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La discusión en derredor del cine nacional está ligada, conceptualmente, a la del fútbol. Ambas, a su vez, tienen vínculo con el debate sobre la inversión pública en ciencia y técnica. El freno de esa gran obra nacional llamada Arsat –decisivo para el futuro de este país- forma parte de la misma filosofía. La idea básica circulante es que toda inversión del Estado en beneficio de la comunidad, es un “gasto” innecesario.
A decir verdad, lejos de ser un gasto es un impulso más que necesario, imprescindible, para que la dinámica del crecimiento cobre vigor y se despliegue. La banalidad de la inversión privada, que exige un toma y daca directo, carece del potencial estratégico que sólo un Estado en manos del pueblo puede poseer. El daño a esta perspectiva, la restricción o eliminación a la inversión pública genuina y estratégica, es lógico en un gobierno antinacional y rentístico como el actual.
Lo grave está en la estrechez mental de ciudadanos que repiten esas estupideces y creen que el impulso al desarrollo por parte del Estado –algo que debería ser una obligación, no sólo una posibilidad- es “choreo” o “robo K”. Es interesante escuchar personas a las cuales, como no les interesa el cine, por caso, evalúan innecesaria su promoción.
Tal vez después de muchas décadas –antiirigoyenismo, antiperonismo, antikirchnerismo- se ha ido configurando un aplanamiento de las circunvoluciones. Preferimos no desarrollar la idea porque podríamos concluir que toda una zona de la sociedad no tiene solución, ni destino. Digamos elegantemente que estamos en desacuerdo y sostengamos, con la mayor profundidad posible, un debate con argumentos sólidos y pruebas fundadas.
Eso sí, nos permitimos una observación relacionada: el tema de nuestra Argentina en el espacio y de su expansión sobre la Antártida (todo ello implica inversión pública), no los moviliza. Al menos podemos aseverar sin que nadie pueda refutarlo, que esos sectores han anulado de sus mentes y sus corazones el concepto de patriotismo. Al escuchar ciertas voces, la bronca se va licuando en la pena. Sólo se puede tener pena de quienes carecen de elementos esenciales para entender.
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