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Columnistas
30/05/2016

Latinoamérica

Luchar, vencer, caerse, levantarse...

Luchar, vencer, caerse, levantarse... | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

El lanzamiento de la Fundación Germán Abdala fue la excusa para escuchar, en la facultad de Ciencias Sociales de la UBA, las palabras del vicepresidente de Bolivia, Alvaro García Linera.

Gonzalo Carbajal *

@zalet

El pasado viernes 27 de mayo, Álvaro García Linera volvió a nuestro país gracias a la iniciativa de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) y la Unión de Trabajadores de la Educación (UTE-CTERA). El lanzamiento de la Fundación Germán Abdala fue la excusa que nos permitió escuchar en el auditorio de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires a a uno de los más lúcidos cuadros políticos de la región.

De la conferencia de quién acompaña a Evo Morales Ayma al frente del Estado Plurinacional de Bolivia queda muchísimo material para analizar y debatir. Insumos que no deberían pasar por alto quienes estén buscando las claves del tiempo histórico que nos toca.

García Linera hizo un repaso por los avances de la última (larga) década en la región y realizó un análisis crítico de los errores o de las causas que llevaron a que en los países con “gobiernos progresistas y revolucionarios” ese avance “se haya detenido, en algunos casos haya retrocedido, y en otros casos esté en duda su continuidad”. El valor de sus palabras se potencia por cuanto sucede mientras su gobierno se encuentra en pleno ejercicio del poder ejecutivo, a pocos meses del resultado negativo en el plebiscito por la reelección.

Me detengo en un punto que ubicó entre las deudas y es la caracterización de que la última década, que significó sin dudas un empoderamiento de trabajadores, de campesinos, de obreros, mujeres, jóvenes, tuvo un déficit en materia económica: “un poder político no va a ser duradero si no viene acompañado de un poder económico de sectores populares”.

En sus palabras, poder político tiene que ir acompañado de poder económico “porque si no, se va a seguir presentando la dualidad: poder político en manos de los trabajadores, poder económico en manos de los empresarios o el Estado”.

Siempre sostuvimos que la promulgación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (LSCA) en 2009 no era un punto de llegada, sino el comienzo de una etapa. La ley no era un fin, sino el medio para promover nuevos actores que se fortalecieran para ser sostén de la voz popular en los tiempos de reflujo, que más tarde o más temprano llegarían. La misión era poner en juego agendas por fuera de las tradicionales del poder.

Se impulsaba, a partir de cláusulas antimonopólicas, la desconcentración de un sector dominado por jugadores de peso, tanto en la esfera nacional como en las provincias y grandes ciudades. Pero a esa desconcentración debía seguir la ocupación del territorio liberado. En aras de estimular el desarrollo de los nuevos actores de la comunicación capaces de poner en debate agendas diferentes —cooperativos, comunitarios, PyMEs, universitarios, de pueblos originarios—, se incluyeron en la ley instrumentos destinados a su promoción: reservas de frecuencias del espectro radioeléctrico, fondos de fomento, concursos diferenciados, limitación de cadenas, exigencias mínimas de producción propia y local, entre otros.

Las dificultades propias del enfrentamiento con poderes importantes -fácticos y de los otros-, se suman a falencias e impericias a la hora de desplegar el cuerpo de recursos que la LSCA ofrecía. Además, la apuesta a empresarios no funcionaron como tales —y que abandonarían la carrera, los medios y sus trabajadores ni bien cambiaran los vientos—, funcionó como un error de sesgo, más grande cuanto más pasaba el tiempo.

La reciente derrota electoral del proyecto nacional y popular nos encontró a mitad de camino en la tarea. La decisión de quienes gobiernan ahora es impedir, a-como-de-lugar, que se continúe en aquel rumbo. Las definiciones políticas de este primer semestre en materia de comunicación son inequívocas: volvemos a la concentración, la extranjerización y precarización de los medios. El impacto en las fuentes laborales de la actividad ya se siente y fue reseñado recientemente en esta columna. La LSCA fue mutilada por decreto en varios de sus aspectos fundamentales y la comisión encargada de crear un nuevo proyecto de Ley no parece tener apuro, ya se habla de tener un anteproyecto en 2017. Mientras tanto, el ENACOM encara una ronda de conversaciones con organizaciones que no tienen proyecto sobre el que opinar, el Ministerio de Comunicaciones encarga a la consultora estadounidense McKinsey un proyecto de ley por el que pagará 875 mil dólares más impuestos.

Llegaron los malos tiempos y, por las carencias señaladas, la comunicación democrática se nos alejó como un espejismo en el horizonte. Hoy estamos en el medio de un proceso que dio gran cantidad de actores nuevos, con mucha conciencia de su papel histórico pero desarticulados, con gran precariedad y sin tener resuelta la sustentabilidad. Pero no detenidos, luchando.

Vuelvo a Álvaro García Linera que hace 48 horas cerraba su disertación abrigando esperanzas: “Luchar, vencer, caerse, levantarse. Hasta que se acabe la vida, ese es nuestro destino”. Venía de decirnos que uno de sus aprendizajes de la etapa era que para que para asegurar un proceso político duradero, debe crecer a la par el poder económico de los sectores populares. Concluía subrayando que el Estado “podrá colaborar, podrá mejorar, pero tarde o temprano tiene que ir disolviendo poder económico en los sectores subalternos. Creación de capacidad económica, creación de capacidad asociativa productiva de los sectores subalternos, esa es la clave que va a decidir a futuro la posibilidad de pasar de un post-neoliberalismo a un post-capitalismo”.

Y nosotros agregamos: también —o especialmente— en materia de comunicación.



(*) Coordinador general del Consejo Asesor del Sistema Argentino de Televisión Digital Terrestre.
29/07/2016

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