constelación de regímenes oligárquicos refractarios de la democracia política y de la democracia social, un siglo después elegía por primera vez en su historia y por el 61,2 % de los votos a un obrero metalúrgico y dirigente sindical de orientación socialista, como conductor de los destinos de la Nación.

Luiz Inácio Lula da Silva nació en el estado de Pernambuco, el 27 de octubre de 1945. Hijo de una familia de campesinos siendo pequeño debió migrar junto a su madre y hermanos a la ciudad portuaria de Santo, en el estado de San Pablo. Santo “la roja” como se la llamó en los años de 1930, era la ciudad más proletaria del Brasil, escenario de grandes huelgas protagonizadas por un movimiento obrero que comenzaba a dar sus primeros pasos bajo las banderas del anarquismo y el socialismo de aquellos años.

Creció tratando de que su tiempo de niño trabajador como limpiabotas y vendedor ambulante le dejara un resto de horas para terminar la escuela primaria. A los 14 años consiguió su primer puesto en una metalúrgica bajo un régimen de 12 horas diarias; a pesar de ello logró estudiar y convertirse en tornero mecánico del Servicio Nacional de Industria. Trabajó en varias empresas -en una de ellas llegó a perder el dedo meñique de su mano izquierda- y en 1966 fue contratado por Industrias Villares, de São Bernardo do Campo, donde se inició en el sindicalismo acompañado por su hermano José, militante comunista, detenido y torturado bajo las fuerzas represivas de la dictadura militar instalada en aquel país desde 1964.

A los 27 años fue elegido secretario del sindicato metalúrgico local y tres años después asumía el liderazgo sindical en la zona industrial más importante de Brasil. Su trayectoria tuvo por escenario un contexto latinoamericano marcado por el crecimiento económico de la post segunda guerra y por la expansión del empleo en nuevas industrias de tecnología moderna, a menudo propiedad de compañías trasnacionales. Industrias como la del automóvil, la siderurgia y la petroquímica ampliaron la demanda laboral en particular de trabajadores jóvenes, cuyo activismo terminó por confrontar con las viejas estructuras sindicales de gremios poderosos. Una nueva perspectiva de tinte clasista iría ocupando la escena sindical latinoamericana. Las huelgas argentinas en las ciudades de Córdoba y Rosario que dieron paso al Cordobazo de 1969 encontraron eco en el ascenso de los sindicatos independientes y de las corrientes democráticas de los trabajadores de la electricidad en México y en las huelgas masivas de Sao Paulo que a mediados de los años setenta pondrían en jaque la dictadura brasileña. Entre 1975 y 1979 Lula da Silva fue protagonista de ese proceso.

La mayoría de estos movimientos tuvieron en común la oposición a los regímenes dictatoriales y al sistema de control sindical vigente. Formaron parte de un fenómeno de mayor alcance, que algunos observadores llamaron Nuevos Movimientos Sociales. Estos combinaron las reivindicaciones laborales específicas de cada rama y cada industria con la lucha por el acceso a la tierra, a la vivienda y a los servicios urbanos; la defensa de los Derechos Humanos frente a los crímenes cometidos por las dictaduras militares; la promoción de los derechos de las mujeres, la reivindicación de las llamadas por entonces minorías étnicas, así como el apoyo a demandas específicas de asociaciones y manifestaciones que entonces comenzaban a aparecer en el horizonte regional.

Fue en esa realidad sociohistórica y como parte del proceso de construcción política, que en 1980 Lula fundó el Partido de los Trabajadores (PT) de orientación socialista y de base sindical que contaría con apoyo de la intelectualidad local, clérigos de la opción por los pobres y sectores de la vida universitaria. Tres años después y con la fusión de diferentes sindicatos surgiría la Central Unica de Trabajadores, la poderosa CUT vinculada políticamente al PT. Bajo este horizonte, en 1990 fue mentor de la convocatoria al I Encuentro de Partidos y Organizaciones de Izquierda de América Latina y el Caribe, conocido como Foro de São Paulo, que reuniría a más de sesenta partidos y organizaciones sociales de veintidós países. A esto le siguieron otros encuentros y en abierto desafío a los poderes mundiales, el nuevo siglo llegaba con la celebración en Pôrto Alegre del primer Foro Social Mundial, pensado como alternativa del Foro Económico Mundial de Davos, en Suiza.

