Columnistas
27/07/2019

Decime si exagero

¿Y ahora que jazz(a), eh?

¿Y ahora que jazz(a), eh? | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

A pedido del lector Germán, que por mail desafió a escribir menos y poner más música en nuestra sección, hoy vamos con un puñado de discos de jazz argentino que no se pueden perder por nada del mundo.

Fernando Barraza

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No es demagogia de escriba, por favor que esto quede bien claro: es hermoso recibir halagos y devoluciones críticas de lxs lectorxs. Una cosa y la otra, como no. A veces las notas que uno escribe salen como botellas al mar, a dar vueltas por aquí y por allá. Quienes las redactamos no tenemos idea de por dónde andan ellas, sueltas de cuerpo en su mensaje, o qué es lo que están generando en quienes las leen. En ocasiones nos llevamos grandes sorpresas meses después de publicar. Es un poco increíble, pero alguna vez me ha pasado que la devolución vino AÑOS más tarde. Sin embargo, dentro del oficio, hay otra instancia, que es la más placentera, que es el momento exacto en el que el lector o lectora decide hacer una devolución pensada sobre lo que vos le dijiste o le contaste desde tu espacio. Eso es casi mágico, te diría. Y no estamos hablando de uno de esos catárticos comentarios que todes escribimos de manera acelerada en redes sociales o en los foros de diarios y de ortales digitales, no, no: te hablo de esas reflexiones tranquilas, sesudas, pensadas, constructivas desde lo crítico o lo empático que lxs lectorxs suelen hacerte por lo general por mail. Ese tipo de devoluciones producen en nosotrxs lxs comunicadorxs una sensación de satisfacción que es inigualable.

Por esto mismo, esta semana en “Decime si exagero” vamos a dejar un informe que es una suerte de devolución directa para el lector Germán, que me escribió por mail desde su Centenario natal, desafiándome a hacer un informe con muy poca palabra y mucho contenido audiovisual. No es que a él le moleste la verborragia de quien firma esta columna, al menos eso se encargó de aclararlo muy respetuosamente (¡gracias amigo!), pero si tuvo el buen tino de advertir que esperaba alguna vez menos letra y más contenido, atendiendo a que en muchas ocasiones los contenidos que compartimos le gustaban y mucho y quedaba con más ganas de contenidos que de lectura u opinión sobre los mismos. Por eso vamos a cumplirle. Basta de preámbulos. Aquí les vamos a dejar esta semana un peque{o catálogo de recomendados de jazz argentino por décadas, desde los 20/30 hasta la actualidad. Casi un siglo de jazz argento en discos que no son los más emblemáticos (ni mucho menos), pero sí apostamos a dos cosas. La una: que los ayude a visualizar estilos dentro de nuestro jazz. La segunda: que los haga disfrutar y conmoverse, que para eso está la música ¿verdad?

Comencemos entonces...

Capítulo I: El tano, el Negro, el otro Morocho y la Negra

Si bien arrancó diez años antes que estos primeros tres registros que hemos escogido para comenzar el especial, el jazz argentino cuenta su “historia” desde sus primeras grabaciones. Para reseñar las décadas del veinte y del treinta del siglo pasado apostamos a tres simples (los discos de larga duración aun no eran masivos) que muestran a las claras como entendíamos el jazz en Argentina por aquellos días: una mezcla desprejuiciada de stomp, fox trot, cha cha cha, vals y una pizca de tango o milonga.

El primer simple es “pre-histórico”, es un 78 RPM de pasta de Adolfo Carabelli y su River Jazz Band,  es de 1926, y el instrumental se llama “Cachum Bambé Maxia”.

¿Y quién fue Adolfo Leandro Carabelli? Según el crítico especializado Sebastián Pafundo, Carabelli fue “una especie de Canaro del Jazz, a la vez que un gran director de tango”.

Pianista de academia, Adolfo fue la primera expresión del jazz sweet 18 de la Argentina. Así se bailaba aquel jazz argentino primigenio, en este caso al ritmo de la River Jazz y de un violín solista delicioso. El video es una filmación de una fonola realmente soñada:

La segunda joya del auténtico “arcón de la abuela” de aquellos años, es una grabación de 1928 en la que la guitarra rítmica está tocada por un purrete que -años más tarde- se convertiría en una leyenda mundial del jazz: Oscar Alemán.

Esta grabación es del dúo Les loups, el que conformaban en Brasil el talentoso Gastón Bueno Lobo (en la guitarra solista y la steel guitar) y nuestro héroe chaqueño en la guitarra rítmica, que ya se escuchaba sobresaliente.

El tema es suyo, de Oscar, se llama “La porteña es una papa” y es un precioso puntapié inicial para lo que treinta años después sería el divertido y complejo Jazz Latino:

El tercero en aparecer en esta lista puede sorprender a más de unx, porque rara vez es un nombre que ligamos con el jazz: Carlitos Gardel.

