Columnistas
15/04/2017

¡Choripanes sí, libros no!

¡Choripanes sí, libros no! | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Macri reactualizó el estigma para con los sectores populares. Lejos de lo anecdótico, el presidente puso de manifiesto la estrategia política de Cambiemos de cara a las elecciones de octubre.

Javier Frias *

Tras la movilización del 1A, el gobierno nacional obtuvo un poco de respiro en el marco de las correlaciones de fuerza. Macri, entusiasta, se jactó en su cuenta de Facebook de que la convocatoria había sido “sin colectivos, ni choripán”. No fue un desliz, se trató de una declaración pensada. Al ser consultado por esa apreciación, el presidente ratificó sus palabras: “el choripán es lo más rico que tenemos en Argentina”. Un poco como si alguien dijera “negros de mierda” y luego se rectificara diciendo: “¡Perdón, la mierda no tiene la culpa de esos negros!”.

Los dichos del presidente desnudaban la estrategia político-electoral del macrismo de cara a octubre. Ya sin mayores logros que exhibir, con una economía que no repunta, los tarifazos y la inflación que no ceden, una industria que sigue cayendo, las inversiones que no llueven, el empleo que sólo mejora en los dibujos oficiales y la decisión de fijar paritarias a la baja, el gobierno decide replegarse sobre su núcleo duro de votantes. El razonamiento es simple: si mis políticas económicas no me permiten generar consensos más amplios, al menos le doy un gustito a mi base social de apoyo y reparto palos al que protesta.

Así es como, luego del ninguneo de las masivas y heterogéneas movilizaciones de marzo, estamos asistiendo a una escalada represiva en aumento: el merendero en Lanús, los piquetes del sindicalismo de izquierda, el desalojo de los trabajadores de AGR- Clarín y, más recientemente, los docentes que intentaban instalar una escuela itinerante frente al Congreso. Ya sin la excusa de los cortes de ruta, las capuchas y los palos, el Pro decide guardar, sin uso, el manual del diálogo y la unión de los argentinos en el baúl de los recuerdos junto a las demás promesas incumplidas con que mintió a cara lavada durante la campaña electoral.

Quizás el dato más interesante que arrojan las declaraciones de Macri es que Cambiemos ahora aparece más vulnerable a la hora de ocultar la naturaleza de clase de su gobierno. Enorgullecerse por la ausencia de choripanes y colectivos en la marcha del 1A es un sincericidio. La protesta social va obligando al gobierno a mostrar su verdadero rostro. Podría decirse que si antes al Pro le preocupaba su fama de que gobierna para los ricos, ahora su preocupación está en cómo convencer a los argentinos de que gobernar para los ricos es beneficioso para todos.

La provocadora alusión al choripán que usó Macri, sin embargo, no resulta novedosa. Como señaló el investigador de la UNLP, Martín Obregón, el choripán ocupa hoy el lugar que dejaron vacante la alpargata y el bombo en la retórica estigmatizante de la derecha argentina. En efecto, cuando en la década del ‘40 los sectores populares que apoyaban a Perón proclamaron la consigna “¡alpargatas sí, libros no!”, la oligarquía hizo gala de su incomprensión y creyó ver en aquella frase la comprobación irrefutable de la barbarie peronista.

Aquella mirada despectiva pretendía ignorar que las representaciones simbólicas no deben ser leídas en su literalidad, sino en virtud del conjunto de relaciones sociales que expresan. Así, el anti-intelectualismo de las clases populares no constituía un desprecio al libro en sí; era, más bien, un rechazo al saber-poder que había construido la oligarquía, una negación de los libros que invisibilizaban y denigraban a los sectores subalternos de la Argentina profunda.

Atahualpa Yupanqui sintetizó magistralmente esa desconfianza popular hacia lo culto: “¿Qué veneno tendrán las letras, Señor, que aquel de nosotros que las aprende se vuelve enseguida contra nosotros?”. La universidad y los libros eran inaccesibles para la naciente clase obrera. La cultura dominante adulaba lo externo al tiempo que despotricaba contra lo propio. Frente a las abstracciones europeizantes de los letrados, los descalzos reivindicaron las alpargatas, un objeto de neto corte popular que servía “pa’ no pescarse un resfrío” sin dejar de pisar la tierra. Se trataba de una conciencia práctica: para pensar primero había que tener los pies protegidos.

El choripán encuentra su sentido peyorativo en la misma raíz político-filosófica que la alpargata. Ambos son hijos de la madre que las parió a todas las zonceras, como decía Jauretche, que es la dicotomía sarmientina “civilización y barbarie”. Como la alpargata, el choripán resume hoy todos los estigmas de las elites respecto de lo popular. La novedad, si se quiere, es que en boca del presidente el estigma adquiere carácter institucional.
La idea de que los humildes asisten a los actos acarreados para comer un choripán es falsa. Los fundamentos teóricos de ese imaginario hay que buscarlos en el estructural-funcionalismo. La sociedad es presentada como un agregado de individuos distribuidos jerárquicamente según su propio mérito. Los pobres serían, en ese marco, vagos que no se han esforzado y que deben contentarse con dádivas del Estado. Es a ellos a quienes se acarrearía para hacer número en los actos. El verbo “acarrear” no es inocente, su función es decretar el carácter pasivo de los sectores marginados y, al mismo tiempo, ubicarlos en el rango de animales.

Estudiosos del fenómeno del clientelismo, como el sociólogo Javier Auyero, han desmentido cada uno de esos mitos. El supuesto de que los más de un millón de argentinos que se movilizaron en marzo lo hicieron por el chori no resiste el mínimo análisis. Como han bromeado algunos, si ello fuera cierto estaríamos frente a una evidente reactivación de la economía nacional.

Pero más allá de su falsedad, lo que aquí nos interesa demostrar es que las declaraciones del presidente tienen una estricta perspectiva de clase. En concreto, la lectura macrista de la movilización callejera parte de una distinción: hay marchas que valen la pena y otras que no. La pregunta es: si marchar por un choripán no es valorable, ¿qué razón sí lo sería? La respuesta es sencilla: un buen motivo sería marchar por la “democracia” y la “república” como hicieron los manifestantes del 1A.

Ahora bien, para los sectores populares marchar por la democracia es una completa abstracción. De hecho, en Argentina existen pocas palabras más ambiguas que las de democracia y república. A lo Carrió, se las usa mucho y se las entiende poco. Los marginados, en cambio, se inclinan por consignas más tangibles: pan, trabajo, salario, vivienda. Pero lo tangible no quiere decir menos profundo. Muy por el contrario, marchar por un choripán es marchar por la democracia en toda su materialidad, y ello porque la democracia, en su sentido crítico, presupone siempre la posibilidad de comer y de reproducir materialmente la vida.

Lo que queremos decir con esto es que, en caso de que fuera cierto que los sectores populares hacen 10 horas en micro sólo para comer un choripán, tal hecho merecería de parte del Estado, no un tratamiento moralizante, sino una respuesta política urgente. En este punto radica lo reaccionario de los dichos de Macri. El presidente agita demagógicamente el lugar común del choripán y no puede ver más allá de sus anteojeras ideológicas. Como representante del Estado debería atender los reclamos pero sus límites de clase le impiden comprender hasta lo más evidente: si una persona marcha por un choripán, antes que nada, es porque tiene hambre. 



(*) Estudiante de Sociología, UNCuyo. Nota publicada originalmente en vaconfirmamendoza.com.ar
29/07/2016

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