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Ver y oír

Ningún lamento boliviano

En el Barrio Charrúa de Buenos Aires, en el que predomina la comunidad boliviana, el domingo 9 de octubre se festejaron los 50 años de un evento que comenzó como una reunión entre vecinos y hoy congrega a miles de personas. Una forma de mirar y recrear Bolivia desde Argentina.

Pepe Mateos

Fue en 1972 cuando el barrio, antes Villa Piolín, comenzaba a consolidarse después de un proceso de autoconstrucción de viviendas de sus habitantes (luego de un incendio que destruyó el asentamiento original), en su gran mayoría de la comunidad boliviana, que se realizó la primera festividad, un poco celebrando a la Virgen de Copacabana, otro poco para reforzar las tradiciones del país de origen y otro poco para reencontrarse con los paisanos y paisanas que el trajín diario hacía difícil ver.

Eran grupos principalmente de sikuris conformados por vecinos del barrio y gracias a la continuidad y permanencia fue creciendo y se transformó en un signo identitario del barrio y pasó a ser el espacio de mayor encuentro de la comunidad boliviana en Buenos Aires. Una comunidad numerosa y muy dinámica en la economía de la ciudad y el conurbano.

La mixturacultural, social, étnica de Bolivia está presente en esta celebración.

Durante horas desfilan en un recorrido por las calles del barrio grupos conocidos como fraternidades formados por cuerpos de baile y bandas musicales compuestas por instrumentos de vientos, platillos y bombos de un sonido brillante y estruendoso equivalente al brillo de las vestimentas. Músicos que no se limitan a tocar sino que también despliegan sus coreografías. Las diferentes etnias de Bolivia, quichuas y aymaras tienen sus maneras características a lo que se suma el aporte de la cultura afro, propia de los negros que fueron llevados como esclavos a las minas de Potosí.

Un estallido de color y sonidos constante que no cesa a lo largo del día, un espíritu festivo que contradice el estereotipo del habitante del altiplano parco y reconcentrado.

El sincretismo religioso, la mixtura cultural, la parodia y la sátira a los colonizadores y poderosos es una constante. La cantidad de símbolos y referentes culturales asoma por debajo del colorido exótico y por momentos extravagante. Una gran riqueza propia de una historia que es poco conocida se vislumbra en la elaboración de trajes, músicas y coreografías.

Hace unos años, más precisamente desde 2009, el mismo desfile se realiza también en el centro de la ciudad de Buenos Aires, provocando ciertas controversias y manifestando contradicciones. Los más tradicionalistas piensan que de esta manera se convierte en un mero espectáculo perdiendo el carácter de encuentro comunitario aunque reconocen que es un factor de orgullo para los bolivianos e hijos de estos que encuentran difícil integrarse y ser reconocidos en una sociedad que tiene actitudes discriminatorias.

“La festividad en sí es un artefacto que es una especie de acuerdo entre la imposición de la religión y representaciones indígenas con orígenes previos a la conquista. Si bien muchas de las danzas son relativamente nuevas tienen un origen en hechos y costumbres de nuestra historia. Reivindicamos la presencia andina de los sikuris autóctonos que está un poco relegada y remiten a otra historia que no está tan presente y es la de las rebeliones contra el opresor y por eso nos juntamos en la plaza del barrio que lleva el nombre de Tupac Katari que fue uno de los líderes quechuas de la zona sur de donde son oriundos muchos de los habitantes del barrio, para marcar la importancia de los grupos más tradicionales” relata Guillermo Mamani, periodista que vive en el barrio y lleva adelante el periódico Renacer, uno de los medios más importantes de la comunidad boliviana en Argentina.

Caporales, morenadas, tinkus, diabladas, danzas representadas por más de 60 grupos que significan alrededor de 7000 participantes de distintos lugares de Argentina y Bolivia. Un despliegue enorme que es admirado por otros tantos miles que se distribuyen a lo largo de las calles del barrio donde se ofrecen comidas típicas; charque, chicharrón, picante de pollo, enrollado, escabeche, sopa de maní, changa de pollo, chicha punateña y por supuesto jugosas empanadas. También carritos con choripán, salchipapas y cerveza. Mucha cerveza.

En el barrio Charrúa ya hay tres generaciones de argentinos, sin embargo siguen siendo considerados bolivianos con la carga de discriminación que implica para muchos.

La festividad es una afirmación de la identidad y para Guillermo Mamani también es un invento muy argentino de lo que sería Bolivia. La bolivianidad vista por los que viven en Argentina y son descendientes de bolivianos.

”Es difícil que en Bolivia confluyan grupos sociales tan diferentes entre sí, los regionalismos son muy fuertes y hay poco trato entre ellos”, dice Guillermo Mamani, “en Argentina, en Buenos Aires, se da un resumen de lo que es Bolivia. Gran parte de mi generación, los que nacimos en la misma época en que se inició la fiesta, fue la primera de argentinos que vio lo indígena y no renegó de la herencia de nuestros ancestros. Eso fue algo novedoso, ya que anteriormente intentaron despegarse de eso. Reconocernos y reinventar el discurso de lo que es ser boliviano fue lo que hicimos desde nuestro ser argentinos”.

29/07/2016

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