09/04/2023

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Capitalismo y desocupación

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Con independencia de la discusión teórica, el problema humano y que realmente interesa es el drama de los miles desocupados y sus familias y, también, de aquellos que ven amenazado su futuro con la desocupación.

Humberto Zambon

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En forma periódica se informa sobre el índice de desocupación del país y de las distintas provincias, que es la relación existente entre los desocupados que buscan trabajo y la población económicamente activa (PEA), que la integranlas personas en edad laboral que tienen una ocupación o que, sin tenerla, la están buscando activamente.

Se pone así, en el debate público, un tema crucial para la economía, pero mucho más para grandes capas de la población que la sufren real o potencialmente. Obviamente, la tasa de desocupación está íntimamente unida al índice de pobreza y de indigencia del país.

En nuestro país la tasa de desocupación llegó al 19,6% con la crisis de principios de siglo. Durante los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner fue bajando hasta el 7,5% de 2015; Macri entregó el gobierno con el 9,8% (2019), cifra que subió al 11,5% en 2020, por efectos de la pandemia del COVID. El año 2022 cerró con un índice del 6,7%, el más bajo en varios años.

Pero la desocupación laboral no es un problema solo argentino, sino que afecta a todo el mundo; aparece con el origen del capitalismo y parece inherente al mismo.

Uno de los primeros en estudiarlo, en el siglo XIX, fue Carlos Marx. Observó dos fenómenos claros: por un lado, el crecimiento económico asociado a este modo de producción y, por el otro lado, la relativa estabilidad de los salarios en el tiempo. El primero se explica por la esencia misma del capitalismo: la reinversión productiva de los excedentes, que genera el crecimiento económico y lleva a una demanda creciente de mano de obra, satisfecha mediante la migración interna desde el campo a la ciudad y luego, ante su insuficiencia, de la migración externa, desde los países pobres hacia los países necesitados de más trabajadores. El segundo es más difícil de explicar, ya que el sentido común muestra como el aumento de demanda de un producto, en este caso la fuerza de trabajo, hace aumentar su precio, cosa que era de esperar con el salario a medida que aumentara la acumulación, afectando el monto del excedente (ganancia) ¿Por qué esto no ocurre y el salario se mantiene estable? Para Marx porque existe un “colchón” de desocupados, en permanente movilidad, que denomina “ejército de reserva del trabajo” y en el que el sistema satisface su necesidad de más mano de obra. Cuando el ejército de reserva tiende a agotarse hay un incentivo de los capitalistas de introducir innovaciones técnicas que ahorren fuerza de trabajo y vuelve a incrementarlo; de lo contrario habrá recesión, con cierre de empresas y despidos, pero el conjunto de desocupados se mantendrá en el tiempo y asegurará la estabilidad salarial a un nivel que sea posible la ganancia y la acumulación productiva.

Obsérvese que para Marx tanto la desocupación como la innovación técnica son inherentes al capitalismo. Como dicen los economistas, son variables endógenas del modelo.

En cambio, para la ortodoxia económica, representada por la escuela neoclásica que dominó el pensamiento académico hasta la segunda guerra mundial, el salario está determinado por la productividad marginal del trabajo y mientras los trabajadores acepten recibir esa retribución por su aporte laboral, no habrá desocupación. Si en la realidad se ve que la desocupación existe se debe, para la ortodoxia económica, a que el desocupado pretende una retribución mayor que el incremento productivo que representa su aporte laboral o, lo más común, porque los sindicatos o el estado (en lo que califican una política equivocada), fijan un salario mínimo por encima de la productividad marginal total. El remedio para la desocupación estaría en el libre mercado, evitando que sindicatos o estado intervengan alterando sus resultados. Es la flexibilización laboral que muchos sectores conservadores siguen agitando como propuesta política.

Después de Keynes continuaron las observaciones que llevaron al descrédito a la explicación ortodoxa. Por ejemplo, Phillips encontró empíricamente, contrariando a la teoría, que los aumentos de los salarios coincidían con el incremento de la demanda de obra y la disminución de la desocupación, aunque generaran aumento de los precios en toda la economía (inflación).

