El 2017 fue un año que comenzó en la calle. Marzo fue un mes de ciudadanías. Inició con un paro docente cuya duración se extendió por la negativa del gobierno nacional a realizar las paritarias como ordena la ley. Continuó con el movimiento obrero organizado y el desorganizado exigiendo públicamente al triunvirato cegetista medidas para enfrentar el ajuste. Llegó perfumado de dignidad y derechos un 8 de marzo verde-violeta que hizo de las mujeres, antes que ni una menos, muchas más. Y cerró con la imponente movilización de pañuelos blancos del 24; día en que recordamos la peor fecha de nuestra historia.

En Mayo volvimos a caminar juntos frente al vergonzoso fallo de la Corte Suprema de Justicia que ordenó la liberación del represor Luis Muiña, condenado por crímenes de lesa humanidad. Para liberarlo aplicaron una ley derogada -conocida como el 2x1- que preveía que pasados dos años de prisión preventiva sin condena debían computarse dobles los días de detención. Una ley inaplicable para crímenes aberrantes. Y así se lo hizo saber la sociedad a los cortesanos y al gobierno.

En Junio nos enteramos que el desempleo llegaba al 9, 2 % en los primeros tres meses del año y se convertía en el registro más elevado para este período en una década. Las promesas de reactivación laboral que el gobierno había promocionado en enero colisionaron con la existencia de 1.149.000 personas sin empleo que señaló el nuevo Indec. También supimos que 46 de cada 100 chicos entre 0 y 17 años viven por debajo del umbral de pobreza en el pretendido granero/supermercado del mundo.

El 1 de Agosto desapareció Santiago Maldonado y apareció el fantasmagórico RAM. Su desaparición comenzó en un operativo de la gendarmería nacional en la comunidad mapuche de Cushamen en la provincia de Chubut y continuó durante casi 80 días hasta que su cuerpo emergió en aguas heladas a fines del mes de octubre. Hecho por el que aún seguimos sin respuestas certeras ni responsables. En el transcurso volvimos a la espantosa figura de la “desaparición forzada”, al encubrimiento de los medios de comunicación en una orgía de mentiras e infamias, a la definición como ‘enemigo interno’ del pueblo mapuche y al miedo de sabernos vigilados y en la mira del aparato represivo del Estado.

Noviembre nos golpeó con la desaparición del submarino ARA San Juan en aguas del mar argentino y con la muerte de Rafael Nahuel en Bariloche. Ni el gobierno ni la Armada pudieron explicar qué pasó con el submarino y a los 44 tripulantes los dieron por muertos abandonando su búsqueda. A Nahuel lo asesinaron por la espalda en un operativo realizado por un grupo de elite de la prefectura argentina. Otra vez sin respuestas ni responsables. Solo frases altisonantes de una ministra de Seguridad que se puso el uniforme de combate para festejar con las fuerzas de seguridad y un ministro de Defensa que se fue de vacaciones.

Y como no podía ser de otra forma, el año cerró también en la calle. Pero esta vez con balas de goma y gases y carros hidrantes y golpes y piedras y recorte a las jubilaciones, y a la asignación universal por hijo y a las pensiones de los veteranos de Malvinas. Diciembre vino con promesas de más ajuste para los que menos tienen y más dólares para Tío Rico. Y diciembre también llegó con la continuidad de la prisión política y arbitraria de Milagro Sala y la reclusión de veraneo en Mar del Plata para el genocida condenado Miguel Etchecolatz.

Ninguna de estas cosas, obviamente, podrá estar en nuestro brindis de fin de año. Allí la copa se levantará sólo para darles la bienvenida a las nietas recuperadas en este año por las Abuelas de Plaza de Mayo y para desearnos un 2018 sin la calamidad de cierto tipo de langosta que come en grande y a nuestra costa. Porque para decir adiós al 2017, nos sobran los motivos.