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01/07/2017

Los sueños de Liliana

Los sueños de Liliana  | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Semanas atrás falleció Liliana Montes Le Fort, arquitecta, artista plástica y poeta. Su trabajo en pos de la valoración del patrimonio histórico de la ciudad y la provincia de Neuquén fue desoído por décadas. Aun así “estamos a tiempo”, decía ella. Su muerte debería ponernos a reflexionar seriamente al respecto.

Fernando Barraza

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Esta nota será la primera parte de un pequeño dossier sobre la falta de valor que históricamente los sucesivos gobiernos locales han profesado sobre el cuidado de nuestro patrimonio histórico arquitectónico. Para comenzar a hablar sobre este tema siempre espinoso, siempre ligado a la postmoderna falta de memoria y a negocios inmobiliarios tan millonarios como desprolijos, vamos a centrarnos en la figura de Liliana Montes Le Fort, un personaje público neuquino (“por elección”, decía ella) que militó incansablemente esta causa y que –desgraciadamente- fue desoída casi por completo.

Para construir esta primera nota, conozcamos a Liliana en tres pasos:

Paso I: La muerte y la vida

Es mediodía, parece primavera, pero el otoño está golpeándole las puertas al invierno. El cortejo avanza lento por los pasillos del cementerio de Neuquén. Como sucede en los funerales de cada persona entrañable, intensa y solidaria que parte, los deudos, los amigos y los allegados se funden en una sola marea que departe llantos y sonrisas, como completando en esos pesares y en esos recuerdos hermosos el mapa de la buena vida de quien se está yendo. Marta Such camina por las calles internas del lugar suspirando y mirando todo, silente y apesadumbrada, pero aferrada al halo de vida que queda cuando alguien precioso se va. Por eso mira seria y sonríe, todo y a la vez.

La procesión avanza. Al llegar al lugar del saludo final, los más íntimos se apartan, se inclinan sobre el féretro en un movimiento apenas imperceptible. Detrás, una concurrencia de lo más heterogénea inclina la cabeza hacia el piso al unísono en señal de respeto al acto de total intimidad que se está llevando a cabo. Son hombres y mujeres de cuatro generaciones, que apenas si susurran en esta despedida. Artistas, arquitectos, profesoras, obreros, estudiantes de arte, referentes culturales de instituciones privadas y de ONGs barriales, militantes del MPN y de la Izquierda trotkysta, directivos de radios comunitarias, empresarios de pymes, pelilargos bohemios y contadoras en tailleurs. Todas y todos juntos, dándole el último adiós a una de las mujeres con más energía de esta ciudad.

Del pequeño mar de gentes se separa el Maestro Daniel Costanza, se adelanta hasta el grupo de cercanos, que continúan sumidos en su ritual de despedida íntima. El maestro toma por el hombro a Mario -compañero eterno en la vida de nuestra guerrera- y le susurra algo al oído. Mario acepta con la cabeza, ambos se abrazan. Daniel se adelanta, toca con ternura el féretro y comienza a cantar con su grave, poderosa y dulce voz de barítono “Swing Low Sweet Charriot”. El silencio en derredor es tan grande que ni siquiera se escucha el viento. Al finalizar ese góspel, quizás el más emocionante que cada uno de nosotros escuchará en toda su vida, todos nos abrazamos y nos fundimos en un solo ser. Izquierda con centro, desconocido con familiar, obrero con empresaria, artista con estudiante.

Está clarísimo: con la muerte de Liliana Montes Le Fort, la vida es la que ganó por goleada, porque ella era vida, literal y metafóricamente. En su obra comunitaria habrá siempre un componente de vida imborrable. Liliana, en cierta medida, se ha inmortalizado habiendo ejercitado ese paradigma de acción social que tan nitidamente postulaba el gran Fernando Ulloa: “bien hacer con el mal estar”.

Así fue como vivió esta mujer. Siempre.

Paso II: Liliana Soñó que soñaba

La Montes Le Fort siempre soñaba despierta. Los que la conocieron saben que esta mujer se hizo a sí misma en el mejor de los sentidos. Ella se lo contaba así a todo el mundo, porque haber soñado y haberse construido a sí misma eran sus más grandes orgullos.

Decir que sobrevivió a un mandato familiar anticuado y coartante, al Rodrigazo, al posterior exilio, a cierta desidia de muchos gobiernos democráticos posteriores, y a la insensibilidad de muchos de sus pares, sería restarle importancia, porque esta chica-eterna, menuda y valiente, no era de esas personas que se las arreglan para simplemente “sobrevivir”. Liliana traccionaba tras de sí un fuego que era bastante coherente con su profesión matriculada, la arquitectura. ¿En qué sentido?: en el que dictó que el fuego de Liliana fue una construcción paciente, una edificación sensata y calculada. Liliana no ardía, calentaba.

Mujer especializada en arquitectura en hospitales en épocas en las que el mandato dictaba que las arquitectas debían ser simples empleadas de los arquitectos varones, trabajando cosas menores. Y chito, nada más.

Pues ella no cuajó por nada en ese molde. Fue por más. Como capitana de equipos numerosos, diseñó espacios súper humanos para la salud de Río Negro, Neuquén, México y Argelia. También pintó, y sus pinturas brillaron en galerías de diferentes países del planeta. En sus trabajos artísticos trasuntaba su sensibilidad social, porque no podía dejarla de lado nunca. Ella misma lo admitía, lo hacía verbo, y en cada cosa que encaraba se notaba claramente.

