Jorge Alemán refiriéndose al neoliberalismo lo considera un fabricante interminable de subjetividades. Siguiendo su razonamiento en las próximas elecciones parlamentarias del mes de octubre, competirán dos engramas subjetivos que representan a ambos bordes opuestos de lo que se ha llamado vulgarmente “la grieta”.

Por un lado la subjetividad invencible del antiperonismo visceral, el acérrimo gorilismo que traducido en odio de clase, es coherente con el perfil de quienes integran el actual gobierno de Macri. En la otra orilla de la grieta la reivindicación de los derechos sociales con lo que los peronistas también han calado hondo en el corazón de vastos sectores de las clases menos favorecidas y que para sus oponentes no es más que populismo demagógico. Espacio en donde vienen encasillando su antiperonismo desde la revolución de 1943, la misma que terminó con la Década Infame.

La síntesis traducida solo en títulos sería: populistas versus gorilas, en la visión peyorativa de cada uno y justicialistas versus neoliberales en el plano de las ideologías predominantes. Las dos caras de dos monedas diferentes, ambas de curso político irreconciliable  en la sociedad argentina.

Nadie convencerá a un gorila que se puede aspirar a algo más que oponerse a una propuesta peronista. Y del mismo modo nadie convencerá a un peronista que lo que ofrece el macrismo está en sintonía con una sociedad más justa.

En el medio boyarán las situaciones personales de beneficio o perjuicio que cada uno haya vivido en los último dos años de gobierno macrista.

No sé si estarán en juego en la valoración racional de las preferencias, las enajenaciones del patrimonio nacional con las que el macrismo ha sido tan proclive. Tratando de aparecer como un aliado de la dependencia, cuya intensidad el progresismo no ha pedido regular.

Su intención, hay pocas dudas, parece ser, obsequiarle al imperio, vía default, los recursos naturales más valiosos que posee nuestro país.

Los términos antitéticos del slogan movilizador de los años ‘70, liberación o dependencia, están aún en juego habiendo recrudecido la antítesis después de los 12 años de gestión kirchnerista a favor de una mayor autonomía de Argentina en el marco de sus decisiones soberanas. El kirchnerismo no quería condicionalidades de los organismos multilaterales. Peleó cada atropello frente a los abusos usureros de los fondos buitre y desendeudó al país, pagando puntualmente para no ser presionado en la aplicación de sus políticas.

Para el macrismo la dependencia es una prueba de adhesión al imperio norteamericano, que sirve para facilitar su acceso al crédito en el sistema financiero internacional y aparecer como un fiel aliado de los EEUU contra Venezuela y en los desafíos bélicos que esa potencia desarrolle en cualquier lugar del mundo.

Es la visión de quien espera ser premiado como el mejor alumno de este mundo unipolar. La dependencia le favorece y sacrificará sin chistar cualquier atisbo de presencia soberana de la Argentina que incomode a los EEUU.

Si estos últimos contenidos no son tenidos en cuenta por el electorado y éste no termina alineándose en base a ellos, prevalecerán entonces el odio al peronismo kirchnerista y la posibilidad de frenar y revertir las políticas macristas, como alternativas opuestas.

Fundamentos pobres cuando son tan grandes los riesgos. Por un lado el peligro de la profundización del ajuste con su secuela de desempleo y pobreza si en octubre prevalece el macrismo y por el otro, el riesgo de la dispersión del campo popular después de un eventual traspié electoral de la fórmula que lo represente.