Columnistas
19/05/2018

Decime si exagero

Biutiful Lúsers

Hay artistas populares que abandonaron su zona de confort para grabar obras de arte inmortales, discos que terminaron haciéndolos fracasar económicamente. Una galería de hermosos perdedores que se jugaron por la belleza. Ni más ni menos (primera entrega).

Fernando Barraza

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Los gringos tienen una suerte de fijación con el tema de ganar o perder, esto no es ninguna novedad. El concepto “losers & winners” (perdedores y ganadores) está siempre presente en sus construcciones discursivas, tanto en las verbales como en las escritas, ya sea en el lenguaje coloquial cotidiano, en sus ficciones audiovisuales o literarias o hasta en los discursos de sus más encaramadas figuras en las arenas de la política. Resaltar el perder y el ganar para ellos siempre es deber en el ejercicio comunicacional, quizás porque representa sintética y sencillamente una de las premisas filosóficas esenciales del capitalismo, quizás porque el ejercicio de repetición es el que instala los conceptos. O ambas cosas a la vez.

En el transcurso del último siglo, mientras EEUU se afianzaba como la mayor potencia económica y cultural del planeta, quien más se encargó de desparramar este binario y acotado concepto humano/capitalista fue su industria del cine, más tarde entraron a gravitar las ficciones televisivas que todo el mundo (literalmente) miró y, a su vez, estas series derivaron en el siempre norteamericanizado mundo On Demand que vivimos globalmente hoy por hoy a través de Netflix y otras plataformas. Por más que en esos nodos encontremos producciones ficcionales de todo el planeta, la supremacía absoluta la tienen los gringos, y este no es un comentario ideológico: es una realidad inapelable.

Así, desde Donald Trump hasta el pelele más de a pie que efímeramente se hace famoso con algún video viral que incluya un blooper, el concepto “losers & winners” sigue vigente y no pierde fuerza. Ganar o perder es el mensaje.

En la música

En el siempre corporativo mundo de la industria de la música esta regla del ganar-perder ha sido el motor impulsado comercialmente para que los artistas suban o bajen en la consideración del gran público global. Las empresas multinacionales de la música han cuidado con astucia de laboratorio que sus contratados artistas no muevan ni un solo dedo de la mano sin que ellos autoricen cualquier idea de cambio estético o artístico, tratando de mantener en funcionamiento la máquina de hacer chorizos durante la mayor cantidad de tiempo posible.

Por eso, en un acto de rebeldía un poco juvenil pero noble, en esta serie de artículos vamos a intentar reivindicar las obras de artistas consagrados que decidieron desoir todos los consejos conservadores de los empresarios de la música que los rodearon para entregar al público obras rupturistas, bellas y perdurables. Para el mainstream dejaron de ser winners, para nosotros pasaron a ser (usando un término contracultural, también gringo) “beautiful losers”, es decir: bellos perdedores.

Basta de preámbulos y sirvamos ya el menú de hoy.

Disco uno: los italianos bonitos se “deforman”

Arranquemos en 1969 y detengámonos hoy en “The genuine imitation life gazette” (La Gazeta de la genuina vida de imitación), el decimoquinto disco de la agrupación norteamericana The 4 Seasons.

Este álbum es el menos conocido de los hermosos perdedores que traeremos a lo largo de esta serie de artículos y quizás también estemos hablando de la banda menos conocida de entre todos los artistas que vamos a mencionar en la saga, aunque de seguro, si se cruzan a la banda en alguna estación FM de clásicos del rock y del pop, todos recuerden su canción “Walk like a man” de 1963. Escuchen:

Y así como se reconoce casi inmediatamente este tema, de seguro usted ubicará también y de una sola oída al menos tres canciones más de este grupo vocal de soul blanco de los sesenta, bastante ñoño y exageradamente complaciente y comercial. Es más, si se menciona a su líder: Frankie Valli, muchos de ustedes rememorarán en su voz algunos de los éxitos más cutres de la música disco de la década del setenta y del techno pop de los ochentas.

Ahora y volviendo a los sesentas, ¿por qué una banda que era un número puesto en ventas editando canciones de amor inofensivas y pegadizas tonadas de soul bailable decide trabajar un disco que los haga descender varios escalones en ventas y en la consideración de su público cautivo?

La respuesta no es una sola, pero sí tiene un motivo principal: el disco que en 1969 hizo tambalear el futuro económico de los 4 Seasons nació en una época de cambios constantes que mareaba hasta al más entrenado ejecutivo del mainstream musical, un poco “por culpa” del huracán desatado por dos tanques sagrados de la industria: los Beatles y de los Beach Boys, quienes experimentaban y probaban caminos estéticos de riesgo -¡a más no poder!- sin perder poder de ventas ni de convocatoria; otro poco “por culpa” de un puñado de productores artísticos que apostaron al trabajo conceptual y al riesgo de experimentar con sonoridades, climas y nuevos arreglos dentro de los estudios de grabación, cada vez más tecnologizados y sofisticados.

