Columnistas
13/09/2021

Bolsonaro, ese monstruo que la derecha engendró

Bolsonaro, ese monstruo que la derecha engendró | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

El jerarca brasileño que pretende perpetuarse como presidente, llegó al poder como parte de la ofensiva contra los gobiernos y líderes populares de América Latina. Además de ser un extremista antidemocrático, fue impulsado por quienes gustan llamarse “moderados”, “republicanos” o “de centro”.


Miguel Croceri

Con diferencia de apenas uno o dos días, durante la semana pasada Jair Bolsonaro hizo distintos movimientos de avance y de retroceso táctico en la escalada antidemocrática que forma parte de su plan para perpetuarse en el poder. Plan de perpetuación que es, a su vez, un componente esencial del accionar devastador que el gobernante ultraderechista está llevando a cabo desde el gobierno de Brasil.

El martes 7 hizo una demostración de fuerza al reunir multitudes en las principales ciudades, aunque distintos comentaristas políticos coinciden en evaluar que la concurrencia fue menor a lo que él esperaba. Al hablar personalmente en Brasilia y en San Pablo ante sus seguidores, lanzó amenazas golpistas y afirmó que “solo Dios” lo sacará del poder, mientras sus partidarios reclamaban la intervención militar contra el Poder Judicial y el Congreso. (Crónica de “IP-Información Periodística”, nota del 08/09/21). 

El jueves 9 hizo insinuó una retractación respecto de sus propios dichos de dos días antes, al afirmar que “mis palabras, a veces contundentes, fueron pronunciadas al calor del momento”. (Reporte de la plataforma de noticias alemana DW, nota del 09/09/21). También buscó una conciliación con los poderes de facto y para ello se reunió con su antecesor Michel Temer (el vice de Dilma Rousseff que contribuyó al derrocamiento de esta y que, ya como presidente, comenzó brutalmente la reinstauración de las políticas neoliberales).

Posteriormente, el viernes 10 el actual jefe del Estado negó que el día anterior hubiera retrocedido en sus posiciones. En un breve discurso desde el Palacio La Alvorada (su residencia oficial), se dirigió especialmente a los camioneros que mantenían algunos cortes de ruta y se habían mostrado decepcionados por el recule presidencial del jueves. Aseguró que no se echó “para atrás” sino que hay procesos que “van lento”, y elogió a los golpistas que lo apoyaron con sus camiones al sostener que “el trabajo de ustedes ha sido excepcional”. (Informe de la agencia Télam, nota del 10/09/21). 

Bolsonaro es un monstruo político engendrado por la derecha brasileña e internacional para enfrentar y derrotar a las expresiones de izquierda o centroizquierda y en general a las fuerzas y líderes populares de ese país y de toda América Latina, que disputaron y disputan poder contra los intereses de las clases dominantes locales y del imperio capitalista trasnacional que tiene epicentro en Estados Unidos.

El proceso que lo llevó al gobierno, fue impulsado y/o respaldado por múltiples sectores políticos y corporativos que consideran a los “populismos” como su mayor enemigo, y que se autoasignan la condición de “moderados”, “republicanos”, o representantes del “centro” o centroderecha.

El actual presidente fue el candidato que en las elecciones fraudulentas de 2018 -prostituidas por el previo derrocamiento de Rousseff y el encarcelamiento y proscripción de Lula Da Silva- superó en segunda vuelta a Fernando Haddad. Este último fue un “muleto” propuesto por Lula cundo estaba en prisión, y que representó al PT (Partido de los Trabajadores) y sus aliados, y en general a los intereses nacionales, democráticos y progresistas.

Para llegar el cargo y permanecer en los primeros dos años, la apoyatura fundamental de Bolsonaro en el exterior fue la del gobierno de Estados Unidos que presidía Donald Trump. No obstante, en muchos otros países -por no decir en todos- los respectivos sectores políticos de similar orientación ideológica y los poderes de facto también favorecieron las condiciones para que el actual presidente brasileño llegara a serlo.

En Argentina, las corporaciones mediáticas participaron activamente de la estrategia propagandística sediciosa, disfrazada de periodismo, para derribar a la presidenta Dilma, desgastar a Lula y al PT, y promover que un representante de los intereses de “los mercados” y de la geopolítica estadounidense recuperara el control del Estado en Brasil.

También en nuestro país lo hizo, aunque de modo más simbólico e indirecto, la corporación judicial local, que aquí trataba de meter presa Cristina Kirchner y perseguía, con encarcelamientos incluidos, a otros/as dirigentes del kirchnerismo, de igual forma que en el país vecino la judicatura se ensañaba contra el “lulismo” y el “petismo” (por el PT). En ambos casos se utilizaron las técnicas antidemocrátias que con el tiempo se acostumbró a denominar “lawfare” (“guerra judicial” o “guerra jurídica”).

Asimismo, la llegada del bolsonarismo al poder fue respaldada por el gobierno de Mauricio Macri, por obvias afinidades ideológicas y de intereses, aunque el argentino no exhibía por aquella época una retórica extremista y violenta como la del brasileño.

(En abril del año pasado, en los comienzos de la pandemia y con la propagación del Covid ya agravada en Brasil por la negligencia criminal de su presidente, el autor de esta columna expresó en Va Con Firma sus consideraciones sobre los aliados que tuvo en nuestro país el ascenso del gobernante vecino. El artículo se titulaba “A Bolsonaro también lo apoyaron Macri, Magnetto y Lorenzetti. Nota del 27/07/2020). 

