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La realidad va por un lado, se incendia, se desangra y languidece, y el gobierno va por otro: atiende una abstracción, el imposible futuro hacia donde nos conduce. En ese espacio se sancionan decretos y leyes, normas en general cuyo contenido además de restrictivos, muchos son de imposible cumplimiento. Para sobrevivir se debe admitir que se le quite vitalidad a una realidad devastada por el mismo gobierno que intenta aniquilarla lentamente, según convenga, e instalar en la devastación su propio modelo excluyente.
Mientras el Gran Hermano baila y nos convence que la vida es bella y que hay que bailar con la más fea porque la más linda está aún cambiándose entre bambalinas, la vida social se ha enajenado ya que las críticas no son tenidas en cuenta, rebotan en primer lugar en quienes ofician de obedientes voceros del régimen, que lucen su torpeza en el ejercicio evasivo de la negación o traspasando las culpas a la pesada herencia.
Después de estos mascarones de proa que debaten su estolidez en los programas adictos al régimen a través de la TV, aparecen inmediatamente los medios de prensa en base a su propia autonomía como cómplices e inspiradores intentando el ejercicio efímero de crear lo que no existe.
Por último, el veto eventual que cierra toda posibilidad de salida dejándonos en la etapa cruel de un devenir que se cae a pedazos.
Entre tanto, las autoridades parten raudamente montados en su propio relato hacia un futuro tan exclusivo como intangible para la mayoría de la población.
Por eso, cuando se habla críticamente de las medidas del gobierno, éste no oye ni atiende y los contenidos se diluyen y caen en el vacío. No hay voz que penetre en el esquema de gestión del gobierno que no sea su propia voz que canta el himno nacional en inglés. Le pide perdón a quienes vaciaron nuestras empresas públicas y trata de “querido rey” a uno con mandato cumplido, que en décadas no logró hacerse querer por su pueblo.
Vivimos en un país desintegrado, propio de la fantasía de Lewis Carroll en Alicia en el país de las maravillas: los espejos no reflejan una sola realidad sino dos y los seres que habitan del otro lado del espejo hacen su propia historia pero todo al revés y desconocen a quienes consiguen mirarlos.
Por un tiempo los errores del pasado, según su mentirosa evaluación, se deben pagar en la realidad como una penitencia, por haber creído y hasta por haberla amado.
Se carece de Purgatorio, aquella etapa a la que se refería Néstor Kirchner para señalar que habíamos salido del infierno con punto de partida en 2001, y ahora se vuelve al infierno, porque los revanchistas y los arrepentidos sirven solo como carne de cañón ante eventuales debates por hundir aún más un pasado que grita por su verosimilitud y su reconocimiento.
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