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26/08/2017

Un hombre como vos

Un hombre como vos | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

El estreno de la “La cordillera”, dirigida por Santiago Mitre, ha dejado tras de sí algo más que una película muy bien hecha: ha puesto a pensar a todo aquel que la vea que el poder bien puede vibrarse desde otro lugar que no sea exclusivamente desde la binomia de “la grieta”.

Fernando Barraza

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 “El poder no es algo estructurado, el poder reside allí donde la gente cree que reside. Es un truco, una sombra en la pared. Y un hombre pequeño puede proyectar una gran sombra”

Varys the Spider

(“Canción de hielo y fuego” deGeorge RR Martin)

1 – La grieta

Hoy le llaman “la grieta”, pero no es ni más ni menos que la distancia ideológica que siempre existió entre los argentinos. De un lado están los que imaginan socio-políticamente al país de una forma y del otro los que lo imaginan de otra. Por lo general se menciona a “la grieta” de manera despectiva. Siempre se habla de cerrarla, de buscar la manera de que no exista. Pero quizás (pensemos un poco) pretender que esa distancia ideológica se cierre es una idea bastante infantil, porque “la grieta” tiene también su parte positiva, piénsenlo así: nunca antes en la historia de la Argentina se expuso de manera tan clara que existen ideas bien distintas de pensar el país. De “la grieta” hablan los políticos encumbrados, los periodistas formadores de opinión y el pueblo en las carnicerías y reuniones familiares, y eso también debería analizarse como algo positivo. Sin embargo, al decir de los analistas, pareciera que estamos “padeciendo” esta tensión natural y humana del pensar diferente. Será por eso –porque compramos un poco esta tensión angustiante- que gran parte del público y la crítica especializada que va a ver “La cordillera”, el tercer largometraje de Santiago Mitre, busca denodadamente encontrar en el personaje que encarna Darín a un presidente fácilmente reconocible. Algunos dicen que es Macri, otro que es “los Kirchner” (vieron que en algunos estamentos culturales argentinos Néstor y Cristina son “la misma cosa”).

Esta necesidad, tan actual, argenta y bipolar, nacida de “la grieta”, bien puede haber sido el McGuffin que utilizó Santiago Mitre para que la gente entre desprevenida en la real frecuencia de su última película ni bien se apaga la luz de la sala.

2 – McGuffin

El McGuffin es un recurso narrativo, un “arma letal escondida en el guión”, que tuvo su mayor exponente en el genial Alfred Hitchcock, dueño de la cita anterior.

Por definición pura y dura un McGuffin es “un elemento de suspenso que hace que los personajes avancen en la trama, pero que no tiene mayor relevancia en la trama en sí”. Es decir, un McGuffin es un “cazabobos” que se le tira al que mira, no es importante dentro de la trama de una película, pero hace que los personajes avancen en la historia y produce en el espectador una atención desmedida durante algunos segundos sobre algo que luego cae en el olvido, mostrando que fue un elemento útil pero no esencial dentro de la historia que se le contó.

Quizás el gran McGuffin de “La cordillera” está por fuera del guión y late en esa necesidad de tratar de encontrar obsesivamente a Macri o a “Los Kirchner” dentro de la película. La idea es seductora, para qué negarlo, pero es un verdadero desperdicio si el espectador gasta toda su energía en ese foco, mientras la película va discurriendo completamente por otro carril.

Y ha sucedido, eh. Pueden leerse aquí y allá críticas y comentarios que aseguran que Hernán Blanco -el presidente encarnado por Darín en el film- es Macri, porque “la juega de bobo y es vivo”. Otras aseguran que son “los Kirchner”, porque “dicen una cosa y hacen otra”. Gente que ha salido del cine inútilmente convencida de esto, perdiéndose todo lo otro: la película entera, por ejemplo.

