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El corpus del kirchnerismo comprende sus ideas, su pragmática y articula en su externalización el vínculo entre la estructura del sistema político y sus prácticas. El sistema político dominante que comprende la Constitución Nacional, sus leyes, la sociedad civil, los Partidos Políticos, los poderes, y el diseño institucional nacional. Es en la superestructura que se presentan las acciones concretas del kirchnerismo; en el ejercicio del gobierno en tres oportunidades y su continuidad, hoy en la oposición. El movimiento creado por Néstor y Cristina Fernández de Kirchner, ha sido un emergente de una sociedad en crisis que quería avanzar hacia su normalización, terminar con los ´90 y con la triple crisis del 2001. A poco de andar de la mano de Néstor Kirchner se encontró con un gobierno que gestionó bajo el imperio de la institucionalidad democrática liberal pero que, además, se embanderó en el progresismo, en la reforma, y sobre todo, en la interpelación de la política tradicional y el comienzo de un relato de emancipación e igualdad. El propio Presidente tuvo un estilo descontracturado, poniéndose en los límites de la formalidad burguesa. Muchos jóvenes, sobre todo de clase media, se identificaron con esa modalidad no acorde con el statu quo.
Al final de los doce años, tuvimos en el balance una mejor situación financiera (menor endeudamiento), más desarrollo en algunos sectores, un mejoramiento social y sobre todo, una nueva legislación con ampliación de derechos sociales e individuales. Todo esto con el uso de las herramientas de la economía neoliberal, pero forzando una mayor intervención del Estado, con mayor distribucionismo, disminuyendo la brecha social; consagrando como entidad, inclusive académica, la heterodoxia. En realidad, lo que estaba en juego era la tasa de ganancia por un lado, y los ingresos de los sectores populares por el otro; manteniéndose los cánones fundantes del capitalismo, y apuntando a una ampliación del mercado de consumo.
Pero, también el balance se observa en el debe, cuando en el 2011 se perdió el autoabastecimiento energético. Tampoco disminuyó, por el contrario, ni la extranjerización, ni la concentración del capital (tendencia mundial). Estos son ejes centrales de una Nación que no quiere ser dependiente. Es decir, la globalización es una trampa inevitable: un país no puede no pertenecer, y el pertenecer es reconocer como ley de hierro las condiciones del sistema mundial.
Lo más categórico como logro estuvo en la puesta en el horizonte político de la cuestión social, la inequidad, la no discriminación, los derechos, la disputa por la igualdad. Y aunque resulte paradójico desde el enfoque iconoclasta del kirchnerismo, es que modernizó el sistema jurídico con la conquista de derechos individuales que consagran la libertad y la diversidad. Pero, lo más destacado de la época fue su edificación superestructural, como comunicación política, que en sus reformas profundas. Sin dejar de considerar que la lucha política es también la pelea por los significados. La intención fue fundar otros cánones sociales, culturales, pero sin modificar el esqueleto institucional sobre el que se apoya la sociedad.
En el último período de CFK, tal vez el menos destacado, ocurrió la ralentización de la recuperación económica y el retraso de las variables socioeconómicas. Se hizo más difícil mantener un crecimiento sostenido, disminuir la desocupación, la pobreza, el trabajo ilegal. En los mandatos, posteriores al primero, la situación mundial no ayudó a los países emergentes, y fue un límite al crecimiento. Pero, la crisis internacional no explica in totum todo el desempeño económico del gobierno. A medida que el kirchnerismo se fue afirmando, y sobre todo a partir de las elecciones del 2011 en que CFK balbuceó el “vamos por todo” (27 de febrero del 2013), la tensión entre las políticas oficiales y la estructura jurídica-política aumentó. Un punto culminante fue el proyecto de democratización de la justicia dos meses después de aquella expresión en Rosario. Varias de las reformas propuestas fueron rechazadas por la Corte Suprema. La Reforma Judicial está pendiente, pero no desde una postura maximalista para poner a propios, sino para lograr una magistratura lo más neutral posible dentro del régimen demoburgués.
Jorge Alemán lo dijo con lucidez en Página 12 el 16 de abril del 2016 “El kirchnerismo habitó integralmente, por razones de época, en el interior del neoliberalismo. Transitó entre sus dispositivos de poder como una contraexperiencia política llevando algunos puntos al límite y manteniéndose, en otros, bajo los esquemas de dominación neoliberal.”
