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Ayer a las 17:40 salía por la explanada de Casa de Gobierno el auto que transportaba el féretro con los restos mortales de Diego Armando Maradona a un cementerio parque en Bella Vista. Detrás quedaban miles que se habían acercado para despedirlo y no pudieron hacerlo.
Miles que necesitaban dar ese adiós a ese personaje que es parte constituyente de sus vidas, que representaba alegrías, ilusiones, reparaciones, muchas de esas cosas que están a otro nivel de lo racional y son tan importantes.
Un funeral con todos los rituales futboleros. Por momentos parecía que se estaba festejando un triunfo, un campeonato y no la partida del ídolo máximo del futbol. Pero detrás de esa euforia estaba el dolor, el dolor por una partida que no parecía real.
Diego resucitó tantas veces, atravesó tantas crisis que esta parecía una más y nadie esperaba este desenlace.
Hacía falta el funeral, el hecho colectivo donde se catalizan sentimientos y pérdidas.
La decisión de realizar un velatorio en la Casa de Gobierno en un tiempo acotado a diez horas sorprendió. Nadie creía que ese tiempo fuera suficiente para que las multitudes que se esperaban pudieran pasar a dar su adiós.
La situación de represión que se desato después de las 14, respondió básicamente a la decisión de cerrar el acceso a la Casa de Gobierno a partir de las 15, de acuerdo al pedido de la familia. Miles vieron frustrada su intención de hacer una fugaz pasada frente al féretro de Diego para dejar un ultimo saludo.
“ No... se va, el Diego no se va, el Diego no se va...”. Una de los mantras más repetidos además del clásico, “el que no salta es un inglés”. Formas de atrapar lo que se va, de hacerle una gambeta a la muerte, de resistir. También de decirle, “no te dejamos ir, siempre vas a estar en nosotros”.
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