Lo cierto es que este grupo de cuatro jóvenes ítalo-norteamericanos, vestidos en trajecitos de diseño, católicos, bien parecidos, buenos chicos de familia, de dulces voces, alineados e inofensivos, conocieron el polvo del cordón de la vereda el día que decidieron abandonar su estética pasteurizada para editar uno de los discos de rock más sorprendentes e infravalorados de la rupturista década del sesenta del siglo pasado.

Un cambio radical como el que los 4 Seasons dieron con “The genuine imitation life gazette”, un disco de diez canciones sencillamente perfectas pero peligrosas, fue factible de ser producido habida cuenta de que el grupo atravesaba, desde el punto en el que debían repetir la clave del éxito disco tras disco, un periodo creativo agotado y en baja.

Sin números 1 en los charts desde hacía ya bastantes años, y tras haber editado dos discos que más bien eran pasteurizadas propuestas solistas de su cantante Frankie Valli, su casa discográfica, Philips/Phonogram, autorizó el presupuesto para entrar en estudios y celebrar un matrimonio creativo entre los “tanitos buenos” y el compositor y productor artístico Jake Holmes, un verdadero “jugador diferente” de la canción pop inglesa que, por ejemplo, le había cedido los derechos de grabación de su cautivante, oscuro y particular tema “Dazed & Confused” a los Led Zeppelin.

El matrimonio creativo Holmes/4 Seasons fue celebrado con la venia oficial de Robert Gaudio, el productor de todos los anteriores discos de la banda. Es decir: uno de los responsables de la máquina de chorizos italianos. Sobre este episodio, dice la biografía oficial de los 4:

Después de que el ‘Sgt. Pepper…’ de los Beatles fuera lanzado en junio de 1967, Bob Gaudio vio el cambio que se venía en el mercado de la música pop y buscó posicionar a los Four Seasons dentro de la tendencia de la música ‘socialmente consciente’ que empezaba a posicionarse. Una noche fue al club ‘Bitter End’ en Greenwich Village y vio actuar a Jake Holmes. Gaudio resultó shockeado por la canción ‘Genuine Imitation Life’, y decidió basar un álbum de Four Seasons en ese tema musical. Con Holmes como su nueva letrista, el álbum ‘The Genuine Imitation Life Gazette’ fue lanzado en enero de 1969. El disco fue un fracaso comercial y simbolizó el final del primer período de éxito de la banda”

Más claro, echale agua.

Lo cierto es que esta combinación devino en una decena exacta de canciones trabajadas como una gema conceptual que –con el paso de las décadas- ha dejado de ser “el disco que fundió a los Seasons” para pasar a convertirse en el único disco que –como obra integral- todos recordarán de los Seasons, más allá de los singles pasteurizados que editaron antes y después de esta alocada gaceta discográfica.

Oscuro, melancólico, irónico, texturado, el “Genuine…” es un disco que pinchado hoy, a 49 años de su grabación, suena como recién grabado. Mucho mérito en este sentido corre por cuenta de la dupla de ingenieros seleccionados para trabajar en el estudio: Roy Cicala y Shelly Yakus. El primero fue ingeniero de los Young Rascalls y de proyectos experimentales como la banda Earth Opera o las inestables y explosivas bandas de sonido de las películas de Alejandro Jodorowsky, para luego hacer una carrera impecable, que incluye los discos solistas de Lennon entre sus trabajos más conocidos. El segundo fue el ingeniero de los discos más jugados de The Band, los Arbors y Van Morrison, para luego dedicarse a los mejores discos de Tom Petty y los Heartbreakers, por darte un nombre famoso y un sonido inconfundible.

Antes de entrar de lleno en el disco de los Seasons, escuchá esta grabación que Yakus realizó en un estudio australiano en 1956, prestale atención al trabajo de planos sonoros en la instrumentación, como utilizó las reverbs y cómo balanceó las voces, utilizando un tono absolutamente nítido para el solista Bobby Scott y “ensuciando” al coro de una manera genial;

Con esta dupla en la consola, con un co-productor y letrista como Holmes y con un productor conocedor de sus artistas hasta en el detalle más equeño, ¿qué podía fallar en materia de innovación? Nada. Excepto en lo comercial, claro, pero ese es otro tema, un tema que no nos importa hoy en lo más mínimo.

Vamos al disco

El álbum (como si fuera poca cosa el volantazo musical que pega) tiene un packaging encantador en el que se simula en la portada una primera plana de diario (recurso utilizado posteriormente por centenas de bandas en el mundo, entre ellos Jethro Tull y John Lennon) e incluye también un insert de ocho páginas con las letras y los créditos, mezclados con historietas originales de Skyp Williamson y Jay Lynch, dos de los historietistas más emblemáticos del underground norteamericano de los sesenta. Una apuesta “de envase” cara, fina y rupturista.