3 – Dime si te has preguntado alguna vez

Dime si te has preguntado alguna vez

en qué clase de monstruo te transformarías

por el poder,

con todo el poder”

Hombre de Bien”, Petty Guelache

No uno, varios críticos han coincidido en que “La cordillera” es la tercera entrega de lo que bien puede considerarse una trilogía sobre los hombres y el poder realizada por el director Santiago Mitre. El punto de vista es atendible y tiene peso, es muy probable que así sea.

En su ópera prima, “El estudiante”, Mitre nos coloca el foco sobre la figura de Roque, un muchacho “del interior” que, militando casi por casualidad en la Universidad de Buenos Aires, descubre meteóricamente cómo puede ser arte y parte del engranaje de poder que mueve a la política universitaria. Roque trepa, Roque se encarama, Roque “llega”.

En su segundo film, “La patota”, el foco está puesto sobre la relación que existe entre Paulina, una mujer violada por una patota, y su padre, Fernando, quien desde su cargo de Juez del pequeño pueblo en el que sucede el abuso intenta intervenir sobre la vida de su hija. En la trama es importantísimo conocer desde adentro cómo es que el juez “lidia” con el poder que tiene entre las manos: es el docto con fueros versus el pueblo, ambos en permanente tensión durante todo el film.

Ahora Mitre nos trae una historia en la que el protagonista detenta el cargo de mayor poder político (presidente de la Nación) y es un hombre -en apariencias- campechano y moldeable, un tipo que -más allá de lo que se piense sobre él- tiene un importante recorrido dentro de la arena política.

Este detalle, el de la experiencia, no es menor, ya que en su primera película el protagonista “aprende” la política desde un cero ingenuo; en la segunda uno de los protagonistas “aprende a manejar” la política en el mismo territorio y, finalmente, en “La cordillera”, el protagonista vuelve el foco sobre su propia humanidad subjetiva para -conectado con su esencia personal- manejar el poder que conlleva estar sentado en el sillón más importante de nuestra República.

Para ver de cerca esta simple mecánica humana, Mitre nos pone en escena a Hernán Blanco, el presidente de la Argentina, una persona que -desde que comienza la película- lucha internamente por ser él mismo, con todas las luces y miserias que el ejercicio del poder exigen, develando de sí -en su propio carácter humano- si triunfará finalmente la luz o la oscuridad.

Planteados en términos de luz y oscuridad suena por demás épico, pero en el pulso que Mitre le da a la película, la aparición o no de una “persona-monstruo” o de una “persona-normal”, está balanceado perfectamente. Tanto así que, poco a poco y minuto a minuto, vamos entrando en la psique y el alma de Blanco sin darnos cuenta de cuan dentro del personaje hemos caído hasta que los títulos del fina caen en nuestra propia y perpleja cara.

4 – Lo de adentro, lo de afuera

“La cordillera” cuenta la historia de Hernán, el muchacho de La Pampa que llegó a ser presidente por una necesidad popular de votar a “alguien como vos”, así se lo vendió durante la campaña. Este presidente es cuestionado en su capacidad de liderazgo, acusado de ser demasiado “normal”, destacándose peyorativamente su semejanza con la “gente común”. Es decir: llegó a presidente publicitado como hombre común, pero ¿vale la pena tener de presidente a un tipo común? Encima Blanco también es acusado por la prensa de ser una persona de pocas luces, un chirolita manejado por su jefe de gabinete, un hombre sin ideas ni carácter.

El punto de inflexión de su mandato será la primera Cumbre Latinoamericana de presidentes a la que va a acudir para que la Argentina vote a favor o en contra de la creación de un ente estatal transnacional latinoamericano que maneje el petróleo con independencia total de los Estados Unidos, Inglaterra y demás países europeos que trabajen en la región. Sucede que esta idea, fundacional e independentista, es del presidente del Brasil, un hombre fuerte y poderoso al que todos gustan comparar en contraposición con el tierno y desangelado Blanco.