Desde 1924 (cuando grabó el foxtrot “Oh París!”) al zorzal bien le gustó jazzearla un poco, sobre todo en la línea del foxtrot más clásico. Vamos entonces hasta 1930, a escuchar una composición original de Brown y Freed que Gardel y Enrique Cadícamo “re-bootearon” (como se dice ahora, ¡ja!) en español convirtiendo en poesía pura una canción divertida y dicharachera

Cerremos estas dos décadas de pre-historia gloriosa con una verdadera gema: el simple que en 1931 grabó la cantante Paloma “Blackie” Efron (conocida más por haber sido una precursora de la conducción en TV que por haber sido una estupenda cantante de jazz) junto a su agrupación denominada con el simple nombre de “Her Boys” (sus muchachos).

Paloma Efron, entrerriana de nacimiento, se presentó de muy joven al concurso de Radio Stentor y ganó cantando “Stormy weather”. Cuenta ella misma que su padre, maestro de escuela, contento con su repercusión, la impulsó a ir a Estados Unidos a estudiar jazz y profundizar en la cultura afroamericana que la apasionaba, diciéndole: “Usted es una mentirosa, porque canta el folklore de un pueblo que no conoce: ¡vaya y aprenda!” Allí fue Blackie y... ¡vaya si aprendió! Tres años después, y tras haberse codeado hasta con ella Fitzgerald, Paloma entrega esta versión hermosa de esta canción inolvidable:

Y ahora, damas y caballeros, es hora de irnos a los 40's, una época dorada para el jazz argentino.

Capitulo II: Oscar viejo y peludo

Si bien hubo verdaderos gigantes capitaneando orquestas populares de jazz en todo el país -los 40 son la década de esplendor masivo del género- hay un nombre que gravita más que el resto. Si bien de todas esas orquestas saldrían grandes instrumentistas, figuras solistas de renombre, que se consolidaron en los 50 y 60, toda la década del 40 fue una suerte de gran reinado de Oscar Alemán.

Este joven muchacho nacido en un hogar humilde de Machagai, Chaco, llegó a sorprender y a cautivar a los más grandes del jazz mundial con su estilo tan virtuoso como desparpajado y, guitarra, ukelele y cavaquinho en mano, conquistó com show man los grandes salones y teatros de la vieja Europa, haciendo especialmente “roncha” (usemos en término de la época) en París.

Al volver a la Argentina, tuvo momentos de una popularidad increíble, siendo al día de hoy su versión de “Bésame Mucho”, el simple más vendido en la historia de la industria discográfica argentina (dicen que la cifra que nunca admitió la compañía discográfica supera el millón ochocientas mil unidades).

Las décadas posteriores a esta le fueron adversas, pero tuvo su regreso a escena en los setentas.

Para disfrutar dejamos este disco doble que compila todas sus grabaciones hechas entre los últimos años de los 30 y los primeros años de los 50, en París y aquí en Argentina. Una hermosura total:

Que hermosura el universo del maestro Alemán, un verdadero bastión cultural de nuestra música. Vamos a la década que sigue, por favor.

Capitulo III: El fin de la masividad

Si bien los cincuenta no le fueron adversos al jazz en Argentina, fue ésta una década en la que el jazz inició en alza y terminó empequeñecido, abriéndole una puerta al jazz de clubes y pequeños teatros, que abandonó los salones populares para irse hacia otras esferas más acotadas de la sociedad, una juventud consumidora empedernida de la nocturnidad bohemia, de ciertas expresiones “cultas” (por llamarlas con un término sincrético que se entienda con solo mencionarlo suelto) de la literatura y el cine y de nuevos pensamientos políticos y filosóficos, hijos de otras fuentes. Por eso, por el cambio entre una época y la otra, vamos a elegir para esta década a dos de las expresiones que “se estaban yendo” y no a una de la nueva vanguardia, que es lo que veremos en el siguiente capítulo.

La primera expresión que pondremos en esta parte de la historia, es una grabación hecha en radio: el mayor acercamiento que el tango clásico ha tenido con el jazz norteamericano, una verdadera obra de arte.

Osvaldo Fresedo, el maestro de La Paternal, toca “Adios Muchachos” con Dizzy Gillespie, el maestro de Cheraw, en la trompeta y en los arreglos. Choque de titanes que saludaban, cada uno desde su género, un momento de esplendor musical que comenzaba a abandonar el sitio de masividad que en los 60 encontraría su canal de expresión en el pop y el rock sajón y en la canción bailable latinoamericana.

