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A pesar de los innumerables antecedentes positivos que registra la práctica narrativa, “el relato” concentra la antipatía de muchos argentinos. Esa aversión se pone de manifiesto ante el retrato interesado que desde los sectores políticos suele hacerse de algunos aspectos de la realidad o de sus protagonistas. La estrategia no podría prosperar sin el apoyo cómplice de medios que nos abruman con cuentos referidos a circunstancias, contextos y personajes famosos. Algunas de esas historias son benignas y tratan a sus responsables con mano de seda, pero otras son virulentas, despiadadas y se inscriben en eso que, en una confesión sorprendente, uno de sus partícipes necesarios definió como “periodismo de guerra”.
Algunos relatos no pueden disimular su voluntad de intervenir en la estructuración de la cosmovisión de las personas. Y aunque sus efectos terminen siendo difíciles de dimensionar, ciertas campañas parecen haber cumplido sus propósitos.
Hace poco quedó en evidencia que el ataque desarrollado en 2015 contra Aníbal Fernández acusándolo de ser “La Morsa” y estar implicado en el tráfico de efedrina y en un triple crimen, había sido un burdo montaje con fines electorales. Pero ¿cuántas personas recuerdan la campaña sucia llevada a cabo en 2011 contra el padre del entonces candidato a jefe de gobierno porteño Daniel Filmus, sindicando falsamente al hombre mayor como contratista de Sergio Schoklender?
El ex ministro de Educación resultó derrotado en la Capital Federal y cuatro años después Aníbal Fernández corrió igual ¿suerte? en la contienda electoral para gobernador de Buenos Aires.
El francés Christian Salmon ofrece valiosas conceptualizaciones para comprender fenómenos tales como la proliferación de canales de comunicación, la portabilidad de las nuevas tecnologías informáticas y de telecomunicaciones, la constitución de poderosos conglomerados mediáticos y la emergencia de formas discursivas que permean todos los sectores de la sociedad más allá de la política, la cultura o el consumo. Según el especialista del Centro Francés de Investigaciones sobre las Artes y el Lenguaje (CNRS), las técnicas narrativas al uso tendrían en el capitalismo emocional una perfecta adecuación a la estructura en red de la sociedad actual.
Su conclusión es que el objetivo del “nuevo orden narrativo” es domesticar a la opinión pública y adueñarse de las prácticas sociales, los saberes y la memoria del individuo mediante la transformación de la realidad en ficción.
No obstante, el énfasis desmesurado con que algunos “relatores” acometen actos repugnantes también puede volvérseles en contra. Salmon cree que “la inflación de historias arruinó la confianza en el relato y en los narradores. Hoy –agrega– vivimos rodeados de narradores no fiables, que sufren un descrédito generalizado”.
¿Será así, nomás? ¿Qué grado de credibilidad poseen hoy dirigentes como Elisa Carrió o periodistas como Majul? En todo caso, conviene que los ciudadanos de a pie revisen su propia atribución de crédito a figurones que no solo profirieron afirmaciones equivocadas, sino que lo hicieron a conciencia de que faltaban a la verdad.
Y luego de hacerlo y constatar que existe una pléyade de ejemplos en los que el arte de contar historias estuvo puesto al servicio del mal, también será útil que reparen en que su atractivo y capacidad de convocatoria pueden igualmente servir para edificar contradiscursos esclarecedores (otro nuevo orden narrativo).
Salmon ha sido categórico al afirmar que el imperio se apropió de la narración. Pero, aun cuando el torrencial aluvión de mensajes alienantes mortifique sus capacidades, en el otro polo de la emisión hay algo más que cerebros baldíos. Por eso, constituiría un error ceder sin más los derechos universales a contar historias. Aun aceptando que aquellas que cuentan las grandes factorías de relatos poseen una formidable capacidad de penetración a propósito de la posesión de un complejo industrial de enorme poder y diversidad de soportes, debería resguardarse nuestra posibilidad de trazar estrategias que nos permitan confrontar dialécticamente con la visión unilateral del mundo que ofrecen los “relatores del sistema”. Porque otra narrativa es posible.
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