Esta tirantez entre gobierno, política y estructura institucional, en los populismos tiene una época de apogeo en que la voluntad mayoritaria se impone, inclusive poniéndose en las fronteras del régimen legal, y desde ahí denunciar lo que es estructural. Pero, eso es intermitente, vacilante y puede concluir con una salida de la sociedad hacia la confirmación del régimen; lo que es vivido como un giro hacia derecha es un giro a recuperar la plenitud del sistema liberal-capitalista. Más allá del voluntarismo y del amenazante discurso contrahegemónico, el liberalismo está ahí triunfante en los espacios de la política profesional, o en el aula, en los medios de comunicación y en el diálogo de las vecinas. Como decía un viejo amigo “no es lo mismo escuchar a Silvio Rodriguez que hacer la revolución” …. y agregaba “de esta obviedad hay muchos que no se dieron cuenta”.
La contrahegemonía es practicada en los populismos en forma parcial y dentro de fronteras posibles que no acaban con el sistema político, ni económico, ni con la cultura individualista. Es tal la inundación de los dominios que un gobierno progresista puede monopolizar algunos medios de comunicación y sin embargo el discurso, los valores, y las prácticas dominantes, se filtran por los intersticios múltiples de la cultura.
Hubo intentos con resultados diversos, algunos fueron de buena calidad como Paka Paka, como revisión del relato histórico dominante, y el canal Encuentro. Hubo otros muy obvios y sin impacto. En el desarrollo de la disputa se homogeneizó tanto el discurso que no hubo lugar para el pluralismo; esto sólo se puede justificar si se está ante una situación pre-revolucionaria en que se impone una visión binaria, y en la que realmente funciona la dialéctica amigo-enemigo. De otra manera, en cualquier elección, una simple mayoría pone a la fuerza popular de espaldas en la lona. Y esto ocurre porque gran parte de la sociedad postmoderna nos acompaña si satisfacemos sus demandas, y le importa un comino las ideologías, simplemente reproduce día a día la que los domina.
Por otra parte, un aspecto sensible es el de la construcción de la subjetividad; dejarla en manos de Sergio Szpolski o Cristóbal López, es introducir un elefante en la cristalería. Hacer una alianza con Julio Grondona para mejorar la expansión de la cultura popular del fútbol, es meter al zorro dentro del gallinero. Es casi una burla en comparación al rango de una batalla cultural.
Entonces, la pregunta central sobre la construcción de mayorías es una pregunta sobre lo estratégico y lo táctico vinculado a las hegemonías mundiales, regionales y la relación de fuerzas local; y las posibilidades de un reformismo con direccionalidad hacia lo social, lo económico y la participación popular. Si la construcción de mayorías repitiera la falta de diálogo, de pluralismo y de debate como la década pasada, va a ser imposible aunar voluntades distintas y unidas por la lucha contra el neoliberalismo.
La otra pregunta es ¿para qué ganar? La respuesta más a mano es para ganarle a la derecha. O sea, para desalojar a la expresión también superestructural de los intereses subterráneos del gran capital. Y aquí vuelve a plantearse la diferencia entre lo profundo y su externalización; el neoliberalismo puede perder elecciones mientras siga siendo la plataforma económica, política y cultural de la época. Pero, eso sí, si hay un gobierno con clara intención progresista, que actúa con planificación y racionalidad transformadora, entonces puede desviar, reorientar políticas en función de las fuerzas populares que no integran los grupos dominantes; clase trabajadora organizada, movimientos sociales, fuerzas políticas progresistas, sectores medios vinculados a las pyme, al cooperativismo. Y desde el gobierno puede contribuirse a que dichos sectores tengan un mayor protagonismo al constituirse en parte de la alianza que es una nueva mayoría. Esto sí es posible, y esta amenaza genera reacción por parte del establishment, que quiere disciplinarse detrás del régimen internacional dominante.
Si por el contrario, la nueva mayoría apunta a conformarse como un reducto interpelador sin anclaje popular, sin capacidad de diálogo, entonces va a ser muy difícil. En ese camino no se puede despreciar a las CGT, o al PJ; o sea, al peronismo que ellas representan. Tampoco se puede desechar a la clase media típica (hoy fuertemente afectada por las políticas económicas), base social del kirchnerismo, porque su presencia es necesaria para conformar una alianza social mayoritaria.
