Columnistas
01/05/2017

La televisión facha

La televisión facha | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

En esta nota, publicada originalmente en el portal “Nuestras Voces”, el sociólogo y ensayista explora el papel de la televisión como ordenadora social y cultural, sus lenguajes, formatos, mensajes y operaciones desde los estudios centrales. La derecha televisiva como biopolítica del neofascismo y la televisión como guía de la derecha argentina.

Horacio González *

Es muchas cosas la televisión, nunca fáciles de definir. Por un momento, su hipótesis magna parece ser la de un naturalismo absolutamente mimético con la realidad inmediata. Todo puede ser registrado en el instante en que ocurre y su comentario expresado con la lengua corriente, sin ningún tabique específico. Se habla en la televisión tal como emanan las conversaciones corrientes, en el uso natural que le dan los hablantes del “idioma de los argentinos”. Incluso en el habla general hay más prevenciones por ciertos parapetos lingüísticos –no se habla igual en la intimidad que en ciertas ceremonias–, que lo que ocurre en la televisión, donde esos separadores en los que el hablante actúa con prevenciones específicas, desaparecen en los llamados “medios masivos”. Esos medios que durante décadas se jactaron de sus “formatos” los hacen ahora evaporar. Noticiosos, telenovelas, programas culinarios, programas de infidencias sobre la vida amorosa, forman una misma estructura fija de separaciones y anudamientos simbólicos totalmente prefigurados. Idiomáticamente son lo mismo: no hay más separadores. Esto nos lleva al papel que la televisión no necesariamente está obligada a cumplir, pero voluntaria o involuntariamente lo cumple: el de inferiorizar culturalmente los resortes heredados de carácter “moral e intelectual” de una nación.

Por otro lado, con su supuesto naturalismo –la televisión actúa de un modo similar a como se vive-, está complementado por su contrario, una absolutización del simbolismo. Nada de lo que allí aparece como copia esclava del mundo real deja de ser un símbolo de ella, trazado sobre la base de la fugacidad, la selección de los encuadres que son nigromantes o videntes que matan y dan vida a las imágenes según su capricho de demiurgo, y presentan a los personajes que captan para sus maquinarias con rasgos paródicos y con un segundo comentario paralelo. Este está lleno de hipérboles, sarcasmos e inhabilitaciones. Así ocurre en Intratables, cuya ideología –que no es lo cada uno dice– la encontramos en el modo irracional en que se entrelaza cada acto de verbalización, que es destruido al instante por un compleja combinación de fuerzas: el “conductor”, la publicidad, la banda de sonido que remarca la precariedad ontológica en la que está cada “invitado”, y la notoria situación actoral donde cada uno representa un papel previamente conferido de “opositores” y “oficialistas”, donde por estar de antemano todo dicho, estos últimos siempre “triunfan”.

Esa mezcla de naturalismo y simbolismo de la cantera “neofascista” caracteriza asimismo a Animales sueltos, donde hay distintos estilos de pregunta y opinión. Encontramos allí la veta netamente “ideologizada”, la que bordea ese neofascismo (que es la biopolítica de las derechas) y otra vinculada al modo de pregunta inquisitorial, que tiene varios aspectos: el entrevistador prepara el terreno con frases de cortesía e intrascendentes para clavar el estilete póstumo, con instigaciones como “¿usted robó?” y otras de ese rango; y luego, con otro tipo de preguntas donde se ejerce el simulacro de la simplicidad, desde la inocencia fingida hasta la soberanía de la inteligibilidad indicando que “no entiendo, explíquelo fácil para nuestros televidentes”. La barrera social de lo que se entiende o no se entiende allí se la posee; no es posible alterarla por la discusión libro, puesto que esa es su misión última. Se discute sobre esa línea de inteligibilidad para moverla, ampliarla, ponerla en juego, modificarla constantemente. Con la Televisión Central ya no se puede.

En esta doble vía se mueve este órgano televisivo dominante: la de la inquisición que enlaza íntimamente con las estrías del inconsciente injuriante y ultrajante que dominan la cotidianeidad del “saber implícito colectivo”, y la de una hipótesis general de que la televisión es el órgano subterráneo del deseo amorfo y sin rostro de las multitudes indiferenciadas. El inquisidor, el simulador de su ignorancia propiciatoria, el pontífice neofascista, el rostro angelical que maneja pastoralmente a panelistas desencajados y quebrantados, estos y muchos más son los personajes que administran la circulación de voces televisadas en flujos siempre abusados por dentro.

Otra dimensión de la televisión como foco, no consiste en la regencia incorpórea del horizonte del debate (maneja la línea de comprensión, la producción de enunciados de “crispación” que permitan anzuelos para lograr masacres personalizadas, etc.), sino que descansa en su capacidad de organizadora social de operaciones en el territorio, para expresarnos por medio de esta terminología un tanto apresurada. El “foco”, metáfora lumínica y sustancialista por excelencia, en los años sesenta aludía también al germen decidido  del que salían vanguardias políticas. Pero aquí es otra cosa, sin dejar de evocar la larga tradición de los movimientos sociales en relación al órgano intelectual que lo llama, los agrupa, los informa, en todos los sentidos de esta expresión.

