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17/08/2018

Malo, pero único

Malo, pero único | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

La realidad que viene a ofrecer el gobierno no genera esperanzas y, por eso, hay que convencer de que es la única posible y que el resto es el infierno tan temido, dice la autora en esta nota, fragmento de su último libro, publicada originalmente en Nuestras Voces. Desde su óptica, el acoso que sufre la oposición forma parte de esta construcción de un culpable de todos los males, causa y justificación de los problemas actuales.

Gabriela Cerruti *

Un modelo liberal que en su práctica concentra la riqueza en pocas manos no puede convencer al conjunto de la sociedad de que lo que está pasando es bueno: se empeña, entonces, en convencerla de que es lo único posible. O que todo lo demás sería mucho peor.

El acoso a la oposición y la estigmatización de los gobiernos kirchneristas y sus funcionarios formaron parte de esta construcción de otro culpable de todos los males, causa y justificación de los problemas actuales. La realidad que viene a ofrecer el gobierno no genera esperanzas y, por eso, hay que convencer de que es la única posible y que el resto es el infierno tan temido.

Como sostiene el inglés Mark Fisher, el realismo capitalista nos inculca que reducir nuestras expectativas “es un precio relativamente bajo que hay que pagar por quedar protegidos del terror”. Citando a Alain Badiou, agrega que “se nos presenta como si fuera algo perfecto un estado de cosas brutal y profundamente desigual, en el que toda existencia se somete a ser evaluada en términos puramente monetarios”. Y como el orden establecido no se puede describir como perfecto o maravilloso, sus defensores conservadores “prefieren venir a decirnos que todo lo demás fue, eso sería horrible”.

Los globos de colores, las sonrisas y los modos casuales quedaron perimidos apenas las primeras medidas de gobierno despertaron confrontación y enojo. Para cuando llegó la crisis fundacional, las buenas ondas ya formaban parte de un manual perimido. “La imagen de felicidad devino insustentable”, describió Alejandro Grimson. “Ese optimismo habilita más reclamos sociales. Para acallarlos hace falta describir a la Argentina como si acabara de ser bombardeada y destruida en una guerra.” Y esa, argumentó, resultó la paradoja del macrismo: “Sólo puede existir por el furioso antikirchnerismo, pero esa misma furia es la que limita su amplitud, su discurso y su proyección”.

No hay pasado ni presente. Sólo hay futuro. Aunque algunos de los funcionarios provienen de las mismas familias patricias que a finales del siglo XIX y principios del XX intentaron instalar el modelo liberal de “granero del mundo”, tampoco se busca allí una referencia histórica de identidad. Porque el capitalismo financiero necesita ser virtual, ajeno a la realidad y, por lo tanto, a la historia.

Hay un momento que ilustra como una anécdota perfecta este discurso fundante: los próceres, que a lo largo de la historia ilustraron los billetes en circulación, fueron reemplazados por animales. “Queremos que haya seres vivos”, explicó el jefe de gabinete Marcos Peña. En la residencia de Olivos, el mismo día en que la Armada daba por muertos a los 44 tripulantes del submarino San Juan, desaparecido en aguas del sur, el presidente proclamaba: “A pesar de las tragedias, de los problemas, que siempre hay, el mundo igual avanza”.

Es la promesa de algo inasible en el futuro lo que sostiene políticas que causan dolor y desesperación en el presente. El futuro y el repudio al pasado, sin límites de época ni límites históricos. Nunca se hizo nada bien: no hay utopía pasada en que reflejarse. Delirio psicológico también de quien debe negar su historia y su pasado y vivir con una nueva máscara. El relato histórico de la Argentina reciente, con sus tragedias y sus luchas, es el espejo roto en que Macri y sus funcionarios saben que no pueden mirarse porque no les gusta, ni les sirve, la imagen de ellos mismos que les devuelve.

“Esto no podría lograrlo sin antes emprender la tarea de un desmontaje de los lugares de mayor densidad simbólica e ideológica, lugares en torno a los cuales el peronismo, y luego el kirchnerismo, produjeron y replantearon la novedosa articulación entre pueblo y nación, expresada sobre todo a lo largo de los tres últimos gobiernos”, escribió el sociólogo Daniel Santoro. La herencia de símbolos nacionales se cambió por fotos de familia con fondos naturales. Así “se exhibe un territorio a explorar, libre de cualquier prejuicio ideológico, purgado de las molestas pretensiones del que viene con opiniones propias”, agregó. “Ingrávidos, sin el peso de las herencias simbólicas, podremos ingresar al fin, con la naturalidad del buen salvaje, al paraíso ‘naturalizado’ del poder global financiero”.

En un proyecto global en que el deseo es sustituido por el dinero y la burguesía nacional por fondos de inversión sin nombre, sin territorio y sin obreros, la etapa superior del capitalismo ya no es el imperialismo, sino el capitalismo financiero. El gobierno mundial está ejercido por una fluctuación semiótica informática de números que van y vienen, acumulados en pocas manos, y queda desechada la idea de crecimiento y distribución como parangón con la felicidad social. Por eso no hay presente, ni pasado. Y el futuro es una palabra sin contenido, ni territorio, ni utopía. No hay testigos de ese futuro que nos propone el nuevo liberalismo.

*Fragmento del libro Big Macri, del Cambio al FMI. Autora: Gabriela Cerruti. Disponible en todas las librerías del país.



(*) Diputada nacional por el FdT.
29/07/2016

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