El segundo es un disco que alguien podrá discutir dentro de esta secuencia, pero humildemente creo que los directores de esta aventura musical tienen pleno derecho a estar aquí, en esta selección de los 50, ya que fueron los que -durante casi toda la década completa- reinaron en grandes salones de baile de todo el país con su mezcla desenfadada de cumbia, cha cha cha y jazz: los hermanos René y Oscar Varela, los creadores y capitanes del proyecto “Varela Varelita”.

Los Varela comenzaron tocando con su padre, el inmigrante gallego Antonio Varela, gaitero, en las fiestas de la colectividad en los Centros Lucense y Asturiano de Buenos Aires. René tocaba clarinete o flauta y Oscar tambor o redoblante. A finales de los 40 conformaron la primera versión de la orquesta Varela Varelita con mucho arraigo en el foxtrot y el vals, con René en saxo alto, clarinete y canto, y Oscar en batería. Al poco tiempo, René debió cumplir el servicio militar y en su ausencia Oscar pasó a la Orquesta de Jazz de Barry Moral primero y a la orquesta de Jazz de René Cóspito después, para finalmente -enamorado por completo del jazz- volver con su hermano -ya de regreso de la colimba- para formar Varela-Varelita.

Durante los cincuenta arrasaron compartiendo cartel (en el segmento jazzero bailable de las tertulias más concurridas del país) con la orquesta de tango dirigida por Juan D'Arienzo. Pioneros de un jazz latino popular y bailable, que se desató furiosamente recién diez años después en todo el continente, los Varela dejaron varios discos tan populares y pasatistas como bien arreglados y “pitucos”. Y ese fue su mayor mérito: que a vos te pareciera que estaba sonando una “pavada”, pero lo que sonaba era una gran orquesta.

Y así todo cambió, llegando los sesenta...

Capitulo IV: Bronca cundo ríen satisfechos

Para la revolucionada década del sesenta (recomiendo ir hasta el kiosco y comprar el número especial de la revista “Caras y Caretas” de este mes, que habla sobre este tema: los sesenta) hemos elegido un solo disco, dejando afuera -con mucho pesar- a muchas verdaderas obras maestras.

Para que nadie “sufra” lo ausente, quien se hace presente es un verdadero genio de nuestra música y la obra que dejamos es, quizás, el disco que siempre está en el top five de cualquier jazzero que haga un listado de “mejores discos del jazz argentino”.

Solo treinta y tres minutos -compuestos en 1967, grabados en 1969 y recién editados (sorteando la censura) en 1970 y 1971- le sirvieron al contrabajista, director, arreglista y productor Jorge López Ruiz para entrar en la historia grande de la cultura argentina con “Bronca Buenos aires”, una suite que él mismo explicó en un escrito bellísimo que cuenta lo siguiente, prestá mucha atención:

“Los argentinos hemos sufrido demasiadas dictaduras cruentas, que por cierto no comenzaron en 1976 sino mucho antes, ya en 1930. Y yo jamás he sido capaz de soportar menoscabo a mi libertad, a nuestra libertad; no reconozco en nadie - absolutamente en nadie – autoridad moral y/o intelectual para decirme lo que debo o no debo pensar, hacer o decir en el momento en que se me ocurra. Rechazo con todas mis fuerzas toda clase de dogmatismo y me considero un “libre pensador”.

Mi rabia y mi enojo por el brutal y mesiánico avasallamiento ejercido tan irracionalmente por la dictadura de Onganía eran incontenibles. Como un verdadero “kamikaze” despotricaba contra la dictadura en cuanto reportaje periodístico, radial o televisivo tenía la oportunidad de expresarme.

Precisamente en un programa de Televisión tuve el privilegio de participar junto a una figura que imponía un respeto inmenso: el gran escritor e ideólogo político Arturo Jauretche, creador del grupo “Forja”. Fue él, quien con palabras muy fuertes, muy sabias, me incitó enfáticamente a traducir en Música eso que pensaba. Compuse, estrené y grabé mi primer Obra, mi primera Suite, “El Grito”. No tenía texto, era solo música, a pesar de lo cual produjo un fuerte impacto que se tradujo en grandes notas periodísticas.

El despotismo militar siguió acentuándose y fue creando las condiciones sociales para una fantástica asonada popular que se conoció como “el Cordobazo”, que derrumbó de un plumazo al gobierno, pero no logró terminar con la dictadura, que continuaría por varios años más. Por segunda vez me sentí profundamente conmovido y decidí escribir otra obra, esta vez con un texto que reflejara con palabras aquello que sentía. Tuve la fortuna de contar con un joven periodista y fantástico escritor y poeta como José Tcherkaski, que se sumó apasionadamente a la idea.