La tradición leninista, asimismo la gramsciana, consideraron el periódico como el andamio del partido y el organizador colectivo, el operador magno del sentido común popular a fin de elevarlo. La televisión central hereda estas nociones, pero las gira, como una masiva correspondencia emitida de un poste restante de correo, hacia los ámbitos de las derechas, neo derechas, post liberalismos represivos o corrientes estéticas con modalidades de expresión corporal que se enlazan con diversos reaccionarismos artísticos vinculados a las tecnologías del yo. Sin contar el permanente amor por toda clase de truculencias.

De allí surgen los diversos papeles que desempeña la televisión en la movilización de las derechas  argentinas. Cada tentáculo que surge del comando central (llamados “estudios centrales” en reemplazo ostensible de la expresión “estados mayores”), cuenta con infinidad de militantes asimismo llamados movileros, que es también una vocablo significativo, pues alude a una  facultad exploratoria multiplicadora, simultánea y ubicua. Nada tenemos contra esos trabajadores, muchas veces recién graduados en escuelas de periodismo, pero sí debemos analizar su función predeterminada desde los garajes profundos de la televisión, desde donde se comandan los eventos, se los produce, se los comenta como “primicia”, y con más razón los que ellos mismos provocan, y donde fundamentalmente, se diseñan acciones masivas o se toman blancos específicos, que el “foco” va convocando a medida que se acercan los curiosos, los manifestantes, los interesados que a sabiendas se comprometen con el hecho que va a ser provocado. En fon, todos los atraídos por la luz sublime del espectáculo, que por azar podrá multiplicar sus rostros y su mano agitándose frente a la cámara, cuyo lente dadivoso es saludado como signo de existencia agónica. Oscar Landi, bajo el insigne recuerdo del filósofo Merleau Ponty había señalado ya la importancia de ese saludo del que pasa, el paseante que se dirige a la cámara con alegría, pero también implorando un mendrugo de atención para su momentánea existencia.

Podemos explicarnos así el papel que ha tenido la Televisión Central (la que emanan de las corporaciones y algunos de sus programas específicos), el cuanto a lo que destina al “choque vanguardista” sobre una difusa opinión pública para ordenarla en la gran misa pagana contra corruptos, ladrones, kirchneristas, todos ellos “emisarios del Mal”. Esa hipótesis moralizante contra los perjuros ha tenido y tiene grandes frutos. El periodismo de investigación ha fenecido en manos del periodismo de escenificación y creación de vanguardias de derecha contra el perjuro. Lo demostraron en la movilización macrista de semanas atrás. Las llamadas “redes” hicieron lo suyo, pero la televisión central militó en las calles “repartiendo los volantes” de sus imágenes móviles, convocando por el efecto imantado del foco, ni rural ni urbano, el foco de ciertas intersecciones. No foco insurreccional, Foco interseccional: la intersección de Santa Fe y Scalabrini; de Callao y Santa Fe, de Acoyte y Rivadavia. Focos espectrales, cada emisión fantasmagórica atrae la mano que saluda, el rostro arquetípico, el manifestante que con razón no sale de los ómnibus, sino que “sale” del camión de exteriores como un duende deambulante con poca imaginación para las consignas, pero mucha para detectar su conciencia de sí, que por el momento hay que reconocer que es escueta: el antagonismo al choripán. Es un error conceptual de la televisión, pero como imagen de una “grieta” –concepto absolutamente televisivo y teologal-, es adecuado icónicamente.

Por último, no fue otro el papel de cierta televisión en los sucesos que tuvieron lugar en la residencia de la gobernadora de Santa Cruz, donde se hallaba de visita la ex presidente Cristina Kirchner. También allí, sostenidos por una situación cierta de descontento pero artificiosamente creada por el gobierno nacional, el primer cántico para la agresión es la señal que originó el Foco. Cierta vez, un importante hombre de la televisión, acuñó la frase “donde se prende la luz de la televisión aparece la democracia”. Puede ser. Eran los años ochenta, un camarógrafo podía impedir una represión policial o un suicidio. Pero no es seguro que hoy podamos defender la neutralidad del Foco, que según en cada caso, podría servir a la causa de la humanidad crítica y democrática o a la causa de los operadores del neo derechismo global (definición que nos llevaría a un tema crucial, pues Marie Le Pen critica a la globalización salvaje desde una derecha anti-inmigratoria, trascendentalista; en nuestro país coinciden neo derechas y globalización, mientras que la verdadera crítica la globalización debe provenir de un universalismo  humanista).

Por cierto, el Foco ha perdido hoy la improbable neutralidad que alguna vez pudo tener. En el caso que comentamos, es la avanzada de un ataque, de aquello que se combate a través de la “acción de masas” pero que previamente ha sido “focalizado”. Estas vejas nociones de los movimientos sociales han sido expropiadas y distorsionadas. La mezcla de naturalismo (algo puede representar a la verdad) y simbolismo (pero la verdad es escénica), ponen al mediador técnico de esta fusión, en situación privilegiada de ser el nuevo convocante que habita en el oscuro interior de la “noticia” y luego la dará a conocer impávido. Como si fuera un acontecimiento del que es un testigo ocasional, meramente exterior, si se quiere indiferente. Pero es él quien la ha generado, con el camión de exteriores. Es el carro lumínico que atrae gente, tanto como el carro hidrante, su complemento invertido, las dispersa.



(*) Sociólogo, ensayista y escritor. Ex Director de la Biblioteca Nacional.
29/07/2016

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