Candidato a la presidencia de Brasil en 1989, 1994 y 1998, no fue hasta el año 2002 cuando Lula Da Silva logró obtener una victoria definitiva. El primer día de su gestión como presidente de Brasil reunió a todos sus ministros, los subió a un avión y los llevó a los lugares más pobres del país: “Quería que el presidente del Banco Central y el ministro de Hacienda vieran a ese país que no se queja, que no hace manifestaciones, pero que está ahí, que es real y verdadero” diría tiempo después. Y esto seguramente ayudó a que durante sus dos presidencias ese país cambiara.

Las reformas radicales que se llevaron a cabo produjeron grandes transformaciones. Triplicó el PBI per cápita; con el programa social Bolsa Familia sacó de la pobreza a 30 millones de personas en menos de una década y al terminar su segundo mandato 52 millones de personas (el 27% de la población) se beneficiaban de ese programa. En un año -del 2006 al 2007- la tasa de pobreza bajó un 11% y el programa Beca familia fue considerado el mayor programa de transferencia de renta del mundo.

La política educativa estuvo destinada a generar más y mejores condiciones para el ejercicio efectivo del derecho a la educación en la sociedad brasileña. Su resultado fue una elocuente democratización del sistema escolar y la definición de la igualdad y la justicia social como ejes estructurantes del campo educativo; una cuestión que el anterior gobierno del presidente Fernando Henrique Cardoso había desconsiderado como resquicio de un populismo que Brasil debía abandonar y olvidar. En tres años el gobierno de Lula da Silva logró que la población no escolarizada -de los 4 a 17 años- se redujera entre un 18 y 29 %.

Durante los gobiernos del PT las tasas de matrícula educativa crecieron mostrando ciertas particularidades: lo hicieron en el marco de un incremento de la inversión pública en educación, de una mejora progresiva de los salarios docentes y de un conjunto de programas focalizados y destinados a promover una mayor igualdad en el sistema escolar. Con la creación del Fundeb (Fondo de Manutención y Desenvolvimiento de Educación Básica), el gobierno atendió a 47000000 de estudiantes brasileños.

Si en el año 2002, el gobierno nacional invertía cerca de 8 mil millones de dólares en la educación; en el 2014 bajo la presidencia de su sucesora Dilma Rousseff, esa inversión llegaba a casi 50 mil millones de dólares (en términos reales, un aumento de más del 218%). En el año 2002, el 77% de los niños y niñas de 5 y 6 años iban a la escuela, en el 2014 lo hacían el 92%.

En cuanto a la educación superior, las principales políticas desarrolladas en el primer gobierno de Lula (2003-2006) estuvieron centradas en tres cuestiones: la evaluación de la educación superior, la ampliación y la democratización del acceso y la construcción de un proyecto de ley de educación superior, llamado “reforma universitaria”.

El Programa Universidad Para Todos (Prouni), se destacó como el mayor programa de becas de estudio de la historia de la educación brasileña y latinoamericana. En ocho años ingresaron a las universidades más de un millón y medio de jóvenes de sectores populares, la mayoría de ellos primera generación de estudiantes universitarios de sus familias.

Los privilegios, en una sociedad dividida y excluyente como la brasileña, a lo largo de la historia se fueron ocultando y solapando con argumentos meritocráticos. Los pobres, y particularmente los jóvenes negros y negras, no llegaban a la universidad porque no pasaban las pruebas de acceso o, cuando las pasaban, no permanecían por ausencia de apoyo económico que evitara su rápida migración al mercado de trabajo.