Para ir bien afilado a esta Cumbre el presidente se valdrá de sus allegados de confianza: Castex, el jefe de gabinete (Gerardo romano, genial) y su fiel secretaria personal, Luisa Cordero (Erica Rivas, también brillante). Un equipo acompaña al presidente en esta empresa política de posicionamiento internacional (vamos, que enfrentar a EEUU no es para tibios, ¿no?) mas todo parecería estar a punto y listo excepto por dos cosas: un escándalo de corrupción denunciado por su ex yerno salpica al presidente y -por esto mismo- la salud de su propia hija desmejora notablemente poniendo en riesgo su cordura.

Pues bien, más allá de este fuerte vendaval, el “hombre sin carácter” toma el toro por las astas y reclama que su hija viaje junto a él inmediatamente. Está decidido a lidiar con ambos frentes: lo de adentro y lo de afuera.

Este recurso argumental, el del hombre metido de lleno en la cuestión de estado pero también asolado por una cuestión personal a la que no esquivará, es el que Mitre eligió para descubrir el velo que nos mostrará íntimamente a su personaje protagonista. El pulso del director en este sentido es perfecto, sin embargo le ha valido alguna crítica aquí y allá pues hay gustos críticos que pretendían “un thriller político” a secas y no “dos historias” (adentro y afuera) para mostrar cómo se mueve un ser humano encaramado en lo más alto del poder. Cuestión de gustos…

Lo cierto es que, con una cintura hitchcockeana ejemplar, Mitre desanda (al mejor estilo “Vértigo”) el paisaje interno de Hernán Blanco hasta bajarlo del pedestal presidencial para mostrarnos a la persona completamente desnuda.

Para que esto suceda, no recurre a rimbombantes intrigas palaciegas a lo “House of Cards” ni a vaivenes políticos previsibles como en “Borgen”, por dar el ejemplo de las dos series internacionales más famosas que tratan una temática parecida (ser humano y poder).

Para poder ver “dentro de Blanco”, Mitre nos muestra cuatro o cinco episodios puntuales: algunas charlas con colegas, dos con una periodista española a la que le confiesa algo muy íntimo, una reunión con un empresario yanqui y -por sobre todo- a la manera en la que Blanco maneja el problema de fondo con su hija. En este sentido, en el tratamiento del problema con su hija, el director sí recurre a un McGuffin de lujo que el mismísimo maestro Hitchcock aplaudiría de pie: una sesión de hipnosis.

De esta sesión de hipnosis todos hablarán al salir de la función, porque es eso lo que busca un McGuffin, que nos distraigamos un poco de lo central. Ojo: a no quedar pegados ahí.

Expuestos todos los argumentos y acciones que nos acercan a la figura humana de Hernán Blanco, la película termina, con uno de los finales más contundentes que recuerde el cine argentino después de “La niña santa” de Lucrecia Martel. Muchos se irán del cine un poco aturdidos, pues no es el típico final a lo Scooby Doo, donde todo se explica sin más. Es el final perfecto que una historia de esta intimidad y tenor necesita.

5 – Final, y otra vez la grieta

Si quiere ver actualidad política latinoamericana en “La cordillera”, la va a ver. En el film hay presidentes temperamentales y lanzados y los hay abyectos y cizañeros, también hay gringos inescrupulosos dando vueltas, hay cancilleres ambiguos, lealtades traicionadas y hasta Daniel Longobardi tiene un papel secundario para hacer las veces de sí mismo (un bufón editorialista de un medio hegemónico), pero no se confunda: no vaya al cine solo a eso, porque en esta película hay mucho más, hay –por ejemplo- una delicada y profunda manera de mirar muy de cerca al ser humano, sin miedos, algo que, hágame caso, lo va a dejar pensando por varios días.

La esencia del bien y del mal está presente en el relato de Mitre, como en los verdaderos clásicos que se precien de tal.

Así que no vaya con mentalidad de “la grieta” a ver “La cordillera”, no busque a Macri ni a “los Kirchner” en el personaje que encarna Darín. Mejor guarde el espíritu de “la grieta” para algo más útil, para pensar en cómo se posiciona usted frente al futuro del país, por ejemplo. Desperdiciar esta película ejercitando “grietedad” es una verdadera pena. Véala con otros ojos: la va a disfrutar mucho.

29/07/2016

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