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Hace unos días atrás la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner publicó la foto que ilustra esta nota en las redes sociales, que fue reproducida por varios medios de comunicación, en la que no se me ve, pero estoy ahí, sosteniéndolo a Néstor (ver círculo rojo).
La imagen es del martes 30 de septiembre de 2003 durante una visita que hicimos a la provincia de Tucumán, apenas cuatro meses después de haber asumido el gobierno nacional.
Era una tarde muy calurosa, por encima de los 32 grados, cuando entre medio de los apretujones por fin pudimos treparnos al tren. Néstor fue a sentarse en el primer asiento del vagón y a través de la ventanilla saludaba al pueblo que había salido a las calles.
El antiguo tren de pasajeros se puso en marcha rumbo a Tafí Viejo, sobre las vías por las que hacía años sólo circulaba, muy de vez en cuando, algún que otro tren de carga. Pero a poco de arrancar, la gente comenzó a brotar de todas partes para saludar el paso del Presidente.
Con banderas argentinas, con chicos en brazos, corrían, gritaban, se apretujaban, se subían donde podían, a los árboles, a los techos de chapa de viviendas enclenques, arriba de trenes que habían dejado de correr hacía años, sólo para mostrar su esperanza y su alegría.
Néstor había saltado de su asiento y viajaba asomado por la puerta del vagón, chocando las manos con la gente que se arrimaba al paso del tren, que marchaba muy lento por el estado de las vías, en un cordón humano sin interrupciones que cubrió todo el trayecto.
Con el hombro y el pie derecho apoyado firmemente contra el marco de la puerta, pasé mi brazo derecho alrededor de su cintura, mientras con la mano izquierda lo agarraba de la parte de atrás del cinturón que sujetaba su pantalón.
Por momentos Néstor se soltaba completamente para entregarse a los brazos y los abrazos de la gente. Y yo temía que ni la hebilla del cinturón, ni toda la fuerza de mis brazos, pudieran resistir el peso de tanto afecto.
A mitad de camino, cuando el tren se detuvo, saltamos a un descampado. Familiares de desaparecidos y militantes de organismos de derechos humanos, señalaban con sus banderas que habíamos llegado al Pozo de Vargas.
Recién comenzaban la excavaciones, a pesar que hacía varios años se sabía que allí había enterrados cerca de 300 cuerpos de desaparecidos durante la dictadura militar.
Néstor puso un ramo de flores y nos quedamos un largo rato en silencio, rindiendo nuestro homenaje a los compañeros, con la vista clavada en el profundo pozo cavado en la tierra.
Unos días después, la arqueóloga Alejandra Korstanje, del Instituto de Arqueología de Tucumán, describió en Página/12, sus sensaciones de aquel momento:
"Un familiar le acerca un ramo de claveles rojos....
El presidente se acerca al pozo.
Se hace un silencio.
Sube a ese ascensor que está sostenido con un fierro de mi camioneta.
Duda si tirarlas al fondo o no. Finalmente pone las flores en el ascensor. Y yo rompo en llanto, en el rincón desde donde observaba todo.
No sólo por los desaparecidos que pueden estar allí abajo. No sólo por ver flores en el lugar donde cada viernes saco escombros con mis compañero/as y los bomberos. No sólo porque las primeras flores a estos muertos las puso un presidente que se bajó de un tren. No sólo porque a este presidente lo sostenía el hierro de mi camioneta. No sólo por eso, sino porque además sentía que vivía en un país que podía ser distinto. Y porque yo siempre creí que podía ser distinto. Y ese día, fue un país distinto."
Formé parte de un gobierno que impulsó la derogación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final que protegían a los genocidas, lo que permitió la reapertura de los juicios y la condena de cientos de asesinos, y puso fin a la impunidad del terrorismo de Estado.
Estuve junto a Néstor Kirchner cuando firmó el proyecto de ley que envió al Congreso Nacional. Cuando bajó los cuadros de los dictadores del Colegio Militar. Cuando el acto en la ESMA pidió perdón en nombre del Estado argentino por la vergüenza de haber callado durante 20 años de democracia tantas atrocidades. Cuando en la ONU, frente a los mandatarios y representantes de todo el mundo, dijo: "Somos hijos de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo".
Y estuve junto a Néstor Kirchner cuando aquella tarde detuvo la marcha del tren en un paraje desierto en las afueras de Tucumán, para descender hasta aquel infierno que aún representa el Pozo de Vargas.
La sentencia de la Corte Suprema de Justicia de la Nación que declaró aplicable la Ley 24.390 -conocida como la Ley del 2×1- para los acusados de delitos de lesa humanidad, es una nueva forma de amnistías e indultos encubiertos, que contradice no sólo la legislación internacional en materia de derechos humanos, de la que Argentina era hasta hoy ejemplo en todo el mundo, sino que atenta contra los cimientos mismos de nuestra democracia.
Se trata de un engendro jurídico pergeñado por los mismos autores intelectuales del "curro de los derechos humanos", de la modificación del decreto del ex presidente Raúl Alfonsín sobre el poder civil en el control de las Fuerzas Armadas, del recorte presupuestario en los programas vinculados a los derechos humanos, del significativo aumento de los arrestos domiciliarios a los represores condenados por delitos de lesa humanidad, del cuestionamiento sobre el número de desaparecidos, de la persecución y detención arbitraria de dirigentes sociales como Milagro Sala, y de las palabras del propio presidente Mauricio Macri refiriéndose a la dictadura militar como una "guerra sucia", la vieja "teoría de los dos demonios".
Aquella tarde en Tucumán, a pesar que la distancia fuera de apenas unos 10 kilómetros, tardamos más de una hora en completar el recorrido. Y aunque ya han pasado casi 14 años, en estos días en que particularmente se siente tanto su ausencia, se extraña su presencia, no puedo dejar de recordar aquel viaje en tren en Tucumán.
Ahora entiendo que esos 10 kilómetros en una hora, pueden ser el más largo viaje de toda una vida. Con una mano lo sujeto de la cintura, y con la otra del cinturón de los pantalones. Asomado desde la puerta del tren, agitando los puños apretados, Néstor sigue viajando con nosotros.
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