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28/05/2017

Catorce años atrás

Catorce años atrás | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Resolver la fractura social expuesta y no la grieta cultural marcó la prioridad en la agenda del gobierno de Néstor Kirchner y en la de su sucesora Cristina Fernández. Fue la resolución de los problemas sociales lo que derivó en una perspectiva política diferente y no a la inversa.

María Beatriz Gentile *

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Silvia Bleichmar escribió “No me hubiera gustado morir en los ‘90, cuando la restauración neoliberal avanzaba por el mundo y me hacía sentir parte de una generación tirada a los perros… acosada en un tiempo que obligaba a la renuncia de todo proyecto colectivo; reducida a la inmediatez de mi supervivencia y la de los míos”. Sin duda hablaba de ese fin de siglo que encontraba a la Argentina con democracia recuperada, sin amenaza militar pero bajo la ruleta del derrame económico y una crisis social latente. Tiempos en que el filósofo José Pablo Feinman hablaba de la “desesperanza” como principio del conocimiento y en que los partidos políticos se comportaban como ONG recaudadoras de voluntades y votos sin rendir cuentas a nadie.

El siglo XXI no prometía nuevos comienzos sino finales. El fin de la historia, de las ideologías, del Estado, del socialismo, del populismo y del cualquier “ismo”. El te quedaste en el ‘45 para los peronistas y la casi acusación de setentista para la izquierda sonaba cuando no a ofensa a nostalgia patética. Se terminaban los discursos políticos conceptuales y las centrales sindicales fuertes. Los dirigentes políticos con convicciones eran extrañamente tildados de autoritarios y la cultura política se volvía vegana de ideas. De esta forma el relato del nuevo milenio te dejaba sola, sin representaciones y con el bolsillo vacío.

Para los argentinos resultó difícil creer aquello de “que no pienso dejar mis convicciones en la puerta de la Casa Rosada” con la que un electo presidente inauguraba su gobierno el 25 de mayo del 2003. Veníamos del “síganme, no los voy a defraudar” de Menem y de una “honorable” Alianza que terminaba con corrupción en el Senado, corralito y muertos en el 2001. Que el nuevo mandatario se reconociera parte una generación diezmada, era una definición tan fuera de época como decir que el Estado debía poner igualdad allí donde el mercado excluye y abandona.

Resolver la fractura social expuesta y no la grieta cultural marcó la prioridad en la agenda del gobierno de Néstor Kirchner y en la de su sucesora Cristina Fernández. Fue la resolución de los problemas sociales lo que derivó en una perspectiva política diferente y no a la inversa. Que el Estado estuviera presente para la educación de tus hijos o para la salud de tus padres ya no te hacía un perdedor de los noventa, sino un sujeto con derechos.

Hace unos días la ex presidenta reapareció y cobró una centralidad manifiesta en la política argentina. Los propios que habían decretado su fin de ciclo quedaron descolocados; los ajenos que la necesitan para no hablar de quien gobierna y evitar dar pésimas noticias encontraron ideas para una nueva temporada de la pesada herencia.

La metáfora de la grieta cultural fue tan exitosa que el partido gobernante y sus aliados insisten en ver al kirchnerismo y a su referente indiscutida como una rémora del pasado y como un problema que se resuelve con acusaciones sin pruebas, imágenes y relatos. El problema es que mientras el presente no mejore en términos sociales o no de indicios al menos de equiparar lo hecho, eso que se piensa extinguido no dejará de ser alternativa.

Catorce años atrás, llegado de una provincia de ripio y matorral hubo quien propuso dar vuelta la página de nuestra historia. Y coincido con quien escribió “no me hubiera gustado morir en los ‘90” porque me hubiese perdido de ver a los genocidas presos, la nacionalización de YPF y de Aerolíneas Argentinas, el lanzamiento del Arsat, la fiesta del Bicentenario, el fin del endeudamiento externo, el Milagro de la Tupac, el matrimonio igualitario, el Conectar Igualdad, el futbol para todos, y tantas cosas más. Por eso todavía vale la pena creer que es posible un país normal, un país en serio. En definitiva, como finalizaba aquel emblemático discurso, un país más justo.



(*) Historiadora, decana de la facultad de Humanidades de la Universidad Nacional del Comahue.
29/07/2016

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