Cuando aparecen situaciones inéditas en la sociedad se tiende a buscar analogías con otras anteriores que nos permitan explicar, analizar o prever cómo se puede resolver. Revolviendo en el baúl de la historia lejana o cercana, o buscando en el imaginario de la literatura o el cine buscamos algo que nos permita decodificar el mundo Covid/pandemia.

Las pestes de la Edad Media, la gripe española que entre 1918 y 1920 mató a más de 40 millones de personas, o la muerte de más de 70 millones de habitantes del continente americano luego de la llegada de los conquistadores, son solo algunos de los momentos en que virus o bacterias se esparcieron sin manera de encontrar un control.

Los traslados intercontinentales han sido los grandes portadores del Covid-19, que se ha extendido a todo el planeta generando una situación que no tiene equivalentes, aunque las pandemias hayan tenido un importante lugar en la historia.

Hoy, circular por aeropuertos, por momentos fantasmales, remite a un clima bélico o prebélico, o de una inminente catástrofe. Personas intentando regresar o partir presentando certificados de PCR, QRs en el celular, pasaportes de distintas nacionalidades y/o sanitarios, o una palabra que suena a historias de guerra fría, salvoconducto, todo en medio de un clima de tensión y ansiedad.

El impacto económico del coronavirus en la industria aeronáutica no tiene precedentes. Para 2021 se pronostican pérdidas de 4.700 millones de pasajeros que se suman a los más de 6.000 millones de 2020 con respecto a años anteriores. Cifras descomunales que equivales a US$ 94.000 millones. Estos datos surgen de un reporte de Airports Council Internationalo Consejo internacional de aeropuertos (ACIWorld)publicado el 26 de marzo de este año que además prevé que es poco probable que los mercados, con una participación significativa del tráfico internacional, regresen a los niveles de 2019 hasta 2024 o incluso 2025 en algunos casos.

La tremenda problemática económica planteada, algo del mundo que se viene, está presente en los aeropuertos y en los aviones.

Lo más parecido a un futuro distópico, aunque nos vayamos acostumbrando aceleradamente, se está ensayando en los aeropuertos.

Desinfección de pasajeros pasando por una cápsula antes de entrar al aeropuerto, software de análisis de movimientos para ordenar el distanciamiento social, scanners de temperaturas, scanners biométricos que identifican las características únicas de cada persona en su rostro (la curva de una oreja, la forma de los pómulos o de la frente) reemplazarían el uso de pasaporte, además de robots de limpieza autónomos que usan presión de agua y desinfectantes químicos. Estas ya son algunas de las tecnologías que se están desarrollando para aplicarse en vuelos y minimizar el contacto entre personas, tanto pasajeros como personal de operaciones.

Las dificultades para trasladarse entre países y continentes son una muestra de las formas que pueden adquirir las sociedades globalizadas, lo que podemos llamar control social y el uso de criterios de selectividad para manejar migraciones.

Marina Garcés, filósofa catalana, hace un año, cuando todo esto recién empezaba, ya decía que el control social iba a ser uno de los grandes ganadores de la pandemia. “Si a cambio de una geolocalización, o de un QR o de los datos que sea nos dejan volver a salir de casa, ¿quién no estará dispuesto? La libertad de movimientos, aunque sea de movimientos vigilados, está más valorada en nuestra percepción que muchas otras libertades”.

Ver lo que sucede en las fronteras quizás nos dé una idea de lo que viene después de la pandemia, si es que hay un después cercano, pensado como un retorno a una escena anterior al Covid.