El disco arranca con la complicada mini ópera “American crucifixion resurrection”, de la cual hablaremos al final, seguida por la juguetona “Mr Stately´s garden”, lo más parecido a un corte de difusión para un disco sin singles, con esas trompetas beatlescas, esos coros yuxtapuestos y esas guitarras con fuzz.

Inmediatamente aparece “Look up Look over”, una oscura balada, muy pero oscura, que deviene en un medio tiempo bien “alla Bowie”, plagado de inserts sonoros con ediciones de frases en off dichas por Valli con voz lúgubre y una cámara de reverberancia que ni el mismísimo demonio tendría en el infierno. Si esta es una canción de amor/desamor dedicada a una mujer, pues logra que el “Whit or without you” de los U2 parezca una canción de jardín de infantes. Y si es una canción que le habla a una adicción, convierte el “Perfect Day” de Lou Reed en una mera segunda parte de una historia desgarradora (esta). Hagan caso: cuando la escuchen, vayan leyendo la letra mientras la oyen.

Si el clima desatado ya venía “cargadito”, ahora le llega el turno a “Saturday Father”, una bella y desgarradora canción sobre una niña que espera la visita de su padre cada sábado, y más el sábado de la canción, que es el día del padre. La letra de Holmes y Valli se adelanta varias décadas con inteligencia, sin golpes bajos y con sensibilidad a la actual temática de la vida infantil cuando las parejas deciden separarse.

La placa sigue en su circularidad perfecta, y aun los temas más livianos del disco, como “Wall Street Village day” contienen letras testimoniales, existenciales y arreglos complejos que hoy suenan modernísimos. La línea de bajo de este tema es simplemente genial y la percusión en accesorios de madera está grabada en un plano que todavía es casi inexplicable. Escuchar este disco de los Seasons con auriculares puestos continúa resultando un viaje sorprendente y mágico.

La recta final del disco está compuesta por tres canciones que nos llevan “de salida” luego de haber realizado un asombroso e inesperado viaje, un poco psicodélico, un poco artie, por la sociedad suburbana neoyorkina de 1969. A esta altura del paseo ya podemos afirmar que el disco cumple con la premisa de “música socialmente consciente” que Robert Gaudio pretendía imprimirle conceptualmente al trabajo. Así llega, entonces, “Genuine…”, el tema que le da nombre a la placa, una verdadera gema, impecable e implacable, con ese clima de crescendo y ese coro que estalla en una referencia oscura al positivo “Hey Jude” de los Beatles, una jugada de riesgo de la que los Seasons no solo salen indemnes, sino triunfando.

El antepenúltimo tema es “Idaho”, una canción que narra “el campo” norteamericano de los sesentas, pero con la insolencia del que lo mira desde la ciudad. Es tan rural como urbano, es tan folklore bluegrass como pop de avanzada. En esta canción, el solo de armónica “asordinada”, cual trompeta trasnochada, es antológico.

El disco va pegando la vuelta final con “Wonder What You'll Be”, quizás el tema más Beach Boys del disco, una canción tan redonda como trabajada desde lo vocal que pone de manifiesto algo que –te gustaran o no los Seasons más comerciales- no se puede soslayar ni negar negar: ¡que bien que cantaban los tanitos!.

El cierre del disco es para “Soul of a woman”, una balada de amor compleja, antiradial, melancólica, una canción que inspiró el siguiente disco que revisaremos en nuestra próxima entrega de “Biutiful Lúsers”. Pero no nos adelantemos, ya se enterarán pronto…

Y bueno, el disco se va, así: con elegancia, originalidad y transgresión, tal como comenzó y tal como se desandó durante todo su trayecto. El final real del disco es para el protagónico de unas “empastadas” cuerdas y unos vientos épicos increíbles que te dejarán con ganas de volver a pinchar el disco ni bien termine el último segundo de música.

Pues bien, terminamos esta reseña vindicadora de una verdadera joya del arte pop del siglo XX poniéndote un fragmento de la letra traducida de “American crucifixion resurrection”, la canción que arranca el disco, un tema que los cuatro tanitos católicos le dedicaban al reverendo Martin Luther King en años en los que no todos los blancos se animaban a emitir opiniones públicas sobre aquellas injusticias asesinas. Y dice:

“El rey está muerto/ Larga vida al rey/ Los esclavos desatados se paran afuera de las puertas/ Con largas cadenas rotas esperan/ sus estómagos vacíos, llenos de odio/ Nadie le dijo a los jefes de estado/ El príncipe de la paz duerme hasta tarde/ ¿Quién esperará damas y caballeros?/ ¿Quién llorará cuando pierdan sus monturas?/ es que dormir a través de las colinas del error/ es despertarse en un reino de terror”

Ahora sí, te dejamos un link para que disfrutes del disco.

¡Hasta la próxima, amigas y amigos!

29/07/2016

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