Lula da silva comprendió que el problema de la escala de las políticas públicas de inclusión social no era un detalle de resabios populistas en un Brasil de pasado aristocrático y esclavista y con un territorio de dimensiones continentales con más de 200 millones de habitantes. El desafío de disminuir la pobreza y la indigencia fue de la mano de la inclusión educativa y del desarrollo científico tecnológico. Se crearon18 nuevas universidades federales en una década. Además, reconociendo que la discriminación educativa opera regional y espacialmente, se puso en marcha 173 unidades de educación superior en el interior del país, particularmente, en las zonas más remotas y pobres. Se multiplicaron las becas (creciendo casi 200% para el desarrollo de estudios de posgrado en el país), se quintuplicaron los laboratorios y se invirtió en infraestructura para la ciencia y la tecnología como nunca antes. La matrícula universitaria no sólo pasó de 3, 5 millones a 7, 2 millones sino que se tornó más diversa y plural gracias a las políticas afirmativas, en particular la Ley de Cuotas, que permitieron incluir miles de jóvenes negros y negras, indígenas y personas con necesidades educativas especiales.

El Consejo Superior de la Universidad Nacional del Comahue sabe perfectamente que no es el primero en considerar a Ignacio Lula da Silva merecedor del título de Doctor Honoris Causa y tiene la certeza de que no será el último. Pero tal vez nos comprenda la originalidad y - porque no- la osadía, de hacerlo en esta especial coyuntura. Luis Ignacio Lula da Silva se encuentra hoy purgando una pena de 12 años de prisión en una cárcel de la ciudad de Curitiba por delitos que no alcanzaron a ser probados en un proceso judicial sesgado y tendencioso de características netamente políticas. El ex presidente y hoy único candidato de las mayorías populares brasileñas para ocupar nuevamente la presidencia de ese país manifestaba horas antes de ser detenido "Cometí el crimen de poner pobres en la universidad, negros en la universidad, pobres comiendo carne, viajando en avión. Por ese crimen me acusan... Ellos no saben que el problema de este país no es Lula, sino la conciencia del pueblo. Y no alcanza impedir que yo camine el país, porque hay muchos para caminar…Cuanto más días me tengan preso, más Lulas van a nacer en este país".

La Comunidad educativa de la Universidad Nacional del Comahue tiene sobrados motivos para otorgar este Doctorado Honoris causa.

Podríamos pensar en otorgarle un doctorado en educación por lo que hasta aquí se ha mencionado o tal vez uno en economía por haber logrado que bajo sus presidencias Brasil se colocase entre los diez países de mayor PBI en el mundo, acompañando este crecimiento con la distribución equitativa de la riqueza.

Podríamos también haber propuesto un doctorado en salud pública, por haber logrado una reducción de la desnutrición en un 73% y de la mortalidad infantil en un 45%. Tampoco resultaría extraño si hablásemos de un doctorado en ciencia política, por haber encontrado la llave maestra que combinó el respeto a la institucionalidad democrática y al orden republicano con el crecimiento económico y el desarrollo humano, desafío de larga duración en la historia Latinoamericana.

Pero preferimos otorgar este Doctorado Honoris Causa y resumir todo ello en una palabra: Dignidad. Dignidad entendida como valor inherente a todo ser humano por el simple hecho de serlo. Concepto que a pesar de su larga tradición filosófica y religiosa, no fue hasta después de la segunda guerra mundial que resultó necesario sancionar y reconocer en el plano jurídico bajo la idea que todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos, como expresa la Declaración Universal de los Derechos Humanos en su artículo 1°.

Luis Ignacio Lula da Silva trajo a nuestro presente aquello tan sencillo de que la política no es más que es «un gesto amoroso para con el pueblo y un cuidado por todo lo que nos es común».

Por todo lo hasta aquí mencionado y porque nos ha regalado en este siglo XXI que comienza una nueva conquista en la tradición libertaria e igualitaria de Nuestra América:

Honra al Consejo Superior de la Universidad Nacional del Comahue y enorgullece a la Universidad Publica Argentina otorgar el Doctorado Honoris Causa al Señor Luis Ignacio ‘Lula’ Da Silva.

29/07/2016

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