Posteriormente Milton Friedman, el conocido monetarista, ante la evidencia de que la desocupación es un fenómeno real, planteó la hipótesis de que se trataría de un hecho natural y no uno social-histórico relacionado con el capitalismo, originado en los cambios productivos, rotación de empleos, resistencia de los trabajadores a los traslados geográficos, etc. A esa tasa la denominó como “tasa natural de desocupación”. Finalmente, con la aparición de las “metas de inflación”, que para muchos es un consenso ortodoxo en reemplazo del llamado “Consenso de Washington”, que plantea la estabilidad monetaria (lucha contra la inflación) como el objetivo esencial de la política económica, hay una tasa de desocupación necesaria y virtuosa para evitar la inflación, que denominan NAIRU, acrónimo o sigla de la expresión inglesa “Non Accelerating Inflation Rate of Unemployent”, nombre con la que se la designa también en nuestros países de idioma castellano, por esa manía que tienen los economistas de utilizar el inglés en lugar de la expresión “tasa de desempleo que no acelera la inflación”, que es lo que correspondería; la NAIRU es una consecuencia teórico-política de la Curva de Phillips y la “tasa natural de desocupación” de Friedman.

En resumen, la desocupación es un mal que existe en la sociedad capitalista. Pero la relación de causas que la origina no es de comprensión inmediata (si lo fuera, no existiría la ciencia social ni ningún otro conocimiento científico) por lo que todo fenómeno social permite diversas aproximaciones o la propuesta de hipótesis diferentes, incluso contrapuestas, hasta que la experiencia y la historia marcan cual ofrece la mayor aproximación a la verdad. Esas aproximaciones dependen mucho del contexto histórico-social en que se encuentra el observador y también de los intereses de clase que consciente o inconscientemente representa. Como dice el investigador portugués Buenaventura de Souza Santos, no es lo mismo la visión que puede tener alguien en el Foro Mundial de Davos, de los más ricos y poderosos de la tierra, qué en el Foro Social de Porto Alegre, con su lema de “otro mundo es posible”.

La explicación de la desocupación es un ejemplo de lo dicho: lo que en Marx era un mal inherente al capitalismo y, en consecuencia, una crítica al sistema, en la ortodoxia neoclásica es la con secuencia de que los sindicatos y el estado impiden el libre funcionamiento del mercado, en Friedman se convierte en un hecho natural mientras que para los neoconservadores de “las metas de inflación” es una herramienta, que inclusive puede ser virtuosa, para combatir la inflación.

Pero, con independencia de la discusión teórica, el problema humano y que realmente interesa es el drama de los miles desocupados y sus familias y, también, de aquellos que ven amenazado su futuro con la desocupación. En nuestro país, hoy por cada punto del índice de desocupación, está el drama de 139.000 conciudadanos (el 6,7% de desocupación indica que hay 931.300 personas buscando trabajo).

Solucionar el problema de la desocupación es una de las tareas político-práctica más inmediata que presenta la sociedad actual. Un paliativo muy usado en distintos países es el seguro contra la desocupación o, en su lugar, el subsidio a desocupados, pero que suelen tener como inconveniente el plazo relativamente corto de la prestación y las dificultades burocráticas para lograrlo.

Una propuesta concreta para luchar contra la desocupación es la realizada en 1986 por el economista norteamericano Hyman Minsky, del Estado como Contratista en Última Instancia (CUI): el Estado se comprometería a contratar a toda persona dispuesta a trabajar por un salario mínimo en tareas de orden social y/o público, incluyendo la formación profesional obligatoria. El objetivo del CUI para Minsky no es solamente paliar las consecuencias humanas y sociales de la desocupación sino que, además, sería una forma de combatir el trabajo informal y la sobreexplotación laboral (ya que siempre el trabajador tendría la opción de trabajar para el estado), actuaría como un piso para las remuneraciones en la empresa privada y, fundamentalmente, se trata de un gasto que –por la situación de los beneficiarios- iría íntegramente al consumo, actuando como un intensificador de toda la actividad productiva.

Otra propuesta, con puntos comunes con la anterior, es el “ingreso universal”, que cubriría como mínimo las necesidades de supervivencia, y que recibirían todos los habitantes del país, por el simple hecho de serlo y con independencia de su condición social. Absorbería los recursos actuales de muchos planes sociales y actuaría como referente para los salarios, en especial al del trabajo informal. Esta propuesta, más que el objetivo de terminar con la desocupación, apunta a la consecuencia de ella, ya que sería una forma de eliminar la indigencia y una poderosa arma para luchar contra la pobreza.

Lo cierto es que la desocupación es un problema social que requiere pronta solución.

29/07/2016

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