Columnistas
19/06/2016

Montaña rusa: el juego de la antipolítica

Montaña rusa: el juego de la antipolítica | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

El objetivo de satanizar a la política como actividad pública es dejarla afuera y separada del poder real. Este planteo es hijo del tiempo corto, del efecto rápido y del impacto mediático.

María Beatriz Gentile *

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Tengo la sensación de estar en una montaña rusa”, dijo alguien. Algo así como sentirse segura en un vagoncito y de pronto una caída brutal te lanza a toda velocidad en direcciones insospechadas. Despertaste un día y ya no estaban los programas de radio y televisión que escuchabas. Tomaste un fin de semana para descansar y al regresar había dos nuevos jueces en la Corte Suprema de Justicia. De la lista del supermercado solo pudiste comprar la mitad. El 24 esperabas a Estela y apareció Obama. Los buitres se convirtieron en mariposas. No eran 30 mil, sino dos demonios. Y la clase obrera dejó de ir al paraíso, allí sólo va el dinero después haber sido enterrado. Y entonces el vagoncito descarriló. Porque como dice Bauman, no hay tiempo para asumir el cambio de ideas y estilos; no hay tiempo ni ganas de abandonar compromisos y lealtades e ir en pos de las oportunidades  del momento y sobrevivir como se pueda.

Este clima de incertidumbre es el escenario ideal para la antipolítica. Su objetivo es satanizar a la política como actividad pública. La quiere afuera y separada del poder real. La antipolítica es hija del tiempo corto, del efecto rápido, del impacto mediático. Rechaza las estrategias a largo plazo, la planificación, el andar pausado pero sostenido; porque ello choca contra la histeria de la bolsa y el patriarcado del mercado.

Se siente cómoda en escenarios de crisis de representación política y si tal crisis no existe, la provoca. No tolera las formas en que se desenvuelve la ciudadanía, no le gustan las asociaciones, ni lo partidos políticos, ni los sindicatos, ni las iglesias; necesita al individuo aislado, virgen de ideologías, limpio de creencias.

Corrupción y ajuste son sus conceptos favoritos. Con el primero ataca a su adversaria: no participes, no les creas, “son todos chorros” y te invita a recorrer el camino del desencanto y de la satisfacción material. Pero con el segundo, te desangra de a poquito mientras acaricia tu frente y te susurra que la sanguijuela es tu mejor remedio.

Cuando la antipolítica gobierna no hay programa, sino tuits. Es efímera como la antimateria, volátil como el alcohol y potencialmente explosiva como la nitroglicerina, escribe Carlos Iván  Degregori. Pero si hay algo que desconoce es el terreno de la experiencia colectiva. Como rehúye de lo social y de la historia – a la que confunde con herencia- la antipolítica pretende borrar de un plumazo vivencias, procesos y sentidos del pasado. Rechaza genealogías y se ve a sí misma siempre como moderna, innovadora, aunque su lógica sea tan vieja y conservadora como las clases sociales a las que representa. Lo que ignora es que los procesos sociales y culturales son de larga duración. Generalmente las sociedades valoran más las permanencias que las rupturas, y los cambios sólo son bienvenidos si potencian lo que se ha hecho bien o resuelven lo inacabado.

Los argentinos ya caminamos estas calles, experimentamos tiempos de bienestar y de crisis. Tenemos recuerdos del “mal en la historia” como escribió Nicolás Casullo y no resultará fácil llenar el bolsillo con un hashtag. Pero lo cierto es que habrá que aprender a manejar el conflicto. Porque a muchos nos sigue conmoviendo cada nieto recuperado y aprendimos que el amor no tiene género. Porque nos gusta el sabor de “Nuestra América” y  no se irá de nuestra retina el despegue del Arsat-1. Porque nos acostumbramos a las fiestas patrias con plazas llenas de gente que baila y canta pero nos volveremos a enojar si privatizan YPF o Aerolíneas Argentinas. Y porque a todos, absolutamente a todos, nos desagrada profundamente que saqueen al Estado y que el dinero para vacunas, medicamentos, jubilaciones, escuelas y trabajo lo escondan en Bahamas o en un monasterio.

Mejor que descarrilar habrá que esperar que el vagoncito alcance la meseta y emprenda el ascenso o se termine el juego. Al fin de cuenta, la montaña rusa es un juego muy peligroso.



(*) Historiadora, decana de la facultad de Humanidades de la Universidad Nacional del Comahue.
29/07/2016

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