Si se trata de unirse sobre el único fundamento que es el rechazo al oficialismo, esto solamente desemboca en elecciones competitivas; y una vez que llegamos al gobierno vemos lo que hacemos. Ahora, si la cuestión es lograr cuestiones pendientes de la agenda reformista, esto tendría otro objetivo y una composición más cuidada.
Por ejemplo: la reforma impositiva y financiera, institucionalizar la mesa de acuerdo entre capital, trabajo y Estado; la participación de los trabajadores en la renta nacional; el impulso a la economía social, el cooperativismo, la desconcentración de la economía, la reformulación de las alianzas regionales, una real sustitución de importaciones, una definición seria sobre la matriz productiva. Y, además, se discute ampliamente sobre las formas de participación popular apuntando a una reforma constitucional. En este caso, entonces, las mayorías tendrían una razón más profunda que la negatividad a Macri, y podrían integrarlas diversas formas políticas, ideológicas y sociales.
Con la consolidación del sistema democrático, se acentúan las mayorías electorales, que son vacilantes, más que las mayorías movimientistas. De algún modo el régimen demoliberal se ha impuesto sobre otras formas de la democracia social o el populismo, y el régimen se va mundializando por la persuasión o por la guerra. El naufragio del chavismo, el repliegue del movimiento ciudadano de Ecuador, la situación del PT brasileño, la separación del peronismo del kirchnerismo, muestran que los intentos más fuertes o más débiles de populismo sufren un fuerte repliegue.
El lenguaje político del kirchnerismo estuvo siempre por encima de sus innegables logros. Tuvo un discurso fuertemente ideológico, no sobre los principios de izquierda consagrados y derrotados en el siglo XIX y XX, sino sobre el trazado del eje sobre la desigualdad entre las naciones y la desigualdad social, más sobre el peronismo setentista que sobre el marxismo. Sin embargo, su imaginario está anclado poco más en la izquierda que en el peronismo (tendencia revolucionaria); y nada en el Perón de la conciliación.
En el fenómeno político creado por Néstor y Cristina anclaron las izquierdas democráticas, el progresismo en general, que sumado al peronismo de las provincias, logró construir una mayoría electoral para asegurarse victorias en las presidenciales del 2007 y 2011. Paradójicamente, la lectura ideológica del kirchnerismo determinó erróneamente que el 54% de los votos eran todas adhesiones a la causa. Una porción importante de ese caudal era por la gestión. En la composición del voto había voluntades antisistema y sistema.
Dijimos por este mismo medio que “el kirchnerismo debe ir por el no kirchnerismo” si quiere constituirse en una mayoría. Tiene varios obstáculos por delante; en primer lugar, la propia dinámica de embudo que hizo que se vaya achicando cada vez más dejando fuera a muchos por una dirección intemperante. El kirchnerismo ve al peronismo del PJ, a la CGT, a Massa dentro del “sistema”. Entonces ¿se supone que el kirchnerismo va a romper el sistema? No, no lo va a romper; denuncia sus fallas pero lo usa; utiliza las herramientas que provee la Constitución liberal. Lo rompe, solamente, desde el imaginario que suscita desde el lenguaje, pero lo mantiene desde la pragmática. Su identidad es su rabia (como aquella consigna montonera de los´70 “somos la rabia de Perón”).
Por lo tanto, la construcción de mayorías con un sentido nacional y popular debería considerar la caracterización de la etapa, la relación de fuerzas, y las estrategias adecuadas; a nivel mundial, regional y nacional, con un criterio realista y no idealista.
Es posible, muy posible, que para lograr mayorías no haya que repetir ciertas conductas, y valorizar la apertura ante la crítica honesta y constructiva. Creer que el que critica es el enemigo es de una estupidez inconmensurable; y también una perversión. Recepcionar lo nuevo y la inventiva de los otros, que surgen cuando un colectivo es un conjunto diverso y múltiple de inquietudes, pensamientos y acciones. ¡¡Qué florezcan mil flores; pero que florezcan de verdad!!!
Así, como uno sabe que no hay posibilidades, hoy, para la revolución social, sí hay posibilidades de un reformismo progresista que se oriente hacia la lucha por una mayor igualdad y libertad. Los doce años de kirchnerismo, su espíritu emancipador, son una de las materias primas indispensables de la futura mayoría; pero no sus defectos.
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