Muchas veces mezclaba sus dos pasiones: la arquitectura y el arte. Para gran ejemplo vaya uno que quizás usted no sepa: los colores que se ven en el barrio Don Jaime de Nevares (Parque Industrial) son su responsabilidad. Cuando nadie apostaba a esa barriada obrera de monoblocks duros enclavados en la barda más gris y arcillosa, ella imaginó colores, y le rompió los kinotos a Dios y a María Santísima hasta llevarlos y plasmarlos con los vecinos sobre esas paredes desangeladas. Así trabajó muchas cosas, con un constante tiki-tiki como método, como la gota en la piedra, insistiendo e insistiendo sobre la insistencia hasta lograr eso que alguna vez había soñado.

Soñaba despierta. Sí. Eso mismo.

Paso III: La terquedad es el otro

Liliana nunca trabajó sola o –lo que sería más fiel a su impronta de vida- nunca trabajó “para ella”. Muchas veces se federó, se mutualizó, fue parte de cooperativas o proyectos estatales bien anudados o de iniciativas comunitarias institucionalizadas. 

Muchos partidos políticos la tentaron, pero su estilo no era partidario; sin embargo era muy interesante conversar con ella sobre las políticas partidarias. No era una mujer que hiciera alarde de la “despolitización”, esa cosa torpe que muchos esgrimen como verdad de Perogrullo en estos tiempos tan amarillos. Mas de un partido la debe haber querido militando en sus filas, pero Liliana escogió otra manera de hacer el trabajo comunitario. Con su dulce y ordenada terquedad como motor de su vida, se las arregló para servir comunitariamente desde diferentes lugares. Nunca lo dijo ni lo intelectualizó, más su accionar profesional y artístico siempre perseguía un fin: el otro.

Finalizando esta primera parte

Si uno se toma la molestia de leer su libro “Patrimonio arquitectónico de la ciudad de Neuquén" (edición de la Municipalidad neuquina, 1998) encontrará en esas páginas un relevamiento exhaustivo de decenas de edificios que el desarrollismo bobo de nuestra sociedad aplanó a posteriori para construir horribles bóvedas de durlock y vidrio. Y no solo eso, leer su libro es una tarea complejísima, porque que son pocos los ejemplares que pueden encontrarse, ya que fue editado más por corrección política que por convencimiento de los estados para considerar un plan articulado en tanto conservación de edificios históricos. Una verdadera pena, el libro casi no se consigue.

Neuquén pareciera no querer a su historia, al menos no la que la arquitectura tiene para contar y perpetuar. Sin embargo el sueño de Liliana sigue intacto, muy a pesar de esta ávida rapiña inmobiliaria que tiende a borrar quienes fuimos. Su marido, Mario, no nos dejará mentir: es muy probable que en el estudio de la casa de ambos en este preciso instante haya un montón de proyectos dejados por Lili para que se conserven lugares puntuales de la ciudad. Sólo que la ciudad parece no querer escucharla.

Una de cal y una de arena para ir cerrando: en estos últimos años Liliana integró la comisión interdisciplinaria para la conservación y puesta en valor de la Torre Talero. Muy poca fue la ayuda REAL que ciudad y provincia le dieron a ese grupo para concretar el plan. Esa es la de cal, la de arena cuenta que, ya enferma y sacando fuerzas de cualquier lado, trabajó codo a codo con el equipo de la subsecretaría de Cultura de la Provincia del Neuquén para la puesta en valor de la casa del Dr. Gregorio Álvarez, diseñando junto a los jóvenes y talentosos Raffo Sock (escultor), Mariana Silveri (arquitecta), José Luis Castro (artista plástico) y Néstor Galaz (constructor) el impactante mural que pronto se inaugurará dentro de la casa-museo.

Más allá de estos dos ejemplos recientes -uno en eterno stand by y el otro con final feliz- el canto de sirena solidaria con nuestra historia de Liliana Montes Le Fort ha sido desoído sistemáticamente a través de las décadas. No es menor que un mes antes de su partida, entre gallos y medianoche, se haya demolido totalmente el histórico “Almacén de Ramos Generales Máximo Hernández”, que estaba ubicado en Mitre y Corrientes, desoyendo la ordenanza 13.625 que regula las demoliciones de sitios antiguos. La norma es clara y solicita el permiso de demolición y la visa previa de la Comisión Evaluadora de la Comisión de Preservación y Rehabilitación del Patrimonio Municipal, cuestión que nunca se cumplió, porque la esquina es un negocio millonario, porque la historia de una sociedad pareciera valer mucho menos que el dólar por metro cuadrado, es decir: por los mismos motivos insensatos y egoístas de siempre.

En la segunda parte de este pequeño dossier nos alejaremos (solo un poco) de la historia de Liliana para hacer sonar las voces de quienes pareciera han estado casi “enfrente” de sus enaltecedores sueños: nuestros políticos.

Cerremos esta parte del informe, entonces, repitiendo lo que ella misma decía incansablemente: “Estamos mal, pero todavía estamos a tiempo. Lo que se demolió ya se demolió, paremos el resto” nos lo dijo (una vez más) con su gigantesca sonrisa en una nota que le hicimos meses antes de que partiera, dejándonos así este “todo por hacer”.

Viva. Bien viva. Así ha quedado su impronta.

29/07/2016

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