Alineamientos en Brasil

Dentro de Brasil, los alineamientos de los dirigentes o partidos políticos y de las corporaciones, en gran medida se han modificado respecto de lo que fueron en el proceso electoral de 2018 y en los años previos, fundamentalmente en el golpe parlamentario de 2016.

Tanto para el desgaste y derrocamiento del gobierno del PT en 2016 como para el ascenso del actual presidente, se movieron coordinadamente y con iguales objetivos.la totalidad de los poderes económicos, maquinarias judiciales y medios de comunicación hegemónicos, más las poderosas iglesias evangélicas que poseen un profundo arraigo popular.

Las élites empresariales y los mercados financieros, por la índole de sus intereses y su ideología, que habían contribuido decisivamente a la desestabilización del gobierno de Rousseff, festejaron con euforia el triunfo de Bolsonaro sabiendo que llegaba para restituir el dominio total de los grandes capitalistas a través de las políticas neoliberales. (Aquella situación la ejemplifica un reporte de la agencia española de noticias EFE al comenzar la gestión del actual presidente, nota del 05/01/2019) Hoy, sin embargo, el impune poder económico teme que las convulsiones políticas terminen perjudicandolos también a ellos.

El Supremo Tribunal Federal (STF), el máximo órgano judicial del país que hoy es blanco de la furia golpista del mandatario porque algunos de sus integrantes -en particular Alexandre de Moraes- lo investigan por diversos delitos, es una corte que en su momento avaló todos y cada uno de los procedimientos y condenas del ex juez Sergio Moro para perseguir y encarcelar a Lula.

La cadena mediática O Globo -la más grande de Suramérica-, que posteriormente se tornó crítica e incluso opositora al jefe del Estado, fue en su momento un instrumento de propaganda ideológica determinante para deslegitimar a Lula y su sector y luego derrocar a la presidenta Dilma, para finalmente instalar en el gobierno a un representante de sus intereses.

Los partidos políticos de la derecha “republicana” y/o la centroderecha, incluido el del ex presidente Fernando Henrique Cardoso -Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB)- y varios con denominaciones engañosas, fueron parte de la alianza que le dio su aval a Bolsonaro en la segunda vuelta electoral de 2018 que le permitió acceder a la presidencia.

Más aún: aunque numerosos dirigentes de los espacios presuntamente “moderados” o con tendencia de “centro” han criticado últimamente al jerarca ultraderechista, de allí mismo surge el apoyo parlamentario que le posibilita mantenerse en el poder.

Son más de una docena de partidos y el más importante es el Movimiento Democrático Brasileño (MDB), el único aceptado como “opositor” en la dictadura (1964-1985). El resto son casi todos irrelevantes a nivel nacional pero tienen peso específico en algunos de los “estados” en que está dividido política, jurídica y administrativamente el país, y también en grandes ciudades. Por esa razón envían representantes al Congreso federal y, mediante alianzas, poseen una enorme incidencia en los destinos del país.

Así, en una Cámara de Diputados con más de 500 integrantes forman mayoría a través de una coalición llamada “centrão”, expresión que no tiene traducción literal pero que puede definirse como el “centro grande” o “gran centro”, o el “centro en sentido amplio”. (Un artículo del portal Infobae explicaba la complejidad del tema con motivo de las elecciones municipales realizadas a fines del año pasado, nota del 22/11/2020). 

La complicidad de los “centristas” con Bolsonaro es lo que impide, actualmente, sustanciar un “impeachment” (juicio político) contra el jefe del Estado. Según la Constitución, quien tiene la potestad de resolver si se inicia o no un proceso de ese tipo es el presidente de la Cámara de Diputados. El cargo lo ejerce Arthur Lira, un aliado bolsonarista que pertenece a una agrupación llamada (sin ironía) “Partido Progresista”, la cual tiene apenas 40 representantes en un cuerpo de 513 miembros.

Lira se niega a dar curso a las solicitudes para enjuiciar políticamente al mandatario, a pesar de que ya a mediados de año eran más de 130 las solicitudes en ese sentido. (Información de France-24, nota del 01/07/21). 

Asimismo, aunque no tiene atribuciones específicas para decidir sobre pedidos de “impeachment”, la misma complicidad con el mandatario nacional ejerce el presidente del Senado, Rodrigo Pacheco, otro aliado del oficialismo y representante de un modesto partido denominado “Demócratas” (habitualmente mencionado en su país por la sigla DEM).

Estas observaciones pueden ser apropiadas para poner en contexto las actitudes y declaraciones antidemocráticas del presidente brasileño, que tienen repercusión mundial porque constituyen un factor de riesgo para la estabilidad política y la paz en el sur del continente -donde Argentina, respecto de Brasil, es el vecino geográficamente más grande, y también económica y políticamente el que le sigue en importancia-.

Porque Bolsonaro, ese monstruo político que la derecha engendró, no es solo un personaje peligroso, extremista, violento y desquiciado que llegó a gobernar la nación más poderosa de Suramérica.

Es, además de eso, el resultado de una estrategia contra los “populismos” que tuvo y tiene alcance continental y mundial, y que tanto en el propio Brasil como en nuestro país y en muchos otros, contó con la complicidad de dirigentes, partidos políticos y corporaciones que gustan considerarse a sí mismos como “moderados”, “republicanos” o “de centro”.

29/07/2016

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