En aquellos años de furibunda rebeldía (1968-70) yo estaba haciendo “eso” que se llamaba Jazz de vanguardia (Free Jazz, la escuela creada por Ornette Coleman) con tres colegas, amigos de muchos años y admirados como artistas: Fernando Gelbard, el “Chivo Horacio Borraro (saxo tenor) y Carlos “Pocho” Lapouble (batería). Ellos, al igual que yo, estaban imbuidos de una rebeldía y creatividad rayana en la locura. Éramos cuatro individuos tocando con absoluta libertad, pero con una coherencia, con un discurso grupal tan preciso, que de entrada supe que utilizaría ese formato como un “grupo concertante” dentro de la Obra. Así es que el Cuarteto y el relato de José Tcherkaski fueron el núcleo creativo sobre el cual instrumentar una importante Orquesta completa de Jazz más el agregado de un Coro mixto.

Esa “masa” orquestal estuvo integrada por figuras de renombre, por músicos con una muy prestigiosa trayectoria. Ante mi imposibilidad de tocar y dirigir al mismo tiempo, el trabajo de la dirección lo delegué en mi hermano Oscar López Ruiz, creador de una gran cantidad de música para la Cinematografía y durante casi 25 años integrante de los grupos del gran Astor Piazzolla. Todo dicho.

Encarar, producir y finalmente realizar esta obra en la Argentina, en el Buenos Aires de aquellos años fue una epopeya artística y económica. Durante muchos años - y gracias a esa espantosa y sangrienta dictadura militar que nos cubrió de luto - estuvo prohibida, de la misma manera que “El Grito”. Ni que hablar de la continuidad de “Bronca Buenos Aires”, “Coraje Buenos Aires”, cuyos masters fueron quemados en la RCA de aquel entonces por miedo a represalias mayores”.

¿No conocías la obra, te parece conmovedor el testimonio de su creador? Bueno, ahora preparate a escucharla...

Que belleza este disco, ¿no? ¿te pareció revolucionario? Bueno, no descuelgues la impornta y entrá con nosotros a la década que viene...

Capitulo V: ¡Esto no es tango pibe, esto es jazz!

Esa frase era la frase ortiba, peleadora y cerrada que los tangueros viejos y tilingos solían gritarle en la cara a los oyentes de Astor Piazzolla cuando el gran bandoneonista marplatense decidió despegarse de las etiquetas estilísticas “obligatorias” del decálogo del buen tanguero. Por aquel entonces esa frase era lacerante y despectiva, hoy -que universalmente la música de Piazzolla le ganó por goleada a los críticos snobs y a los retrógrados- la sentencia suena ridícula. Por eso, porque ha triunfado Piazzolla como un titán, para representar la década del setenta en el jazz argentino vamos a dejar afuera al Gato Barbieri, al Mono Villegas, a Jorge Anders y a muchos próceres de aquel momento para irnos a este disco que en 1974 grabó Astor en el célebre estudio Mondial de Milán.

En el mundo de habla hispana se conoció como “Reunión Cumbre”, en el resto del planeta como “Summit”. Astor Pantaleón Piazzolla, con 53 años, introduce en su música el sonido y el concepto estético del saxofonista Gerry Mulligan, que a los 47 estaba en el apogeo de su carrera tras dirigir el octeto de Miles Davis y encabezar el cuarteto sin piano junto a Chet Baker. Si eso no era una reunión cumbre, nada lo es...

Le decía Astor por aquellos días, en sucesivas cartas, a “su chica”:

"Septiembre de 1974, Roma. No te imaginas, Mere, la alegria que tengo. Me ha aumentado el porcentaje de locura en sangre hasta limites insospechados. Mi empresario en Europa confirmo que en estos dias voy a grabar un L.P. con Mulligan. Te imaginas que me salgo de la vaina por conocerlo personalmente y grabar con el repazzo del yoni. Un verdadero genio del jazz (…) Lo admiro profundamente desde que escuche por primera vez sus discos y creo que juntos podremos dejar correr mucha locura hecha musica."

 “Noviembre de 1974, Roma. Ya grabé el LP con Mulligan. No te das una idea de lo que fue aquello. Parecíamos dos poseídos. Por otra parte, cuando lo escuches, te vas a dar cuenta de algo que siempre sostuve. No importa el país o la cultura que representes; si hacés música, y en serio, siempre encontrás un idioma común para entenderte. Creo que en lugar de políticos, los pueblos tendrían que usar músicos en las Naciones Unidas para llevarse mejor.”

Astor tenía razón: luego de este disco, con esas ocho composiciones plasmadas para siempre, ni el tango ni el jazz argentino volvieron a ser lo mismo...

Hasta aquí hemos compartido excelentes discos, pero nos faltan aún cuarenta y cinco años de historia musical hasta llegar a nuestros días. Lo vamos a dejar para una próxima entrega de este especial, hasta mientras tanto espero que disfrutes de estas verdaderas joyas musicales, discos y simples únicos e irrepetibles, un pedazo importantisimo de nuestra cultura musical nacional. Son obras maestras... ¡decime si exagero !

29/07/2016

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